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domingo, 18 de diciembre de 2005

Si esto es un hombre


Si hay un libro imprescindible en nuestro tiempo es Si esto es un hombre del escritor italiano Primo Levi. Su crónica fue escrita a vuelapluma en cuanto fue liberado del campo de Monowitz, unos kilómetros al este de Auschwitz. Su valor moral estremecedor se debe a que Primo Levi para construir su demoledor alegato no elige el papel de víctima inocente, ni de vengador iracundo frente a todo lo que ha sufrido. No, Primo Levi escoge la posición del testigo que, con un lenguaje sobrio y mesurado, describe todo aquello que vivió. No es que haya perdonado a sus verdugos –no lo hizo- sino que advierte que su testimonio será mucho más eficaz si no se contamina de sentimientos. Él nos ha dejado su crónica y nosotros somos los jueces. Nuestro es el veredicto.

Primo Levi logró sobrevivir, fundamentalmente por azar y por suerte. Era químico y eso le permitió gozar de alguna situación de privilegio en el lager. Pero había en él una voluntad férrea que le permitió desear seguir viviendo, mientras muchos de sus compañeros terminaban rindiéndose y se dejaban morir. Él quería contar lo que había vivido, relatar lo que había soportado. De hecho reconoce que fue Auschwitz lo que le hizo escritor. Nada había en él que le acercara a la palabra escrita. Era químico. Una vez liberado, no tuvo que luchar contra la pereza ni se preocupó demasiado del estilo. Sólo tuvo que ordenar todo lo que había vivido y dejar que su documento descendiera al papel.

En su libro hay mensajes muy claros: aquello que sucedió puede volver a suceder. Es necesario conocer los mecanismos por los que pudo ser posible. Conocer no significa “comprender” porque esto puede aproximarse a “justificar”. Las conciencias alemanas fueron seducidas por un orador histriónico que no expresaba sino ideas cambiantes, puras tonterías o crueldades atroces. Millones de hombres lo siguieron hasta la muerte. La cultura –Alemania era uno de los países más cultos del mundo- fue incapaz de oponerse a la barbarie. El pueblo alemán “sabía”, unos más y otros menos, pero si no lo sabían con certeza, lo sospechaban y acallaban sus dudas y su conciencia. Luego hubo funcionarios grises, terriblemente eficaces, que justificaron sus crímenes con el argumento de la obediencia debida.

Primo Levi nos pone en guardia frente a los líderes carismáticos que ofrecen verdades axiomáticas y sencillas. Es mejor no creer en los profetas por mucha verdad revelada que ofrezcan. Propone conformarse con verdades mucho más modestas y menos entusiasmantes que se consiguen con mucho trabajo y esfuerzo, sin atajos, por el estudio y el razonamiento, la discusión y el diálogo.

La posición de escritor-testigo hizo que su estancia en el lager se convirtiera en su mejor universidad, el sitio donde pudo meditar sobre aquellos hechos y sobre los seres humanos, en medio de aquel naufragio espiritual. No fue el único. Otros pensadores como Víktor E. Frankl, que sobrevivió también a Auschwitz, lograron mediante su fuerza moral y su capacidad de resistencia – y de suerte- sacar un material extraordinario para aprender a comprender el valor y el sentido de la vida humana.

Si esto es un hombre de Primo Levi debería ser un libro de formación ética obligatorio para nuestros estudiantes de la ESO en el segundo ciclo o en el bachillerato.

Muchas veces temo reconocer en el cinismo que tanto se estila entre muchos adolescentes desorientados; en su rechazo de la cultura y del pensamiento; en su aversión al esfuerzo necesario para conseguir aquello que tiene algún valor; en su desprecio hacia la autoridad que supone el conocimiento… Todo ello me parecen signos desesperanzadores de un estado espiritual que supone la renuncia a la razón y la apuesta por los instintos, justo aquello que defendía Hitler. No sé si estaré siendo algo exagerado, pero veo en ciertos sectores de esta juventud –y en esta sociedad- que crecen sin ideales, sin proyectos -fuera del enriquecimiento azaroso de la lotería- sin una necesidad de dotar de sentido a su vida, sin capacidad de resistirse a la adversidad o de soportar la frustración, barruntos de un desarme moral que convenientemente aprovechado por seductores perversos podrían dar lugar a miserias humanas que es mejor no imaginar. Nuestro tiempo ha contemplado y contempla catástrofes humanas que no son mejores que lo que sucedió en tiempos de Hitler: la guerra en la antigua ex – Yugoslavia, Rwanda, la guerra silenciada en el Africa Central, Sudán, la pobreza de la mayor parte del mundo…Y frente a ellas nos mostramos casi totalmente indiferentes. Necesitaríamos un enorme rearme moral para poder educar -conducir- a nuestros erráticos y caprichosos adolescentes hacia valores más sólidos y menos banales que los que se estilan por aquí.

