Páginas vistas desde Diciembre de 2005




sábado, 9 de marzo de 2013

Hugo Chávez y Ortega y Gasset



Estos días intentaba en clases de cuarto de ESO explicar qué fue el Novecentismo como reacción contra la sensibilidad modernista. Y me encontraba con problemas. Tenía que referirme a la idea de arte puro no contaminado por el sentimentalismo, idea que se plantea en libros como La deshumanización del arte de Ortega y Gasset y en la sucesivas vanguardias que van contraponiéndose, en una secuencia que va del cubismo al expresionismo, del futurismo al DADA y luego al surrealismo. No es fácil explicar qué significa arte puro, ni a los muchachos de la ESO ni a los alumnos de bachillerato. La idea del sentimentalismo es esencial en su conformación espiritual. Aman el sentimentalismo y no pueden entender que el arte (lo que ellos entienden como arte) pueda estar alejado de ello. La idea de pureza artística que supone una emoción intelectual es muy difícil de transmitir porque ellos no sienten esa dimensión estética que deriva del parnasianismo y su idea de l'art pour l'art, o lo que es lo mismo que el arte no está supeditado a una intención moral, religiosa o social. El arte es arte considerado solamente en relación a criterios estéticos. Pero esto no es de recibo en un tiempo tan moralista y sentimental como el que vivimos. Entendemos que el arte debe ser políticamente correcto y que debe estar cargado de sentimentalidad, la sentimentalidad del pueblo que ama a Chávez y se estremece con las circunvoluciones de ese culebrón emocional que es Pulseres Vermelles (Pulseras rojas). Y es que es difícil, si no imposible considerar una relación con adolescentes que no sea profundamente moralista y sentimental. Lo piden, lo exigen, no entienden otro tipo de relación más distanciada o intelectual.

Por tanto es muy difícil transmitir que en la historia del arte, hubo un tiempo en que las élites se distanciaron de esa concepción popular de SENTIMIENTO+MORALISMO y crearon la idea de un arte puro que nunca fue entendido por el pueblo, pero marcó poderosamente a los escritores y artistas más destacados de las décadas de los primeros treinta años que provenían del Modernismo.

Y es que no es fácil explicar qué es una emoción intelectual alejada del sentimentalismo. Pero es importante para comprender qué fue el arte vanguardista que consideraba putrefacta cualquier emoción sentimental, y que concebía lo esencial del arte como puro juego (alejado tal vez de la vida) y que exploraba nuevas formas estéticas contempladas con ironía o abiertamente con humor proveniente de un cruce de neuronas que se maravillaba con lo nuevo y lo esencialmente diferente. El arte del pasado estaba muerto, se pensaba, o se utilizaba como elemento renovador como hizo la generación de 1927, capaz de alumbrar una síntesis entre la tradición y la vanguardia.

Pero hoy día no existen ni tradición ni vanguardia. Los profesores no podemos acudir a un pasado que nos sirva de base porque nuestros alumnos no lo tienen, acostumbrados a vivir en un presente tecnológico sin pasado que se inserta en la revolución futurista de Marinetti que rechaza todo saber enclaustrado, bibliotecario y museístico.

De hecho podemos decir que la realidad del presente, al menos la que contemplan estos muchachos de quince y dieciséis años es una mixtura entre futurismo y sentimentalismo. Vivimos un tiempo plagado de sentimientos elementales, pródigamente gregarios, y una consideración de que el pasado carece de cualquier relevancia.

Y entretanto tengo que explicar que hubo un tiempo en que el arte se acercaba a la deshumanización, al alejamiento de los sentimientos, a la pureza, a la ironía... teniendo en cuenta que son consideraciones que están totalmente fuera de sus paradigmas vitales. Tal vez haya que esperar a la década de los treinta del siglo XX cuando la poesía se reorientó hacia lo humano y sentimental como anunciaron Neruda y el proceso de rehumanización de lo poético.

Ser profesor es enfrentarse a las contradicciones de la historia de la literatura y el arte y darse cuenta de que el arte del pasado es visto desde las perspectivas del presente, un tiempo que consagra fundamentalmente todo lo emotivo y lo sentimental como eje de un modo de ver el mundo.

Los sentimientos nos marcan, nos dirigen, nos rodean, nos condicionan... Y uno no entiende toda esta marea chavista sin esa concurrencia sentimental tan añorada por las masas populares que ven siempre esa dialéctica entre razón y sentimiento escorada hacia el segundo término porque es el que domina en su corazón.

