Me gustan las charlas de mi departamento
de castellano cuando no tienen que ver con temas académicos. Hay un ambiente
propicio al intercambio de pareceres y de puntos de vista. Hoy en unos minutos
hemos conversado sobre algo de lo que me gustaría dejar constancia. Una de los miembros más activos del departamento por su intensidad como profesora, su buen
hacer y su dimensión humana, vamos a llamarla Dunia, ha comentado que ella veía
programas como Gran Hermano VIP donde aparece la ínclita Belén Esteban y demás
famosetes que se ganan la vida generosamente por la enorme audiencia que
despiertan. Dunia explicaba que no veía contradicción entre ver Gran Hermano y
Telebasura y a la vez leer a Ortega y Gasset o La montaña mágica de Thomas
Mann. Ha aducido la película de Nanni Moretti, Caro Diario, donde aparece un
personaje intelectual que no ve la televisión nunca y solo lee prolijas obras
densas y profundamente ideológicas. Sin embargo, creo recordar que en un viaje
por azar se pone frente al televisor y ve por primera vez una serie de aquella
época, no recuerdo cuál, pero es de suponer que es un culebrón de esos
inaceptables para una cultura refinada. El intelectual, en cambio, se queda
fascinado por esos personajes y cree ver rasgos de obras maestras que él ha leído
y conoce bien. Curiosamente, el otro día mi hija Lucía de quince años me
comentaba que estaba leyendo La casa de Bernarda Alba de Lorca, pero que le
resultaba conocida pues había visto toda la serie de Puente viejo donde
encontraba la misma estructura de una madre dominante, unos hijos rebeldes,
etc. Yo no soy de los que ven la tele. No lo hago. No he visto nunca Gran
Hermano VIP, pero creo que si lo viera me quedaría fascinado. Me pasa cuando
alguna vez he visto de refilón algún retazo de programas del corazón donde se
exhibe la vulgaridad en estado puro sin ningún recato. Y, en efecto, me quedo
absorbido por esas mujeronas cincuentonas o sesentonas, cargadas de maquillaje,
subidas de quilos, que gritan y hablan sin ningún freno sobre las banalidades
más increíbles de las vidas de los personajes llamémosles populares. A estas
señoras se unen otros llamados periodistas que ejercen su profesión de
desnudamiento de intimidades ajenas con una convicción que raya la obscenidad.
No puedo verlo mucho tiempo seguido. Me abruma. Entiendo que esa contemplación
de la grosería y la vulgaridad tiene un componente adictivo. Cuentan en sus
biografías que J.D. Salinger era en su encierro y exilio voluntario un fanático
de la telebasura, y se pasaba mucho tiempo al día viendo programas de este tipo
donde se recrea la humanidad en sus registros más elementales.
No he contestado a Dunia sobre su
capacidad de armonizar la lectura de Ortega y Gasset y la visión de GH VIP,
pero me ha hecho pensar. Ella expresaba que era una especie de descarga, de
liberación, tanto como el fútbol al que es aficionada y que cree llevar en la
sangre. Me he preguntado sobre qué siento cuando veo o leo revistas del llamado
corazón. Las hojeo en la espera del dentista. Veo las vidas de esos personajes,
sus casas, sus vestidos de fiesta, sus aniversarios, sus natalicios, sus
duelos, que proyectan la imagen de que su vida es igual de vulgar que la
nuestra. Las veo envejecer, deteriorarse, creerse atractivas, pero uno se da
cuenta de que es pura fantasmagoría. ¡Qué prodigio contar trivialidades sin
ninguna originalidad como si fueran trascendentes!
