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martes, 17 de febrero de 2015

Una jornada docente


Una jornada de un profesor es algo especial. Sobre todo si este quiere disfrutar con sus clases haciendo de ellas algo creativo y motivador. Pero el estrés está asegurado. Una jornada que comienza a las ocho de la mañana con dos horas de correcciones y preparación de materiales en el departamento. Luego a las diez comienzo mi periplo docente. Clase de segundo de ESO. El último día estuvimos hablando de la narración, elementos de la misma, tipos de narradores... Plas. Clase como reto. Un texto sin referencia de a quién pertenece. Lo leemos en voz alta. Tienen que localizar a qué obra pertenece, el autor, año de publicación, país de origen, y contestar diversas cuestiones sobre el tipo de narrador, el espacio y el tiempo de la novela. El fragmento es el comienzo de “El guardián entre el centeno” de J.D. Salinger. Ellos tienen un portátil. Que se espabilen. Se trata de ser buenos investigadores y capaces de aplicar la lógica y la conexión de datos que fácilmente encontrarán enseguida. San Google contiene todo. Una alumna lo había leído el año pasado. Los demás localizan fácilmente la autoría pero se desconciertan cuando han de aplicar la lógica, incluso los más estudiosos. El premio de esta prueba es a los tres mejores investigadores y capaces de enfrentarse a un problema intelectual. Silencio durante toda la hora. Concentración. Alguno dice que es muy fácil. Veremos.

Clase de primero de ESO con alumnos de necesidades educativas especiales. Ritmo muy lento. Algún problema de disciplina al principio. Luego consigo ponerles a trabajar. Las diferencias de rendimiento son extremas. Algunos culminan la tarea de reconstruir 26 frases desordenadas y otros ni siquiera han llegado a la segunda o tercera. Olvidan continuamente las contraseñas para entrar en su cuenta de Edmodo. Buen ambiente al final pero las diferencias entre ellos son muy grandes. Alguno apenas pergeña el castellano.

Breaktime para el café. Profesores abducidos por los móviles. Necesidad de desconectar. Frivolidades, bromas, confidencias sobre el pirateo de películas, Dunia sonríe enigmáticamente, en la  tele hablan de el Pequeño Nicolás que se ha ido sin pagar, un simpa que le llaman. No entiendo que un mindundi como este muchacho puede llenar tantos espacios de televisión y, sin embargo, no hablan de la poesía de Pessoa, o de la historia del sexo de Foucault.

Clase de bachillerato. La novela de los años cincuenta. Dar clase de bachillerato es lo más fácil que existe. Hablas de lo que sabes y te escuchan. La resistencia al franquismo. Escribir entre líneas para pasar la censura. La España de la posguerra. Imágenes de multitudes –les proyecto- con el brazo en alto y cantando Cara al sol. También les pongo L’Estaca de Lluís Llach. Les digo que no crean que España era antifranquista. El ochenta por ciento de la sociedad solo quería pan, paz y trabajo y Franco se lo dio tras una guerra demoledora. Franco murió en la cama. No fue derrotado. Rememoro el tiempo en que yo era militante de extrema izquierda cuando tenía su edad. Tenía sex appeal irse a trabajar como obrero siendo universitario. Mis trabajos como camarero y en la construcción. La novela social tiene una intención crítica pero los obreros no leían novelas. Los escritores (Aldecoa, Ferlosio, Goytisolo, Ferres, Matute, Fernández Santos...) son de clase media bien situada. Le dan al pimple y Ferlosio a las anfetaminas. Aldecoa muere joven de cirrosis. Le gustaban demasiado las tabernas. Vivía entre Canarias y Nueva York. La literatura de los años cincuenta se inspira en parte en el neorrealismo italiano. Me gustaría ponerles una película para que lo conocieran. Pero no hay tiempo. Es una mentira que todos los catalanes fueran antifranquistas. Las tropas de Yagüe entraron en Barcelona entre el delirio popular para poner fin a la guerra. La represión antirreligiosa alejó a muchos catalanes de la república. Ana María Matute no es fácilmente clasificable. La novela que hemos de leer es suya: Luciérnagas. La guerra civil en Barcelona. Un cronotopos. Matute no nos habla de buenos y malos. Es el drama colectivo lo que se recrea en esta novela. Fue censurada esta novela por su ambivalencia. Les pondré imágenes grabadas con la escritora. Les cae bien. Era encantadora. No era maniquea. Nunca se definió políticamente. Fue su gran acierto. La guerra civil no es una historia de buenos contra malos. Es una tragedia terrible de un país cainita. Y no aprendemos. Nunca manipular. Saben que fui comunista. Me preguntan si todavía lo soy. Siempre decirles la verdad. No, no lo soy. Pero a los dieciocho años necesitas –entonces- cambiar el mundo. Ahora quieren ser ricos. El dinero no da la felicidad pero produce una sensación tan parecida que es difícil de distinguir. No sé si es de Groucho Marx. Pero yo era marxista del otro lado. Ya no. No creo que el mundo pueda ser cambiado, pero esto nunca se lo confesaré a mis alumnos.

