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miércoles, 18 de abril de 2012

El discurso del Rey



Yo, Juan Carlos I, rey de España, hoy fecha dieciocho de abril de dos mil doce, declaro solemnemente ante mi diario más íntimo, al que no tendrán acceso ningún medio de comunicación y solo la historia sabrá de él, que hoy me he disculpado por haber ido de cacería de elefantes a África. Lo he hecho porque no me quedaba ninguna otra opción, dada la campaña masiva de desprestigio de la institución que ostento. Desde derecha hasta izquierda, nacionalistas de todo pelaje, opinión pública y medios de comunicación han visto como inadmisible que yo, el Rey, me vaya de safari a África. Pero yo reflexiono honestamente y expongo ante la intimidad de mi diario personal:

Llevo treinta y siete años, que se dice pronto, aguantando la corona de un pueblo desagradecido y caótico que no ha apreciado que este periodo ha sido el más estable de toda su historia. ¿A quién le gustaría llevar la corona española? Yo me eduqué para ello, desde pequeño. A los diez años, mi padre, el conde de Barcelona, y Franco pactaron que yo me trasladaría a España para cursar estudios y prepararme para ser el sucesor de mi abuelo. Tuve la inmensa mala fortuna de matar a mi hermano Alfonso en un luctuoso accidente. Yo no he podido elegir. Siempre he tenido mi vida dirigida identificándome con el destino de España. Hube de educarme en el régimen de Franco y a la vez siendo fiel a mi padre que me aconsejaba desde la distancia para que yo fuera el instrumento que llevara de nuevo a España a la democracia para lo cual hube de soportar la dictadura y la omnipotente figura de Franco que nos despreciaba, a mí y a mi padre, como una dinastía débil.

He tratado de identificarme con España, toda mi vida no he hecho otra cosa. ¿Saben lo que es que una vida humana lleve tal sello de identidad? ¿La marca de la historia? Gozosamente renunciaría a ello. No es un privilegio ser el rey de los españoles. Estoy harto. Llevo treinta y siete años intentando representar dignamente a este país. ¿Qué tiene de malo que un rey tenga determinadas escapadas? ¿De qué vale ser rey si uno no puede tener algún lío de faldas? ¿Quién aguantaría la corona de un país cainita y desnortado como éste si uno no pudiera de vez en cuando irse de safari a África? Aguanto la representación día a día de la dignidad menos reconocida. Mi vida está milimetrada. Represento una estabilidad que no veo presente en la conciencia de este pueblo que ya no sé si considerar el mío. Entiendo a Amadeo de Saboya, que fue rey de este país y dejó la corona, harto de un país incontrolable, tras dos años de reinado. No puedo más. Sé que he de disculparme, pero a la vez veo un país con terribles perspectivas, un país que tiende a la disgregación, que solo goza en su autodestrucción. ¿Qué esperan los que ahora gozosamente me critican, me vapulean, y se mofan de mi afición a los safaris? ¿Que me humille? ¿Qué abdique? ¿Que abandone este país y lo deje a su deriva siempre tendente a la guerra civil? ¿Cuánto aguantaría España sin una monarquía moderadora que pusiera algo de estabilidad en este caos interterritorial? ¿Serían capaces los españoles de edificar unos cimientos estables que les permitieran la convivencia en paz y sin fragmentarse? Yo no lucho solo por mí y por mi familia. No. Lucho por el devenir histórico de este país que no sabe o no puede gobernarse sin alcanzar el caos y el conflicto. Nadie podrá negar que este tiempo en que la Reina y yo hemos reinado, ha sido el único pacífico y estable de la desgraciada historia de España. Para eso me educaron. Para eso he aguantado todo este tiempo. ¿Por un elefante más o menos he de ser puesto en cuestión y llevado ante el paredón de las befas y cuchufletas de los tuiteros, feisbukeros y medios de comunicación? ¿Qué sería de un rey que vive, como yo, en una jaula de oro, pero jaula, si no pudiera alguna vez gritar gozosamente en las sabanas africanas y disparar mi rifle contra la bella testuz de un elefante que barrita? Otros se dan al alcohol, otros tienen terribles aficiones inconfesables. ¿He de ser perfecto? ¿He de representar hasta la hez esta patraña de la monarquía para evitar que los españoles vayan a la ruina siguiendo su destino histórico?

Mala suerte he tenido con mis yernos. Espero que Letizia no nos salga rana. En el fondo la compadezco. Dejar su vida de profesional destacada para integrarse en una familia cada vez peor avenida y progresivamente disgregada como la mía, ha tenido que ser difícil. Ha de saber que es difícil que ella reine. Este país es demasiado complicado, y nunca será querida de verdad. La monarquía tiene los pies de barro aunque yo he hecho todo lo posible por sacarla a flote e intentar dar un sosiego a este país en su torturada historia.


 Que yo cace elefantes no es tan grave. Además lo hice en una cacería en que defendía los intereses de España ante la monarquía saudí. Tuve mala suerte y se descubrió. Ahora he de decir que lo siento, pero en el fondo, sé que no es verdad. Lo cierto es que estoy harto, siento ganas de aventura, me veo envejecer atado a una dignidad que se me ha terminado haciendo odiosa, pero no puedo renunciar a ella porque siempre fui educado para servir a España, y eso haré hasta que no pueda más, pero en mi fuero interno pienso que pueden darles morcilla a todos y cada uno de esos asaltantes de la Bastilla que solo buscan verme afrentado y humillado, sin saber que yo, el Rey, soy el único que mantiene unido a este país que saltaría por los aires sin mi figura. ¿Que cazo elefantes? Hay cosas peores y me callo. Sé que he de callarme por prudencia, por discreción, por pudor... pero escribo en mi diario estas reflexiones que guardo en mi corazón junto a los colmillos de otros elefantes que he cazado. Nadie es perfecto, como decía una famosa película. ¡Qué cojones! 

