Llueve y el día es abrumadoramente gris. Un manto de plata oscura se abate sobre la ciudad, las calles están mojadas y brillan, hay paraguas multicolores por todos lados. Barcelona, tras cinco días seguidos de lluvia, es un paisaje extraño. La gente camina desconcertada sedienta de luz y de sol. Las esquinas son grises, los sonidos de los coches parecen amortiguados. Bajo hasta el Centro de Cultura Contemporánea pero todavía es pronto. El bar está lleno, me siento en una mesa a tomar un cortado y leo un libro de Luis García Montero titulado Vista cansada. En días melancólicos, es bueno una ración de poesía. La primera sección se llama Preguntas y la segunda Infancia. Entro en su juego poético. Cuando habla de la lluvia - ¿Está lloviendo?/¿Tal vez en los tejados/confundes la verdad con la belleza,/ y un bienestar antiguo/ duerme la sombra líquida del tiempo?-, voy visualizando sus imágenes, dejándome acunar, por el ritmo y por la desviación que supone el lenguaje poético. Imagino un día de lluvia como hoy, lo veo. Esas calles húmedas y brillantes. La poesía desencadena el lenguaje de su utilidad cotidiana, de su vulgaridad y lo sitúa en otro campo en que todo es posible. Apuro mi cortado. Son ya las once, hora en que abre el CCCB. Una exposición: Iluminaciones: la Cataluña visionaria. Subo las escaleras mecánicas. Entro en la exposición, pero no logro interesarme. Intenta desarrollar el tema de los visionarios catalanes: Gaudí, Dalí, Narcis Monturiol, Ramon Llull. Me aburre. Sólo me despiertan con intensidad unos poemas objeto de Joan Brossa. La mayoría los conocía. Brossa consigue hacer poesía con objetos cotidianos. Son poemas en tres dimensiones que utilizan dos objetos que se funden en una metáfora, descontextualizándose y creando una nueva realidad poética y a ello le da un título. Una copa de cristal es atravesada por un largo clavo. Se titula “Travesía”. La copa, el clavo y el título. Y surge maravillosa la poesía. Igual que otro poema visual que consiste en un plato común en el que hay unos labios y un puntito negro a su derecha. Se titula “Colombina”, y veo mágicamente al personaje de la commedia dell arte. ¿Cómo crear poesía con algo cotidiano sacándolo de su esclavitud significativa? Nuestra vida está atenazada por el pragmatismo. Hacemos cosas para conseguir algo, nuestro lenguaje es plano, las palabras no adquieren vida ni se visten de colores. La poesía es algo gratuito y mágico. Pienso en la pobreza de los mensajes que los jóvenes se envían, esquemáticos, situacionistas, que no dicen nada excepto lo esencial “Estoy aquí”. Domina la función fática del mensaje. Escribo para que sepas que estoy aquí y que te tengo en cuenta. No hay una pizca de poesía. Ésta sobra.
¿Cómo se desarrolla la función poética del lenguaje? ¿Cómo desarrollar la capacidad expresiva y poética del lenguaje? Ello supone una educación estética en la que uno ha de abrirse a la belleza. Es esencial amar la belleza, aunque hay que reconocer que existen muchas clases de belleza. ¿Es la belleza un concepto anticuado? ¿Aspiramos a la belleza cuando vivimos a ritmo de máquinas? ¿Tenemos tiempo para dedicarle al cultivo de la belleza, consustancial a la poesía? Ya sé que alguien me dirá que el arte del siglo XX elevó la fealdad y la disarmonía a categoría estética. Los artistas se sintieron seducidos por el maquinismo, por la velocidad, por el cambio incesante, por lo convulso. No podemos encerrar la belleza como pensaba Juan Ramón Jiménez en una torre y pensar que es una mujer desnuda y que es nuestra posesión.
¿Es hoy la belleza una aspiración de nuestras vidas?
Sabemos que no hay otra vida, intuimos que esto se acaba aquí, que no hay túnel luminoso al final de nuestra vida sino por un extraño juego de las neuronas que crean ese pasadizo hacia la muerte. ¿Qué querríamos ver en ese túnel previo a la desconexión total? Microinstantes de eternidad, de oscuridad infinita, de iluminación, de galaxias como las que fotografía Frikosal, un auténtico poeta contemporáneo. Belleza, totalidad. El arte, el verdadero, tiene la capacidad de acercarnos a la eternidad, al mar de los sargazos, a amaneceres en montañas rosadas, a bosques con ríos rumorosos como los que imaginó Garcilaso con amadas imposibles, a días de lluvia como éste en que camino melancólico por las calles que brillan sintiendo la belleza del norte. Me cruzo con una parejita gay que van cogidos de la mano.
Recuerdo que en la exposición había un juego interactivo de ordenador en que se hacía un retrato simbólico del que jugaba. Para ello, había que definirse. Una de las claves era decir si se era progresista de uno a cinco. Todos decían que eran progresistas y se puntuaban cinco. ¿Es la poesía un valor progresista? Me lo pregunto, porque yo no sé si soy progresista. Una vez me acusaron de esteticista. Pienso que las cosas para ser justas han de ser hermosas, pero esto no sé si tiene mucha consistencia. José María Valverde una vez dijo que no existía estética sin ética. La belleza implica la ética también. Es un buen punto de partida para esta mañana en que llovizna. Entro en un restaurante vietnamita. El salón está presidido por una imagen de Ho Chi Minh, el general que derrotó a los americanos en la guerra de los sesenta. Una mujer regordeta y casi setentona, con una gran melena rubia y fuertemente maquillada, pide unos rollitos de primavera y pollo al limón. Me pido wang tung frito. Pienso que el protagonista de Gran Torino, ese racista y xenófobo viejales cascarrabias, que encarna maravillosamente Clint Eastwood, al final de su vida se ve seducido por la estética y por la ética.
Llueve.