No, no es fácil hacer entender el Novecentismo y la generación de 1914 que propugnaban la deshumanización del arte.

Pero hubo un conato de debate en clase de cuarto de ESO sobre ello, y eso me satisfizo y hasta diría que me emocionó, si no fuera porque yo relego mis emociones a un segundo plano más intelectual que primario. 

miércoles, 6 de marzo de 2013

Hugo Chávez ya no está aquí



He seguido unos minutos la retransmisión por televisión del cortejo fúnebre con los restos de Hugo Chávez por Caracas y he visto a una multitud ensombrecida por su fallecimiento y totalmente identificada con su causa: la revolución bolivariana que encarnaba el caudillo Chávez. Eran infinitas las banderas de la patria que poblaban las calles, algunas portadas por humildes venezolanos que lamentaban sinceramente su muerte sintiéndose huérfanos y estremecidos por la muerte injusta de su gran líder, Hugo Chávez, a pesar de que éste rezó publicamente a Dios para que no se lo llevara, pero Dios no concedió este deseo y ahora la revolución bolivariana habrá de seguir sin la luz y la palabra de ese hombre carismático que logró encarnar un país y sentir en su piel y en sus huesos el amor de buena parte de la sociedad.

Y es que Hugo Chávez ya ha entrado en el territorio de los mitos donde será indestructible, como lo fue Evita Duarte de Perón y que llevó a crear el movimiento de los descamisados que se identificaba con el peronismo. Los seguidores de Chávez llevan camisa roja y forman su guardia pretoriana, junto a cuerpos armados y milicias adictas al régimen que defienden militarmente la revolución.

Chávez no era un político al uso. No, Chávez estaba llamado a encarnar misteriosamente la patria de los olvidados, de los subsumidos en la derrota y con su verbo incendiario logró que una gran parte de la sociedad, que lo votó en cuatro elecciones, lo amara hasta el límite. Da igual que Venezuela sea un país que se sostiene solamente por el petróleo que tiene en cantidades extraordinarias, que tiene que importar todo porque no produce nada, que sus calles sean de las más peligrosas del planeta, que su economía acaba de devaluar la moneda y está en situación gravemente comprometida si no fuera por esa fuente de ingresos descomunal que es el petróleo. Da igual que el liderazgo de Chávez fuera esencialmente caótico y basado en la dimensión desmesurada de un caudillo que se sintió como el continuador de la obra de Simon Bolívar, y que sus discursos fueran cantos de autoafirmación personal de un hombre que necesitaba de ese subrayado que lo identificaba con el pueblo y que llevaba siempre ropa que reproducía la bandera bolivariana. Probablemente toda la obra social encarnada por el populismo bolivariano tiene en sí unas dosis ingentes de corrupción que ahora no es el momento de investigar porque el tribunal chavista no lo aceptará. Y es que el citado chavismo tiene una fuerte base de adoración personal que eleva al líder a la categoría mítica de semidiós, y más ahora que ha pasado o cambiado de dimensión para elevarse ya definitivamente sobre los seres humanos.

Todo esto me ha venido a la mente cuando he seguido por unos minutos las escenas de dolor de la gente sencilla de Caracas en la televisión. Y he pensado que los pueblos están necesitados de héroes que los encarnen y con los que sentirse identificados y que les hagan creer que son posibles los mundos puros alejados de la contaminación de la política. Es indiferente que estos héroes también encarnen políticas concretas. Su dimensión es más alta. Y es lo mismo si sus regímenes también son corruptos y desordenados. La gente llora y se estremece sinceramente porque el héroe ha logrado identificarse con su corazón. La realidad es lo de menos. Y a nadie le interesa saber que el día a día sigue siendo difícil, que la pobreza sigue latente, que las calles son peligrosas, que la moneda vale menos... No, lo importante es que los sentimientos del líder se apoderan de los de la gente que lo ve por el ojo de la televisión y escucha sus discursos inacabables, y el líder tiene el derecho de meterse en cada hogar porque se ha hecho un lugar en él.