lunes, 16 de abril de 2012

Malos presagios


El ministro de Educación, José Ignacio WERT

Los recortes últimos, añadidos a los presupuestos ya claramente restrictivos, de 10.000 millones de euros (lo que es equivalente a más de un billón y medio de las antiguas pesetas) en sectores como educación y sanidad, ponen a la sociedad frente a las cuerdas y va a sentir en carne propia lo que significa esto. Sabemos del cierre de plantas hospitalarias, de ambulatorios, de restricciones en las pruebas médicas, de ampliación de los periodos de espera para dichas pruebas y operaciones, despidos de profesionales, peor atención, copago. Se habla de que los enfermos tendrán que pagarse la comida en los hospitales, que los turistas habrán de pagar su atención cuando estén desplazados en vacaciones... Esto solo es el comienzo porque el billón y medio largos de pesetas es una cantidad brutal que todavía no se ha aplicado.

Yo lo veo desde el sector educativo. Esto supondrá sin duda la disminución de sueldo de los profesores, el empeoramiento de sus condiciones de jubilación, la ampliación de la ratio por clase (en lugar de 25 o 30 alumnos por aula, subirá a 35 o 40), el aumento de las horas lectivas y de permanencia en los centros, el despido de decenas de miles de profesores interinos, el deterioro absoluto de la atención a grupos con problemas de aprendizaje que serán integrados en las clases como si no requirieran especial dedicación, el despido de profesionales que nos servían de apoyo en los centros educativos (Técnicos de Integración Social, profesores de apoyo...)

El resultado os lo podéis imaginar. Si un profesor tiene a su cargo a 120 alumnos no es lo mismo que si tiene a 280. El número de pruebas no puede ser igual, el número de trabajos corregidos no puede ser el mismo, la atención y seguimiento serán sensiblemente inferiores, las salidas pedagógicas sufrirán un deterioro considerable porque no se podrán abordar.

Por poner un ejemplo que tengo cerca pero que para mucha gente es desconocido, puedo decir que mi mujer (tutora de PQPI y profesora de Aula de Acogida) dedica en casa, unidas a su jornada laboral, más de veinte horas suplementarias a la semana. No podemos salir los fines de semana porque tiene que complementar su trabajo con correcciones, seguimiento de alumnos, burocracia infinita (cada vez mayor). Yo dedico infinidad de horas añadidas a mi trabajo en el aula y mi estancia en el centro. Y no creo que seamos casos aislados porque sé que esta esclavitud de la profesión es común a la inmensa mayoría de los profesores.

¿Qué pasará si nuestros alumnos se multiplican por dos y desaparecen las atenciones individualizadas? ¿Qué pasará si decenas de miles de profesores interinos van a la calle (algunos con muchos años de presencia en las aulas)? A esto lo llaman "racionalización", "ajustes"... pero la realidad es que la brecha entre la enseñanza pública y privada será cada vez mayor. Hasta ahora podíamos ofrecer una especialización en sectores desprotegidos en la sociedad, alumnos a los que la enseñanza privada no tiene en sus presupuestos. Piénsese que muchas escuelas privadas suponen cuotas (siendo concertadas) elevadísimas y que los padres las pagan sin rechistar porque así se libran de la furrufalla (o borrufalla) de la pública en donde se agrupan los sectores más frágiles de nuestra sociedad a los que hasta ahora dedicábamos nuestra atención con unos medios determinados. Seguiremos, por supuesto, haciéndolo pero en unas condiciones sensiblemente menos equitativas porque no es solo nuestras condiciones de trabajo y de sueldo las que serán dañadas (esto parece ser objeto de alegría general) sino que será todo el entramado educativo el que sufra el impacto del deterioro mencionado. El que quiera imaginárselo, solo tiene que tomar la sanidad pública como paradigma de lo que va a pasar. El retraso de las pruebas de un paciente puede suponer la no detección y atención de un cáncer que no podrá ser atajado, el cierre de plantas supondrá que miles de pacientes  serán no admitidos en los centros hospitalarios porque no habrá infraestructura para atenderlos.

Se ha impuesto la política de la austeridad y el déficit cero para satisfacer a Alemania, pero eso no nos evitará las consecuencias de este posicionamiento que nos llevará a la recesión y al deterioro absoluto de los servicios públicos, la fuga de cerebros por la disminución de inversiones en investigación y desarrollo, y saber que hay unas o dos generaciones condenadas por estas políticas. Hay teorías muy fundadas que sostienen que la práctica absoluta de la austeridad solo puede llevar a la ruina y al hundimiento de un país.

Yo lo voy a ver desde un lugar privilegiado: en las aulas masificadas con crecientes y masivas desigualdades que no podrán ser atendidas. Si alguien quiere alegrarse porque machaquen a los profesores, ha de saber que no solo serán ellos los que paguen la situación.

Pero los políticos y banqueros (tan extraordinariamente amigos) saben que ellos tienen un buen futuro y una buena jubilación asegurada. 

sábado, 14 de abril de 2012

¿Mañana España será republicana?



