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miércoles, 28 de mayo de 2014

A la luz de un candil



Leíamos en voz alta un cuento oriental en clase. Iban saliendo palabras y algunos muchachos preguntaban qué significaban. Una de ellas era candil. No sabían su sentido. En el texto aparecía como un candil de aceite. Cuando supieron lo que era, uno de ellos dijo que en su pueblo había candiles pero de petróleo. Se refiría a Rachidía, una zona de Marruecos de donde son muchos alumnos bereberes. Varios se interesaron por el tema y me contaron que en el Marruecos rural muchas veces se va la luz y tienen que alumbrarse con candiles. Les pregunté si les gustaba alumbrarse con esa luz durante el anochecer antes de irse a dormir. Para mi sorpresa apareció en varios de ellos una sonrisa y me respondieron que les encantaba esa luz en la noche en medio de conversaciones en que se mezclan viejos, adultos y niños. Cuando se va a Marruecos, me explicaron, hay que saber que se va a otro mundo, un mundo en que los niños están sueltos y corren por el campo y las calles, un mundo en que se juega a las chapas o a las canicas o a otros juegos, y en ellos participan muchos niños como ellos. Vi en el tono de voz que esa forma de vivir les gustaba. Les pregunté si querrían vivir allí. Hubo división de opiniones entre los que elegirían gustosos vivir en Marruecos y los que prefieren vivir en esta sociedad occidental. Es la contraposición de un mundo pobre pero con raíces y un mundo desarrollado, aunque en crisis, pero sin raíces, esas raíces que Lorca en su poema La aurora encontraba ausentes en la civilización americana llena de números y leyes.

Todo tiene su doble lectura porque en esas raíces se incluye que las muchachas se casan a los dieciséis años con el primo elegido por sus padres como he visto que sucede casi sistemáticamente aun en alumnas buenas que un día desaparecen del instituto y poco después te enteras de que ya están casadas. Todo sucede como si de un secreto se tratara. Las alumnas que has apreciado durante varios años un día se esfuman y no vuelves a saber de ellas. Tras una relación importante, esas muchachas se van del instituto y ni siquiera se despiden de ti. No vuelves muchas veces a saber de ellas.

Me imaginé ese mundo ancestral, iluminado por un candil cerca del desierto, imaginé sus juegos, sus tradiciones, sus festividades, la mezquita que vertebra sus vidas, intuí la nostalgia que sienten algunos de ellos por ese tipo de vida rural, alejado de la tecnología que domina las nuestras. Por un momento sentí la magia de la luz del candil y la reunión de todas las generaciones en la noche. Me llevó a mi niñez donde los niños eran más independientes y estaban menos superprotegidos. Recordé las reuniones de los vecinos del barrio sentados en sillas de anea en la calle al atardecer. Me atraía oír sus conversaciones de mayores.

Pienso que la vida moderna, ahíta de tecnología, ha perdido mucho de la magia que yo viví cuando era niño. No sé si era así o lo recuerdo yo como una especie de sueño. El mundo era inmenso y en él tenía lugar el misterio en una realidad sencilla en la que existía un lugar para la maravilla y el asombro. Un mundo sin televisión, sin internet, solamente con la radio que adquiría un valor difícil de imaginar hoy. Unas calles y unas plazas en que jugábamos a veces con extrema crueldad. No necesariamente era un mundo fácil, pero sí que era denso y lleno de sombras y de luces. No siento nostalgia de aquella realidad, pero por unos momentos me gustaría alumbrarme a la luz de un candil y prescindir de todos los inventos y avances técnicos. Una temporada sin luz, sin agua corriente y habiéndola de sacar del pozo, sin televisión, sin internet, tiene que ser una gozada. Por eso me ha interesado tanto la conversación con mis alumnos marroquíes y latinos que provienen de sociedades en que todo eso es posible y lo más sorprendente es que lo rememoran con fascinación.

