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jueves, 11 de diciembre de 2014

El caramelo


El otro día comenzaba el segundo trimestre con un grupo de doce chavales de primero de ESO en una materia que lleva por título Lectura. Proceden de los grupo de más bajo nivel en cuanto al dominio de la lengua y en general. Los tengo solo una hora a la semana, pero quiero que sea importante para ellos y para mí. Quiero que esperen esa hora con expectación, del mismo modo que la esperaré yo en esa biblioteca de techos altos donde nos encontraremos.

La primera clase es el encuentro. Son poquitos y eso predispone a un buen ambiente si el profesor toma las riendas de la situación. Los senté a una mesa estando todos formando una especie de círculo. Tomé nota de sus nombres y les hice leer en voz alta un relato perteneciente a un libro que les llevé: Relatos de fantasmas. Rápidamente me di cuenta por su velocidad y sus dificultades muy elevadas que no podríamos leer el cuento entero –tenía cinco hojas- y que deberíamos limitarnos a la lectura de cinco o seis líneas cada uno por su lenta articulación, la falta de conciencia de los puntos que implican una pausa, y su imposible comprensión de lo que estaban leyendo tanto por las palabras que aparecían (no especialmente raras) como por la fragmentación de las palabra y oraciones. Tomé nota de la lectura advirtiendo que uno de ellos especialmente no entendía apenas el castellano (ni el catalán aunque más). Les había hecho preguntas sobre algunas palabras que aparecían. Quería que me explicaran con sus propias palabras, harto limitadas, qué era un fantasma. Algunos eran marroquíes. Les pregunté si conocían a Aicha Kandicha, un personaje muy popular en el folklore marroquí. Me contaron como pudieron quién era y si creían que existía o si les daba miedo. Una alumna latinoamericana me habló de la Gritona, una mujer que lloraba por la muerte de su hija y que es muy conocida en algunos países de Iberoamérica, quizás Ecuador o Colombia. Otra chica me habló de la niña de la curva que aparecía a los conductores haciéndoles parar. Cuando la montaban, desaparecía porque había muerto en una curva.


Quería hacer actividades que no los cansaran y los tuvieran en tensión. Les había llevado una sopa de letras para buscar treinta palabras en cualquier dirección. La había fotocopiado de un Quiz semanal y era para adultos. Tenían que buscar palabras relacionadas con el agua y con los ríos. Pero quería hacer interesante aquel ejercicio. Y nada mejor que algo simple, muy simple. Les dije que al que llegara a las diez primeras palabras –no era demasiado fácil- tendría un caramelo. Aquello tan elemental supuso un aliciente extraordinario para ellos. Se pusieron a buscar palabras con una intensidad que me sorprendió. Cada vez que localizaban una, la tachaban de la lista y su autoestima subía. Es como eso tan conocido por todos de los likes de Facebook. Hubo varios, sobre todo una chica que parecía despierta, que llegaron a los diez minutos a las diez palabras y recibieron con orgullo el caramelo. A las veinte recibirían otro, y se lo podrían comer en clase. A lo largo de veinte minutos de clase, especialmente intensos, se concentraron en un ejercicio que requería fuerte atención, agudeza visual y rapidez mental. En general no eran esos alumnos  tan lentos como se presuponía y cabía convertir la clase más que en un muermo aburrido en algo experimental, dividida en dos o tres unidades de tiempo que los mantuvieran en tensión y exigiera de ellos total dedicación. Tengo la intención de hacer de la clase un juego continuo, con caramelo si es necesario, pero que los lleve a implicarse en el descubrimiento de algo o en la resolución de algún problema. Tienen ordenador portátil. Utilizaré Edmodo para plantearles ejercicios y para dejarles enlaces. La tecnología puede ser un aliado importante en mantener esa tensión creativa. En cursos más numerosos es más difícil tenerlos atentos en algo más de veinte minutos. La tentación es siempre buscar la distracción, no estar en la clase, escaparse por donde sea... La clase es ese lugar interesante para estar y buscar ventanitas o puertas para evadirse, charlando con el compañero, mirando por la ventana, peleándose con el de delante o de detrás. El profesor raramente consigue que ellos estén aquí pues se pasan el tiempo desconectados. Una explicación es demasiado abstrusa para ellos. Necesitan acción, juegos rápidos y entretenidos, cambios de ritmo. Un profesor es demasiado conocido y no les sorprende ya. El profesor debe jugar con los tiempos, plantearles resoluciones de problemas accesibles y que no supongan demasiada abstracción. Todo tiene que ser concreto. La inteligencia formal es rara todavía. Más en estos chavales de ritmo lento. He de acercarme a su mundo y entender su idiosincrasia. No me digan que no es una tarea que plantea un desafío intelectual. Jugar aprendiendo. Aprender jugando. Y si es necesario un caramelo, lo tendrán. No me arruinaré. Los venden en el súper de la esquina y son baratos. Pero habrá que variar si sigue esto adelante algún tipo de estímulo: tal vez un libro, una fotografía... Hay que hacer magia y si es necesario nos convertiremos en magos. Hay una íntima satisfacción en ello. Dar las clases sin rutina, jugando también, de modo que sean un descubrimiento también para mí. No sigo ninguna tendencia pedagógica. Ningún método establecido. Ninguna teoría constructivista. Siempre me ha aburrido la teoría pedagógica y la verborrea esa totalmente inútil que la acompaña. Soy partidario de la acción directa. Una clase es un encuentro, a ser posible amistoso, en que el profesor debe animar a sus alumnos a querer saber. Para que esto resulte válido el profesor debe tener la moral muy alta. Un día el quiosquero que me guarda el periódico se enteró de que era profesor. Se asombró porque no lo sabía y el primer comentario que se le ocurrió cuando le dije la edad de mis alumnos fue algo con mucho sentido: ¡Tendrá que tener una salud de hierro! Y dio en el clavo. Ser profesor requiere de tal intensidad que es necesario tenerla en todos los sentido: físico y mental. Un profesor débil camina al desastre, un profesor triste entristece, un profesor enfermo no puede mantener el ritmo, pero no somos máquinas y enfermamos del cuerpo y del espíritu. Una vida de profesor es larga y está expuesta a todo tipo de contingencias. No es un trabajo exacto. No hay nada que implique tanto el alma y el cuerpo como ser profesor. Exige un trabajo de creación y necesita de enorme fuerza intelectual y de ánimo en la cúspide de los chakras, si es que estos existen.