Me gustaría saber qué porcentaje de la
vida de Dunia está en Ana Karenina o cuánta en Belén Esteban. Cuánta en La deshumanización del arte orteguiana y
cuánta en los programas del corazón. Cuentan que Galdós era muy mujeriego y que
le gustaban las Fortunatas, mujeres del pueblo, sin cultura, propias del Madrid
cañí, pero rebosantes de vida e intensidad como la que expresa Malu para las
peluqueras. Luego tuvo relaciones con Emilia Pardo Bazán, suponemos que en un
registro mucho más refinado. No tenemos las cartas que envió Galdós a la Bazán,
pero si tenemos las que ella envió al escritor canario y donde le llamaba
“Miquiño” y “amado roedor mío” y ella le decía que era su rata y que lo quería
con toda su alma. Gracias a esta dualidad de Galdós pudo concebir personajes
populares como Fortunata y otras tantas mujeres de la calle, llenas de
sentimientos intensos o apasionados, tal vez faltos de la exquisitez de otras
mujeres mucho más cultas y de clases más pudientes. La vulgaridad es una parte
relevante de las cosas. Sin ella no somos totalmente de nuestro tiempo. El
desafío es retener lo vulgar y llevarlo hacia arriba. Ver en esos personajes
que se agitan en los programas del corazón seres de carne y hueso que viven,
sienten, respiran, aman, se traicionan, se retuercen, envejecen con dolor,
enferman, cagan y mueren, exactamente igual que los más literarios y profundos.
La vulgaridad ha estado presente en la historia del arte. Las novelas de
folletín son el contexto necesario de la gran literatura del XIX que bebe de
ellas. Hoy solo recordamos a Flaubert, Stendhal, Dostoievski, Dickens, Galdós,
Eça de Queiroz, pero hubo en ellos una suerte de acercamiento a los sentimientos
más populares y se nutrieron de historias sórdidas, apasionadas, sangrientas,
lujuriosas, sacrílegas, vulgares. Otra cosa es lo que hicieron luego con ellas,
llevándolas, desde esa alfaguara elemental, a los más altos sentimientos.
Y nuestro tiempo se ha acercado a la
vulgar de forma clarísima. El que vive en una urna de cristal separado de la
vulgaridad de la realidad lo puede hacer legítimamente, claro está, pero no
podrá acercarse al íntimo latir de este tiempo repleto de grandeza y
podredumbre, de exquisitez y vulgaridad, de redes sociales que son patios de
vecindad donde encontramos toda suerte de banalidades al lado de grandes pensamientos
de los artistas y pensadores más elevados.
Tal vez Dunia pertenezca a ambos mundos y
eso sea lo que le permite acercarse con tanta eficacia a sus alumnos salidos de
la calle, de pisos agobiantes, de familias desnortadas y contrahechas, de
sentimientos arrebatados y desgarrados, de penurias económicas, de huidas, de
emigraciones, de bailes agarrados, de palabras norteñas cargadas, como hoy me
decía una alumna refiriéndose a Don Juan, de promiscuidad.
Solo a nivel personal: Antes de asumir una postura conviene conocerlas todas. El tiempo pasa y lo pone todo en su sitio. A niveles emocionales todo sigue igual y las personas más sibaritas o exigentes acaban aburridas de lo soez y lo repetitivo, entonces se alejan de la vulgaridad.
ResponderEliminarEsto podría resultar complicado a nivel emocional porque la soledad acecha y lo óptimo, por escaso, resulta enemigo de lo bueno.
La soledad acecha. Y estos programas hacen compañía con su chabacanería. Son como voces que acompañan en esa soledad concertada en que vivimos muchos, tal vez.