Tal vez fuera una experiencia que no soportaríamos mucho tiempo, pero si por un azar fuera posible, creo nos daríamos cuenta de que nuestro mundo tiene unas claves en las que hemos de vivir, no queda otra. Estamos aquí y hemos de vivir aquí. Pero cuando leo literatura de hace ya un tiempo, he de ser consciente de que  fue producida en realidades que no tienen nada que ver con las que vivimos ahora, y que el tiempo y las cosas tenían otra dimensión que se ha perdido. Pensamos por un error de perspectiva que nuestro tiempo, el que vivimos, es el eje de interpretación de todo lo anterior olvidando que cada tiempo es autónomo y que el nuestro es tan relativo como cualquier otro y que dentro de unas décadas lo que vivimos ahora será tan inimaginable como lo que yo viví cuando era niño.


Fueron unos instantes en clase que me dejaron maravillado, pero pronto hube de volver al relato que estábamos leyendo. Me dije que de alguna forma tendría que retener esa sensación que experimenté con mis alumnos, y es este relato en forma de post, lo único que sé hacer. Ya me gustaría tener alguna vez un mundo propio como el que descubrió Kafka cuando en un rapto de inspiración escribió La condena en ocho horas y le salió como diría Juan Poz, de molde, como si hubiera estado allí años y años esperando para emerger. Pues eso, aquí esta.

miércoles, 5 de marzo de 2014

Recordando a Gloria Fuertes




Este el vídeo que hemos realizado sobre la poeta Gloria Fuertes. Los alumnos de Primero A y Primero B del instituto Maria Aurèlia Capmany de Cornellà de Llobregat contribuyeron con entusiasmo en la recitación de los poemas. No encontramos mejor y más entrañable persona que ella para inspirarnos. Al cabo de los días, los muchachos de primero se sabían sus poemas de memoria y buena parte de los alumnos de estos cursos quisieron participar en la recitación de los poemas. Nuestro compañero Mario tuvo la responsabilidad de elaborar el vídeo, y Sonia, mi compañera de departamento, se ofreció para ayudarme en la recitación de los alumnos. Todos ellos son una pléyade de chicos y chicas fáciles de implicar. Espero que surjan nuevos proyectos en donde proyectar su frescura todavía ilusionada. También realizaron individualmente glogs sobre Gloria, y algunos de ellos fueron muy interesantes. Me gusta trabajar con ellos, a veces tengo la impresión de que me motivan más intelectualmente que los mayores de bachillerato. Lo comparto con vosotros.

domingo, 2 de marzo de 2014

Nacido del reto y la dificultad



Como sabéis este año soy fundamentalmente profesor de Primero de ESO, un nivel que no había impartido hasta ahora y que, de entrada, me causaba cierto temor por no conocer su madurez evolutiva ni las claves de la psicología de niños de doce años. Solía decantarme por muchachos de niveles posteriores porque pensaba que hallaría en ellos mayor eco en mis propuestas de lengua o literatura. Sin embargo, no siempre me he encontrado con esta respuesta y sí me he topado con alumnos desmotivados y maleados por el sistema educativo que encontraban todo tipo de artimañas para negarse al esfuerzo y a la maduración intelectual. No sé qué hace mal el sistema educativo pero no contribuye al aumento de la curiosidad ni a la implicación activa de los alumnos en desarrollar su potencialidad cognitiva. Lo que me encuentro en cursos posteriores, incluso bachillerato, son alumnos que no abundan en interés ni en actitud abierta ante el conocimiento. Supongo que tiene que ver su estadio de edad, que topa con un sistema que no estimula la idea de desafío intelectual y tensión creativa.

