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lunes, 28 de diciembre de 2015

Tentáculos afilados en Navidad



Avistamos con tentáculos afilados
el futuro que seguro llegará,
mas los insectos que habitan
el alma chillan más y no podemos
escuchar las voces de los desesperados
que pugnan por llegar hasta
la cruz que preside el pastel de arándanos
que nos preparó nuestra madre
el día en que iba a entrar en el horno
crematorio, bien peinadita,
con su gran oreja izquierda,
enorme como nunca se le había visto antes.
Los parias buscan una tierra
de promisión que los redima
de los excrementos de la historia,
desencadenados por el hombre de corbata
de seda y camisa alba.
Temibles en nuestra melancolía,
nadie nos iguala ni siquiera fumando
la pipa de la paz, rodeados de gentiles
muchachas con sus sexos rotos
y llenos de sangre.  
¿Y mi padre? Buscando su coche gris
en la noche de Zaragoza,  
matrícula de Bilbao 18769,
en las portezuelas de los cabarets
por donde él rondaba noche tras noche
en su vida de señorito
y luego pasaba para ver si la lucecita
estaba encendida o no
para subir a tomarse el último whisky
con la puta que lo esperaba
y su hijo que dormía soñando
que era otro en otro lugar más hermoso.    
Siguen entrando uno tras otro
en barcas que se hunden
en vísperas del invierno
en que sucumbirán muchos niños
y nosotros, ufanos, cenaremos
turrón y vino dulce
antes de ir a la misa del Gallo
el día de Nochebuena.
Las nubes envuelven la travesía
de las barcazas cargadas
de muchedumbres
que anhelarían nuestros dulces
con almendras
y la música que los envuelve,
a modo de villancicos, en ansia
de justicia multicolor.
Es difícil ser hombre
y no sentir vergüenza
de existir: como yo la sentía
cuando me contemplaban
mis compañeros
y me aplastaban
cuando llegaba el plenilunio
y los calamares se apareaban
con voluptuosidad afanosa.  
Todo se mezcla, en una pleamar
de sentimientos ávidos de veneno
y muerte cuando la cosa se pone
definitivamente oscura.
Mirarles fijamente a los ojos cuesta
y no sentir el puñal
del dolor clavado
en las sienes mientras
unos y otros devanan
la madeja de lana
y se cuentan el último episodio
de Star Wars.



sábado, 26 de diciembre de 2015

Balada alegre en el día de San Esteban


La soledad es tan hermosa
como un pájaro silencioso y lleno
de grandes ideales que vive
intensamente su agonía
en tardes sempiternas de domingo
en que no hay nadie en las calles
y todo es silencio de estrellas moribundas.
El hombre vive en soledad
sus momentos más grandiosos:
por ejemplo morir en un bello paisaje
de espacios inmensos
cuando mi padre me llamaba imbécil
porque no quería ponerme la bufanda.
No obstante, hubo libros seductores
que leí en aquella misma habitación
en que la luz brillaba toda la noche.
Me encantaban los libros
sobre la guerra Mundial,
y yo me abalanzaba en un stuka sobre
las arenas del desierto en que una flor crecía
tristemente de madrugada
y los enemigos clamaban ateridos
para que los ampararan antes
de que llegara Pentecostés.
Así me moldeé yo: en la incerteza
y la carencia de orden planetario.
Viviendo como niña atónita ante la vida
que se abría como una dalia enmarañada
y sin demasiada belleza: era oscura,
trágica. Le faltaba todo para ser una flor.
Tal vez no lo era y yo me lo imaginaba
en aquel verano que bebía horchata,
leyendo y leyendo sin parar.
Todo aquel tiempo vuelve como una rueca
envenenada, pero no soy la bella durmiente
ni Raskolnikov en su acto tan hermoso.
Todo crimen lo es en su pureza
de ansia insatisfecha de cervato
atemorizado ante el fuego.
Yo solo leía aventuras
en que imaginaba seres
más bondadosos que los que el universo
de lo real me ofrecía.
La ficción siempre era más amable
que la vida y Cristo agonizaba
-ya sabemos- preguntando a su Padre
que por qué le había abandonado.
Sí, ¿por qué abandonaste el corral
lleno de niños en que todos comíais
sin vergüenza ni miedo?
Todo surge en medio de la torpeza
y el desasosiego.
Y yo, ahíto de turrón, gloso
a las 12.39  el orden moral
de los bonobos,
tan amorosos en la selva
que estamos devastando
para nuestras flores de plástico 
satisfechas con su propio delirio.   

viernes, 25 de diciembre de 2015

En el portal de Belén hay estrellas sol y luna ...