EliminarMuchos colegas míos opinan como tu colega Dunia. Durante las comidas solemos comentar temas ligeros, si la dura realidad docente nos lo permite. Las risas siempre son bienvenidas pero a veces me asombra e indigna la inconsciencia reinante. El día que murió la duquesa de Alba, por ejemplo, todo eran bromas y cotilleos sobre tan famoso personaje. Yo no me había enterado hasta aquel momento y les pregunté qué iban a hacer por la tarde, pues estaba convocado un paro de dos horas de escasísima incidencia. NADIE conocía la convocatoria, ni les preocupaba lo más mínimo, pero estaban más que enterados de la vidorra de la duquesa y del encarcelamiento de la Pantoja. Así transcurrió la comida, entre referencias al "¡Hola!" y dimes y diretes de escasa entidad. Me pareció vergonzoso. No puedo presumir de ser una intelectual pura, ni mucho menos, pero ese desinterés por lo que nos atañe directamente a cambio de hablar de lo que apenas conocemos y que no influye de modo alguno en nuestras vidas me resulta como poco asombroso. Muchos arguyen que ver esos programas de baja estofa les relaja tras una dura jornada, pero a mí me ponen de los nervios. Apenas he conseguido ver algunos minutos porque no soporto sus gritos, insultos, mentiras, manipulaciones, efectismos... Horas y horas de televisión ¿para qué? Las vidas de esos personajillos son improductivas, vacías, falsas, por eso no puedo entender por qué les sigue tanta gente de todo tipo, no sólo aburridas amas de casa y jubilados ociosos. Son la antítesis de cuanto he defendido siempre. Para colmo, algunos hasta "escriben" libros, los publican y ¡los venden! Alucina, vecina, como decía el anuncio. Estoy convencida de que es una maniobra perfectamente orquestada por el poder para tenernos distraídos y no darles la lata reclamando nuestros derechos. ¿De verdad los chismorreos de Belén Esteban y demás fauna interesan a millones de personas durante horas y horas? ¿No hay nada mejor que hacer? Luego nos sorprende que los escolares sean cada vez más maleducados y los padres más tocapelotas, ¡si les adoctrinan gratis! Yo tengo alumnas de once años dignas discípulas de esos engendros. ¿Cómo convencerlas de su maldad? Imposible. ¿Qué efecto causan en los adultos? Tiemblo al pensarlo. ¿Cómo pueden decir que les relaja? No lo entiendo. Supongo que hay sesudos estudios al respecto, pero los desconozco. Quizá defiendan que todos tenemos un poso zafio y rastrero que solemos ocultar, aspectos vergonzantes que tratamos de disimular. Nos encanta la comida basura, la ropa cómoda y raída, saltarnos las normas, ser un poco guarros, perrear... Tras un perfecto vestido de noche o un frac está el ser humano más elemental, siempre listo para asomar con o sin permiso consciente. La fascinación que sentimos por Fortunata, ya que la citas, es debida a su carácter primario y su naturaleza en estado puro, sin barniz intelectual o doblez artificial. De acuerdo, es una auténica mujer del pueblo, pero con categoría, sin comparación con estas pedorras que se exhiben sin ningún pudor por un fajo de billetes. Yo soy consciente de que me encanta evadirme con películas de distinto contenido, creo que todos necesitamos meternos en otras historias, en otras vidas, pero busco cierta calidad, no me sirve cualquier cosa, lo sabes bien. Quizá el éxito de esta fauna televisiva es que son primarios como amebas y con tan poco seso como ellas. No hay que realizar ningún esfuerzo para seguirles porque son planos y previsibles, chulescos, bastos a más no poder. Entre eso y un documental del Discovery Channel... ya sabemos quién gana. Ay, qué pena...
ResponderEliminar¡Mañana, fiesta! ¡Bien! Intentaré ir al cine y escribirte. Un fuerte abrazo, colega.
He tardado en contestar porque pienso en los comentarios y en cómo me llegan. Hay sugerencias que me van viniendo a medida que los leo y releo así como cuando me pongo a contestar. Hablas de esas pedorras protagonistas de estos programas: vividoras afortunadas, no Fortunatas, del cuento y la sobreactuación. Yo no pude soportar que cuando murió la hortera de la duquesita El País le dedicara ocho o diez páginas si no fueron más. O que los noticiarios estuvieran veinte minutos hablando de ella. Otra pedorra más. ¿Cómo es posible esto? No decían nada porque no podían decir nada. Detrás de aquel engendro no había nada relevante. Pero se había convertido en un icono de Sevilla y por extensión de Andalucía, de esa que vota izquierdas con ERES y procesiones y rocíos. A eso se lo llama "cultura andaluza". Mis hijas combinan el visionado de programas estúpidos con otra cultura de mayor empaque. No lo entiendo. Tal vez sea el factor relajación que suponen, liberador, tal vez.