Me encuentro ahora con chavales de primero que llegan frescos y todavía abiertos (eso quiero creer). Su actitud me parece más comunicativa y afectiva, más directa, más personal. Advierto que en este encuentro entre ellos y yo hay una posibilidad de abrir el campo de juego y proponerles retos en que puedan desarrollar la elasticidad de la inteligencia. Sé que hay colegios bien en que se presume de dar mucho programa y los alumnos que siguen escolarmente el sistema que proponen se convierten en máquinas de empollar datos y memorizar temas que se han de proyectar en los exámenes como conocimiento estereotipado no sometido al examen de la inteligencia. Sé que muchos padres optan por la idea de que sus hijos reciban programa, programa y programa. Sin embargo, no tengo claro que sea la única opción porque esta vertiente pedagógica no enseña a pensar en absoluto y los niños se convierten en máquinas de repetición.

Por el otro lado tendríamos la pedagogía progresista que relativiza la adquisición de conocimientos y se dedica al aprender a aprender y así los alumnos aprenden jugando, sintiendo agradable la praxis educativa o al menos eso es lo que pretenden los profesores que se identifican con estas corrientes de hacer ameno el conocimiento para que los alumnos se impliquen. He pensado mucho en esto y he observado la práctica de muchos profesores que lo pretenden y he considerado la realidad de mis alumnos, y no sé, tengo la impresión de que hacer del acto educativo un festín lúdico, no responde a lo que yo deseo en mi modesta propuesta que llamaría de “reto intelectual” y que llevaría a hacer del profesor un personaje que sometiera a sus alumnos a desafíos cada vez más exigentes para hacerles del proceso intelectual algo no necesariamente divertido sino “interesante”. Prefiero la palabra interesante a divertido.

Cuando enfrento a mis alumnos de doce años a pruebas complejas de lectura e interpretación de textos largos y difíciles los veo estar al límite durante cincuenta minutos hasta que algunos se dan cuenta de que detrás de la propuesta hay un reto intelectual y que para el que halle el camino habrá una recompensa en forma de satisfacción personal y una iluminación íntima. No todos lo consiguen, pero me niego a hacer una carrera de mentirijilla en que han de correr con vallas arregladitas para que ninguno se quede atrás. Sé que todos no han de llegar. Pero quiero ver el intento de la mayoría por comprender lo que se les expone de forma compleja como desafío.


El último texto que les propuse fue el genial cuento de Richard Matheson Nacido de hombre y mujer. No les di el nombre del autor, solo el título, y tras el cuento de unas mil palabras les hacía veinte preguntas sobre la interpretación del texto advirtiéndoles reiteradamente que tendrían que leerlo varias veces antes de empezar a contestar. Ellos tenían un PC a su disposición, es su portátil, una herramienta formidable para ayudarles. Inmediatamente averiguaban quién era el autor del cuento, ese cuento que les desubicaba tanto y lleno de enigmas que llevarían a la confusión a mis alumnos de segundo de bachillerato. ¿Qué quería decir Richard Matheson con esa extraña historia expresada como diario de un niño de ocho años encadenado en el sótano y al que sus padres golpeaban salvajemente? La primera impresión es que no entendían nada y sentí entonces su desaliento y la renuncia de alguno a seguir adelante. Yo los fui animando personalmente. Era un desafío ¿Hasta dónde podrían llegar? La tensión se palpaba en el aire, la tensión y la concentración intensa. Internet les daba claves de interpretación y les traducía en forma accesible el sentido del relato. Solo había que saber buscar y reconstruir las piezas que estaban ante ellos. Pero eso suponía concentración intensa y deseo de comprender. Tengo la impresión de que lo fácil es reconfortante y hay que utilizarlo con medida. A ellos les gusta. Lo utilizo, pero también sirve como resorte el enfrentamiento a discursos complejos, ayudados eso sí por una herramienta prodigiosa como es un portátil. Una sesión de cincuenta minutos fue insuficiente, así que decidí ampliar a una segunda sesión la resolución de las preguntas planteadas. Tienen esta semana para investigar el relato. Yo tengo los ejemplares de los cuestionarios que empezaron a responder, pero ellos, si quieren, pueden adentrarse en el misterio del cuento. ¿Lo harán? No lo sé. Sinceramente no lo sé, pero la esperanza de que haya alguno que lo haga me motiva. La dificultad del texto puede ser un acicate. Espero la segunda sesión con impaciencia, y la misma impaciencia tengo para empezar a corregir lo que escribirán. Corregir exámenes de memorización me hastía porque entre otras cosas no lo memorizan porque no están habituados a estudiar, pero corregir pruebas en que ellos han tenido que enfrentarse a un reto mayúsculo y saber adónde han llegado me estimula y me interesa, el mismo sentimiento que quiero que tengan ellos y que al final el texto les guste porque les ha interesado, y no solo les ha divertido. No quiero divertirles, quiero interesarles.

