Esta mañana estaba de guardia y he tenido que cubrir a un compañero que tenía una salida escolar. Me ha dejado faena para los alumnos. Era la hora de música. Eran muchachos de primero de ESO (doce o trece años). Tenía que ponerles la banda sonora de Tiburón varias veces y ellos tenían que escribir un folio con las sensaciones que les producía la audición. La banda sonora duraba un par de minutos. Su primera reacción ha sido la de decir que era un aburrimiento. Lo han repetido varias veces e insistentemente. No puedo juzgar la dinámica de mi compañero. Ignoro sus objetivos y metodología, así que he buscado en Youtube la pieza musical y se la he puesto a todo volumen tres o cuatro veces. La mayoría no tomaban nota y he tenido que estimularles a que bajaran los pies de la silla donde se habían repantigado como si estuvieran en el salón de su casa y a que tomaran algunos apuntes. La sensación que les dominaba era de fastidio por el esfuerzo que tenían que hacer de traducir sus sensaciones a palabras. La pieza expresa tensión, inquietud, amenaza, peligro, dramatismo en un crescendo que conduce a un estallido trágico. Era todo menos relajante, producía un estado nervioso que envolvía a los oyentes. Ellos no conocían la película, para ello les he puesto un tráiler en inglés sobre algunas escenas famosas de Jaws.
Pero quiero reflexionar sobre esa actitud que muestran muchos adolescentes ante las tareas escolares sean cuales sean y es la de considerarlas un aburrimiento. La escuela aburre, y los profesionales más sensibles se plantean la hipótesis de una nueva escuela en que los alumnos sean protagonistas y tengan una educación propia del siglo XXI y a la altura de las circunstancias. El uso adecuado de la tecnología sería esencial en este planteamiento. Sin embargo, yo estaba utilizando la tecnología para que visualizaran mentalmente el estado de tensión de la banda sonora y seguían considerando aquello como aburrido. Me pregunto cómo puede la escuela convertirse en atractiva y las actividades de clase sugerentes y motivadoras. Me pregunto qué perfil debe mostrar el profesor para lograr dotar a sus clases de magnetismo que consiga que aquellos muchachos desmotivados en principio se pongan a trabajar con ahínco. El otro día leía en un blog la teoría de la vaca dorada. Quería expresar que mostrar a los alumnos vacas marrones es aburrido, pero si un día les mostramos una vaca dorada conseguiríamos entusiasmarlos y provocar la motivación para el trabajo del que se sentirían protagonistas y partícipes. Yo me pregunté cuántas vacas doradas sería yo capaz de sacarme de la chistera, y, en el supuesto caso que cada día lograra sacar una, cuánto tiempo pasaría para que mis alumnos se aburrieran también de las vacas doradas.
¿Podemos convertir las tareas escolares en motivadoras, fascinantes, movilizadoras del ánimo y del espíritu de trabajo? ¿El uso de la tecnología lleva a que los alumnos no sólo se interesen más sino a que aprendan más? ¿Cómo debe ser la escuela del siglo XXI?¿Debe olvidarse el discurso de que el esfuerzo y cierta dosis de mortificación son necesarios y que deben ser el motor del aprendizaje? ¿Debe convertirse el conocimiento en algo ligero, fácilmente digestivo y burbujeante para que no provoque aburrimiento o hastío vital? ¿Cómo hacerlo? ¿Deben olvidarse los exámenes y métodos de clasificación intelectual o del trabajo? ¿Deben formarse cooperativas de conocimiento entre alumnos y profesores en que todos aprendan horizontalmente en un ambiente distendido, agradable y satisfactorio? ¿Conseguiremos así hacerles olvidar esa sensación de dejà vu que les provoca hastío vital, cansancio, apoltronamiento y dejadez? ¿Puede la escuela dejar de ser un campo de lucha de clases (alumnos contra profesores) y convertirse en un espacio de libertad, sin coacciones, sin sanciones? ¿Cómo hacer de la aventura del conocimiento algo atractivo?
Ya sé que son muchas preguntas y que no respondo a ninguna, pero estoy asombrado de constatar que muchas de ellas, para algunos compañeros extraordinariamente motivados y llenos de ilusión por generar la escuela del siglo XXI, las respuestas son obvias bajo la hipótesis de que tenemos actualmente una escuela del siglo XIX con sujetos del siglo XXI y que es necesaria una revolución total para ponernos en la centuria que toca, la era Post Gutenberg, en que el conocimiento ha dejado de ser patrimonio de los supuestos sabios para ser de dominio común y estar a disposición de cualquiera que lo tiene al alcance de un golpe de clic. Sólo faltaría dinamizar, actualizar y modernizar todo el proceso de enseñanza y aprendizaje para dar lugar a una nueva escuela alejada de las rutinas del pasado en la que surgiría la transfiguración patente de la era del conocimiento.
Para mí las respuesta no son obvias porque constato que la distensión no genera aprendizaje necesariamente. No puede ser la búsqueda de un estado de felicidad utópica la que vertebre a la escuela. Y no es que piense aquello de que la letra con sangre entra, pero creo que es imprescindible una actitud o disposición adecuadas frente al trabajo. Lo cierto es que los buenos alumnos que he tenido a lo largo de mi historia profesional, hubieran sido buenos en cualquier tipo de escuela. Eran luchadores, al margen de su C.I., que no es esencial, tenían algo que les llevaba a superarse. Pienso que este espíritu de superación es el que cabe trabajar desde muy pequeños. No sé cómo, pero no me caben dudas de que para ellos el trabajo es atractivo ya de por sí. Otra cosa es intentar satisfacer a desertores, que parecen haber nacido cansados, haciendo de la escuela un paraíso en el que se convertiría su desgana y aburrimiento en entusiasmo creativo.
Francamente, no sé.