EliminarYo me evado pensando (en la medida de mis posibilidades que no son muchas). Me relaja imaginar, escribir comentarios, posts, pensar fotografías, caminar. No soporto estos fenómenos: cuando las veo gritar pienso en su pobre vida, en su unidimensionalidad. Pero ¿qué importancia tiene en cómo se viva si uno lo hace para sí mismo? A uno le relaja la Pantoja y sus vicisitudes, las andanzas de Belén Estebán. A Ana María Matute, que sí que era de mi cuerda, le relajaba tomarse un vaso bien lleno de ginebra o whisky (pero no le dejaban sus hijos). De todas maneras, toscos y exquisitos vivimos de distinta manera pero nos morimos igual y luego somo indistinguibles. Pura humanidad.
Me ha encantado Birdman.
Un fuerte abrazo, Yolanda.
Yo estoy de acuerdo con Dunia, se puede ver telebasura y leer literatura seria, no hay contradicción alguna, yo lo hago y no me siento raro para nada. La telebasura es despejante, te pones delante de ella, sin implicarte para nada, y estoy seguro que tu nivel de extress puede llegar a bajar, te olvidas de los problemas que te rondan por la cabeza aunque, por supuesto, solo es algo temporal. Es como un sedante, para el que le funcione. Habrá otros que les crispe, o les indigne, también lo veo normal, pero en muchos casos que la indignación es más bien ideológica que real, queda muy mal decir que ves según que cosa.
ResponderEliminarNo puedo comprobar este extremo que aportas: que la telebasura puede despejar del estrés. A mí desde luego no. Me suscita en pequeñas dosis admiración de que pueda ser exhibida de tal modo la zafiedad sin ninguna contención. No juzgo a quien la ve. Cada uno tiene pulsiones sexuales de algún tipo y lo peor sea tal vez no tenerlas de ninguno. La frigidez y la impotencia son tristes. ¿No fue Lorca el que dijo que había que meterse en el barro para sacar la azucenas y llevárselas al pueblo? Hay estéticas puras y las hay impuras. La poesía oscila entre una y otra. Hay quien es partidario de la selección y la estilización como modo de visión estética y otros de la acumulación, el sentimentalismo y el mal gusto. Y también quien mezcla ambos extremos. Nuestro tiempo no es clásico. Lo que sé es que no iré a ver "Cincuenta sombras de Grey" pero me hacen gracias esas muchedumbres de féminas que, cautivadas, van a hacer cola para verla. No lo entiendo, pero ¿quién soy yo para entender todo. Cuanto más conozco al ser humano, más lo desconozco.
EliminarLa foto de la entrada es la más fea de todas que he visto en tu blog. Da miedo. Es la foto de una persona fea, no solo físicamente. Parece un sapo (pido disculpas al noble anfibio), a quien no hay príncipe/princesa que bese. A lo mejor por eso se vende tan bien...
ResponderEliminarNo sé si estar de acuerdo contigo. Sin duda, no es una imagen hermosa, pero ¿has observado el rostro de las gentes en una playa? La belleza es una invención del photoshop y de la fotografías de modelos. La gente en su inmensa mayoría es fea, llena de defectos, poco armónica. Los modelos de estética son cosa de barbies y fotos retocadas, y aun así no son demasiado hermosos. Soy muy aficionado al retrato. Fotografío a la familia, a mis alumnos, a mis hijas. En mi planteSamiento procuro sacar la verdad interior de los fotografiados. Pero considero que la belleza es una impresión parcial y subjetiva. Lo real es que somos bastante feos aunque nos cotejamos con los modelos que nos impone la industria mediática. Yo no tengo nada a favor de Belén Esteban. Me es totalmente indiferente. Tampoco tengo nada en contra. Es una vividora. Otros son políticos y también son vividores. Entre mis alumos los hay también vividores. Esta foto es expresión de una centésima de segundo, captada en una expresión poco favorable, con una luz muy dura. No sé si se puede recibir como resultado del análisis de su alma. Tal vez necesitaría alguien que la fotografiara con ternura, en momentos de bajada anímica o de no impostación ante las cámaras.