Última hora. Ciclo de cine y valores humanos para tercero de ESO. Proyección de la película El milagro de Ana Sullivan. Un filme extraordinario de Arthur Penn. Es un cine reflexivo en blanco y negro, lento. Pero a muchos les gusta esta película, otros están inquietos porque querrían más acción y color. La primera de la serie fue Capitanes intrépidos de Victor Fleming. Luego les proyectaré Matar a un ruiseñor también en blanco y negro dirigida por Robert Mulligan. Posiblemente también les pasé El niño salvaje de François Trufaut. No quiero ponérselo fácil. Tienen que habituarse a ver buen cine, del que hace pensar. Ese es mi objetivo. Hacerles pensar. Me piden una peli de terror. He pensado pasarles La noche de los muertos vivientes de George A. Romero, también en blanco y negro. Después de la peli hay un foro de debate sobre la misma, una especie de cine fórum, como antes. Cine cinco estrellas. Cine duro y potente.


Fin de la jornada. Vuelvo a casa. Han sido seis horas y media de no parar. Pero estoy contento.

sábado, 14 de febrero de 2015

El éxito de Cincuenta sombras de Grey


Cincuenta sombras de Grey está escrito por la autora E. L. James un seudónimo que encubre a una guionista de televisión que se inspiró en un principio en la serie de Crepúsculo para distanciarse de ella e individualizarse posteriormente. La novela se convirtió desde su publicación en 2011 en la obra más rápidamente vendida (diez millones de ejemplares en seis semanas en Estados Unidos) de la historia, más que Harry Potter. Hasta ahora se han publicado unos treinta millones largos de ejemplares en 37 idiomas. La saga consta de tres novelas que no destacan en ningún caso por su estilo literario. Sin embargo, su éxito es incontestable. Como una saga de autoayuda erótica ha sido calificada esta novela de pornografía suave que desarrolla el mundo del BDSM (Bondage + Sado + Masoquismo) entre Anastasia y el rico empresario Grey que le impone una relación documentada en la que ella debe aceptar el papel pasivo de la sumisión, comprometerse a dejarse ser atada, no mirarle directamente a los ojos, no comer alimentos determinados, permitir ser penetrada en rituales de sumisión que no dejan de tener una aura de romanticismo por la relación que se establece entre ellos. A ello se une que ella no puede hablar a nadie de lo que está viviendo por un contrato de confidencialidad. En esta compleja relación en la que el aspecto sentimental está proscrito, surgirá lentamente el amor entre los dos protagonistas.