martes, 13 de diciembre de 2005

La enseñanza de la literatura


La semana pasada hablábamos de la crisis del modelo de enseñanza de la Literatura a nuestros alumnos a propósito del escaso gusto por la lectura que existe en la adolescencia y el tipo de novelas que hoy día gustan a los jóvenes. Decíamos que debían ser obras fundamentalmente ligeras, de léxico llano y sintaxis sencilla, que combinaran la intriga y la aventura, así como algunos temas actuales.

¿Cómo habría ser de otra manera? En este país ha desaparecido la Literatura como objeto de la enseñanza. Se habla de la inminente desaparición de la Filosofía, pero no nos hemos dado cuenta de que ya no se enseña Literatura.

En los planes de estudio actuales la literatura es un subapartado mínimo en los temas, fundamentalmente de lengua, tanto en la ESO como en el Bachillerato. Se ha convertido en un apéndice prescindible, que no es exigida ya ni en las pruebas de acceso a la universidad (las PAAU). El único resto que queda es la Literatura de Modalidad que cursan un solo año (tres horas semanales) algunos alumnos del bachillerato Humanístico y Social, pero no los del Científico ni del Tecnológico ni del Científico y ni siquiera los del Artístico (¡).

¿Cómo se querrá que nuestros alumnos lean si no les enseñamos literatura? ¿Cómo se pretenderá -si es que se pretende- que se acostumbren a la complejidad cultural si les sumergimos en un mundo tecnológico sin modelos literarios llenos de densidad artística y humana?

En el anterior sistema educativo, la EGB y el BUP más el COU, los alumnos realizaban varios repasos generales de la historia literaria, en los cursos de 7º y 8º de Básica. Si cursaban el BUP, había una Lengua en primero en la que se avanzaban conocimientos lingüísticos y se desarrollaba la técnica del comentario de textos de fragmentos literarios de gran calidad.

En segundo de BUP la enseñanza de la literatura alcanzaba su mayor grado de autonomía. Se repasaba toda la historia de la literatura a razón de cuatro horas semanales. En tercero de BUP en la especialidad de Letras y Mixto, se profundizaba cuatro horas semanales en obras completas desde la Edad Media al siglo XIX. Se leían obras como El cantar de Mío Cid, las Coplas completas de Jorge Manrique, La Celestina, La vida es sueño, Macbeth o El rey Lear de Shakespeare, El Quijote, un drama romántico, y una novela de Galdós. En ocasiones se introducía también una de Dostoievski.

En COU también disponíamos de cuatro horas a la semana para centrarnos en la literatura del siglo XX: El árbol de la ciencia de Baroja era un clásico que despertaba las inquietudes existenciales de nuestros alumnos; alguna obra de Unamuno como San Manuel Bueno mártir presentaba la crisis de fe de un sacerdote de pueblo; se hacía un estudio general sobre la poesía de Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez; se introducían las literaturas de vanguardia, la generación del 27, la poesía de Miguel Hernández; estudiábamos la narrativa de posguerra con obras como La colmena de Cela, así como el teatro del mismo periodo. Se leía una novela experimental del tipo de Tiempo de silencio de Luis Martín Santos y se culminaba el repaso de la historia literaria con una novela de la literatura hispanoamericana como Pedro Páramo de Juan Rulfo o El coronel no tiene quien le escriba de García Márquez.

La enseñanza de la literatura gozaba de una autonomía didáctica que permitía la profundización en múltiples obras de grandes autores. Con ello, se introducía la complejidad artística y vital y se tendían puentes hacia el pasado haciéndolo permeable a nuestra comprensión y análisis. Y la cierto es que se notaba este baño de historia literaria en la comprensión de textos complejos y en la capacidad expresiva. Además los jóvenes eran más curiosos e imaginativos. Despertado el gusto por la literatura, no era difícil estimularles el deseo de descubrir nuevos modelos y géneros contemporáneos.