Y si hacen falta caramelos... 

martes, 9 de diciembre de 2014

Enric Marco y el general de la Rovere


Estoy devorando el libro de Javier Cercas, El impostor, sobre ese hombre extraño y a la vez extraordinario que es Enric Marco. Su lectura es apasionante. Supongo que recuerdan el caso de este personaje que se hizo pasar como deportado en un campo de exterminio nazi, en Flossenburg, durante varios años hasta que fue liberado por los aliados. Enric Marco era un señor de unos ochenta y tantos años que iba dando charlas gratuitas por los institutos de secundaria, consiguiendo emocionar a alumnos y profesores, hablando de la necesidad del perdón pero no del olvido y divulgando la necesidad de la memoria histórica para no olvidar a los que fueron aplastados en defensa de las libertades y de la democracia. Vino a mi instituto en Cornellà y fue una jornada memorable por la intensidad de sus alegatos y la evidencia de su lucha contra la adversidad. Enric Marco había sido antes Secretario General de la CNT y vicepresidente de la FAPAC (Federación de Asociaciones de Madres y Padres de Cataluña). Recibió el más alto galardón de la Generalitat de Cataluña, la Creu de Sant Jordi y asimismo intervino en el Congreso de los Diputados, estremeciendo a los congresistas con su testimonio vívido y comprometido. Hubo alumnos que se sintieron transformados por las tremendas palabras de Enric Marco y contemplaron su propia vida de otra manera.

Nadie pudo acusarle jamás de haberse lucrado un euro de su abrumadora actividad sin límites difundiendo la conciencia de los deportados de Amical de Mathaussen. Era su eje y su alma en una asociación en que todos los supervivientes ya estaban muy mayores y eran incapaces de expresar la intensidad con que lo hacía Enric Marco.

El único problema es que Enric Marco no había vivido nada de lo que contaba o lo había vivido de una forma muy diferente, porque él efectivamente había sido prisionero en la Alemania nazi, país al que llegó en la posguerra española, de modo voluntario para trabajar como mecánico. Pero no estuvo en un campo de exterminio y fue liberado al cabo de un tiempo. Ni fue un héroe de la resistencia anarquista frente al franquismo como luego difundió. No, había llevado una vida gris, como mecánico, que era muy bueno, teniendo un taller de Hospitalet. Su vida en el franquismo, a caballo entre dos familias, fue mediocre como la de todos y no se distinguió en la resistencia de ninguna manera.

