Si hay un libro imprescindible en nuestro tiempo es Si esto es un hombre del escritor italiano Primo Levi. Su crónica fue escrita a vuelapluma en cuanto fue liberado del campo de Monowitz, unos kilómetros al este de Auschwitz. Su valor moral estremecedor se debe a que Primo Levi para construir su demoledor alegato no elige el papel de víctima inocente, ni de vengador iracundo frente a todo lo que ha sufrido. No, Primo Levi escoge la posición del testigo que, con un lenguaje sobrio y mesurado, describe todo aquello que vivió. No es que haya perdonado a sus verdugos –no lo hizo- sino que advierte que su testimonio será mucho más eficaz si no se contamina de sentimientos. Él nos ha dejado su crónica y nosotros somos los jueces. Nuestro es el veredicto.
Primo Levi logró sobrevivir, fundamentalmente por azar y por suerte. Era químico y eso le permitió gozar de alguna situación de privilegio en el lager. Pero había en él una voluntad férrea que le permitió desear seguir viviendo, mientras muchos de sus compañeros terminaban rindiéndose y se dejaban morir. Él quería contar lo que había vivido, relatar lo que había soportado. De hecho reconoce que fue Auschwitz lo que le hizo escritor. Nada había en él que le acercara a la palabra escrita. Era químico. Una vez liberado, no tuvo que luchar contra la pereza ni se preocupó demasiado del estilo. Sólo tuvo que ordenar todo lo que había vivido y dejar que su documento descendiera al papel.
En su libro hay mensajes muy claros: aquello que sucedió puede volver a suceder. Es necesario conocer los mecanismos por los que pudo ser posible. Conocer no significa “comprender” porque esto puede aproximarse a “justificar”. Las conciencias alemanas fueron seducidas por un orador histriónico que no expresaba sino ideas cambiantes, puras tonterías o crueldades atroces. Millones de hombres lo siguieron hasta la muerte. La cultura –Alemania era uno de los países más cultos del mundo- fue incapaz de oponerse a la barbarie. El pueblo alemán “sabía”, unos más y otros menos, pero si no lo sabían con certeza, lo sospechaban y acallaban sus dudas y su conciencia. Luego hubo funcionarios grises, terriblemente eficaces, que justificaron sus crímenes con el argumento de la obediencia debida.
Primo Levi nos pone en guardia frente a los líderes carismáticos que ofrecen verdades axiomáticas y sencillas. Es mejor no creer en los profetas por mucha verdad revelada que ofrezcan. Propone conformarse con verdades mucho más modestas y menos entusiasmantes que se consiguen con mucho trabajo y esfuerzo, sin atajos, por el estudio y el razonamiento, la discusión y el diálogo.
La posición de escritor-testigo hizo que su estancia en el lager se convirtiera en su mejor universidad, el sitio donde pudo meditar sobre aquellos hechos y sobre los seres humanos, en medio de aquel naufragio espiritual. No fue el único. Otros pensadores como Víktor E. Frankl, que sobrevivió también a Auschwitz, lograron mediante su fuerza moral y su capacidad de resistencia – y de suerte- sacar un material extraordinario para aprender a comprender el valor y el sentido de la vida humana.
Si esto es un hombre de Primo Levi debería ser un libro de formación ética obligatorio para nuestros estudiantes de la ESO en el segundo ciclo o en el bachillerato.
Muchas veces temo reconocer en el cinismo que tanto se estila entre muchos adolescentes desorientados; en su rechazo de la cultura y del pensamiento; en su aversión al esfuerzo necesario para conseguir aquello que tiene algún valor; en su desprecio hacia la autoridad que supone el conocimiento… Todo ello me parecen signos desesperanzadores de un estado espiritual que supone la renuncia a la razón y la apuesta por los instintos, justo aquello que defendía Hitler. No sé si estaré siendo algo exagerado, pero veo en ciertos sectores de esta juventud –y en esta sociedad- que crecen sin ideales, sin proyectos -fuera del enriquecimiento azaroso de la lotería- sin una necesidad de dotar de sentido a su vida, sin capacidad de resistirse a la adversidad o de soportar la frustración, barruntos de un desarme moral que convenientemente aprovechado por seductores perversos podrían dar lugar a miserias humanas que es mejor no imaginar. Nuestro tiempo ha contemplado y contempla catástrofes humanas que no son mejores que lo que sucedió en tiempos de Hitler: la guerra en la antigua ex – Yugoslavia, Rwanda, la guerra silenciada en el Africa Central, Sudán, la pobreza de la mayor parte del mundo…Y frente a ellas nos mostramos casi totalmente indiferentes. Necesitaríamos un enorme rearme moral para poder educar -conducir- a nuestros erráticos y caprichosos adolescentes hacia valores más sólidos y menos banales que los que se estilan por aquí.
Primo Levi logró sobrevivir, fundamentalmente por azar y por suerte. Era químico y eso le permitió gozar de alguna situación de privilegio en el lager. Pero había en él una voluntad férrea que le permitió desear seguir viviendo, mientras muchos de sus compañeros terminaban rindiéndose y se dejaban morir. Él quería contar lo que había vivido, relatar lo que había soportado. De hecho reconoce que fue Auschwitz lo que le hizo escritor. Nada había en él que le acercara a la palabra escrita. Era químico. Una vez liberado, no tuvo que luchar contra la pereza ni se preocupó demasiado del estilo. Sólo tuvo que ordenar todo lo que había vivido y dejar que su documento descendiera al papel.