La pregunta es por qué seduce a mujeres cultas, casadas y jóvenes universitarias esta novela. Hay quien ha sostenido que es una novela agresiva con la condición femenina a la que reduce al papel de sumisión ante el poder masculino, una relación que es consensuada que quede claro. En esta dirección se ha considerado esta narración como un arma más del machismo para someter la imaginación de la mujer. Desde otro punto de vista se ha enjuiciado como todo lo contrario: como una novela escrita para este tiempo desde el punto netamente femenino, desarrollando una imaginación liberada de la perspectiva masculina que es la que dominaba en el porno. Efectivamente, en los últimos años hemos visto cómo se abrían locales de juguetes sexuales, ropa interior, y estética apta para las mujeres, no como las sórdidos sex-shops a los que acudían exclusivamente hombres. Estos boudoirs son otra cosa. Son delicados y románticos. Y la realidad es que cada vez más mujeres utilizan juguetes eróticos que se han desprendido de la carga negativa que pudieran tener en otro tiempo cuando se llamaban despectivamente “consolador”. Cincuenta sombras de Grey no es una obra literaria en el sentido clásico –está pésimamente escrita y solo utiliza estereotipos- pero sí es una obra sociológica de alto interés que muestra por dónde va la imaginación femenina que se siente seducida por escenas bondage que pierden su componente marginal y enfermizo. El erotismo se basaba en estereotipos masculinos. Con esta obra, las mujeres casadas se despiertan a otro tipo de relación con galanes de ensueño que juegan con ellas a papeles de dominación. Nuestra moral puritana sale y nos lleva a denostar este fenómeno con desprecio como pornografía suave para mujeres casadas mayores de treinta años. Me pregunto si nuestras féminas están cansadas de una relación real que ofrece escasos resquicios para la imaginación. El sexo es fundamentalmente imaginación. El sexo reproductivo sirve efectivamente para traer niños al mundo y todo el mundo sabe cómo se hace. El sexo en su dimensión tántrica es un juego en el que cabe todo lo que tiene que ver con la identidad y el placer dilatado. La pulsión masculina es demasiado rápida. Prescinde del juego erótico, de un escenario y una atmósfera apropiadas. En el sexo se puede jugar con la identidad, con los deseos ocultos y condenados por las ideologías. Una mujer puede desear con vehemencia que se la llame puta y vestirse como tal. Y desear serlo intensamente para la imaginación de un hombre que puede gozar golpeándola si ella lo desea. ¿Habría que sentirse culpable por desear unir el dolor al sexo? Hace años que vi El imperio de los sentidos de Nagica Oshima, película que fue prohibida en Japón. En ella se establece una relación de entrega total y de sumisión de ambos que alternan sus papeles, incluyendo el dolor más extremo, llevado al límite. 

El sexo es un misterio, pero la imaginación masculina es en general pobre. No lleva al extremo el juego por su urgencia eyaculatoria. Tal vez en esta serie y esta película que van a ver masivamente las mujeres hay una reivindicación del sexo misterioso, de ese que prolifera en internet, de ese que establecen algunas mujeres con hombres dispuestos a satisfacer sus fantasías. Y es que tanto juego es la dominación como la sumisión. Hay muchos hombres poderosos que van a salones donde dominatrices les golpean y los someten a pesar de ser en la vida externa ejemplos de poder sin límites. No caben moralismos al respecto. Cincuenta sombras de Grey no es una obra literaria que puede satisfacer a los lectores cualitativos. Pero sí que es un compendio de nueva moral femenina que se aleja de los cánones de la moral y la estética masculina. Eso sí, dudo que las mujeres que van a ver estas películas y leen estas novelas pueden poner en marcha sus fantasías con sus conjuntos. El problema es que se conocen demasiado. El conocerse demasiado es letal para la fantasía. La clave de Cincuenta sombras de Grey es que los protagonistas son dos totales desconocidos que van intimando mediante el juego del sexo. Cuando se conozcan demasiado, se acabará el juego y se hará rutinario pues todo tiende a la rutina cuando se perpetúa en el tiempo. Probablemente podrán compartir más con sus amigas sus fantasías que con sus parejas. 

