Quiero comentar hoy unos hermosos libros que he leído recientemente y que he recomendado a mis alumnos. Es la trilogía de lo invisible de Eric-Enmanuel Schmitt compuesta por tres títulos: El señor Ibrahim y las flores del Corán, Oscar y Mamie-Rose y Milarepa. Son tres volúmenes que rondan las cien páginas, aunque alguno de ellos, Milarepa, apenas tiene sesenta.
Me atrae esta trilogía porque se centra en el ámbito de lo existencial-religioso. Habitualmente encontramos a las religiones como fuente de conflictos y de enfrentamientos, de intolerancia en su pretensión cada una de ellas de poseer la verdad frente a los infieles o desgraciados que no están dentro del club de los escogidos. Es algo así como el patriotismo, que cuando oigo hablar de él me echo a temblar. Muchas veces las religiones han sido origen de violencia y barbarie aunque todas se proclamen defensoras de la paz y el amor.
¿Qué tal acercarse a las religiones desde una postura abierta y receptiva? Eso es lo que hace Eric-Enmanuel Schmitt, el dramaturgo francés más conocido. El señor Ibrahim y las flores del Corán cuenta la profunda relación entre un musulmán sufí –que no árabe- y un muchacho judío en el Paris de los años sesenta. Es una relación entrañable en la que el tendero Ibrahim hace de mentor de un desorientado Momó que gasta su dinero en putas a las que hay que hacerles un regalo cuando se va a estar con ellas. Los diálogos –es una novela dialógica como también Oscar y Mamie-Rose- en que se vertebran maravillosos intercambios de puntos de vista de los dos personajes.
Me atrae esta trilogía porque se centra en el ámbito de lo existencial-religioso. Habitualmente encontramos a las religiones como fuente de conflictos y de enfrentamientos, de intolerancia en su pretensión cada una de ellas de poseer la verdad frente a los infieles o desgraciados que no están dentro del club de los escogidos. Es algo así como el patriotismo, que cuando oigo hablar de él me echo a temblar. Muchas veces las religiones han sido origen de violencia y barbarie aunque todas se proclamen defensoras de la paz y el amor.
¿Qué tal acercarse a las religiones desde una postura abierta y receptiva? Eso es lo que hace Eric-Enmanuel Schmitt, el dramaturgo francés más conocido. El señor Ibrahim y las flores del Corán cuenta la profunda relación entre un musulmán sufí –que no árabe- y un muchacho judío en el Paris de los años sesenta. Es una relación entrañable en la que el tendero Ibrahim hace de mentor de un desorientado Momó que gasta su dinero en putas a las que hay que hacerles un regalo cuando se va a estar con ellas. Los diálogos –es una novela dialógica como también Oscar y Mamie-Rose- en que se vertebran maravillosos intercambios de puntos de vista de los dos personajes.
Me atrae aquel en que Momo –Moisés- sostiene que sonreír es cosa de ricos, que es lo que hace la gente feliz. Ibrahim le contesta:
- Pues ése es justamente tu error. Es el sonreír lo que le hace a uno sentirse feliz.
- ¡Y un huevo!
- Pruébalo (…) Ser bien educado está bien. Pero ser amable es mejor. Intenta sonreír y verás.
O cuando se van los dos de viaje hacia el mar, a la tierra del señor Ibrahim y recalan en Turquía donde ven a los derviches girar, al resonar un tambor, como peonzas:
- ¡Ves, Momó! Giran sobre sí mismos, giran en torno a su corazón, que es el lugar de la presencia de Dios. Es como una oración.
- ¿A eso le llama una oración usted?
- Pues claro, Momó. Pierden toda referencia terrenal, ese lastre al que llamamos equilibrio, y se convierten en unas antorchas que se consumen en un gran fuego. Pruébalo, Momó. Sígueme.
- (...) ¿Qué tal, Momó, has sentido cosas bonitas?
- ¡Sí, era increíble! Me estaba vaciando de odio. Si los tambores no hubieran parado, quizá me habría ocupado del caso de mi madre. Ha molado rezar así, señor Ibrahim, aunque habría preferido rezar con las zapatillas puestas. Cuanto más pesado se vuelve el cuerpo, más ligera se vuelve la mente.
Oscar y Mamie-Rose es una serie de cartas que escribe a Dios un niño de diez años que padece cáncer en fase terminal. Es Mamie-Rose quien le aconseja hacerlo:
- La verdad es que, dicho así, todo cambia. ¿Y para qué me voy a poner a escribirle a Dios, se puede saber?
- Te sentirás menos solo.
- ¿Menos solo con alguien que no existe?
- Haz tú que exista (…) Cada vez que creas en él, existirá un poco más y, si persistes, existirá completamente. Y entonces te ayudará.
Oscar y Mamie-Rose es un cuento sobre el sufrimiento que puede ser trascendido yendo más allá de nuestros límites y una batalla ganada contra la muerte, una delicada fábula llena de sensibilidad y sentido del humor a pesar de la gravedad del tema.
Milarepa es una fábula budista y tibetana algo más críptica y quizás menos indicada para ser leída por nuestros adolescentes.