Hoy, nuestros alumnos son unos absolutos analfabetos en materia literaria. Pensemos que en épocas pasadas se consideró la Literatura como el alma de los pueblos y de las sociedades. Está claro que hoy queremos que todo sea líquido y fungible, flexible y "moderno". La literatura no está de moda, y en consonancia los planes de estudio la han arrinconado y suprimido casi totalmente. ¿Qué ciudadanos pueden esperarse de unos proyectos educativos que han prescindido de la enseñanza de la literatura? Nos hemos quedado sin modelos lingüísticos y humanos, aquellos que revelaban las grandes obras literarias. Todo es ya absoluto presente, siempre absorbente, pero efímero y esencialmente banal. Hoy el presente ha olvidado su componente humano y artístico para convertirse en meramente tecnológico: todo se basa en la ley del mercado y en ella no cotiza la Literatura.

Como consecuencia, también se produce el declive de la imaginación creadora y las terribles dificultades expresivas que tienen nuestros adolescentes.

domingo, 11 de diciembre de 2005

Pedro y el capitán


Escribir siempre sobre educación es monocorde. Hay algunos temas pendientes de los que hablaré en los próximos días. Hoy domingo, mañana soleada de domingo, quiero evocar algunos hilos del pasado. Es mi aportación a la miscelánea personal del blog.

Hace muchos años, hice mis pinitos en el teatro. Formaba parte de la compañía estable del teatro de la Riereta en el Raval de Barcelona. Mi primera aparición en público fue con una obra de Mario Benedetti titulada Pedro y el capitán.

En escena había dos personajes: un prisionero político, Pedro, y un oficial del ejército de un país indefinido latinoamericano. Queríamos obtener información sobre el grupo político al que pertenecía el detenido. Para ello, el instrumento era la tortura. El capitán era el torturador psicológico "bueno", el que le decía yo no te voy a hacer nada pero los que están después de mí te machacarán, violarán a tu mujer y harán cosas a tu hijo. A pesar de todo, el prisionero se negaba a hablar. La figura del capitán estaba dominando la escena, pero a medida que avanzaban los cuatro actos de la obra comenzaba a declinar y a crecer la de Pedro que terminaba desarmando moralmente al oficial represor. Era la historia de una caída en una sima personal de un hombre sin principios enfrentado a un prisionero cuyos valores personales eran la dignidad y la fidelidad a unas ideas de justicia y libertad.

Recuerdo que esta obra era llevada a institutos de Bachillerato y Formación Profesional. Quiero recordar una de las actuaciones la que nos encaminó hasta un instituto profesional de Sant Boi de Llobregat. Fue una actuación memorable.

La función comenzaba con retraso de veinte minutos por diversos problemas de desplazamiento. Los cuatrocientos alumnos del instituto gritaban y pataleaban. Que empiece ya, que el público se va... El ambiente presagiaba una actuación desastrosa dada la algarabía reinante. Gritos por doquier y como perspectiva una obra en que durante casi dos horas se enfrentaban dialécticamente dos personajes sin ningún tipo de efecto especial y con una iluminación plana; amén de una decoración minimalista que consistía en una silla para el prisionero, una mesita y un sillón para el capitán.

Primero salió Pedro. Gritos. ¡Hala! Confusión total, alboroto. Yo salía unos segundos más tarde por el otro lado: ¡El otro! Risas, aplausos, pateada general. Salir a un escenario es lanzarte al vacío. Nunca estás más en evidencia que cuando te enfrentas al público. No hay vuelta atrás. Es un momento de una tensión y ansiedad enormes. A veces se me secaba la boca, otras veces me temblaban las piernas. Te preparabas. No había posibilidad de huir. Todo te llevaba allí. Un, dos, tres... y estabas en medio de la escena. Uf. Así me pasó aquella tarde cuando salí frente a aquellas cuatrocientas fieras dispuestas a comérsenos con patatas. ¡El otro! Follón, griterío. Me dije a mí mismo. "Este es tu público de todos los días. No vas a permitir que te aplasten". Comenzaba mi monólogo de diez minutos frente al prisionero con capucha. Mi actuación era habitualmente medianita. Había comenzado hacía poco mi trayectoria teatral y dependía totalmente de mi director que era el hombre que estaba allí sentado y al que debía dominar y dar la impresión de hacerlo. "Os vais a enterar". Alcé la voz, le imprimí una autoridad y una resonancia que golpearon las paredes del teatro y reclamaron la atención de aquellos pequeños bárbaros. Poco a poco las voces fueron declinando, y cinco minutos después el silencio era total. Mi voz mantenía la tensión necesaria para tenerlos prendidos de un hilo.