Siempre he escrito sobre el catorce de abril en mi blog. Hoy no va a ser una excepción. Tengo una bandera republicana que he utilizado en mis clases de COU hace años en la fecha fijada, he salido con ella y mis alumnos a recorrer Cornellà para ver la reacción de la gente al advertir la bandera y escuchar el himno de Riego; he cubierto con la bandera republicana la tumba de Antonio Machado en actos en Collioure con mis alumnos. Durante mi  carrera leí docenas de libros sobre el periodo republicano y me emocionaba leer la descripción de Tuñón de Lara cuando al gobierno provisional presidido por Alcalá Zamora le fueron rendidos honores por la guardia civil. Soy republicano hasta la médula y amo la bandera tricolor a la vez que deploro la existencia de la monarquía, no porque sea onerosa (que no lo es) sino porque no entiendo que debamos sufragar la vida de unos individuos sobre cuya realidad los españoles nunca hemos podido votar. Es una farsa pensar que cuando votamos la constitución de 1978 votamos a favor de la monarquía. Es una trampa indigna. Yo no voté la constitución pero entiendo que en aquel momento nos daban a escoger en un paquete institucional entre la dictadura o una presunta democracia en la que iba incluida en letra pequeña la monarquía, como en los contratos con los bancos y las telefónicas. No tuvimos nunca ocasión de votar sobre el régimen que queríamos. Tal vez en aquel momento, con un ejército superpoderoso era imposible plantear aquel debate y hubimos de aceptar como mal menor la monarquía, sin que, además, se nos formulara abiertamente la pregunta. Esto es cierto. Nunca hemos elegido los españoles la forma de estado que deseamos. Fue una maniobra artera y quizás inevitable para facilitar la transición a la democracia.

Dicho esto, ahora vienen mis dudas. Deploro la monarquía, pero ahora temo más la realidad de los españoles como conjunto de individuos capaces de organizarse y definir su futuro. ¿Acaso la monarquía estructura el estado de modo que las tensiones interterritoriales son suavizadas y matizadas? El rey es abucheado en los partidos de final de copa entre el Atlétic de Bilbao y el Barça. Volverá a serlo en la final prevista en el Vicente Calderón. El rey es abucheado y él aguanta el tipo sabiendo que eso va incluido en el sueldo. ¿Qué pasaría en una transición hacia una república en un país que estalla en el debate regional? ¿Cómo sería la nueva España si es que existiría? ¿Sin Cataluña, sin Euskadi, con Navarra en la cuerda floja, con Valencia sometida a grandes tensiones sobre si integrarse en los Països Catalans y de igual modo Baleares o por otro lado Galicia. Pienso en la franja de Poniente aragonesa donde se habla catalán y su destino nuevamente sería incierto sobre si se integrarían en Cataluña o en lo que quedara de España. No sé si Canarias optaría por ser africana o española. No sé cómo se administrarían los odios entre regiones o pueblos. No sé si Castilla seguiría unida a León o si Cartagena a Murcia, si el Bierzo a León...

Dudo de nuestra capacidad política. Quiero pensar y me gustaría pensar que en una España republicana seríamos menos cutres, menos folklóricos, menos corruptos, más cultos, con menos procesiones y con menos poder de la iglesia que no recibiría subvenciones del estado, menos ansiosos por maltratar a los animales... Quiero pensar que en una España republicana podrían articularse armónicamente los diferentes intereses regionales y que seríamos capaces de mantener un país coherente y unido, o desunido sin odios que perduraran durante siglos.

Cuando miro las portadas de la prensa de derecha (ABC, La Razón, La Gaceta, El Mundo...) me doy cuenta del poder de la España visceral y profunda, esa que recoge críticamente El ojo izquierdo en El País y que califica a Rubalcaba de antipatriota y saca pecho ante Marruecos por el asunto de Perejil o ante Argentina por el de Repsol. No me siento partícipe del mismo país que ellos. Creo que vivimos realidades diferentes. Siento que en esencia somos un país cainita, envidioso, rastrero, miserable, capaz de grandes cosas y generosidades sin límite pero condenados al cutrerío y al enfrentamiento por nuestro devenir interno. No confío en nosotros como sociedad y por  supuesto no confío en los políticos que no supieron prever una realidad aciaga económicamente como la que estamos viviendo. El descrédito de la política es tremendo y en ello tiene un lugar fundamental la cuestión territorial. Un aeropuerto en Ciudad Real, un aeropuerto en Castellón, en Lleida, en Huesca... AVES a todas las regiones (que van vacíos) setenta universidades en España (ninguna entre las mejores), cuando Alemania tiene cuarenta... pero todas las regiones quieren ser las que tengan todo y los mejores museos de arte contemporáneo (vacíos) y la mejor liga del mundo (y más millonaria) cuando somos pobres, y queremos organizar juegos olímpicos en Madrid, cuando somos rematadamente pobres y ni siquiera Alemania se ofrece para organizarlos. 

Quiero pensar que una España republicana daría mejores respuestas a este carácter interno que tenemos, y que sería mejor tener a José Bono o José María Aznar o Gregorio Peces Barba de presidentes de la república... pero tengo mis dudas. En el fondo no confío en nosotros.

No sé si he contribuido a la fecha o me he desviado de la cuestión, pero hoy no me siento eufórico por la celebración. Disculpad. 

miércoles, 11 de abril de 2012

El principio de Peter



Os supongo familiarizados con esta formulación creada por Laurence J. Peter que viene a decir que los responsables en una empresa ascienden hasta que alcanzan su nivel de incompetencia, de modo que podemos encontrar a numerosos ejecutivos a los que su responsabilidad les viene grande y ante la cual son auténticos incompetentes. Esta idea me ha venido poderosamente a la cabeza considerando los cien días del presidente de gobierno Mariano Rajoy. Tal vez este hombre fue un eficaz jefe de oposición que machacó al anterior jefe de gobierno acusándole de bobo y de ser un improvisador, a pesar de los mensajes que Zapatero le dirigía en nombre de la responsabilidad. Pero Rajoy y su partido solo querían el poder, les daba igual lo que sucediera después. De hecho no apoyaron al gobierno cuando estábamos al borde del precipicio solo jugando a la carta de ganar las elecciones por el desgaste que suponía la crisis. Ahora se acusa a los socialistas de no haber hecho lo que tenían que hacer cuando estaban en el gobierno y se les achaca todo el déficit acumulado. Yo me pregunto si un gobierno con mayoría insuficiente y careciendo de apoyos fijos podía haber llevado a cabo algo de mayor calado con una oposición cainita que solo se excitaba ante el poder absoluto sin proponer una sola idea sobre la crisis. Teniendo en cuenta además que el PP gobernaba en comunidades autónomas que no se han distinguido por su eficiencia, ni por su contención del déficit y sí por el despilfarro y la corrupción (Valencia, Baleares, Galicia).