Chávez ha muerto. Yo observé su trayectoria con profunda antipatía. Sus parámetros populistas me sonrojaban y no podía soportar su identificación con la bandera que reproducía hasta la extenuación. La racional Europa no quiere saber de líderes carismáticos o caudillos. Tenemos mala experiencia de ellos, pero entiendo que las sociedades están hambrientas de ellos y ello supone una fuerte base para el populismo que da el salto de la política concreta a la intemporalidad. En el fondo a la gente le gusta tener un ídolo al que venerar... El peligro que hay detrás de ello es evidente porque detrás de esa veneración se esconden políticas concretas que no pueden ser evaluadas porque el endiosado líder nunca lo permitirá. Ni él ni su círculo pretoriano. Chávez ha muerto efectivamente. La enfermedad ha sido más fuerte que él y todo lo que se pueda decir de él será, como ha dicho Iñaki Gabilondo, extremado. Nadie se queda indiferente ante lo que ha significado Chávez. Para algunos, alguien deplorable que ha hundido a la sociedad venezolana en el irracionalismo, para otros un héroe de la patria que la ha sacado de la sumisión al imperialismo y ha logrado hacer surgir un orgullo patriótico en el corazón  de las gentes de las calles de Venezuela que en buena parte lo idolatran.

En definitiva, para todos, Chávez ha muerto, pero para algunos ahora está en otra dimensión, ya alejado de la miseria vistiendo su eterna camisa roja, amarilla y azul y su rostro aindiado sonríe al pueblo de Venezuela al que marcó el camino hacia el infinito. 

domingo, 3 de marzo de 2013

El reciclado y la antipolítica



Uno de los efectos más corrosivos y peligrosos de esta crisis moral y política es que se ha perdido completamente el pacto de confianza entre los ciudadanos y los administradores de la cosa pública, es decir, los políticos que sirven a intereses de distintos partidos hegemónicos en virtud de nuestros votos secuestrados. Y ello es doblemente preocupante porque los habitantes de un país se sienten humillados y estafados por una clase  política atenta solamente a sus intereses más o menos espurios, a sus privilegios y a sus chanchullos investidos antiguamente por la idea de bien común.

Hoy, sin ir más lejos, he ido a los contenedores de basura reciclable. Son terriblemente incómodos. En el amarillo hay una apertura mínima por la que hay que pasar las grandes bolsas de basura (briks, plásticos, aluminio...) y terminas muchas veces pringado al apretar la bolsa para conseguirla meterla en dicha mínima ranura. Siempre he sido un fundamentalista del reciclado, pero hoy me he dicho que no tenía por qué pasar un mal rato metiendo la basura en tan incómodo lugar, a todas luces mal diseñado, y he tirado toda la basura al contenedor general. Ha sido un pequeño acto de rebelión contra la desidia de la administración en la que no me siento representado ni veo que en ningún caso cuente con nosotros. Me noto olvidado a todos los niveles. Y cuando pienso en los niveles superiores percibo una especie de burla de la clase política atenta solo a sus intereses y a sus prebendas.

Hubo un tiempo en la transición en que sentía un respeto reverencial por los políticos que aparecían en la páginas de la prensa de información general como Cuadernos para el diálogo, Triunfo, Cambio16, entre otras. Se me aparecían investidos de una luz especial que me los hacía respetables y dignos. Treinta años después veo un panorama estragado y quemado para la conciencia ciudadana. La clase política está en el peor de sus niveles y recibe el desprecio generalizado de los ciudadanos. Entiendo el fervor que despierta la antipolítica que ha llevado a los italianos a votar por Beppe Grillo en las últimas elecciones. El problema de su éxito es ahora grave: ¿Qué hacer con ese poder representativo? ¿Con quién pactar? ¿Qué política defender? Porque ahora se trata de hacer política. Hacer antipolítica es divertido. Hoy, arrojando mi bolsa en el contenedor general, he contribuido a la antipolítica y me he sentido aliviado. Cuando salimos a la calle en distintas mareas, rechazamos en bloque a la clase política a la que consideramos en general enfangada y putrefacta, y con buena razón los pensamos responsables de esta crisis y de la corrupción que parece dominar todo el sistema. Al rey, a sus yernos, a los partidos políticos hegemónicos, a los representantes municipales, a los bien pagados representantes en las diputaciones provinciales... Todos se nos representan como una plaga infecta con la que no sabemos bien qué hacer ni cómo librarnos de ella... porque tarde o temprano nos volverán a reclamar a las urnas y sentiremos la misma aversión ante el hecho de votar sin saber adónde orientar nuestro voto, percibiendo que, hagamos lo que hagamos, será utilizado para lo último que nosotros hayamos anhelado y seremos olvidados totalmente hasta que vuelvan a necesitarnos en unas nuevas elecciones en las que tendremos que decidir si no votar (antipolítica), votar en blanco, nulo, o a opciones marginales para intentar hacer algún daño a los partidos que nos tienen secuestrados para luego, en virtud de los resultados, burlarse acremente de los necios de los votantes que van allí a darles su voto. Eso sí, en las elecciones saben bien cómo dramatizar la situación para sacarnos de nuestra rabia y nuestra apatía que nos lleva a desear que se hundan en la miseria. Dramatizan, nos hacen creer que lo que se está jugando es fundamental y que buscan nuestro bien, y nos prometen lo que luego no cumplirán, amparándose éticamente en que lo que se promete no hay que cumplirlo porque el deber está por encima de las promesas, lo que implica que saben -y sabemos-  que cuando nos reclaman nos están mintiendo descaradamente, sin ningún sonrojo, porque ellos son políticos y tienen el estado en su cabeza y nosotros no sabemos nada. Y hemos de entender que la corrupción ha de formar parte de los partidos como cosa natural, y hemos de comprender que los jueces no podrán hacer nada contra ella, y que los ciudadanos ya nos podemos cansar protestando y gritando y haciendo pancartas porque ellos saben, y nosotros también, que no servirán de nada. El estado y sus complicidades están por encima de nosotros. Nosotros solo somos una coartada a la que hay que respetar solo formalmente... cuando se nos pida el voto. Y luego nada.