Nadie comprende nada: 
caminamos por el aire como pájaros
sin espuelas, 
y los ricos enhebran sus rizos dorados
con el runrún de las cajas fuertes
en que guardan sus pasteles de amarga crema. 
Y yo, hoy enredado en las palabras, 
salto inequívoco hacia la estrella puntiaguda
que tiene siete vértices morados. 
(Mi padre, entubado en la habitación del hospital,
junto a un pterodáctilo naranja). 
Dulces sueños, dulces siempre en las eternas
tardes de domingo de mi infancia en que lloraba
aturdido de dolor y de sombra. 
Las hormigas ahuyentaban mi sueño
en el parque del Batallador 
mientras mi novia subía a una bicicleta
con ruedas de esparto
y yo, acuciado por el deseo, 
anhelaba el olor del himen 
cortado en láminas 
y ofrecido triste a la memoria de Franco.
¡Oh, altar que viene a mí, 
agudo como un cuchillo enterrado en el barro!
Y la niña con su consuelo azulado
me acariciaba los párpados 
cuando lloraba en su buhardilla
de la calle que hacía esquina con la mía.
Fue el tiempo lejano y próspero 
de la infancia, eterno y  huidizo
como procesiones de Semana Santa 
a las seis de la tarde entre los cirios amarillos
que humeaban frenéticos
implorando a dios que lloviera
para anegar la tierra y fertilizar las heridas
que surgían cada primavera. 
¡Oh, Cristo, que naciste en Nochebuena!
¡Qué gozada tus meneos certeros de cintura
y tus puñales de sombra agazapada!
Ayer celebramos tu nacimiento
en un portal lleno de desechos industriales 
y roedores sedientos de dolor de los niños
que se confunden de día y vienen a morir
cuando es viernes, sin saber que están equivocados.
Y yo me alzo incólume,
como un prodigio de estirpe venida a menos,
para acariciar con mi aliento al niño, 
que ha nacido entre las pajas
en un solsticio de hembras turbadas 
por el calor del miembro arrogante de un cochero
millonario. 
Sí, es el día. Es la santa noche
de olivas y de cardos, 
que surgen estremecidos 
alrededor del niño encantado. 



jueves, 24 de diciembre de 2015

Feliz Navidad


Feliz Navidad
es un mensaje escueto, nítido,
abierto para hombres a los que les gustan las avellanas,
pero no para los que navegan en otoño.
Papá Noel es un sátiro verde
que acecha el sueño de los niños
para colmarlos de desdicha.
El niño Jesús llora impotente
en su portal junto a millones de pastores
desesperados que querrían cruzar el mar.
La Virgen María grita a los ojos de los murciélagos
pero estos no pueden sentirla por la tarde.
Mi padre murió y lamentó cada navidad
que tenía que escuchar el discurso del Rey.
Yo tragaba sables y jugaba con las lagartijas
en la cama de arena junto a ella
que dejó de estar allí cuando cumplí siete años.
Feliz Navidad
es un deseo claro de amistad y hermandad
para todos los rinocerontes que vagan por la playa
en la noche del trópico de Cáncer.
Navidad, dulce navidad,
preñada de mazapanes y huesos en la herida
que supura sin cesar cada veinticinco años,
y los leones rugen en la playa
cuando ven llegar al viejo pescador.
El mundo es el que es: sórdido y oscuro
pero en navidad todos comemos turrón
y levantamos las copas brindando
por las pirámides de Egipto
clavando cuchillos silenciosos en la tabla
de piedra que nos engulle silenciosa.
Feliz Navidad,
los Reyes Magos iluminan con su ira
el oriente que está llegando
y Jesús ríe sarcástico, sabiendo
que todos vamos a lavarnos al río
que no deja de fluir.
La vida es un estuche de papel brillante
y los pastores crepitan horrorizados
por la noche que no tiene estrellas
y la luna ofrece su ángulo más femenino.
Feliz Navidad a todos los hombres de
voluntad certera y corazón hermético.
Os deseo un  próspero año nuevo
en que todos vuestros deseos
se conviertan en azúcar
refinado y gritemos juntos
alborozados que la navidad ha llegado
una vez más para irse de nuevo
sin dejar una moneda
a los mendigos que llegan a nuestras puertas.