Así se desarrolló la representación durante una hora y cuarenta minutos. La expectación era evidente y los espectadores estaban unidos emocionalmente a lo que sucedía en la escena desnuda. Dos hombre devorándose y luchando hasta la muerte. Mi figura terminaba por estrellarse contra la dignidad de Pedro. Eran los últimos momentos de la obra cuando yo le suplicaba que me diera alguna información, le tocaba y zarandeaba. Habla, dinos algo que justifique mi vida.

Pero Pedro no hablaba y la obra terminaba con su aniquilación física y mi aniquilación moral. El silencio entonces, cuando se apagó la luz, se convirtió en un aplauso unánime y rotundo. Cuatrocientos pares de manos chocaban a rabiar. No hay sensación en el mundo comparable a esta. Tú te das cuenta cuando tienes al público prendido. Nadie se mueve, nadie habla, nadie tose... La atmósfera está cargada de electricidad. El silencio es denso y fecundo. Todo al final se resuelve en ese aplauso, Dios, qué aplauso. Es como el alimento de los dioses. No creo que haya nada que pueda ser semejante a ese premio que tienen los actores cuando es realmente merecido. Se distingue un aplauso por compromiso de un aplauso entusiasta que estalla como el trueno tras el relámpago.

Aquel día dos actores lucharon en el escenario y el público se sintió unido a ellos en su debate de ideas y de emociones. Nunca mejor dicho que el teatro lleva unida la función catártica. ¡Qué lastima que el teatro sea un espectáculo tan poco conocido por nuestros adolescentes! Hay muy pocas obras dirigidas a ellos y a precios razonables. Hay un gran déficit de teatro en la formación de los jóvenes actuales. Además el escaso teatro que se les ofrece, en funciones escolares, lleva unida la deplorable concepción que nos ha invadido: la de lo políticamente correcto. Las reducidísimas obras que se les ofrecen abusan del aspecto didáctico y del mensaje moral de última generación.

viernes, 9 de diciembre de 2005

La "literatura juvenil"


Una de los lamentos más recurrentes que se oyen en el campo educativo es el del poco interés de los adolescentes por la lectura. Todos los informes y prospecciones señalan que en torno a los cursos de segundo y tercero de ESO (14-15 años) se produce una crisis en la disponibilidad lectora de nuestros alumnos. El nivel de lecturas es bajísimo y solamente funciona con libros muy escogidos, adaptados y "facilitos" para la etapa de la adolescencia. Esto es, novelitas que aborden temas como las bandas juveniles, los nazis, la anorexia, el racismo... Todos temas muy actuales y tratados de un modo semejante al reportaje. Una mezcla de acción e intriga, aderezadas con un lenguaje sencillito y una sintaxis llana parecen ser la mejor fórmula para construir (¿diseñar?) una novela para adolescentes.

Cualquier libro que se aleje del tiempo actual o de nuestras circunstancias añade unas dificultades insuperables a la lectura. Por tanto, la llamada "literatura juvenil" de la que las editoriales educativas están repletas ha de cumplir una serie de condiciones... pero ni aún así es garantía de éxito. La panoplia de libros que gustan a los adolescentes hoy día es muy limitada.

No hace falta añadir que si a nuestros alumnos les imponemos un libro que no cumpla dichas coordenadas está condenado al fracaso. Recuerdo hace tres años cuando puse como obligatorio en cuarto de ESO la novela corta El viejo y el mar de Ernest Hemingway. Eran cursos de los considerados con "buen nivel". El resultado fue desastroso. La novela de la gran epopeya del viejo en lucha contra el gran pez y el océano no gustó a prácticamente a nadie de los cincuenta alumnos que la leyeron, si es que lo hicieron. Sólo una alumna destacada y sensible se opuso a las tesis mayoritarias de que en la novela de Hemingway, que llevó a su autor al premio Nobel, no pasaba nada. Según esta alumna, L. , era una novela llena de acción interior. Su aparente no pasar nada era erróneo porque éramos testigos de la última lucha titánica del viejo contra su edad, el gran pez, los tiburones, el mar y la mala suerte. Pese a todo y haber sido derrotado por la mezcla de toda la adversidad posible, el viejo seguía soñando con leones marinos, que simbolizaban su juventud. El hombre viejo se mantenía en pie frente a todo. Era derrotado pero no quedaba derrotado. Esto es lo que opinó una alumna a diferencia de los cuarenta y nueve restantes que aseguraron que era una novela muerta, sin acción, aburrida... un auténtico bodrio.

Como anécdota he de contar que el director de mi centro y algunos compañeros me llamaron la atención por imponer una lectura tan poco en consonancia con los tiempos presentes. No hay duda de que el director, pedagogo y, por tanto, profundo conocedor del tema de lo que son los "tiempos presentes", tenía razón y yo no.