jueves, 12 de febrero de 2015

Belén Esteban y Emma Bovary


Me gustan las charlas de mi departamento de castellano cuando no tienen que ver con temas académicos. Hay un ambiente propicio al intercambio de pareceres y de puntos de vista. Hoy en unos minutos hemos conversado sobre algo de lo que me gustaría dejar constancia. Una de los miembros más activos del departamento por su intensidad como profesora, su buen hacer y su dimensión humana, vamos a llamarla Dunia, ha comentado que ella veía programas como Gran Hermano VIP donde aparece la ínclita Belén Esteban y demás famosetes que se ganan la vida generosamente por la enorme audiencia que despiertan. Dunia explicaba que no veía contradicción entre ver Gran Hermano y Telebasura y a la vez leer a Ortega y Gasset o La montaña mágica de Thomas Mann. Ha aducido la película de Nanni Moretti, Caro Diario, donde aparece un personaje intelectual que no ve la televisión nunca y solo lee prolijas obras densas y profundamente ideológicas. Sin embargo, creo recordar que en un viaje por azar se pone frente al televisor y ve por primera vez una serie de aquella época, no recuerdo cuál, pero es de suponer que es un culebrón de esos inaceptables para una cultura refinada. El intelectual, en cambio, se queda fascinado por esos personajes y cree ver rasgos de obras maestras que él ha leído y conoce bien. Curiosamente, el otro día mi hija Lucía de quince años me comentaba que estaba leyendo La casa de Bernarda Alba de Lorca, pero que le resultaba conocida pues había visto toda la serie de Puente viejo donde encontraba la misma estructura de una madre dominante, unos hijos rebeldes, etc. Yo no soy de los que ven la tele. No lo hago. No he visto nunca Gran Hermano VIP, pero creo que si lo viera me quedaría fascinado. Me pasa cuando alguna vez he visto de refilón algún retazo de programas del corazón donde se exhibe la vulgaridad en estado puro sin ningún recato. Y, en efecto, me quedo absorbido por esas mujeronas cincuentonas o sesentonas, cargadas de maquillaje, subidas de quilos, que gritan y hablan sin ningún freno sobre las banalidades más increíbles de las vidas de los personajes llamémosles populares. A estas señoras se unen otros llamados periodistas que ejercen su profesión de desnudamiento de intimidades ajenas con una convicción que raya la obscenidad. No puedo verlo mucho tiempo seguido. Me abruma. Entiendo que esa contemplación de la grosería y la vulgaridad tiene un componente adictivo. Cuentan en sus biografías que J.D. Salinger era en su encierro y exilio voluntario un fanático de la telebasura, y se pasaba mucho tiempo al día viendo programas de este tipo donde se recrea la humanidad en sus registros más elementales.

No he contestado a Dunia sobre su capacidad de armonizar la lectura de Ortega y Gasset y la visión de GH VIP, pero me ha hecho pensar. Ella expresaba que era una especie de descarga, de liberación, tanto como el fútbol al que es aficionada y que cree llevar en la sangre. Me he preguntado sobre qué siento cuando veo o leo revistas del llamado corazón. Las hojeo en la espera del dentista. Veo las vidas de esos personajes, sus casas, sus vestidos de fiesta, sus aniversarios, sus natalicios, sus duelos, que proyectan la imagen de que su vida es igual de vulgar que la nuestra. Las veo envejecer, deteriorarse, creerse atractivas, pero uno se da cuenta de que es pura fantasmagoría. ¡Qué prodigio contar trivialidades sin ninguna originalidad como si fueran trascendentes!

Me gustaría saber qué porcentaje de la vida de Dunia está en Ana Karenina o cuánta en Belén Esteban. Cuánta en La deshumanización del arte orteguiana y cuánta en los programas del corazón. Cuentan que Galdós era muy mujeriego y que le gustaban las Fortunatas, mujeres del pueblo, sin cultura, propias del Madrid cañí, pero rebosantes de vida e intensidad como la que expresa Malu para las peluqueras. Luego tuvo relaciones con Emilia Pardo Bazán, suponemos que en un registro mucho más refinado. No tenemos las cartas que envió Galdós a la Bazán, pero si tenemos las que ella envió al escritor canario y donde le llamaba “Miquiño” y “amado roedor mío” y ella le decía que era su rata y que lo quería con toda su alma. Gracias a esta dualidad de Galdós pudo concebir personajes populares como Fortunata y otras tantas mujeres de la calle, llenas de sentimientos intensos o apasionados, tal vez faltos de la exquisitez de otras mujeres mucho más cultas y de clases más pudientes. La vulgaridad es una parte relevante de las cosas. Sin ella no somos totalmente de nuestro tiempo. El desafío es retener lo vulgar y llevarlo hacia arriba. Ver en esos personajes que se agitan en los programas del corazón seres de carne y hueso que viven, sienten, respiran, aman, se traicionan, se retuercen, envejecen con dolor, enferman, cagan y mueren, exactamente igual que los más literarios y profundos. La vulgaridad ha estado presente en la historia del arte. Las novelas de folletín son el contexto necesario de la gran literatura del XIX que bebe de ellas. Hoy solo recordamos a Flaubert, Stendhal, Dostoievski, Dickens, Galdós, Eça de Queiroz, pero hubo en ellos una suerte de acercamiento a los sentimientos más populares y se nutrieron de historias sórdidas, apasionadas, sangrientas, lujuriosas, sacrílegas, vulgares. Otra cosa es lo que hicieron luego con ellas, llevándolas, desde esa alfaguara elemental, a los más altos sentimientos.