Feliz Navidad.

lunes, 21 de diciembre de 2015

Más se consigue con miel que con hiel


Hoy hemos celebrado claustro de profesores, el de final de trimestre. Se han abordado diversos temas prefijados en la convocatoria. Lo normal. Sin embargo, uno de los puntos merece mi consideración para hacer una pequeña reflexión. Ha sido la intervención de uno de mis compañeros la que me sirve para darme cuenta de algo que es evidente en nuestra relación con nuestros alumnos. Le tocaba al coordinador de bachillerato hablar durante unos minutos que han sido finalmente desagradables y tensos. El citado coordinador, vamos a llamarlo Amancio, tenía quejas sobre los profesores que, a su juicio, no cumplían con sus obligaciones y no daban muestras –según él- de profesionalidad en su ejecutoria burocrática en bachillerato. No se trataba de si daban bien o no sus clases, no. Se trataba de aspectos que afectan a la organización del mismo. El problema es el tono agrio y decididamente sarcástico que ha utilizado para la dura admonición que ha dirigido al claustro a modo de queja inspirada por Girolamo Savonarola para castigar con su látigo a los relapsos y pecadores. Su argumentación sarcástica acusatoria desde una posición de cierta superioridad moral era realmente muy molesta. No digo que no tuviera buena parte de razón en lo que argumentaba pero el tono estaba lleno de acidez y un sentimiento presuntuoso que lo hacía ineficaz.

Uno podía sentirse amedrentado, señalado, acusado y herido por cómo lo decía pero no era un motor de impulso para hacerlo mejor, sino para sentirse tenso en el silencio de la sala solo atenta al vinagre que explotaba en ráfagas de indignación moral que parecía gozar en esa situación de foco cenital. Todo el mundo ha de tener cinco minutos de gloria. En este caso han sido diez. Me pregunto si utilizará Amancio este tono sarcástico para argumentar con sus alumnos. Me pregunto si se pondrá en una posición de presunta superioridad intelectual para demostrar la ignorancia, cual Sócrates petulante, de sus alumnos.

Esta es la anécdota mínima que da base a mi reflexión. Leí una vez en la Ética Nicomaquea de Aristóteles que el problema no es enfadarse, eso es sencillo, el problema es determinar con acierto con quién enfadarse, en qué circunstancias, con qué tono, de qué manera y por qué. No sé si es exacto porque cito de memoria. Sin duda nuestro compañero, aun llevando un noventa por ciento de razón, lo ha hecho mal, se ha dejado apoderar por la ira y el desprecio para aventarnos unas observaciones de modo muy agresivo. No ha sido eficaz. Me pregunto si nosotros como profesores tenemos claro esto. La ira, el desprecio, la mirada altiva respecto a nuestros alumnos, si los tenemos, nos hacen perder la inmensa mayor parte de razón. Ha pasado el tiempo de los púlpitos en que nos hacían pasar por pecadores alentándonos el sentimiento de culpa. Hoy día los seres humanos somos más receptivos a un tono mesurado, fundamentado en razonamientos sólidos, que a un tono exasperado que revela una ira interior no resuelta. Es difícil a veces no perder la mesura. Puedo entender que hay motivaciones muy fuertes como presiones laborales, agotamiento, frustración personal, disconformidad con la vida, hartazgo de errores ajenos, que pueden hacer que nos desbordemos emocionalmente. Hoy he visto sencillamente que no es eficaz. Las palabras contenidas de la directora han tenido más fuerza argumental que la explosión de ira que la ha precedido. Amancio se ha negado a disculparse. Se encontraba tan lleno de fuerza moral que no ha entendido que toda la había perdido por la ira con que nos ha hablado.

Y ya lo dice el refrán. Más se consigue con miel que con hiel.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

El profesor, más cerca de Jung que de Freud...