En su libro hay mensajes muy claros: aquello que sucedió puede volver a suceder. Es necesario conocer los mecanismos por los que pudo ser posible. Conocer no significa “comprender” porque esto puede aproximarse a “justificar”. Las conciencias alemanas fueron seducidas por un orador histriónico que no expresaba sino ideas cambiantes, puras tonterías o crueldades atroces. Millones de hombres lo siguieron hasta la muerte. La cultura –Alemania era uno de los países más cultos del mundo- fue incapaz de oponerse a la barbarie. El pueblo alemán “sabía”, unos más y otros menos, pero si no lo sabían con certeza, lo sospechaban y acallaban sus dudas y su conciencia. Luego hubo funcionarios grises, terriblemente eficaces, que justificaron sus crímenes con el argumento de la obediencia debida.
Primo Levi nos pone en guardia frente a los líderes carismáticos que ofrecen verdades axiomáticas y sencillas. Es mejor no creer en los profetas por mucha verdad revelada que ofrezcan. Propone conformarse con verdades mucho más modestas y menos entusiasmantes que se consiguen con mucho trabajo y esfuerzo, sin atajos, por el estudio y el razonamiento, la discusión y el diálogo.
La posición de escritor-testigo hizo que su estancia en el lager se convirtiera en su mejor universidad, el sitio donde pudo meditar sobre aquellos hechos y sobre los seres humanos, en medio de aquel naufragio espiritual. No fue el único. Otros pensadores como Víktor E. Frankl, que sobrevivió también a Auschwitz, lograron mediante su fuerza moral y su capacidad de resistencia – y de suerte- sacar un material extraordinario para aprender a comprender el valor y el sentido de la vida humana.
Si esto es un hombre de Primo Levi debería ser un libro de formación ética obligatorio para nuestros estudiantes de la ESO en el segundo ciclo o en el bachillerato.
Muchas veces temo reconocer en el cinismo que tanto se estila entre muchos adolescentes desorientados; en su rechazo de la cultura y del pensamiento; en su aversión al esfuerzo necesario para conseguir aquello que tiene algún valor; en su desprecio hacia la autoridad que supone el conocimiento… Todo ello me parecen signos desesperanzadores de un estado espiritual que supone la renuncia a la razón y la apuesta por los instintos, justo aquello que defendía Hitler. No sé si estaré siendo algo exagerado, pero veo en ciertos sectores de esta juventud –y en esta sociedad- que crecen sin ideales, sin proyectos -fuera del enriquecimiento azaroso de la lotería- sin una necesidad de dotar de sentido a su vida, sin capacidad de resistirse a la adversidad o de soportar la frustración, barruntos de un desarme moral que convenientemente aprovechado por seductores perversos podrían dar lugar a miserias humanas que es mejor no imaginar. Nuestro tiempo ha contemplado y contempla catástrofes humanas que no son mejores que lo que sucedió en tiempos de Hitler: la guerra en la antigua ex – Yugoslavia, Rwanda, la guerra silenciada en el Africa Central, Sudán, la pobreza de la mayor parte del mundo…Y frente a ellas nos mostramos casi totalmente indiferentes. Necesitaríamos un enorme rearme moral para poder educar -conducir- a nuestros erráticos y caprichosos adolescentes hacia valores más sólidos y menos banales que los que se estilan por aquí.
Decía Simone Weil que buena parte del mal que los hombres hacen se debe a la falta de imaginación. La gente minimiza las barbaridades cometidas por los nazis (y por otros) porque no apenas imagina lo que debió ser sufrirlas. Libros como el de Primo Levi o 1984, de Orwell, ayudan a ese ejercicio indigesto pero indispensable. Que no nos tiemble la mano a la hora de recetarlos.
ResponderEliminarSiempre he pensado que permanentemente habrá un libro por escribir: "Auténtica historia universal de la infamia" tomándolo prestado de Borges. Y siempre estará pendiente porque historiar la barbarie humana no ha de ser pieza de gusto para nadie, aunque su necesidad perentoria está fuera de toda duda. Desde los nazis hasta las purgas stalinianas o los jemeres rojos, pasando por la Conquista de América, las invasiones bárbaras o la Revolución Cultural china, sin olvidar las guerras de religión, las cruzadas.., en fin, una historia que levante acta de la deleiberada locura de la especie. sí, será siempre un libro pendiente de escribir..., porque quizás no tendría ningún lector capaz de soportarlo.
ResponderEliminarAyer vi "La historia secreta de las palabras" y lo que digo aquí lo sentí delante de esa película necesaria y hermosa, por este orden.
Gracias por recordarme a Orwell y lo que pasó al otro lado. De hecho quería hablar del gulag, de la literatura que generó, pero el tema se me extendía demasiado. Otro día lo abordaré. 1984 es uno de los libros más esclarecedores que se han escrito. Está entre mis referencias inexcusables.
ResponderEliminar"El hombre en busca de sentido" o "el vacío existencial", de Viktor Frankl junto con "el arte de amar" de Erich Fromm, son de los libros que más me han enseñado, o mejor decir, gustado.
ResponderEliminarEs curioso, Simalme, son dos libros de los que me gustaría hacer un post. Son dos libros esenciales en la formación de una cultura y un pensamiento. Veo, en muchos sentidos, que tenemos lecturas muy parecidas.
ResponderEliminarAnímate y haz un post sobre ello. Me gustaría. Es cierto, parece que tenemos lecturas parecidas. Un saludo, profe.
ResponderEliminarLa palabra educar se está olvidando de su etimología. Joselu, al llegar a la universidad, nos hemos reunido un grupo de personas que tras conocernos y hablar mucho hemos llegado a muchas de tus conclusiones con respecto a la educación
ResponderEliminarEs muy interesante ver que no somos los locos únicos que pensamos esto. Espero que con todas nuestras semillas cambiemos para mejor.
Saludos ^^