EliminarEn todo caso, su imperfección la hace humana, igual que esas mujeronas rechonchas de las playas y las peluquerías, a esos calvos barrigones de cerveza, a esa plebe poco agraciada que constituye la realidad humana. A mí me encanta el retrato porque revela en parte un misterio extraordinario. El rostro es la mejor máscara jamás moldeada. Nada hay más equívoco que el rostro. Estamos acostumbrados a que asesinos sanguinarios fueran descritos por sus vecinos como "personas normales". Los etarras que asesinaron a diez, veinte, veinticinco personas salen a la calle y siguen viviendo confortados por el apoyo de los suyos. Y sus rostros ¿qué decir de ellos? Neutros. Nada refleja en el ser humano su verdad, su bondad, su generosidad, su maldad, su avilantez, su crueldad. No podemos condenar ni exonerar a nadie por su rostro. Creo yo.
Hace poco publicaron dos fotos de Belén Esteban (la "princesa del pueblo" apodada, por cierto..., del pueblo demasiado llano será..., puro yermo, vaya...) y se veía con claridad lo que sucede cuando hay una sobreexposición mediática tan zafia como la suya. La visión de esos programas, pura pornografía emocional, son, al menos para mí, una humillación por la que me niego a pasar. Es cierto que resulta imposible que no te lleguen noticias de ese mundo de los exclusivistas que tan bien, algunos, se ganan la vida (y el futuro olvido), pero ir a buscarlas me parece una actividad denigrante. Otra cosa son, por ejemplo, la encuestas en la calle, cuando se pregunta a los seres anónimos por cualquier cuestión, que es una de las facetas del periodismo informativo que más me gusta. ¡Horas!, me podría tirar viendo esas entrevistas mínimas, fugaces, ¡y tan reveladoras!, a nuestros conciudadanos. No niego, por otro lado, que no haya una suerte de perversión moral en la contemplación de la ciénaga, y que, a veces, contemplar una simple parcela tenga un profundo interés humano, desde el punto de vista del curioso observador que pretende entender lo que le rodea. Aun así, incluso hay categorías dentro de ese gran basurero al que me refiero. De Gran Hermano nunca he visto más allá de los tres minutos que algún canaleo en horas bajas me deparó en el estreno del programa, allá en sus inicios, sin que aún la MIlà no se hubiera engendrado (de engendro, claro). Ahora me siento, si aparece por equivocación en pantalla, como un reo ante el pelotón de fusilamiento. No hace mucho me detuve cinco minutos en la tribu de los echadores de cartas nocturnos y me pareció inconcebible que aún, en el XXI, la superstición fuera el modo de respirar de, quiero creerlo, una minoría. Las revistas dedicadas al famoseo como profesión constituyen una avalancha de imágenes que siempre me han parecido la primera versión del show de Truman... De hecho, un cuento que no llegué a escribir consistía en la vida de unos actores de publicidad que vivían eternamente en el rodaje de un anuncio, e iban envejeciendo, como quien dice, sin salir de él, pero, al modo marmoteño, rodándolo hasta la condena de la saciedad... Nada humano ha de sernos ajeno, por supuesto, pero ¿también lo inhumano?