Lo que he aprendido como profesor durante más de treinta años es sencillo: nunca estar satisfecho, nunca creer que se tienen todas las claves porque se tenga mucha experiencia en el tiempo. Un profesor es siempre un aprendiz en todos los sentidos. Su trabajo es evanescente. Es como trazar una línea en la arena junto al mar. Totalmente transitorio, precario, impredecible. El profesor debe ser una persona del tiempo que está viviendo. Esto es importante. No puede quedarse atrás por pereza o falta de ganas de adaptarse. Su trabajo exige una permanente adaptación al tiempo histórico y existencial del momento. Debe leer la prensa, conocer los avances de la ciencia, la cultura y la tecnología. Tener conciencia de los grandes desafíos de la humanidad, de sus lacras, de sus injusticias. Debería ser un hombre o mujer comprometido con su alumnado, con su realidad, con sus circunstancias, que se insertan en un momento dado de la historia. Y como todo momento de la historia es efímero. Su filosofía tiene más que ver con Heráclito que con Parménides. Todo está en perpetuo estado de transformación. Un día no es igual a otro día, un curso no es igual a otro curso, los adolescentes no son siempre iguales, los profesores no son siempre iguales a sí mismos. El profesor está mutando, igual que sus alumnos. La cuestión es sincronizar ambas mutaciones. Si se produce el encuentro, las cosas funcionarán por un tiempo. No es una garantía para nada. El profesor debe seguir buscando a los sujetos de su materia que no permanece estancada en un saber consensuado y fijo. No. 

"Las palabras que mejor definen la educación son dinamismo, cambio, transformación. Fuego".

El profesor y los alumnos son viajeros en el tiempo. No puede haber miradas atrás. No sirven. Solo miradas al presente para intentarlo comprender o, si no, al menos, acercarse a su latido. Miradas al presente y un presentimiento de futuro. ¿Qué es hoy? ¿Qué puede ser mañana? ¿Qué necesitarán estos muchachos en veinticinco años de lo que yo hoy les estoy ofreciendo? ¿Qué necesitan retener? ¿Acaso hay algo inmutable que deba ser para siempre? Sí, un instrumento, el lenguaje. Este sirve para abrir los ojos ante el mundo, para transformar lo dado en algo potencialmente deseable. El lenguaje en cualquiera de sus vertientes nos ayuda a desentrañar la madeja de la incertidumbre. Somos profesores de lenguaje, de lenguajes, en muchas áreas. Este es el instrumento de nuestra profesión. Atados al tiempo que no cesa. 

"Un profesor y un alumno se ligan espiritualmente en esa búsqueda incierta. Y utilizan el lenguaje para encontrarse. Dos perspectivas vitales distintas pero que logran sincronizarse en el frenético devenir de los días". 

No hay detención posible. Solo implementación de futuro en un construir instrumentos que nos liguen al cambio, imposible de detener. El profesor que se detenga, que no pueda seguir, quedará anclado a la pata de su cama. Y se perderá el horizonte de lo que vendrá. El profesor en cierta manera es un pequeño filósofo que no sabe solo de su materia sino que se interroga constantemente si es correcto lo que piensa. Vive en un proceso metacognitivo en que es también un salvaje que alienta a sus alumnos a danzar con el torso desnudo y antorchas encendidas en un rito de iniciación y gritos de esperanza en el amanecer que será siempre otro: ¿podría ser de otra manera? Los hombres salvajes y nosotros tenemos mucho en común, y esto debe proyectarse en nuestro modo de dar clase. La clase es una asamblea de emociones y el profesor abre su corazón y su mente delante de sus alumnos para que ellos también puedan hacerlo. En cierta manera es una tribu presocrática que celebra los rituales de hermandad en un conocimiento que se está transformando. Los guerreros necesitan elixir para seguir cazando en las llanuras que serán su futuro. El profesor no debe ser necesariamente un asceta ni una esfinge. No. El profesor también se unirá a la caza. Su acción se desarrolla por la exfluencia, un concepto que expresa la mezcla de tiempo y conocimiento mediante un proceso de acercamiento mutuo.

Ser profesor es un desafío, una forma de dar un hachazo a la selva primigenia donde todo estaba confuso y los seres humanos se hundían en las ciénagas. Hace milenios logramos salir de allí y desde entonces seguimos caminando de un anochecer a otro, de un día a otro, que nunca son iguales, que siempre tienen tonalidades distintas.

Estamos más cerca de Jung que de Freud. 

"Parece una situación sencilla esa de entrar en un aula y mirar a los ojos a los alumnos y decir... ¿decir qué?"


Eso debe ser diferente cada día, cada año, cada estación. El tren no se detiene y avanza implacable. Cuando se está cansado, uno debería irse a la montaña y dejarse devorar por las alimañas como en La balada de Narayama. Tal vez después del sueño, surja de nuevo la pasión de enseñar.

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