Y nuestro tiempo se ha acercado a la vulgar de forma clarísima. El que vive en una urna de cristal separado de la vulgaridad de la realidad lo puede hacer legítimamente, claro está, pero no podrá acercarse al íntimo latir de este tiempo repleto de grandeza y podredumbre, de exquisitez y vulgaridad, de redes sociales que son patios de vecindad donde encontramos toda suerte de banalidades al lado de grandes pensamientos de los artistas y pensadores más elevados.


Tal vez Dunia pertenezca a ambos mundos y eso sea lo que le permite acercarse con tanta eficacia a sus alumnos salidos de la calle, de pisos agobiantes, de familias desnortadas y contrahechas, de sentimientos arrebatados y desgarrados, de penurias económicas, de huidas, de emigraciones, de bailes agarrados, de palabras norteñas cargadas, como hoy me decía una alumna refiriéndose a Don Juan, de promiscuidad.

lunes, 9 de febrero de 2015

La presión de lo correcto


Estoy a punto de dejar la profesión y me siento un aprendiz de gamberro que no puede dejar de sentir admiración por la realidad de la vida en la medida de que puede ser objeto de un reportaje. Me gusta la fotografía. Soy feliz con una cámara y haciendo fotos más o menos afortunadas. Me ayuda a sobrevivir y a añadir ilusión a mis días que terminan siendo en muchos sentidos apasionantes. Pero hoy he recibido unas observaciones amistosas por parte del equipo directivo de mi centro. Los tres miembros del equipo me han hecho reflexionar sobre el último reportaje fotográfico, que he realizado y colgado en Youtube, de mis alumnos con motivo de su salida a la exposición fotográfica de Gervasio Sánchez en el Palau Robert de Barcelona. El tema de la exposición, con textos de Mònica Bernabè, es la situación dramática de la mujer en Afganistán. Es un reportaje espléndido que he visto en tres ocasiones lo que me ha conmocionado, especialmente la primera vez que lo vi. Pensé que mis alumnos de segundo de ESO, entre los que hay bastante muchachos musulmanes, serían unos estupendos visitantes para esta muestra fotográfica. Entiendo que es muy importante subrayar la cultura visual de calidad a la que no es difícil acceder pues estos chicos son más proclives a entender las imágenes que las obras literarias.

Salimos con ellos dos profesores. Los chicos se portaron bastante bien. Yo diría que muy bien teniendo en cuenta que son muchachos de calle más que de biblioteca. Yo llevaba mi cámara fotográfica y realicé con ellos un reportaje sobre su viaje en metro y su asistencia a la exposición registrando sus reacciones, sus caras de estar pensando, sobre su adolescencia en estado puro en contacto con la vida. Reconozco que cuando tengo una cámara en la mano no sé discriminar qué es oportuno pedagógicamente y qué no. Es como si la vida se me abriera delante y mi objetivo solo hiciera que recogerla en directo. Me siento como un corresponsal de guerra que se deja la piel delante de lo que ve. Fotografié a mis alumnos en la calle yendo a la exposición. Varios de ellos, musulmanes, se quedaron extasiados ante una tienda del centro de Barcelona de ropa interior femenina y recogí ese momento genial cargado de sentido. Los fotografié en la entrada del Palau Robert esperando y almorzando. Creo que les gusta que los fotografíe, siento que confían en mí y que esperan que les saque guapos, aunque muchas veces no se ven así. Yo siento que estoy ante un misterio que es la adolescencia, un tobogán emocional lleno de contradicciones, tan luminoso como doloroso. Leo sus redacciones sobre el miedo y advierto que estos muchachos tienen muchos miedos, más de lo que parece, y el miedo a la propia imagen –bastante extendido- es uno de ellos. Pero forma parte del ritual. Ellos saben que hago fotos y ellos se dejan fotografiar. Luego vemos las fotos juntos y nos reímos o reflexionamos sobre ellas. En la exposición se portaron magníficamente y los vi reflexivos sobre lo que estaban contemplando, ese horror en que están sumidas las mujeres afganas. Varias muchachas llevan  pañuelo – hiyab- y su imagen en mis fotos se mezclaba con las de las mujeres de la exposición de Gervasio Sánchez. Era un juego interesante. Enseñamos a estos muchachos a ser críticos con la realidad, yo al menos me lo planteo así. Después de estar hora y media dentro de las salas del Palau Robert salieron a los jardines y jugaron un rato. De aquí el problema, uno de los problemas. Tienen trece años y tienen ganas de jugar, de abrazarse, de quererse y de odiarse. Son de orígenes distintos pero juegan juntos –o se pelean-. Me di una vuelta por el recinto de los jardines y de pronto vi a tres o cuatro subidos a un árbol. La imagen me pareció preciosa. ¿Quién con trece años no ha soñado con tener una casa en un árbol? Pero aquello estaba mal y yo debía reprenderlos. Los hice bajar, pero antes disparé tres o cuatro fotos en el árbol. Otros se habían subido a una estatua donde aparecián abrazándose y comunicándose afecto chicos musulmanes, latinos, hispanos. La imagen me gustó y pensé que merecía ser recogida pues en efecto, los veo tantas veces peleándose que contemplarles en estado de vibraciones positivas me encantó. Los fotografié en la estatua igual que luego jugando con una cadena por la que pasaban al estilo de los ejercicios de zumba. Me di cuenta de que ya era hora de volver al instituto y los fui recogiendo por el recinto para de nuevo retornar a Cornellà. Algunos corrían, otros comían patatas fritas, lo normal en estos casos.