ResponderEliminarPlenamente en consonancia con tu rechazo de este tipo de programas. Rechazo estético y político. Sin embargo, recuerdo ahora un libro de pensamiento de José Luis Pardo, Nunca fue tan hermosa la basura en que reflexiona sobre este fenómeno contemporáneo de refocilarnos en lo feo, en lo deforme, en lo banal, en lo pútrido, en lo escatológico, en lo pornográfico. Pero no hay que irse solo a los programas de telebasura. Tenemos la política como recreada expresión de la basura ante la que nos levantamos cada día. Es posible que la contemplación de la belleza sea desde el punto de vista neoplatónico un modo de elevación espiritual que nos lleva hasta una cierta concepción mística o religiosa de la belleza. Sin embargo, la belleza y su admiración ha sido siempre minoritaria. Es posible que los grandes monumentos del pasado: las catedrales, las pirámides, las sonatas, la gran literatura, la pintura ... sean lo que ha quedado. Pero pienso que las sociedades en que nacieron no necesariamente se identificaban con ellas. Los ilustrados dieciochescos rechazaban con aversión a la plebe tripicallera y sus gustos, sus supersticiones, su confusión, su barroquismo abrumador y propugnaron el buen gusto, el equilibrio, las normas, una cierta concepción de la belleza clásica. Pero esto nunca fue del gusto del pueblo que lo consideraba frío y desalmado. La plebe no es clásica ni minimalista. Me viene a las mientes la figura de la duquesa de Alba, no sé cuántas veces grande de España y prodigio del mal gusto y la estética horrísona. Pero fue admirada por el pueblo como ejemplo del sevillanismo más puro. Sus funerales fueron ominosos. Cantada por la derecha, el centro y la izquierda que no se atrevió a oponerse y denunciar que era una gran terrateniente explotadora, igual que no se ha opuesto a ese mundo de procesiones, rocíos, cachorros, macarenas ejemplos del gusto popular y el barroquismo sentimental que alienta también esa propensión hacia la ciénaga que denigras en estos programas. El pueblo es barroco. Solo las élites son clásicas. Al menos en España. Y el barroco es sobre todo mal gusto, pornografía, acumulación, sentimentalismo en cantidades brutales...
EliminarQue exista la vulgaridad es inevitable y que haya programas que la endosen al ciudadano (que la reclama), debe ser cosa de estos que llamamos libertad.
ResponderEliminarSin embargo no la soporto más de dos minutos. No me considero refinado ni superior, simplemente es que creo que hay temas más urgentes e importantes y otra forma de divertirse que además engrandece el alma (o lo que sea). Valores como el Amor, (con mayúscula), la solidarida, el servicio a los demás la belleza... se dejan a un lado para revolcarse en la ciénaga de las miserias de los demás, (¿para no ver las nuestras?, ¿para poder decir que todos somos iguales o no sostros superiores?)
Todos tenemos que defecar, pero no estamos hablando de proma cruda y permanente sobre nuestras heces
Buen finde
Creo que has expresado bien lo mismo que siento yo cuando recalo por azar en alguno de estos programas cuya audiencia me es un misterio, pero haberla, hayla. La coprofilia es una suerte de pulsión sexual. No sé si están conectadas dicha orientación sexual y la telebasura. Es un tema a reflexionar. He observado dicha coprofilia en diversas manifestaciones cinematográficas y fotográficas, así como en relatos de tinte pornográfico. Puede ser que la telebasura tenga mucho de ello. De potente sustitutivo sexual. Otro es el deporte, la comida, la violencia ... Para otros es la abnegación, la belleza, el Amor, la solidaridad, la entrega. No sé, los seres humanos son extraños. Cuanto más los observo, más me sorprenden.
EliminarLa literatura es el arte del bien escribir. Aunque el tema de fondo sea Belen Esteban y compañía. Hay fondos aún más sórdidos en las geniales obras literarias del realismo. Pero Galdós era un genio. También me sirve de ejemplo el ínclito y fuera de serie Valle Inclán (otro genio); modernista y retratista de esperpentos. Por no irme a la picaresca, o al mismísimo Cervantes.
ResponderEliminarLa literatura es una cosa. Gran Hermano es otra.
Fondo y forma.
Unir ambas temperada y afinadamente puede producir buena literatura.
Ambas por separado no son literatura.
Belen Esteban es un esperpento, pero Valle Inclán ya hace tiempo que se murió.
Un fuerte abrazo.