viernes, 21 de febrero de 2014

Sin rendirse a las circunstancias



Sé que una parte del alumnado es renuente a cualquier tipo de exigencia académica por los motivos que sean. Hay alumnos inteligentes que son alérgicos al aula y aparecen por ella para intentar desestabilizarla, otros son simplemente perezosos y enemigos del esfuerzo, otros van a pasar el rato.

Yo me pregunto cómo evaluar y me doy cuenta que me he convertido por obra y gracia de Idoceo (aplicación de libro de notas para el iPad) en un obsesivo de registrar todo y cada uno de los actos académicos que tienen lugar en el aula de modo que posea una radiografía total del alumno. Planeo pruebas y exámenes (me da igual el nombre) todas la semanas, lo que hace que un 33 por ciento del tiempo lectivo mis alumnos se lo pasan resolviendo pruebas que desafían su inteligencia, su capacidad de atención y su voluntad. Casi nunca es preciso estudiar. Los exámenes los cuelgo en Edmodo para que sepan exactamente a qué se van a enfrentar. Depende de cada uno que se los prepare o no. Y lo cierto es que el hecho de saber qué va a salir no supone mejores calificaciones en conjunto. Los suspensos son constantes. Cada semana les hago una prueba de comprensión lectora de textos muy largos y complejos (hablo de alumnos de primero de ESO) sobre los que han de contestar preguntas múltiples y que presuponen la comprensión del texto que no necesariamente es fácil. Los que lo consiguen suelen pasárselo bien realizando estas pruebas. Otras veces les leo un largo texto de más de mil doscientas palabras sobre un tema. Pueden tomar apuntes todos los que quieran. Les animo a utilizar abreviaturas y a que se enfrenten al hecho de tomar notas sobre cuestiones fundamentales. No les dicto y no repito nada de lo que leo. Voy a un ritmo lento pero continuo. La lectura puede durar diez o doce minutos. Ellos escuchan y toman notas. A continuación deben abrir Edmodo y realizar un test sobre lo escuchado para el que pueden utilizar todas sus notas. Entonces se verá si han sido efectivas o no. El aprobado está en contestar correctamente un 73 por ciento de las cuestiones. Bastantes lo consiguen y disfrutan con este tipo de pruebas en que pueden contestar cuestiones con tres opciones, o Verdadero/Falso o escribiendo un texto que presupone la comprensión de lo oído.

A mis alumnos de primero de ESO les pongo pruebas que desbordan su supuesta madurez evolutiva y lo bueno es que muchos llegan más allá de lo que se espera de ellos. Y a veces son los alumnos menos académicos, los más callejeros, los más disruptivos. Por supuesto esto no es todo porque también evalúo las tareas constantes que han de hacer tanto en el aula como en casa: ejercicios, redacciones, libros de lectura, repaso de conceptos básicos.