- Me dio el nombre de Mila, el Destello Diamantino. Me ligó a él con el voto de noviciado y me dio el mandamiento de dedicarme a ayudar a los demás incluso más allá de mi propio sufrimiento y, más tarde, después de la muerte, de regresar a la tierra tantas veces como fuera necesario para proseguir con mi tarea. Quería hacer de mí un verdadero Bodhisatva.
Los tres relatos, de estructura sumamente sencilla, se hayan vertebrados por verdaderas fuentecicas de filosofía e inteligencia para afrontar la vida. No en vano los he recomendado como libros para pensar, pensar para crecer, para interrogarse acerca de ciertas tradiciones místico religiosas y acerca del absoluto o nuestra propia existencia. Creo que en el hecho religioso hay fuentes profundas de conocimiento –incluso desde una postura agnóstica-. Acercarse a las experiencias religiosas puede iluminar aspectos de nuestra propia existencia. Recuerdo que leí a mis veinte años un comentario de uno de los Salmos hecho por un psicoanalista ateo, Erich Fromm, y lograba rastrear en la experiencia religiosa del hundimiento del ser humano en la sima de la depresión un caudal de conocimiento aprovechable para el hombre moderno alejado de lo religioso. En este sentido, estas narraciones que se centran en el islam tolerante, el cristianismo humanista y el budismo esotérico, pueden hacer reflexionar a nuestros adolescentes. Humanismo, amistad, conocimiento de uno mismo… son los ejes de estos tres libros.
- Pues ése es justamente tu error. Es el sonreír lo que le hace a uno sentirse feliz.
- ¡Y un huevo!
- Pruébalo (…) Ser bien educado está bien. Pero ser amable es mejor. Intenta sonreír y verás.
O cuando se van los dos de viaje hacia el mar, a la tierra del señor Ibrahim y recalan en Turquía donde ven a los derviches girar, al resonar un tambor, como peonzas:
- ¡Ves, Momó! Giran sobre sí mismos, giran en torno a su corazón, que es el lugar de la presencia de Dios. Es como una oración.
- ¿A eso le llama una oración usted?
- Pues claro, Momó. Pierden toda referencia terrenal, ese lastre al que llamamos equilibrio, y se convierten en unas antorchas que se consumen en un gran fuego. Pruébalo, Momó. Sígueme.
- (...) ¿Qué tal, Momó, has sentido cosas bonitas?
- ¡Sí, era increíble! Me estaba vaciando de odio. Si los tambores no hubieran parado, quizá me habría ocupado del caso de mi madre. Ha molado rezar así, señor Ibrahim, aunque habría preferido rezar con las zapatillas puestas. Cuanto más pesado se vuelve el cuerpo, más ligera se vuelve la mente.
Oscar y Mamie-Rose es una serie de cartas que escribe a Dios un niño de diez años que padece cáncer en fase terminal. Es Mamie-Rose quien le aconseja hacerlo:
- La verdad es que, dicho así, todo cambia. ¿Y para qué me voy a poner a escribirle a Dios, se puede saber?
- Te sentirás menos solo.
- ¿Menos solo con alguien que no existe?
- Haz tú que exista (…) Cada vez que creas en él, existirá un poco más y, si persistes, existirá completamente. Y entonces te ayudará.
Oscar y Mamie-Rose es un cuento sobre el sufrimiento que puede ser trascendido yendo más allá de nuestros límites y una batalla ganada contra la muerte, una delicada fábula llena de sensibilidad y sentido del humor a pesar de la gravedad del tema.
Milarepa es una fábula budista y tibetana algo más críptica y quizás menos indicada para ser leída por nuestros adolescentes.
- Me dio el nombre de Mila, el Destello Diamantino. Me ligó a él con el voto de noviciado y me dio el mandamiento de dedicarme a ayudar a los demás incluso más allá de mi propio sufrimiento y, más tarde, después de la muerte, de regresar a la tierra tantas veces como fuera necesario para proseguir con mi tarea. Quería hacer de mí un verdadero Bodhisatva.
Los tres relatos, de estructura sumamente sencilla, se hayan vertebrados por verdaderas fuentecicas de filosofía e inteligencia para afrontar la vida. No en vano los he recomendado como libros para pensar, pensar para crecer, para interrogarse acerca de ciertas tradiciones místico religiosas y acerca del absoluto o nuestra propia existencia. Creo que en el hecho religioso hay fuentes profundas de conocimiento –incluso desde una postura agnóstica-. Acercarse a las experiencias religiosas puede iluminar aspectos de nuestra propia existencia. Recuerdo que leí a mis veinte años un comentario de uno de los Salmos hecho por un psicoanalista ateo, Erich Fromm, y lograba rastrear en la experiencia religiosa del hundimiento del ser humano en la sima de la depresión un caudal de conocimiento aprovechable para el hombre moderno alejado de lo religioso. En este sentido, estas narraciones que se centran en el islam tolerante, el cristianismo humanista y el budismo esotérico, pueden hacer reflexionar a nuestros adolescentes. Humanismo, amistad, conocimiento de uno mismo… son los ejes de estos tres libros.