Ahora, sin embargo, el PP es un eficaz agente de los mercados en España. Su mensaje es tan elemental como lo pudiera dar un presidente de escalera ansioso de ejercer su potestad. O un director de instituto endiosado por su poder institucional. Oigo a Mariano Rajoy y me dan escalofríos por la simpleza de su verbo y de su organigrama mental. Creyó que los mercados se rendirían a su sola presencia y que España recuperaría la confianza por estar él en el poder. Pero yo solo he visto un presidente cateto que no habla inglés (como Zapatero) y que en las cumbres internacionales canta como una almeja por su falta de habilidad a la hora de tejer alianzas y ejercer cierta influencia en Europa, haciendo confidencias para congraciarse, como un personaje sin densidad, con sus homólogos europeos. Incluso a Obama le dijo, para caerle bien, que él también estudiaba inglés. Sonroja semejante ingenuidad.

Ahora sus medidas atentan al núcleo del estado de bienestar en su dimensión más esencial: sanidad y educación, lo que dijo él que no tocaría. Pero Mariano Rajoy no da la cara ni nos explica qué pretende. Elude a la prensa, escapándose por la puerta del garaje, en el Senado. ¿Este es el hombre que quería convertirse el líder y aspirar a conducir a los españoles a la salida de la crisis? No niego que sea un eficaz gestor de los intereses de Alemania, a la que rinde vergonzosamente pleitesía. No niego que su política no apele al sentido común como el de un presidente de una escalera de vecinos, pero, dada la situación en que estamos, cabría esperar un dirigente político y moral que tuviera una buena política de comunicación y nos explicara cuál es su proyecto para España, qué pretende con la sanidad y la educación, con la investigación, así como por qué premia a los defraudadores con su amnistía fiscal. Si sabía lo que ahora sabe, ¿por qué jugó solo la carta de hundir al anterior gobierno? Si era tan listo como presumía ¿cómo es que sus recetas no surten efecto y el paro no deja de aumentar y de perder posiciones ante otros países como Italia que no hace mucho se debatía entre el ser y la nada y parece haber sacado pecho por obra y gracia de un tecnócrata como Mario Monti  que sugiere solvencia y seguridad?

Rajoy es un buen jefe de negociado pero el puesto de presidente de gobierno en las actuales circunstancias le viene demasiado grande. Ganó las elecciones por el enorme coste que supuso la crisis a otro incompetente como Zapatero que fue abandonado por el electorado de izquierda. No estoy defendiendo, como alguien podría suponer, al Partido Socialista que actualmente está totalmente perdido y sin alternativas, y en especial en Cataluña donde no sabe quién es ni qué pretende ni dónde está. No existe oposición ante un gobierno abiertamente desarbolado por los mercados especulativos. Ahora Rajoy y su equipo nos piden responsabilidad y esfuerzos pero son incapaces de actuar como verdaderos líderes políticos y humanos, sobre todo con su pasado en la oposición en la que no jugaron cartas de auténticos estadistas y sí de indignos trileros. A Rajoy y su equipo me da la impresión de que la crisis les desborda y que son enanos jugando un partido que es demasiado complicado para sus méritos. Esta es nuestra tragedia porque este es nuestro gobierno y carece de oposición creíble. Sería la hora de los estadistas pero lo que ofrece Rajoy es una increíble impotencia, improvisación y perplejidad ante lo que está pasando. No me extraña que huya porque no sabe qué decir. Es terrible que en solo cien días se haya evidenciado que lo único realmente cierto es que los incompetentes son ahora los que nos miran con ojos asustados y como diciendo ¡qué complicado es esto! Entretanto lo que tienen claro es que, siguiendo su tendencia ideológica, el estado debe ser desmantelado y pobre del que quede fuera de su manto protector. Nos esperan tiempos muy amargos y solo tenemos un Peter cualquiera mostrando su confusión e incompetencia. Y Rajoy solo titubea y obedece a lo que mandan. Porque se están enfadando...

sábado, 7 de abril de 2012

1057 palabras



Mis  primeros seis años de vida me atraen con una fuerza magnética irresistible. He escrito mucho sobre ellos, aunque raramente he publicado. Fue un territorio auténticamente salvaje, el único territorio salvaje de mi vida. Aprendí a leer a los cinco años, de modo que en aquel lejano tiempo el mundo pasaba a través de mis ojos sin el filtro de la lectura que luego me devoró. Yo era un niño callejero. A partir de mis cuatro años yo deambulaba por las calles  yendo suelto de un lado para otro, aunque nunca formé parte de las bandas que por allí había, como la del Velas, llamada así por sus mocos colgantes. Fumaba yo lo que los viejos tiraban al suelo. Iba buscando las colillas encendidas y las chupaba con fruición. Era un niño solitario y desquiciado que recorría la plaza del Pilar de Zaragoza, entre los cipreses tristes y sombríos, provocando e insultando a los viejos a los que detestaba. El mundo me fascinaba, siempre estuve dominado por visiones que la realidad de una mirada nueva aumentaba con una potencia que luego nunca he logrado recuperar. Solo tenía una amiga con la que jugaba en una vieja buhardilla e imaginábamos un mundo menos sórdido. Fue el primer amor de mi vida y, a pesar del tiempo pasado, aún recuerdo el olor de su piel y sus ojos profundos y oscuros. Mi padre no estaba o solo lo veía muy de vez en cuando. Mi madre era el ser más fascinante que he conocido nunca, pero disfrutaba causando dolor al único ser que tenía a su alcance. Yo orbitaba en torno a su fuerza prodigiosa como un satélite subsumido por el maelströn de su mundo sádico y obsesivo. Carecía de límites y de piedad. Yo viví aquel mundo de dolor inmenso y terrible, ampliando mi capacidad para la ensoñación, para la creación de entornos mágicos y oníricos. Me hice lento de reflejos pues me costaba salir de mis ensoñaciones. Aun después del tiempo pasado sigo yendo rápido a todos lo sitios para encontrar un tiempo luego detenido y magnético.