Sin embargo, con la llegada de la democracia, él convirtió, con una habilidad pasmosa, su vida grisácea en una vida novelesca, se convirtió en un personaje de leyenda, convenció a todos de que había sido un héroe, sedujo a todos los que pasaron cerca de él, a pesar de su insolvencia ideológica como anarquista, enamoró a mujeres de las que era un seductor nato y admiró a jóvenes con su ejemplo de rebelde que había mantenido en el campo de exterminio de Flossenburg una partida de ajedrez con un SS nazi al que había dado jaque mate mirándole a los ojos. E igualmente en plena posguerra se negó a levantar el brazo en alto cuando todos lo hacían frente a los pistoleros falangistas. Todo era falso o eran medias verdades que convertía en verdades incontrovertibles. Enric Marco no buscaba dinero, buscaba la admiración de los jóvenes, de las chicas, que lo miraban con arrobo y él con sus ochenta años a cuestas mostraba un dinamismo y una elocuencia arrebatadores. Era adicto a los medios de comunicación, quería aparecer siempre en la foto y lo lograba. Se convirtió en una estrella mediática de la televisión y los medios catalanes donde aparecía continuamente como ejemplo de un héroe singular que había estado en todos los frentes y había salido victorioso con su integridad y su valentía. Nadie podía arrebatarle el centro del escenario. Marco conmocionaba con su voz y su energía expresando palabras que llegaban al corazón, y lo hacía mucho mejor que los que verdaderamente habían estado en campos de exterminio que nunca entendieron por qué Marco expresaba aquello que ellos querían olvidar. Para componer su personaje, estudió la carrera de Historias, accediendo a la universidad en la convocatoria de mayores de veinticinco años. Aquel mecánico de Hospitalet, que había tenido problemas con la policía por motivos comunes, supo convertirse en un personaje literario como Don Quijote, dice Cercas. Como nuestro caballero, a los cincuenta años y tras una existencia abrumadoramente mediocre, decidió transformarse por obra de la imaginación en quien desearía haber sido. Y lo consiguió durante más de treinta años, hasta que un investigador lo desenmascaró y evidenció que había mentido al descubrir documentos que mostraban que había ido voluntariamente a Alemania. Era un completo y total embustero, un embaucador, un transformista que ocupó altas responsabilidades en organizaciones que lo encumbraron como líder. Pocos han querido hablar mal de él. Cercas reconoce que aun en muchos ahora hay una cierta sensación de que se lo veían venir y sienten pena por él, a pesar de que se le pueden reprochar muchas cosas y graves como que puede haber desvalorizado la labor de organizaciones como Amical de Mathaussen que llevó él a su máximo esplendor como garante de la memoria y que luego cayó totalmente al desvelarse su impostura. Asimismo los negacionistas del Holocausto vieron con hilaridad esta situación que es como si se descubriera que el Diario de Ana Frank hubiera sido falso como pretenden,.  


Sin embargo, la trayectoria de Enric Marco, como la del falso general de la Rovere en la película de Rossellini y que interpretaba Vittorio de Sica, nos abre un campo fascinante de especulación sobre la realidad y la ficción. ¿Si hubiera llegado la situación al límite y Marco se hubiera jugado su vida por defender su personaje, genialmente creado por él, habría sido un valiente o un cobarde? ¿Habría ido al patíbulo como héroe o se hubiera cagado en los pantalones como impostor?

martes, 2 de diciembre de 2014

¿Dónde diablos está Orión?


Esta mañana he leído un texto de Manel Soria (Agrimensor Frikosal) que me ha interesado vivamente. Es profesor de Ingeniería Aeronáutica en la UPC. El texto que me ha llevado a escribir es este:

"El sistema educativo actual se basa en que los estudiantes deben repetir en un examen lo que se les ha explicado. Esto puede ser muy difícil, pero deja poco lugar a la creatividad. Con la dificultad de acceso a muchas carreras (por las notas de corte) el bachillerato se está convirtiendo en una especie de oposición. Pero las cosas que entran rápidamente al cerebro, salen del mismo modo y no se asimilan. Al llegar a la universidad, muchos estudiantes se han convertido en máquinas de sacar buenas notas, preocupadísimos por cada décima que se les puntúa en los exámenes, pero con serias dificultades en relacionar conceptos de diferentes asignaturas y en INVENTAR cosas nuevas. Estamos utilizando métodos docentes pensados para formar empleados de banca, contables y administrativos: deben ser disciplinados y conocer perfectamente lo que se espera de ellos. Cuando realmente yo creo que vamos a necesitar científicos, artistas, diseñadores, artesanos. Y ya puestos: ¿No se podría salir un día de noche con los niños y enseñarles donde está Orión? ¿Explicarles que cada noche pueden verlo muchos millones de niños como ellos en muchos lugares del mundo? Yo lo aprendí a los 35 años, menuda pérdida de tiempo".