La última hora hicimos clase normal y trabajaron con seriedad sobre las tareas encomendadas sobre la exposición “Mujeres”. Fue una mañana divertida e interesante. El problema es que en mi función como profesor se mezcla una vena ácrata que no logro nunca reprimir del todo y quise hacer un reportaje sobre lo que había sido la salida, un reportaje educativo, divertido y veraz sobre lo que son muchachos de trece años que están saliendo de la infancia. Ya sé que soy educador y que mi misión fundamental es controlarles y evitar el asilvestramiento de ellos ante actividades culturales. El caso es que monté un vídeo con música de la que les gusta mezclando las distintas fotos en blanco y negro y color con comentarios míos sobre la salida, comentarios bienintencionados sobre el motivo de la exposición que no es otro que denunciar la opresión que padecen las mujeres en algunos países, y la lucha de algunas de ellas por reivindicar su libertad. Ahí tenemos a Malala, la premio Nobel de la Paz, que lucha por el derecho a la educación de las niñas afganas. Monté el vídeo con mayor o menor fortuna recogiendo los distintos momentos de la salida: desde su visita al escaparate de ropa interior, su momento del bocadillo, la visita a la expo con fotos de ellos asombrados ante lo que veían, trabajando, su espacio posterior de juegos, incluido el que estaban encima del árbol o jugando a la zumba, así como su viaje en metro durante diez o doce estaciones. El resultado me gustó. Lo colgué con su permiso de imagen y envié el enlace a los compañeros del centro así como a los alumnos que salieron.

Hoy el equipo directivo me ha hecho saber que mi trabajo es bueno pero no es oportuno pedagógicamente en algunos sentidos. No podemos mostrar a los muchachos subidos a los árboles o a una estatua pues eso da una imagen de descontrol del instituto. Pero los chicos son así, les digo. Ya, pero no se debería mostrar. ¿Qué les estamos enseñando? Todos sabemos que esa es la realidad de nuestros muchachos pero otra cosa es mostrarlo como actividad del centro. En otro instituto ya nos habrían montado un serio conflicto. Entiendo las razones de mis compañeros y digo que inmediatamente lo retiraré.


Cuando soy fotógrafo me encuentro con ese momento en que la cámara vive por sí misma y no sé discernir demasiado los límites de la realidad que debe ser mostrada. Por  otro lado, veo la obsesión angustiosa que vivimos sobre lo que es correcto o qué no. En cierta manera me siento orgulloso de este documento –que he retirado ya- en que se ha visto la realidad de treinta muchachos y muchachas adolescentes en una mañana en que han salido a aprender otras cosas que no aparecen en las aulas. A la vez siento una profunda inquietud al no saber deslindar mi faceta de creador y fotógrafo de mi faceta de educador y especialista en lo correcto, pues no siento remordimiento por haber dado salida a otra visión de la realidad -pienso que hermosa- que la que es oportuna. Ello no quiere decir que no comprenda las razones de peso de mis compañeros.

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