La vida era terriblemente triste e inmensa, y esa tristeza que me inundaba amplió mi universo multiplicado por mil al entrar en contacto aquel niño salvaje con la concepción religiosa de un colegio de monjas al que empecé a ir a mis cuatro años. Los primeros días me escapaba,  insultaba a las monjas tildándolas con los motes y palabrotas más obscenos y soeces que conocía y eran muchos, me negaba a sentarme con los niños y me escapaba al sector de las niñas a pesar de los castigos y las reprimendas. La capilla de la iglesia excitaba mi universo interior sumiéndolo en escenas terroríficas. Mi espíritu indomable se vio dominado por la culpa y sintió más dolor, inenarrable, hasta que llegó uno de los días más ominosos de mi vida: el día de la primera comunión. El abismo del fin del mundo se abría y yo esperaba la llegada de Dios en medio de ángeles y arcángeles que tocarían sus trompetas para castigar a aquel ser de seis años que era profundamente malo y era culpable de todo lo que sucedía a su alrededor.

No sé en qué ocupan sus primeros seis años de vida otras personas. Tal vez en ser felices. Yo no tuve esa oportunidad, pero el tiempo me ha enseñado que aquello posiblemente fue una ocasión única e irrepetible y no renuncio a mi particular Auschwitz emocional. No sé qué hubiera pasado si yo hubiera sido un niño querido en un universo amable y acogedor. Lo ignoro. Pero sé que en aquello había un mensaje poderoso, que ha nutrido toda mi vida posterior con una fuerza extraordinaria. Desarrollé una potencia cósmica que me permitió observar todo desde la perspectiva del dolor y a la vez alcanzar la dicha en instantes de plenitud. He vuelto una y otra vez a aquel mundo incluso desde la perspectiva del teatro que ensayé durante unos años. Reproduje la escena de la manzana asada en la que reside el día más doloroso de mi vida. Mi madre a mis cinco años me echó de casa por no querer comer una manzana que me repugnaba. Para mí no era un juego y sentí en mis entrañas el abismo de la soledad total y el abandono del único ser al que estaba unido. Este día ha sido reproducido en una escena dramática en presencia del director ruso Boris Rotenstein muchos años después. Éste asistió maravillado a aquello y dijo que era la escena teatral más potente que había visto hasta entonces. De tal manera aquellos años espantosos aún nutren mi modo de ver el mundo que en su dimensión apocalíptica son capaces de alumbrar magnéticamente una potencia personal a la que no renuncio y que casi llego a considerar como una suerte. Probablemente otras personas de sus primeros seis años solo tienen recuerdos tiernos y afectuosos a los que miran con nostalgia y una reprimida melancolía. Yo, en cambio, viví de entrada la apoteosis del sufrimiento en cantidades inimaginables, pero ¡cómo desarrolló mi capacidad para la observación interior, para la generación de universos paralelos, para el erotismo intenso en escenas íntimas con aquella primera muchacha que conocí y amé, hasta que llegó aquel día gris y triste en que hice mi primera comunión en un colegio de pobres y Mariví definitivamente se trasladó de barrio y no la volví a ver jamás! Suerte que entonces pude sustituir definitivamente aquel mundo insólito y violento por la literatura cuando descubrí los libros, que han sido una forma de prolongar las visiones de la infancia con una dicha difícil de imaginar para los que solo tienen recuerdos entrañables de estos primeros seis años.



Cuando el año pasado acompañé a mi madre a la entrada del crematorio, toqué su frente helada, la miré por última vez, ya totalmente indefensa, y advertí que tal vez había sido un monstruo, pero había sido mi monstruo. El cadáver entró por la puerta, y luego sus cenizas fueron esparcidas, como ella quería, en un bosque de Santillana del Mar, cerca de Altamira. Aquella mujer había sido en sus años jóvenes artista de cabaret. Algún día escribiré su historia, no sé si real o imaginaria, del mismo modo que ignoro si lo que cuento o lo que soy es real o fruto de la ensoñación. 

martes, 3 de abril de 2012

Fernando Savater y la jubilación.