Cuando pienso en la política se me viene un sabor agrio y vomitivo a la boca... Son tantas las complicidades entre el poder político y las grandes empresas,  es tanta la desfachatez de los que un día están aquí y al día siguiente están allí, es tanta la lasitud contra la corrupción cuando proviene de los nuestros que hasta los partidos de izquierda olvidan latrocinios perpetrados por corruptos conspicuos para sacar sus políticas adelante. Si no, ahí tienen a ERC vetando en el Parlament junto a CIU la investigación sobre el caso Palau en sede parlamentaria. Y ahí tenemos al autor de aquel robo sistemático, Felix Millet,  tranquilamente en su casa, riéndose porque sabe que aquí en Cataluña rige la ley del silencio cuando los que roban se cubren con la senyera. Pero Cataluña no es algo aparte, en todas las comunidades existen complicidades y corrupción ante la que los ciudadanos se saben impotentes no sabiendo qué hacer en manos de formaciones políticas endogámicas que mienten a sabiendas y se protegen cuando salen a la luz los casos de corrupción que les son suyos.

Hoy no he reciclado bien, harto de mi ayuntamiento, de la política, de todo aquello que me dicen que forma parte del bien común... porque sé que es una mentira. Imagino que muchos ciudadanos deben sentir algo parecido y no saben bien qué hacer, qué pensar o cómo comportarse. Yo tampoco, pero estoy harto. 

miércoles, 27 de febrero de 2013

El éxito artístico y la rendición a las circunstancias.



Soy profesor de segundo de bachillerato además de varios cursos de la ESO. Las horas que paso en bachillerato me infunden un extraño bienestar y me resultan infinitamente más fáciles que las que paso en la ESO. La literatura es un lenguaje, un código de señales que exige un alineamiento de modelos, de movimientos, de corrientes literarias que es interesante hilvanar mostrando su continuidad y sus procesos de renovación.

Hoy hablábamos del teatro anterior a 1936 en el que brillan dos dramaturgos excepcionales: Valle y Lorca. Sin embargo, Valle no triunfó en su momento y su teatro fue condenado a la lectura de unas minorías hasta que triunfó en los escenarios en los años sesenta cuando fue redescubierto (él había muerto en 1936).  Y es que el teatro innovador necesita de un público acorde a él. Y el público de los primeros años del siglo era conformista y convencional y no iban desde luego al teatro para que los inquietaran, los confundieran o los maltrataran. No, se iba al teatro como ceremonia social, como momento de distracción amable... y desde luego no se esperaba que allí se cuestionara al espectador abriéndole abismos y pasadizos ocultos. Así triunfaron dramaturgos de segundo orden como Echegaray, Benavente (ambos obtuvieron además sendos premios Nobel), los hermanos Álvarez Quintero, Carlos Arniches, Pedro Muñoz Seca, Eduardo Marquina, Francisco Villaespesa... El público no estaba para experimentos estéticos o ideológicos y apostaba por obras que reprodujeran un mundo estable en que tuviera en el mejor de los casos ocasión la ironía suave, la crítica moderada... que hiciera creer al espectador que era inteligente lo que fue la especialidad de Jacinto Benavente que aprendió a moderar su teatro tras su primera obra que fue criticada por el público.