La perspectiva de Manel Soria es diferente a la mía, pues él es profesor de los alumnos disciplinados y que sacan las mejores notas en Bachillerato, de una selecta minoría que es la que llega a la UPC y a la asignatura de Ingeniería Aeronáutica que él imparte. Se queja de que son disciplinados y trabajadores, que están obsesionados por las décimas de las notas pero que no son creativos, inhábiles en suma para lo que demanda el mundo actual que son profesionales imaginativos que sean capaces de conectar diversas disciplinas e inventar tanto problemas como soluciones nuevas.

Esta atinada reflexión conecta con lo que ha sido mi objetivo en toda mi vida de profesor en la secundaria y el bachillerato: conectar áreas y materias, abrir espacios de reflexión compleja sobre la realidad, utilizar la literatura como vehículo de reflexión sobre el mundo y la sociedad... Cuesta ciertamente. En la secundaria, nuestros alumnos son indisciplinados y les cuesta mantener la atención, no solo a lo que dice el profesor sino a lo que pueden aportar ellos mismos, diluidos en una madeja de conflictos interpersonales. Pocas veces, sinceramente, he podido hacer debates constructivos en clase para extraer ese potencial conocimiento que ellos tienen de sus circunstancias personales (inmigración, problemas sociales, conciencia medio ambiental, uso de las tecnologías). Sus relaciones son tan difíciles que me encuentro que no quieren que se lean públicamente sus composiciones escritas para abrir foros de debate entre ellos. En bachillerato los chicos se quejan de que hay muy poco compañerismo en las clases que se revela en fuertes enfrentamientos, envidias, rencores, entre ellos. Quiero decir con esto que muchas veces las aulas no son esos espacios propicios a la creatividad, aunque el profesor quiera y lo intente de una forma u otra. Los muchachos que yo frecuento, raramente se interesan por la actualidad. No leen de ninguna manera la prensa si no es deportiva, y ni siquiera ven los noticiarios en la televisión. El mundo se puede hundir y ellos no se enterarían más que cuando los cascotes cayeran sobre ellos. Adjudican escaso o nulo valor a la cultura que no les atrae en absoluto. Desdeñan en general el cuidado del lenguaje y sus registros lingüísticos son muy reducidos. Hay pequeñas minorías que escapan de esta radiografía, pero no tienen posibilidades de expandir su influencia que no es aprovechada. Nuestros alumnos aprenden a copiar, se acostumbran a no pensar y no salen de lo mecánico en sus respuestas que se basan en clichés. Hay alumnos disciplinados, claro está; son los que llegarán a Ingeniería Aeronáutica, una ínfima minoría en el ambiente que yo conozco pues el alumnado de esta universidad (UPC) seguro que se nutre más bien de centros privados o públicos de zonas de clase media. Pero a pesar de ello tampoco eso supone esa creatividad que Manel Soria anhela. Las pedagogías de estas escuelas de clase media no son creativas, pues se basan en la memorización y la repetición de esquemas con mucha mayor exigencia que la que podemos ejercer nosotros en los ambientes, poco sólidos social e intelectualmente, en que yo imparto clases de lengua y literatura creativas. Los profesores son en general también poco creativos, salvo excepciones, y se ven enfrentados a agudos dilemas cuando se les exige rigor y exigencia a costa de la imaginación y la creatividad, cualidades que no son especialmente valoradas en la secundaria.

Siempre me he considerado un nadador contracorriente, un francotirador, un verso suelto que ha tenido grandes aciertos y también sonoros fracasos. La creatividad y la imaginación necesitan un contexto en que nacer y desarrollarse para crecer, pero no lo hallo en mi esfera profesional. En el ambiente que yo veo, por una escuela progresivamente más burocratizada, por el contacto con profesores muy profesionales pero mecánicos, por la depauperación económica e intelectual de nuestros alumnos que no tienen la cultura como un bien ni gozan en adentrarse en la complejidad de las cosas, ni disfrutan creando o inventando. En ambientes más floridos económicamente, que es donde la creatividad podría manifestarse, tampoco los docentes se orientan a ello por sus enfoques esquemáticos del conocimiento y las exigencias de las notas de corte que condicionan todo impidiendo una pedagogía abierta y creativa. Así de una forma u otra, creamos, en el mejor de los casos, burócratas disciplinados, oficinistas grises, repetitivos, incapaces de hacer algo propio y original que no esté inspirado en lo que anhelan las masas, ajenas a los bienes culturales o a la imagen del universo que anhela difundir entre los niños Manel Soria.


sábado, 29 de noviembre de 2014

La fotografía, arte abierto al mundo.

