He leído en un titular de El Mundo esto: la vida y el arte tienden a parecerse.
Lo dice la actriz francesa Juliette
Binoche. Me he quedado pensando sobre esto. ¿Es cierto que el arte y la
vida tienden a parecerse? Es conocido el aforismo de Oscar Wilde que expresa que la
vida imita al arte más que el arte imita a la vida. Sin duda son dos
apreciaciones distintas: la presuposición de que el arte imita a la vida viene
de la mímesis aristotélica y es el
fundamento de la concepción realista del arte. Es la que atrae a mis alumnos
que quieren encontrar en los libros que leen, o en el arte que contemplan, la
idea de copia de la realidad, de imitación de la misma. Sin embargo, con los parnasianos
se propuso la idea de que el arte era diferente a la vida, y defendieron el
arte por el arte, sin cotejo con la vida real y concreta. Los simbolistas
añadieron la visión de que lo poético, las imágenes poéticas encubren una
significación oculta que está detrás. Son símbolos de una realidad subyacente y
misteriosa a que solo tienen acceso los iniciados, los buenos lectores. Los
surrealistas en buena parte continuaron con la idea del arte como revelación de
lo oculto, de lo subconsciente. Así los símbolos oníricos son expresión de algo
más profundo, que existe en otra dimensión que es esencialmente poética, la de
nuestra psique oculta, la que desconocemos incluso nosotros mismos.
Pienso en Adou O., un niño costamarfileño cuya imagen en el interior de una
maleta ha dado la vuelta al mundo al ser revelada por el escáner fronterizo. Es
la imagen que ilustra el post. ¿Por qué nos ha conmocionado tanto y por qué ha
desatado tal seguimiento de la noticia si su caso es uno más como tantos y
tantos que día a día se están produciendo y que no nos conmueven? La imagen de Adou O. en el interior de la maleta es semejante
a la de un feto en el interior de la placenta, tanto en la forma en que está
encogido –en posición fetal- como por el color de la imagen –un tono anaranjado
combinado con las líneas verdes de objetos metálicos-. La situación posee una
proyección simbolista: una maleta común, como millones de maletas, es mostrada
en su interior, y revela la presencia de un niño. ¿No es como los símbolos? Una
realidad oculta se expresa solo para los ojos de los iniciados, en este caso
todos los que hemos asistido a la anagnórisis
o reconocimiento del niño oculto. Aristóteles
vinculaba este procedimiento, la anagnórisis,
a la tragedia, y es en efecto que todos los que vemos a Adou O. percibimos lo trágico de la situación, su vinculación a la
tragedia del continente negro que se nos manifiesta en esta imagen que nos
golpea. Adou O. no solo es Adou O. Es un símbolo muy profundo que
ha llegado a nosotros más que con la imagen de un niño que no es conocida y no
nos conmociona, con la realidad oculta de algo que no queremos ver pero que
esta vez nos ha golpeado: es la tragedia de África expresada en un duotono
cromático y una imagen fetal. Adou O.
está en el interior de un claustro metafórico, encerrado, constreñido.
Palpitante. Está sumergido en líquido amniótico y parece alimentarse por el cordón umbilical. Las leyes prohibían
su presencia. Su entrada en el fabuloso mundo occidental estaba prohibida. Sin
embargo, él retornó de nuevo a la placenta para poder nacer a este lado. Es ese
el instante en que el escáner lo captó y nos ofreció la imagen de una ecografía
tridimensional. Estaba a punto de nacer y fuimos testigos de ello. La realidad
de ello conecta con el arte simbólico y probablemente no será extraño que algún
artista plástico juegue con la imagen de Adou O. para expresar lo trágico de nuestra dimensión. La de un
mundo que se hunde, que se transforma en feto para llegar a renacer a este lado.
Rápidamente hemos concedido la entrada de Adou
O. para reunirse con sus padres. ¿Por qué? ¿Vamos a permitir que todos los
niños de África ahora vengan en maletas para nacer de nuevo en Europa? ¿Ha cambiado nuestra visión de
que la inmigración descontrolada es un peligro para nuestra sociedad?
Para mí está claro que la realidad ha
imitado al arte, y no el arte a la realidad. Me conforta que pueda existir en
su dimensión autónoma. Tal vez pueda urdirse un relato más de género realista
para expresar el drama del niño y su familia, pero me quedo con la dimensión
trágica, simbólica, amniótica, de Adou O.
Que volvió a la realidad del vientre materno para renacer en una Europa aparentemente rica y próspera. Ojalá
que Adou O. tenga la oportunidad de
crecer y educarse en el mundo de este lado. Por unos días su escáner nos ha
evocado la terrible tragedia de África. Nos ha fascinado, nos ha golpeado, nos
ha hecho sentir la idea de ser mejores de lo que somos. Tal vez necesitemos
nosotros también retornar al origen para descubrir lo que en realidad
representamos: un drama dentro de otros dramas colectivos más amplios. El mundo
se anega en sangre, pero Adou. O.
como Kirikú, venció a la bruja y
llegó a este lado del mar. Que sea para bien. Al final la bruja no era tan mala
y solo estaba poseída por la desconfianza, el miedo, el terror hacia el lado
oscuro.