Lorca fue un caso aparte, porque su teatro rural andaluz triunfó en Madrid, en Barcelona y en Buenos Aires con obras como Yerma y Bodas de sangre. Sin embargo, sus obras más difíciles y comprometidas se mantuvieron ocultas y solo mucho tiempo después vieron la luz. Nos referimos a El público y Así que pasen cinco años. De igual modo, La casa de Bernarda Alba no vio la luz en vida de Lorca pues fue terminada y leída en público a finales de junio de 1936 poco antes del asesinato del poeta.

El debate estaba servido. Les he planteado a mis alumnos qué les parecía esa rendición de los dramaturgos para satisfacer al público de modo que el teatro fuera amable y adecuado a las circunstancias. Pongamos el ejemplo de un buen dramaturgo como Benavente que alcanzó el éxito teatral y comercial obteniendo buenos beneficios por derechos de autor. Les he preguntado si merecía la pena ser fiel a unos principios estéticos e ideológicos si ello conllevaba el fracaso en su tiempo, aunque la posteridad reconociera la genialidad de una obra. Les he preguntado si es lógico o deseable prostituirse artísticamente para obtener el éxito, teniendo en cuenta que el éxito de la posteridad no está asegurado y tampoco ofrece ninguna ventaja al que escribe porque ya está muerto. En definitiva, ¿tiene algún sentido ser coherente hasta el final o es lógico rendirse a las circunstancias?

Todos los que han hablado no han sentido ninguna afinidad por la coherencia si ello supone el fracaso. El principal objetivo del arte no es iluminar la oscuridad, desvelar mundos ocultos, golpear al espectador, no. Todos entendían la traición, el conformismo, la rendición al convencionalismo para obtener el éxito. La imagen del genio solitario no parecía seducirles en absoluto a pesar de su índole romántica. Todos los que han hablado defendían la necesidad de la adecuación de la obra al público de modo que permita ganar dinero, y se veía como algo insólito y anómalo la posición de artistas comprometidos que quedaron en soledad escénica por el carácter revulsivo y revolucionario de sus obras.

Les he dicho que probablemente las series que ellos veían en televisión eran series convencionales, no problemáticas, que no les cuestionaban... y que seguramente el cine más experimental no les llegara. Les he hablado de Amor de Michael Haneke que acaba de ganar un oscar, contradiciendo mi planteamiento de que la honestidad y la calidad están reñidas con el triunfo. A veces es cierto que lo experimental, lo radical, lo abismático... tiene éxito, aunque no esté trufado con eso llamado sentimentalismo que es el mecanismo más poderoso para manipularnos, porque es cierto, y ellos me lo han confirmado, que les atrae el sentimentalismo más que la mirada fría y despojada de manipulación. Los seres humanos se rinden en general a lo fácil, pero hoy día existe un público potencialmente abierto a experimentos y a la renovación del lenguaje teatral o cinematográfico.

Me he quedado sorprendido, sin embargo,  porque entre mis alumnos ninguno se identificara con el genio solitario que prefiriera la coherencia artística antes que el triunfo de lo convencional. Sencillamente no lo entendían y lo veían absurdo. Para ellos era mucho más estimable Benavente que Valle porque supo aprovecharse de las circunstancias y ganar dinero. Y además el genio ¿qué es? ¿para qué sirve? 

lunes, 25 de febrero de 2013

Monarquía o república



Recuerdo que el 6 de diciembre de 1978 yo estaba fuera de Zaragoza, mi ciudad natal, donde estaba sirviendo a mi patria en el servicio militar cuando fue convocado un referéndum para aprobar la constitución que ahora nos rige y nos encorseta. No pude pues votar en un sentido u otro y por ello no me siento atado a sus condicionamientos políticos, condicionamientos muy serios para los que vivimos aquello ya que en efecto solamente dos años atrás había fallecido de muerte natural el dictador Franco y un sistema político heredado de aquel tuvo que organizar un referéndum para dar forma a la nueva configuración del estado.