He sido un admirador de la trayectoria del filósofo vasco Fernando Savater (San Sebastián, 1946). Lo he visto en persona en dos ocasiones. La primera fue hacia 1977 en una conferencia en Zaragoza en un colegio mayor de los jesuitas titulada Nietzsche en casa de Circe. Yo era estudiante de filología y disfrutaba de aquel ambiente que nos llevaba a los jóvenes universitarios a aprovecharnos de la palabra de algunos conferenciantes que llegaban a la ciudad del Ebro. La de Fernando Savater, a sus treinta años, me dejó realmente maravillado. Apenas había oído hablar de Nietzsche y la energía y sugerencia de la interpretación de Savater me cautivó. Seguí su carrera y comencé a leerlo. Eran los años en que Savater era radical y anarquista nietzscheano y publicaba El panfleto contra el todo (1978), La filosofía como anhelo de revolución (1976) y su extraordinario para mí La infancia recuperada (1976) en que mostraba su admiración por la literatura popular entre cuyos héroes reconocía a uno de los míos, al miembro de la pandilla de los proscritos Guillermo Brown, uno de los anarquistas literarios más espléndidos que he conocido y cuya autora era Richmal Crompton. El entusiasmo por este pequeño héroe me unió profundamente a Savater y seguí leyéndolo en su Criaturas del aire (1979). Me sedujo su interpretación antinacionalista en Contra las patrias (1985) en los años de plomo del terrorismo etarra. En este libro se enfrentaba a las tesis nacionalistas vascas a las que calificó de amable tontería. Esto marcó definitivamente su trayectoria y su compromiso en política pues le llevó a confrontarse dialécticamente contra la ideología excluyente y totalitaria del nuevo nacional socialismo vasco, apoyado por la parroquia del PNV y la renuncia de la izquierda que se veía absorbida en el terreno de las ideas por la vorágine nacionalista. Si hacía falta una voz que cuestionara con contundencia el dolor y la vesania del terrorismo etarra, tan "comprendido" por los sectores de izquierda y aprovechado por el PNV y otros partidos, se alzó la voz de este filósofo vasco que fue amenazado por ETA y hubo de vivir con escolta, y ello sin renunciar al sentido del humor que está presente en todos y cada uno de sus escritos. Porque Savater, a pesar del compromiso ético, político y personal que asume, no renuncia al goce de vivir, a la ironía, a la literatura, a las carreras de caballos de las que es un entusiasta.

Volví a reencontrarme con Savater en Cornellà con motivo de la celebración del 300 aniversario del nacimiento de Voltaire en 1994. Tuve la dicha de conocerle en persona pues lo invitamos desde nuestro instituto (el Jacint Verdaguer, ya desaparecido) y él, amablemente,  aceptó la invitación para intervenir en nuestra semana dedicada al filósofo francés y la tolerancia. Savater había publicado en 1993 El jardín de las dudas en que recreaba la figura del filósofo ilustrado y libertino que marcó el siglo XVIII y que era admirado por el pensador vasco. Su presencia en nuestro instituto fue memorable para nosotros. Pasamos varias horas con Savater que nos atendió con cordialidad y bonhomía. Habló sobre Voltaire y la tolerancia en un gimnasio que ahora me recuerda cuando los centros de enseñanza eran focos de cultura y pensamiento y no lugares de reclusión y bobaliconería universal.

El cruel y miserable asesinato en 1997 de Miguel Ángel Blanco llevó a buena parte de la sociedad vasca a rebelarse contra ETA y surgió el llamado Foro de Ermua y la plataforma Basta ya en la que Savater se implicó personalmente. En aquellos años parecía inverosímil el final del terrorismo etarra, pero Savater defendió con vehemencia la unidad de los constitucionalistas para enfrentarse ideológica y políticamente a las tesis violentas e independentistas. Curiosamente años después, el gobierno de Patxi López, apoyado por populares y socialistas,  llevó a cabo la tesis de Savater, coincidiendo con el final del terrorismo por la acción contundente de la polícía, la judicatura, el gobierno francés y la reacción de la sociedad vasca contra la dictadura terrorista.

Sin embargo, poco a poco la figura de Savater ha ido escorándose en un conservadurismo político y social que me ha dejado insatisfecho. En 1994 existió la posibilidad de que la visita a nuestro centro educativo fuera  compartida por el pensador José María Valverde que declinó la oportunidad por considerar a Savater un prohombre de derechas. El mismo Savater ha afirmado que espera hacerse conservador sin vileza. Su deriva expresa la evolución de un anarquista inspirado por Nietzsche y Cioran a un conservador liberal que parece sentirse no en demasiada disconformidad con el estado del mundo que ya no cuestiona. En sus últimos artículos reivindica el goce de la literatura pero su pensamiento parece ya estático y se muestra ya incapaz de renovarse y mostrar caminos inéditos. Es como si su lucha antinacionalista, justa y consecuente, le hubiera escorado definitivamente en un campo sin demasiado juego ahora que el terrorismo ha claudicado y se abren nuevas e inquietantes perspectivas.

A veces pienso que la trayectoria de Savater ha dejado una obra insatisfactoria para haber pasado a la historia como uno de los grandes (Unamuno, Ortega, María Zambrano...).  A Savater le puede su talante optimista, le falta una profunda crisis personal para impulsar la renovación de su pensamiento que progresivamente va evolucionando hacia la estabilidad, simplemente como el de un hijo de un notario y alumno aventajado de colegios religiosos como los marianistas y El Pilar. Su vena conservadora es decepcionante. Es como si ya hubiera aceptado que el mundo ya no hay quien lo cambie y llegado a un pacto entre lo posible y lo imposible y claudicara ya rindiéndose a la idea de que tal vez todo no esté tan mal hecho. Sintiéndolo mucho, cuando uno lee a Savater tiene la impresión de enfrentarse a un pensamiento agotado y sin ya tensión que no ha llegado a un punto crítico que lo haga útil para ser recordado más allá de lo que pudo ser y no fue. Lo escribo con gran pesar.  Pero siento la impresión de leer la obra de un jubilado de lujo que ya no cree en un mundo diferente al que quepa añadirle un poco de ácido y mordiente corrosiva a ese capitalismo neoliberal que pretende ser la única opción. ¡Cuánto nos hubiera hecho falta tu implicación en ello!

