Los profesores hacemos las llamadas "guardias de patio" que consisten en vigilar el espacio de recreo distribuidos estratégicamente. Controlamos que no se fume, que no haya peleas ni conflictos, que se utilicen las papeleras... La hora del patio es un pandemonium con varios centenares de alumnos dando vueltas, charlando o jugando al fútbol con latas de bebidas. El espectáculo del patio cuando acaba la media hora de recreo es digno de verse por su descuido y suciedad. No hemos conseguido inculcarles hábitos cívicos como el uso de las papeleras.
En un rinconcito del patio, junto a la verja, se reúne un grupito de muchachas magrebíes. Son siete u ocho. Son pacíficas, educadas y sobre todo, no se meten con nadie. Algunas llevan pañuelos en la cabeza y otras no. Sin embargo, ha habido reiterados intentos de agresión contra ellas a lo largo del trimestre. Grupos de descontrolados las insultan o empujan. Los profesores de guardia hemos de estar atentos para que no se produzcan estas agresiones.
Sin embargo, el martes pasado, justo cuando sonó el timbre estridente que señalaba el final de la hora del patio, volvió a suceder. Los alumnos se arremolinaban para ir de vuelta al centro. En el tumulto que se produjo, dos o tres cafres se acercaron a ellas y empezaron a insultarlas. Uno de ellos le metió un codazo a Hafida en la boca del estómago y la dejó tirada en el suelo. Ella se retorcía mientras el grueso de los alumnos la veían tirada y se reían de ella. Quizás pensaban que estaba haciendo teatro. Alguno grito: "Que ahora no es la hora del parto". Otra alumna magrebí la atendió, la recogió del suelo y la llevó adentro del edificio. Hafida no podía dejar de llorar. Apenas sabe expresarse. Lleva un año y medio en España y es muy tímida. Leila, la compañera, la consolaba y se quejaba amargamente. Las dos son alumnas de mi tutoría. Las circunstancias de los hechos las supimos posteriormente.
Las dos estaban desconsoladas. No fueron a clase a la siguiente hora. Leila se sentía humillada. Es de las mejores alumnas de su curso. Es una niña diez por su dedicación al estudio, su constancia y aplicación, y su educación exquisita. Mientras Hafida seguía llorando por el dolor en el estómago y la humillación sufrida, Leila, muy nerviosa, decía que no volverían al instituto después de navidades. Que no podían seguir así. La psicopedagoga, que fue su tutora el curso pasado, y yo intentábamos animarla. Que no se rindiera. Que no se dejara avasallar por dos impresentables que serían sancionados, que no les diera esa satisfacción, que ellas habían de seguir estudiando y un día llegar a ser médicos o profesoras o lo que les pareciera.
Entretanto, los dos agresores estaban retenidos en Jefatura de Estudios. Tenían aspecto de escasa inteligencia y gesto de cinismo. Uno de ellos no hacía sino morderse y mirarse las uñas mientras el jefe de estudios le inquiría que por qué lo habían hecho. Uno decía que el otro le había empujado, y el que había empujado, que no sabía lo que hacía. Que era una broma y que todo había sido un accidente. Entonces ¿por qué os fuisteis con ella tirada en el suelo y no la socorristeis? No hay respuesta. Se sigue observando las uñas y ni se digna dirigirnos la mirada.
Ambos serán sancionados, pero no parece que se sientan ni responsables ni dolidos por la agresión. "Son moras", claro. Se las puede humillar. Es lo que oyen por todas partes, también en sus casas.
Al día siguiente, las dos estaban mucho más animadas y desde luego Leila seguirá estudiando para no darles el gustazo de abandonar. Puede esta niña llegar a ser lo que quiera por su inteligencia, sensibilidad y constancia. Podrá ser lo que quiera si nuestro sistema lo permite y su familia acepta que siga estudiando. No lo tendrá fácil.
Ayer era el día final de trimestre. Se entregaban las notas a las doce de la mañana. Todos mis tutorandos tenían prisa para marcharse. Les hice sentarse. Protestaban y gritaban por la demora. Les quise hacer una reflexión sobre su rendimiento -muy bajo salvo excepciones- y sobre sus relaciones humanas en el aula -muy deterioradas por los enfrentamientos-. Hablé unos tres minutos y luego les deseé felices navidades y procedí a entregarles las notas en un sobre con una felicitación de Navidad. Fue visto y no visto. Sin darme cuenta, salieron todos corriendo del aula con sus notas. Nadie me saludó ni se despidió ni me deseó unas felices navidades. Bueno, nadie no es exacto. Hubo cuatro alumnas que se quedaron y esperaron para expresarme su deseo de que pasara unos buenos días y para despedirse. ¿Saben quiénes eran? Eran Leila, Hafida, Rachida y Sara, las cuatro alumnas magrebíes.