Aquello fue una maniobra de supervivencia. Se votó mayoritariamente a favor de la Constitución porque no había más opciones y el no a la misma no significaba nada concreto salvo la añoranza del antiguo sistema o la negativa radical a aceptar dicho artefacto político que nos encadenaba. En aquel momento teníamos miedo. Las cosas no estaban claras y la nueva constitución era un producto de las circunstancias a las que estábamos atados. El ejército era una razón poderosa, y así pudimos verlo dos años y medio después en el 23 de febrero de 1981. La constitución de 1978 fue una elección condicionada de la que salió refrendada la monarquía sin que nadie, absolutamente nadie, nos preguntara específicamente si deseamos una figura monárquica elegida por Franco o deseábamos otra alternativa de cariz republicano. Se nos hurtó totalmente este momento y ocasión de decidir. Y se nos coaccionó por el miedo a votar positivamente algo que en otras circunstancias nos habríamos pensado una, dos y tres veces. Sentíamos el aliento del franquismo y el ejército en el cogote.

Entiendo que estas circunstancias propiciaron un entendimiento de las fuerzas políticas desde la derecha al Partido Comunista para aprobar un proyecto que nos ha servido durante más de treinta años con algún éxito, pero que ahora revela su fragilidad cuando se plantea la sucesión del rey Juan Carlos lo que tarde o temprano sucederá. ¿Somos monárquicos? ¿Quién lo ha decidido? Yo no, desde luego. La monarquía evidencia su origen impuesto y el sucesor Felipe VI no lo tendrá tan fácil como su padre que tuvo un golpe de estado para afianzar su figura que se convirtió en incuestionable.

Siento cuando abuchean al rey en algunos estadios. Lo siento ciertamente, pero es verdad que ha sido una figura que no cuadra en nuestras circunstancias y se confirma más cada día. Es aguda su decadencia personal en sintonía con un sistema político que muestra los mismos errores que tuvo la Restauración de 1876 en que dos partidos, el conservador y el liberal se alternaban en el poder produciendo una aguda corrupción sistémica. Comprendo que es difícil dar una alternativa a este modo de organización del estado basada en la alternancia de dos fuerzas políticas que tienen todo el poder para ellas, una supuestamente progresista y otra abiertamente conservadora.

Temo que todo estalle por los aires si se airean ciertas ideas. La configuración del estado (centralista, federal, autonómica, asimetría autonómica, independencias incluidas...) es controvertida y polémica. Nuestro país está asentado sobre una enorme fragilidad que se muestra en la inseguridad que tiene nuestro sistema político partiendo de la base de la incertidumbre monárquica. No es que seamos republicanos, pero lo cierto es que nunca hemos tenido ocasión de decidir si queríamos una monarquía como modo de organización política. La decadencia de una figura que se convirtió en carismática tras el 23 de febrero de 1981 está produciendo efectos complicados por su complicidad con escándalos que afectan a su estabilidad (Urdangarin) y no solo eso sino que los españoles somos menos generosos a la hora de permitir la existencia de una institución incontrolable y fuera de todo orden reglado. Está bien que durante treinta años, el rey haya podido ejercer de mujeriego honorable sin que hubiera ningún límite  a su morbilidad sexual... pero los tiempos reclaman otra configuración del estado. Ya sé que es posible otro Berlusconi y que un presidente de la república no garantiza la moralidad del estado... pero yo es que estoy cansado ya de una figura que no representa nada para mí, salvo el miedo al futuro, y cuyo hijo es una entelequia hacia la que no siento ninguna afición... y reclamo el derecho a manifestar mi opinión al respecto, algo que no ha sucedido nunca y el 6 de diciembre de 1978 no es suficiente para mí, dadas sus limitaciones, sus miedos y sus coacciones evidentes.

Pere Navarro, secretario del PSC ha manifestado su deseo de que se produzca la sucesión dinástica de modo que sea Felipe VI el nuevo rey. El PSOE le ha censurado por hablar de lo que no se debe hablar. No se debería hablar de lo que nos afecta. Pero es que yo voy más lejos y reclamo el derecho a elegir la configuración del estado monárquica o republicana. Puede ser que ganen los monárquicos, pero que lo hagan en las urnas tras un debate real y no condicionado por el miedo. Entiendo que la opción republicana, por la que yo votaría, tiene un pasado complicado y que en las ocasiones que ha tenido lugar, ha fracasado por la fuerza del ejército en armas... el ejército y su desorganización política...

Pero es que no me quedo tranquilo si no digo lo que siento.

Es imprescindible poder votar si monarquía o república. Alguna vez tendrá que ser. ¿O no? 

Selección de entradas en el blog