                                          John Stanmeyer, foto ganadora del World Press Photo 14

El pasado día 27 de noviembre fui con mis alumnos de segundo de ESO a ver la exposición del World Press Photo 14 en el CCCB de Barcelona. Era un día lluvioso. Aproveché la magnífica luz velada del día para hacerles fotos y salió un reportaje que me encanta. Los adolescentes son magníficos modelos fotográficos. Su frescura, su naturalidad, su vulnerabilidad, su todavía no estrenada entrada en el mundo adulterado de los adultos los hace un sujeto fotográfico extraordinario. Yo disfruto fotografiándolos y ellos se dejan querer por la cámara. En general les gusta mucho ser fotografiados. Luego les monto un vídeo con música de la que les gusta a ellos y aprovechamos los últimos diez minutos de la clase para verlo.

La salida tenía una función sibilina por mi parte. Quería hacer partícipes a estos chavales del mundo de la imagen, quería que mediante la visión de las mejores fotografías del año accedieran a una visión más compleja de la realidad del mundo en que viven. Sabía de antemano que la fotografía es el lenguaje esencial de estos muchachos, la fotografía y el vídeo. Había visto la exposición un par de veces antes para prepararles un dossier que ellos debían completar eligiendo algunas series de la muestra. El recorrido estaba preparado para que ellos curiosearan libremente por la exposición viendo diferentes aspectos de la realidad: la violencia de género, catástrofes naturales, homosexualidad en África, inmigrantes intentando captar la señal con sus móviles, una adolescente obesa que se va a operar para perder peso, deportes, comunas naturistas, hombre deformado con ácido, una comuna de albinos, fotos de bonobos, de leones, matanzas en centros comerciales en Kenia... El mundo se abre ante ellos sin la censura de los adultos. Estos muchachos no suelen ver los noticiarios y viven aislados de la realidad informativa. Pero les interesa, planteada sin tono didáctico. Yo no les expliqué nada que ellos no preguntaran. Los veía tumbados en el suelo tomando apuntes, mirando fotos absortos, o sentados o tumbados viendo vídeos sobre aspectos diversos. La oscuridad dominaba en la exposición, solo matizada por la iluminación tenue de las fotos. Nadie les intentó explicar nada. Eran ellos solos los que debían elegir series de fotografías, fotografiarlas y describirlas con palabras. La recepción fue extraordinaria. Pasamos allí dentro una hora y media y costó sacarlos a la calle sumidos en la penumbra de la exposición. Eran ellos los que tenían que haberse planteado preguntas al ver imágenes sobre temas complejos. Yo estaba allí viéndoles deambular y el que decidió que ya era bastante, que teníamos que salir a la calle.

El resultado de la salida fue tan positivo que he pedido de nuevo que en enero haya otra salida a una muestra distinta que está también en Barcelona. Se titula Mujeres y el autor es Gervasio Sánchez. Es una panorámica de la situación de  la mujer en Afganistán. Desoladora, tremenda, emotiva, dolorosa, durísima, interesante, provocadora. Hay profesores que estiman que puede ser demasiado fuerte para ellos, muchachos de trece años, pero yo creo que necesitan nutrirse de la realidad del mundo. No pueden vivir en una burbuja ajena a las cosas que suceden. Pienso que están hambrientos de información planteada de forma no manipulada, de información que ellos deben contemplar y evaluar. La fotografía es un arte de nuestro tiempo y se suele utilizar poco como medio pedagógico. Todas las veces que he llevado a alumnos a exposiciones de fotografía interesantes ha habido una magnífica recepción. He preparado la salida a conciencia viendo varias veces la exposición, les he elaborado un dossier, les he explicado qué tenían que hacer y luego hemos ido. Suelen ser exposiciones gratuitas. En la exposición no explico nada. Las fotografías hablan por sí mismas. Veo inapropiado interpretarlas. La mayor virtualidad del lenguaje fotográfico es la libertad de interpretación. Es un sistema sumamente sencillo. Hay que aprender a ver fotografías y la mejor forma de hacerlo es evidente. Viéndolas. Fotos excelentes realizadas por fotógrafos magníficos. En Barcelona hay una oferta muy interesante si queremos seguirla.


El hecho de haber salido a ver fotos se une a que ellos llevaban cámaras o móviles para hacerlas también, mientras que el profesor disfrutaba disparando su cámara para hacer un reportaje lleno de vida sobre este momento de los trece años en que las emociones surgen poderosas y urgentes en su psique. No es la primera vez que un adolescente se enamora de la imagen viendo hacer fotos. Nada hay que estimule tanto la fotografía que el hecho de ver fotos y que alguien goce haciéndolas cerca de ti.

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