La clase de lengua es un ejercicio de desafío permanente. No hay lugar a la distensión. Se exige una actividad continua, y me doy cuenta de que algunos están dispuestos a seguir el ritmo, a hacer las tareas, a empeñarse en el ejercicio de exigencia. Solo los más dispuestos a seguir el ritmo de la carrera lograrán llegar a la meta. Eso no impedirá que el profesor felicite parcialmente a alumnos que no van a aprobar pero que tienen una buena base de inteligencia y agudeza ante cuestiones de rápidos reflejos. Luego hay sistemas de subir nota como participar en alguna actividad creativa. Hemos realizado un vídeo con recitado de poemas de Gloria Fuertes en que han participado una buena parte de alumnos de primero de ESO. La participación es un elemento importante y que tendré en cuenta para elaborar la nota que recogerá la complejidad de todo lo  que ha pasado en el aula que es evaluado de modo exhaustivo reconociendo el esfuerzo real de cada alumno.

Disfruto corrigiendo porque sé que es una pieza fundamental del aprendizaje. Cada nota es un elemento del puzzle evaluativo que va formando en Idoceo un cuadro que recoge colores que revelan el rendimiento y la actitud. Después hay distintos sistemas de calcular las medias de modo proporcional o acumulativo. Cuando algún alumno ha dejado de entregar un ejercicio del tipo que sea le envío un correo electrónico recordándoselo y ampliándole el plazo de entrega que ya será inexorable. Si no lo entrega, delante de él le pondré el rojo correspondiente a una nota abiertamente negativa. Su perfil de color es inequívoco. Como decía, hay alumnos que sacan unas notas brillantes en Comprensión Lectora pero que no hacen las tareas. Reconozco delante de todos este éxito y los felicito en Edmodo, pero puede ser que la evaluación, que es una nota compleja, quede suspendida. Quiero que todos los que quieran tengan su minuto de gloria. Hay algunos cuya nota es tendente a lo negativo pero que han hecho un glog sobre Gloria Fuertes imaginativo y creativo. Los felicito delante de todos. Otra cosa será la calificación final. Quiero que lleguen al umbral muchos, pero sé que no serán todos. Para aprobar la asignatura es necesario hambre y tensión académica: la nota será justa y recogerá lo que ha sido cada uno considerado como un conjunto de diversos impulsos y el alumno recibirá un informe personal con todos los elementos que implica su evaluación, nota a nota, tarea a tarea, prueba a prueba con sus elementos positivos y negativos.

No habrá en la nota el mínimo conformismo ni resignación a las circunstancias ni compasión alguna. Mis alumnos pueden en su inmensa mayoría, pueden mucho más de lo que pensamos o nos hemos resignado a esperar de ellos.



domingo, 21 de abril de 2013

Desolación del profesor



En el mes de febrero se realizaron en Cataluña las pruebas de Competencias Básicas en las áreas de catalán, castellano, inglés y matemáticas. En las áreas de lenguas fundamentalmente versaban sobre comprensión escrita referida a dos textos sencillos y un ejercicio de expresión escrita para la que se daba a los alumnos un tema a desarrollar.

En mi centro los alumnos están agrupados por niveles de resultados. Hay un A, hay un B, hay un C y hay un D, en orden de mayor a menor nivel. Yo soy profesor del B, del C y del D en los que más del setenta por ciento son muchachos de origen inmigrante sean magrebíes, sean latinos o pakistaníes... Su motivación es escasa, no están acostumbrados a la lectura y tienen serias dificultades con la lengua sea porque no sea la suya, sea porque su disposición hacia el lenguaje escrito es muy deficiente.

Los resultados de las pruebas de Competencias Básicas de mis alumnos ha sido desolador. Los tres cursos que imparto han sacado un nivel muy bajo, muy inferior a la media de Cataluña. Me he sentido seriamente aludido y me pregunto qué es lo que falla ante los interrogantes de la dirección del centro sobre estos resultados demoledoramente bajos en todas las áreas consideradas (catalán, castellano, inglés y matemáticas).

¿Qué pasa con mis alumnos? ¿Cómo puedo actuar para mejorar estos resultados? ¿Qué parte es responsabilidad mía...