miércoles, 28 de marzo de 2012

La muerte y el pterodáctilo



Cuando mi padre estaba moribundo -murió una hora y media después de esto- me acerqué a él y le pregunté con suavidad pero con firmeza si quería un sacerdote que le confortara.  Todo estaba llegando a su final, yo sé que lo sabía, y en su interior probablemente se estaba produciendo la batalla más intensa de toda la vida, la que nos espera a todos ante la proximidad de la muerte. No me contestó, oía sus estertores, los de un hombre que había ganado una partida al campeón del mundo de ajedrez Mikhail Alekhine hacía muchos años. Nunca nos habíamos llevado bien. Él nunca aceptó mis ideas de izquierda cuando él era de derechas y franquista ni entendió que estudiara Filología en lugar de Arquitectura o Derecho como él ansiaba para mí. Nuestra relación fue difícil y calamitosa, pero en aquellos últimos días en la residencia de la seguridad social fui tomando nota fiel de nuestras conversaciones y apreciando aquellos momentos.  Yo sabía que iba a morir, y él también. Todo era cuestión de cuándo y cómo. Puse en la cabecera de su cama un pterodáctilo de caucho multicolor que asustaba o desconcertaba a las enfermeras y a las monjas. Le pregunté -como decía- si quería un sacerdote pero él no me contestó. Entonces puse mi mano entre las suyas y le pregunté: papá, queda poco tiempo, si quieres un sacerdote, un cura, házmelo saber. Le repetí la pregunta: ¿quieres un cura? Entonces en uno de los gestos más decididos que recuerdo de su vida, en la antesala de la muerte, levemente se incorporó, apretando mi mano con fuerza,  y exclamó el más sonoro ¡bah! que he percibido nunca. No pude reprimirme y estallé en una sonora carcajada, reí de buena gana, y le dije: ¡Me siento orgulloso de ti! Era la primera vez en todas nuestras relaciones que le decía algo como eso y se lo dije con toda mi alma porque él se había pasado muchos años llevándome a aburridas misas de doce en El Pilar de Zaragoza y explicándome que hasta los mayores ateos en el momento de la muerte piden la confesión. Pero su gesto despectivo al respecto selló nuestra reconciliación en un momento extremo e irremediable. Él también había dicho algo inaudito en los días que precedieron a la agonía. Había dicho que le gustaban mis ideas.

Aquellos días antes de morir fueron pródigos en densidad. Su estado no albergaba esperanzas ya de ninguna especie, pero no se suele hablar claro a un moribundo que intuye que sus instantes se agotan. En los últimos días suele recibir visitas que intentan distraerlo con conversaciones de todo tipo y los que van a morir -y lo saben- tienen que disimular porque saben también que los visitantes no quieren mirar directamente la realidad de la muerte, se sentirían muy incómodos e incluso culpables. Una cosa es ir a visitar a una persona en sus últimos momentos y otra es afrontar de forma explícita el  hecho de que va a morir . Hay que animarle, nos decimos, no hay que pensar eso, vivirás muchos años, le decimos, como si al que presiente su muerte pudiera engañársele y consolársele... pero no está bien visto encarar abiertamente y sin pudor la inminencia de la muerte. Hasta los médicos evitan decir nada que parezca irremediable.

Me pregunto por las tormentas dramáticas que tienen que vivirse en el interior de la conciencia del moribundo. Es la preagonía o la agonía... y tal vez tenga que escuchar que Messi esta semana ha metido no sé cuántos goles, sabida su afición al fútbol... ¿Cómo ayudar al que va a morir? ¿Evitando la mención a la realidad? Mi experiencia con personas que van a morir no es excesiva pero alguien me ha dicho incluso que las personas se ponen hermosas si el encarnizamiento médico no es brutal, si se deja seguir el sendero que conducirá a la muerte de la forma más serena posible. Pienso que estos momentos tienen que ser cruciales en la vida de una persona, tal vez sean los más terribles y físicamente más dolorosos pero a la vez intuyo que han de ser extraordinariamente luminosos. El ser se enfrenta al no ser, al abandono de todo que le ha dado consistencia, de todo lo que ha amado.  Su conciencia llega a un terreno en el que no hay ninguna certeza y se acerca al vacío, a la nada. Dudo que las creencias religiosas puedan evitar la duda agónica en esos momentos. La vida de uno tiene que aparecer como en una película vanguardista entreverada de visiones oníricas inducidas por los sueños parciales y las drogas que probablemente le administrarán. He leído, aunque no puedo precisarlo, que en los instantes que preceden a la muerte, segrega el cerebro drogas alucinógenas únicas de una potencia indescriptible. Pero los familiares y amigos no toleran el sufrimiento y no quieren verlo. Es dolorosísimo asistir a esa agonía que no se acepta, que no se quiere, que no se puede soportar... si esa persona es querida y cercana. Probablemente sean junto a algunos momentos de la niñez los más filosóficos y místicos de la existencia. La barca que parte con destino a ninguna parte -creemos- se está desamarrando de la orilla. Esto nos desconcierta. El final nos desafía. No queremos aceptarlo como acompañantes, deseando ardientemente que pase lo antes posible para que no sufra él y nosotros, sobre todo nosotros que no aceptamos el sufrimiento como algo inevitable y necesario. El tabú innombrable de la muerte se alza como un trámite burocrático sobre el que pensamos que no hay que darle más vueltas. No somos nada, nos decimos. Y evitamos después el duelo, queremos que todo pase rápido para quedarnos a solas con el dolor, con la ausencia.  