Gran intervención, Miguel, mencionando a Valle Inclán que tomó personajes degradados del Madri cañí como la Lunares, la marquesa del tango, la Pisabién, don Latino de Hispalis y multitud de personajes más y los agitó para dar una obra clásica como Luces de bohemia. ¿Hubiera sido posible esta obra sin el conocimiento de estos ambientes llamémosles cutres, cañis, castizos, las tabernas, las obras de Muñoz Seca y las noveluchas de la cultura popular de su tiempo? Valle era un estilista depurado cuando quería, ahí tenemos las Sonatas o La lámpara maravillosa; pero también era conocedor de todo tipo de registros por degradados que fueran. Era un oyente con un oído muy fino, como Galdós, como Cervantes. No los imagino a ellos totalmente alejados e impermeables a estos fenómenos que de alguna manera hubieran integrado en sus obras. Aldonza Lorenzo era machuna y olía a ajo, tiraba la barra como el más esforzado zagal de la comarca, pero Don Quijote la trasmutó en la más hermosa dama que han alumbrado los siglos. Tal vez alguien pueda convertir a Belén Esteban en la más delicada y exquisita de las estrellas de la televisión. Para ser precisos, los pedos de Aldonza y Dulcinea olían igual.
EliminarSí, Valle Inclán murió antes de empezar la guerra civil, así se tuvo que ahorrar el desgarro que supuso. Y nadie lo ha reemplazado a aquel fabulador prodigioso. ¿Sabías que no se puede hacer la biografía de Valle? Fabuló tanto que es imposible deslindar qué es cierto y qué no. Ni siquiera sabemos con claridad dónde nació: si en A Pobra do Caramiñal o Vilanova de Arousa.
Cuando mi mujer cayó enferma de cáncer de mama , alguna tarde me tragaba sálvame, insufrible para mí , pero ella me decía que lo tenía ahí, de terapia, como ruido de fondo, para no dormirse, para no pensarse.
ResponderEliminarHas introducido algo relevante. La música de estos programas, peculiar, inequívoca. A ti te resulta insoportable, pero a la persona que más amas le ayudaban a no pensar. Yin y yang. Es un modo de pensamiento necesario y oportuno como pocos. Lo que a unos les sana a otros los enferma. O si no les sana, les ayuda simplemente a no pensar en esa maraña ruidosa de fondo que puede resultar como una compañía cálida. No sé qué haré cuando esté enfermo. Algún día será. O cuando sea anciano. Paso todos los días delante de unos bajos en que se ve el interior de una casa. Allí siempre hay un anciano en un salón desordenado. Siempre tiene puesta la televisión a todas horas. Yo lo concibo como el peor de los suplicios, igual que en los hospitales cuando se comparte habitación y hay siempre quien quiere tenerla encendida aunque la otra persona abomine de ella. Yo elegiría el silencio o el sonido de la cadena SER, pero nunca la televisión. De pequeño era adicto a ella, pero me he alejado totalmente.
EliminarPuede que estos programas hagan simplemente compañía, quién sabe. O solo ayuden a no pensar.
No veo problema en alternar los dos registros o los dos mundos, pero sí cuando el vulgar es el único, por poco exigente y morboso. Si los alumnos y profesores transitan por diferentes facetas, genial, si solo ven telebasura y no leen buenos libros, tendremos un riesgo serio de tener cerebros embotados. La cultura popular y la basura pueden servir de escape y de contraste, incluso de referencia para acercar un clásico, pero por sí solas no alimentan la mente, sino que la embrutecen
ResponderEliminarMe pregunto por qué podemos desear ver ese tipo de programas y a la vez ser lectores de gran literatura. A mí me cuesta ver algo que no tiene una mínima calidad estética. Me aburre. No sé cómo puede ser la estructura mental de alguien que solo ve telebasura y cuyos modelos son solo esos. Sin embargo, hay mucha gente normal que lo hace. Tienen millones de espectadores que no son especialmente malas personas. Puede que sean jubilados, amas de casa, parados, cajeras de Mercadona para relajarse de la carga y el estrés del trabajo, camioneros o mil y una profesiones más. Supongo que es mejor ser espectador de estos programas y haber leído El rey Lear o Antígona de Anouilh. Me pierdo. La distinción entre Cultura con mayúscula y la llamada cultura popular es a la vez tajante e imprecisa. En su confluencia y sus lindes ocurren cosas, ciertamente. Cuando se ignoran totalmente puede haber un problema de falta de referencias.
Eliminar