No sé qué respuesta darle a estos interrogantes. El profesor se siente interpelado por los mismos y a la vez es incapaz de saber por dónde orientar la acción. Me he sentido tentado a centrar el curso en el desarrollo de dichas competencias básicas, es decir, la comprensión de textos y la expresión escrita, y de hecho hago un gran hincapié en ello. Sin embargo, el año pasado una alumna me reclamó conocimientos de sintaxis para prepararle para el bachillerato. Entendí que tenía razón y que  yo no debía esquivar dicha dificultad en los alumnos de mediano o bajo nivel. Asimismo asumo que debo darles unos rudimentos de historia literaria...

Sin embargo, los resultados son tozudos y muestran un bajo rendimiento en todas las áreas. No logro enderezar dichos resultados, no puedo conseguir mejorar la motivación de mis alumnos ni su predisposición al estudio ni a su trabajo habitual.

Fuera de clase me interrogo por sus resultados y me siento abrumado cuando veo en el panel de anuncios sus calificaciones. Luego en clase los observo uno por uno, considerando sus circunstancias (inteligencia media, trabajo, hábitos, capacidad comprensiva y expresiva... ) y no me sorprende el juicio emanado de estas pruebas objetivas. Son así mis alumnos. Los aprecio profundamente, pero sus posibilidades son limitadas y existe una contradicción flagrante entre aquello que se nos exige (unos aprobados generosos para remediar las estadísticas educativas y la realidad que proviene de pruebas de evaluación externa que exhiben la realidad interna de su nivel lingüístico).

La dirección del centro nos pide explicaciones, también lo hará la inspección educativa sobre este desfase, pero sabemos que como profesores estamos instados a aprobar lo inaprobable porque entran en consideración criterios fundamentalmente sociales, prácticos y pedagógicos.

Los profesores estamos ante un dilema irresoluble cuando nos movemos en cierto niveles del subsuelo. Sabemos que hemos de procurar el título de la ESO a nuestros alumnos porque es una demanda social y política, y para ello hemos de facilitar y considerar sus circunstancias humanas y sociales, sabiendo de antemano que no alcanzan ni de lejos el mínimo exigido, lo que retratan y reflejan estas pruebas externas que desnudan el entramado del sistema.

Ello no quita ni un ápice a mi desolación como profesor que ignora cuál es el camino correcto ni qué debe hacer, sabiendo que intenta todo, que procura todo, que busca ser entendido por sus alumnos, que busca mejorar esta realidad que parece marcada, como una baraja en que las cartas estuvieran señaladas y supiéramos que es lo que nos corresponde a cada uno y cuál es el nivel que realmente nos corresponde.


martes, 16 de abril de 2013

La revolución 2.0 a examen



Estoy en un centro que se acogió al plan de 1x1 de la Generalitat de Catalunya para surtir de ordenadores a los alumnos subvencionándoles el 50 por ciento del coste, lo que dejaba los 300€ en 150€. Posteriormente este programa se anuló de modo que son ahora los alumnos los que han de pagar la totalidad del artefacto informático. Una de las razones que se esgrimieron para acogerse a este programa era de índole económica. Efectivamente, si un alumno en 1º de ESO compra un ordenador, le vale (si no lo rompe o lo inutiliza) para todos los cursos. Han de pagar las licencias digitales de una editorial que surte de contenidos todas las materias, lo que supone 30€ al año.

Sin embargo, la realidad es que un diez o quince por ciento de los ordenadores están fastidiados, o en reparación, o ciertamente hay problemas de conexión por razones equís. La posibilidad de trabajo es muchas veces incierta, y sabemos lo que cuesta que los alumnos paguen esos 30€ que cuestan las licencias digitales. Hay que ir detrás de ellos e insistir todo el curso.