Me gustaría que alguien muy cercano estuviera cerca de mí en esos momentos confortándome y con quien pudiera aceptar que voy a morir, que se pudiera hablar de ello, que tomara mis manos entre las suyas y que llorara si es necesario pero que no fuera un tema innombrable. Espero que alguien me diga algo como lo que yo le dije a mi padre cuando tal vez ya no estaba en esta dimensión, pero siempre me he sentido confortado con la idea de que aquello le llegó y le ayudó. Probablemente la muerte es el momento cenital y más misterioso de la vida, la exposición máxima al no ser. Siempre me ha atraído la visión de abismo. Tal vez en esos momentos no quepa otra opción que estar en el filo del precipicio y cruzarlo ya sin miedo. ¿Y entonces? ¡¡Que no me vengan a hablar de Messi!!

lunes, 26 de marzo de 2012

Independència



Hoy había una salida al aire libre de los alumnos de tercero de ESO y cuando he llegado me he encontrado para mi desolación la clase vacía. No había visto la notificación que comunicaba la actividad en el tablón de anuncios. He cogido mis bártulos y he bajado para estar como profesor de refuerzo. No ha habido ninguna incidencia, pero en esa hora, mi compañera de seminario Dunia y yo hemos tomado un café y hemos estado charlando sobre múltiples temas en los que solemos encontrar afinidades y coincidencias. Somos miembros del seminario de castellano y ello nos da otra perspectiva distinta acerca de la realidad catalana, los usos de las lenguas, la identidad personal, la adscripción a parámetros políticos nacionalistas o no...

Ambos tenemos una identidad contradictoria acerca de cómo nos sentimos en relación a Cataluña. Ayer leía en un perfil de facebook  que una profesora de catalán se sentía "d'esquerres, catalanista i independentista". Me pareció formidable el hecho de poder definir tan precisamente su situación en el mundo. No hay que decir que admiraba a Guardiola, a Messi, a Piqué... Me pareció realmente admirable que uno pueda establecer con tanta claridad sobre lo que es, a lo que aspira, lo que admira... Siempre me ha faltado esa fe, pero en mi conversación con Dunia, observo que a ella le pasa algo parecido. Ha nacido en Cataluña pero tiene una relación compleja con ese sentimiento que le lleva a discrepar de  los demonios y de la fe de la tribu por un lado, pero a la vez discrepar de aquellos que desde fuera cosifican lo catalán y lo identifican como si todos los que vivimos por aquí respondiéramos a un único y lineal esquema como el de esta profesora que he citado arriba y cuyo perfil es fácilmente reconocible. Ni Dunia ni yo creemos en los estereotipos y ambos entendemos que la identidad es una mezcla de capas en las que los sumandos se superponen no anulándose unos a otros. ¿Es posible sentirse catalán y español a la vez? ¿Es posible no sentirse demasiado de un lado ni de otro y deplorar el maniqueísmo que lleva a definir con líneas precisas ese complejo extraño que es la identidad?

Me pasó haciendo el camino de Santiago aragonés el verano pasado. Me encontré con un saleroso peregrino, locuaz y vivaracho, que reconocía que era aragonés hasta la médula y que proyectaba sobre sus hijos su sentimiento de pertenencia a una tierra, a unos paisajes, a una gastronomía, a un equipo de fútbol... Yo he nacido en esa misma tierra aragonesa, pero nunca he sentido nada parecido. Y tal vez lo lamente. Tal vez sea confortable saberse de un sitio, el reivindicar una historia con matices definidos y contundentes, el tener un equipo que te enardece, tener una virgen, y  a ser posible una lengua que te sitúa en el mundo. Uno es entonces parte de un engranaje más amplio, tu alma se dimensiona a tamaño nacional... La nación -que también reivindicaba José Antonio Labordeta para Aragón- se presenta como una emoción orgánica que te lleva a sentir con toda la tribu, que tiene también la misma bandera, unos colores, un himno, unos estremecimientos asociados con los que se late al unísono. Uno se crispa, sufre o se emociona, con el sentimiento colectivo.

Me falta fe, no creo, no puedo creer en ese sentir colectivo y difícilmente podré proyectar sobre mis hijas el sentimiento de pertenencia a nada. Y nunca se lo he dicho: si sale el tema les digo que son catalanas y españolas. Tal vez en esto ya hay una definición que alguno entenderá rápidamente. No se debería -en opinión de algunos- pertenecer a ambos lados del río. Habría que elegir, eso nos quieren imponer desde un lado y otro, desde esos separatistas que tanto abundan aquí y allí. No hay espectáculo más deplorable que el del anticatalanismo visceral que manifiesta el odio hacia todo lo catalán. Este sentimiento que algunos pregonan en la prensa digital, en conversaciones de bar, en la intimidad familiar... alimenta el otro sentimiento separador y separatista que ve con enorme satisfacción el crecimiento de la mutua desafección, la desconfianza, el rencor... que poco a poco dará sus frutos en esa distancia creciente entre las dos orillas.

No tengo identidad nacional. Me falta. A Dunia también. Nunca podremos pasar a nuestros hijos aquello que el aragonés decía: el sentimiento de pertenencia a una tierra, a una historia, a un paisaje, a una bandera, a un equipo...

Nadamos entre las dos orillas sabiéndonos parte de un océano más ancho que no se deja limitar por los estereotipos y los roles preestablecidos. No sé muy bien de dónde somos. Tal vez aquí seamos de allí, y allí seamos de aquí y nunca sepamos muy bien qué somos ni de dónde somos.

No creo que sea posible conciliar el ser de izquierdas, catalanista e independentista. Algo falla. Me recuerda la conexión de ideas demasiado a Bossi y su reivindicación de la Padania o al menosprecio de Alemania y los países nórdicos hacia los haraganes del sur que se pasan la vida viviendo de las subvenciones de los trabajadores del norte.

No creo tampoco en el orgullo jactancioso del sur o del oeste que menosprecia los sentimientos que van creciendo en esta tierra catalana y no quieren darse cuenta de que con aquellos alimentan lo que querrían impedir, la posible independencia de Cataluña.

En el fondo, los estereotipos y los tópicos tienden a imponerse como en una ópera bufa en que todos representan papeles que el público conoce de antemano y sabe cómo va a acabar la obra. Si no, atentos al último congreso de Convergència Democràtica de Catalunya.  Tal vez en esa apuesta definida por la independencia esté la noticia de mayor calado que ha habido en mucho tiempo. 

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