En un rinconcito del patio, junto a la verja, se reúne un grupito de muchachas magrebíes. Son siete u ocho. Son pacíficas, educadas y sobre todo, no se meten con nadie. Algunas llevan pañuelos en la cabeza y otras no. Sin embargo, ha habido reiterados intentos de agresión contra ellas a lo largo del trimestre. Grupos de descontrolados las insultan o empujan. Los profesores de guardia hemos de estar atentos para que no se produzcan estas agresiones.
Sin embargo, el martes pasado, justo cuando sonó el timbre estridente que señalaba el final de la hora del patio, volvió a suceder. Los alumnos se arremolinaban para ir de vuelta al centro. En el tumulto que se produjo, dos o tres cafres se acercaron a ellas y empezaron a insultarlas. Uno de ellos le metió un codazo a Hafida en la boca del estómago y la dejó tirada en el suelo. Ella se retorcía mientras el grueso de los alumnos la veían tirada y se reían de ella. Quizás pensaban que estaba haciendo teatro. Alguno grito: "Que ahora no es la hora del parto". Otra alumna magrebí la atendió, la recogió del suelo y la llevó adentro del edificio. Hafida no podía dejar de llorar. Apenas sabe expresarse. Lleva un año y medio en España y es muy tímida. Leila, la compañera, la consolaba y se quejaba amargamente. Las dos son alumnas de mi tutoría. Las circunstancias de los hechos las supimos posteriormente.
Las dos estaban desconsoladas. No fueron a clase a la siguiente hora. Leila se sentía humillada. Es de las mejores alumnas de su curso. Es una niña diez por su dedicación al estudio, su constancia y aplicación, y su educación exquisita. Mientras Hafida seguía llorando por el dolor en el estómago y la humillación sufrida, Leila, muy nerviosa, decía que no volverían al instituto después de navidades. Que no podían seguir así. La psicopedagoga, que fue su tutora el curso pasado, y yo intentábamos animarla. Que no se rindiera. Que no se dejara avasallar por dos impresentables que serían sancionados, que no les diera esa satisfacción, que ellas habían de seguir estudiando y un día llegar a ser médicos o profesoras o lo que les pareciera.
Entretanto, los dos agresores estaban retenidos en Jefatura de Estudios. Tenían aspecto de escasa inteligencia y gesto de cinismo. Uno de ellos no hacía sino morderse y mirarse las uñas mientras el jefe de estudios le inquiría que por qué lo habían hecho. Uno decía que el otro le había empujado, y el que había empujado, que no sabía lo que hacía. Que era una broma y que todo había sido un accidente. Entonces ¿por qué os fuisteis con ella tirada en el suelo y no la socorristeis? No hay respuesta. Se sigue observando las uñas y ni se digna dirigirnos la mirada.
Ambos serán sancionados, pero no parece que se sientan ni responsables ni dolidos por la agresión. "Son moras", claro. Se las puede humillar. Es lo que oyen por todas partes, también en sus casas.
Al día siguiente, las dos estaban mucho más animadas y desde luego Leila seguirá estudiando para no darles el gustazo de abandonar. Puede esta niña llegar a ser lo que quiera por su inteligencia, sensibilidad y constancia. Podrá ser lo que quiera si nuestro sistema lo permite y su familia acepta que siga estudiando. No lo tendrá fácil.
Ayer era el día final de trimestre. Se entregaban las notas a las doce de la mañana. Todos mis tutorandos tenían prisa para marcharse. Les hice sentarse. Protestaban y gritaban por la demora. Les quise hacer una reflexión sobre su rendimiento -muy bajo salvo excepciones- y sobre sus relaciones humanas en el aula -muy deterioradas por los enfrentamientos-. Hablé unos tres minutos y luego les deseé felices navidades y procedí a entregarles las notas en un sobre con una felicitación de Navidad. Fue visto y no visto. Sin darme cuenta, salieron todos corriendo del aula con sus notas. Nadie me saludó ni se despidió ni me deseó unas felices navidades. Bueno, nadie no es exacto. Hubo cuatro alumnas que se quedaron y esperaron para expresarme su deseo de que pasara unos buenos días y para despedirse. ¿Saben quiénes eran? Eran Leila, Hafida, Rachida y Sara, las cuatro alumnas magrebíes.