En otras ocasiones hemos abordado el tema de la hipótetica rebelión de los jóvenes y hemos comentado recientemente la aparición del panfleto de Stephane Hessel, Indignaos, dirigido fundamentalmente a los jóvenes a los que se convoca a ser conscientes del tipo de sociedad en que vivimos, frente a la cual sólo quedan las opciones de someterse a sus reglas dictadas por especuladores y financieros sin escrúpulos que controlan la política y la economía, o buscar vías de resistencia activa frente a un mundo que, inmerso en una aguda crisis sistémica, va camino de involucionar en todos los avances sociales que habían sido logros de la sociedad occidental.
El pasado 7 de abril se convocó en Madrid la manifestación Jóvenes sin futuro para expresar el malestar e indignación de los jóvenes ante la situación de la llamada “Generación olvidada” condenada al desempleo (40% de paro juvenil), o al trabajo precario sin derechos, o a la emigración a otros países donde haya más posibilidades de progreso, o a no disfrutar de la posibilidad de unos planes de pensiones viables, o a la privatización creciente de la educación que divide los sistemas en trenes de alta velocidad y trenes de contención social, o a la permanencia hasta los treinta y tantos años en casa de los padres sin poderse independizar por la casi imposibilidad de acceder a la vivienda propia por la restricción de hipotecas y la falta de trabajo… Los sujetos de esta protesta son jóvenes con preparación universitaria que se ven abocados al desempleo y la dependencia.
La manifestación tuvo una asistencia simbólica. Sólo unos dos mil jóvenes acudieron a esta convocatoria, pero ha sido el elemento de conjunción de un estado de sentimientos de indignación y de estafa ante las perspectivas que esperan a este segmento de edad. Para el próximo 15 de mayo hay otra convocatoria que se espera sea más secundada. En Portugal la manifestación en Lisboa Generacao a rasca (generación en apuros) logró reunir el 13 de marzo a unos 300.000 jóvenes protestando por la falta de perspectivas sociales y económicas y la precariedad absoluta en un contexto de crisis económica.
Me pregunto si tras tantos años de apatía y conformismo juvenil que he percibido en las aulas, ha llegado el momento del despertar amargo a una realidad que dista del sueño de bienestar en que se creyó que se vivía. Sin estudios no hay posibilidad de promoción social, pero con estudios tampoco se vislumbran vías de conseguirlo. Las solicitudes de trabajo en el Mercadona abundan en títulos universitarios acompañados de másteres varios. La universidad ha dejado de ser una vía abierta a la incorporación al mundo del trabajo, y más en especialidades humanísticas a las que se ven como periclitadas en un contexto de creciente mercantilización de los sistemas de estudio. Algunos, cada vez más, optan por emigrar a otros países más competitivos como Alemania, Reino Unido, Francia…
Muchos reprochan a estos jóvenes ser la generación del botellón, único acontecimiento que les aunaría masivamente; ser la generación de los privilegios y de vivir entre pañales a costa de los padres que se han esforzado en darles todo; ser una generación que ha vivido sin esfuerzo, hundida en el conformismo y en el deseo de consumismo al que pensaban incorporarse sin ningún tipo de mérito especial. Se les acusa de soñar con convertirse en funcionarios y de no asumir ningún tipo de posturas de riesgo haciéndose empresarios con proyectos.
Sea cual sea la realidad, esas perspectivas se han roto y se ven abocados a vivir en peores condiciones que sus padres cuando se les preparó ideológicamente para disfrutar de un futuro sin especiales complicaciones sumergidos en el bienestar de una sociedad de consumo que parecía funcionar.
Otras consideraciones podrían ser el hundimiento del modelo de desarrollo español basado en el turismo, el ladrillo y los servicios; la terrible desigualdad del mundo que ha fomentado la inmigración que ha llegado masivamente a España en otra época anterior de bienestar y que ahora se enfrenta al paro compitiendo con los muchachos oriundos por los escasos puestos de trabajo; la continuidad de políticas que tienen como eje al mundo especulativo de los mercados, auténticos gobernantes y dictadores de las economías nacionales; la decadencia del occidente frente a otros países emergentes con economías mucho más competitivas; la crisis de los modelos de desarrollo empezando por Estados Unidos que no ha conseguido salir todavía delante de su debacle económica que viene de la última década de desregulación; la realidad de más de dos mil millones de personas en el mundo que viven en la pobreza más extrema sin ningún tipo de esperanza; la realidad del cambio climático que nos lleva a la idea de que cualquier tipo de crecimiento nos conduce al desastre ambiental…
Son algunos de los hilos que hay que tener en cuenta. Será un error iniciar una lucha sin considerarlos. ¿Es posible un mundo mejor? ¿Cómo debe ser ese mundo? ¿Tienen alguna perspectiva los jóvenes en él fuera de ser mano de obra precaria y explotada?
¿Ha llegado la hora de los jóvenes o seguirán viviendo en su mayor parte (no todos son así) en la placenta cálida de un mundo que pudo ser y que no fue? Me temo que ha llegado el tiempo de hacerse preguntas, esas que fueron esquivadas y orilladas en aras de lo fácil.