En la revolución 2.0 hemos intentado todo... pero parece haber llegado a su límite. El ordenador no es ninguna novedad para nuestros alumnos y la calidad de su trabajo en líneas generales, contemplado desde mi atalaya, no ha mejorado en absoluto. Los resultados son paupérrimos. Quizás otros tengan otras perspectivas y puedan aducir que la revolución 2.0 ha traído mejoras sustanciales en algún sentido.

Yo tiendo a crear mis propios materiales y los comparto con ellos a través de EDMODO, esa plataforma educativa que ofrece posibilidades muy interesantes. El resto de profesores se apoyan fundamentalmente en los materiales de la editorial que nos surte educativamente. Necesitan en general un esquema organizado de la asignatura y esto se lo proporciona la editorial correspondiente.

No sé qué pensar. No sé si la revolución 2.0 se ha agotado o ha mostrado claramente sus límites que se manifiestan cuando nuestros alumnos son incapaces de interpretar un texto expositivo o informativo, o bien son más bien poco diestros en elaborar un texto con un mínimo de coherencia y las correspondientes propiedades textuales.

La búsqueda de información es precaria cuando esto era una de las metas más claras de la revolución digital. Raramente saben buscar la información y menos evaluarla para discernir qué es lo importante o qué no. Se han hecho máquinas de copiar contenidos y maestros del corta y pega. Y el nivel es tan mínimo que ciertamente cuando ellos redactan, que es raro, se percibe una precariedad angustiosa.

Nadie compra los libros de lectura. Esto es algo que pertenece al pasado. En el mejor de los casos el profesor les envía pirateado el archivo pdf del libro que hay que leer y ellos intentan leerlo en el ordenador, lo que es altamente problemático por la incomodidad que ello supone.

Todo evidentemente está condicionado por el bajo nivel económico y cultural de nuestros alumnos que se sitúan en un entorno social muy débil.

Sin embargo, cuando uno sabe de centros en que los alumnos llevan libros de texto impresos y que compran los libros de lectura, tiende a sentir una añoranza de un tiempo en que esto era posible. El libro de texto ha mostrado su eficacia, pese a todo su posible cuestionamiento, en cuanto a organización de los materiales, disposición coherente y exposición de todos los niveles de la lengua... Claro que hay editoriales y editoriales, y solo con el trabajo continuado con una de ellas se da cuenta uno de sus límites y de sus fallos, puesto que es en la praxis donde es posible la evaluación pertinente de los materiales y de los ejercicios prácticos necesarios para la consolidación de la materia.

En ocho años de blog he ido evolucionando de posturas favorables a la escuela 2.0 con reservas a sentir actualmente sus límites que se cifran fundamentalmente en su fragmentarismo, en la tendencia a la falta de concentración, en la dispersión de esfuerzos, en la infinitas maneras de enfocar una materia fuera de la orientación tradicional.

Ya nada supone novedad para nuestros alumnos en el mundo digital. Y en el fondo lo que queda del proceso educativo es la coherencia, la estabilidad, la organización y en contrapartida la capacidad de esfuerzo y el hincar los codos de nuestros alumnos. No hay ideas geniales sin estos elementos detrás que suponen la motivación.

Los libros de texto llegaron a un punto en que cansaban, yo lo viví. Ahora son los ordenadores los que han mostrado su insuficiencia y sus vicios, y también han llegado a cansar. Si yo pudiera, que no puedo, me gustaría que mis alumnos tuvieran libros de texto de una buena editorial, pero esto ahora solo está al alcance de clases sociales no agobiadas por la crisis por el alto coste de los mismos.

En todo caso la revolución digital no ha supuesto ninguna mejora real en el nivel de nuestros alumnos, más bien al contrario. Se supone que debía insertarlos en el mundo del futuro y los ha dispersardo totalmente. Es curioso que en Sillicon Valley haya escuelas a las que llevan a sus hijos los empleados de Apple y Google en que han decidido que no haya ordenadores porque les restan experiencias físicas y emocionales.

En fin, el debate está abierto. 

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