Así son las cosas y la sociología del gusto lector juvenil -adolescente-. Ante esto me pregunto si el inmenso tesoro de la gran literatura de todos los tiempos no habrá terminado por ser incomprensible para los adolescentes de hoy día. Su falta de comprensión lectora, unida a su desconocimiento del pasado, de los símbolos religiosos, de las coordenadas filosóficas y sociales de nuestra cultura, hacen de ellos absolutos analfabetos a la hora de descifrar y comprender un texto literario de cierta densidad.

Recuerdo que no hace muchos años, muchachos de su misma edad leían y quedaban entusiasmados ante libros de una profundidad hoy inimaginable. En segundo de BUP no era impensable que un alumno leyera La metamorfosis y La carta al padre de Kafka, La espuma de los días de Boris Vian, La náusea de Jean Paul Sartre, El guardian entre el centeno de J. P. Salinger, El jugador de F. Dostoievski, Cumbres borrascosas de Emile Brönte, El monje de Matthew Lewis, relatos de horror de H.P. Lovecraft, de Bukowski, novelas de ciencia ficción de Arthur Clarke como El fin de la infancia o 2001, una odisea en el espacio, Wilt de Tom Sharpe, El tercer ojo de Lobsang Rampa, Sidharta de Hermann Hesse, Las enseñanzas de don Juan de Carlos Castaneda... En definitiva, no había diferencia entre lo que pudiéramos llamar "literatura juvenil" y Literatura con mayúscula o, al menos, literatura adulta.

Actualmente la fórmula de libros para adolescentes es un misterio y a la vez tiene unos componentes muy claros, según he señalado antes, pero lo que queda nítido es que se ha convertido en un género o subgénero diferenciado del gran tronco de la gran literatura que ha quedado oscurecida e incomprensible para ellos. ¿Un gran enigma? ¿O tiene claves ocultas que ayudan a entenderlo?

Intentaremos en entregas sucesivas aclarar algo el panorama.

jueves, 8 de diciembre de 2005

Generación L



Quiero comentar una buena noticia en el mundo de la enseñanza. En Cataluña, en octubre del presente, se ha publicado un libro muy interesante sobre el mundo educativo. Se titula Generació L (como subtítulo: Los hijos de la reforma educativa) y su autor es el profesor de secundaria y doctor en Filología Pere Pena. La edición está disponible sólo en catalán, pero deseo que pronto pueda ser traducida al castellano y otras lenguas de España.

Es sumamente esclarecedor este ensayo porque proviene no de ningún "experto en educación" o miembro de algún movimiento de Renovación Pedagógica, sino de un profesor en activo, que experimenta diariamente el desastroso estado de nuestras aulas de secundaria y bachillerato.
Su análisis, extremadamente riguroso, sobre la aplicación del modelo LOGSE en España desde el año 1990, no puede ser más demoledor y coincide con algunas de las ideas básicas que se habían publicado en este blog (en su etapa anterior).

Quiero, transitando por sus densas páginas, recoger una idea matriz: la reforma educativa ha convertido nuestras aulas en una especie de parques temáticos donde todo habría de ser divertido y agradable para nuestros alumnos. Se habría sustituido la idea del esfuerzo y el placer de aprender nuevos conocimientos por la ingestión de un alimento ligero, desnatado y caótico, incapaz de estructurar la mente de los que asisten a nuestras clases.
Ahora no tenemos "alumnos" en su sentido estricto. Tenemos "niños" y "adolescentes" (también podríamos decir "clientes") que asisten desganados -en su mayoría- a actividades que les aburren y que no entienden demasiado por más que cada vez se lo hagamos más sencillito y superficial.

La LOGSE ha creado un modelo que favorece la infantilización del alumnado y, en muchos sentidos de los profesores, que hemos perdido en gran parte nuestros criterios sobre qué enseñar y cómo hacerlo.
En los institutos se trata de que sepamos integrar a nuestros alumnos, de considerar sus circunstancias sociales y familiares, de hacer sociogramas para conocer sus relaciones internas, de difundir valores desligados de las materias de estudio, de hacerlos cívicos, formarlos en educación vial y en el ámbito de la sexualidad, prevenir el SIDA y la anorexia, favorecer el concepto de "mediación" en la escuela...

Se han desligado los "valores" de los "conocimientos". ¿Acaso cuando enseñábamos literatura, filosofía, matemáticas, música... no estábamos también enseñando "valores"? Ahora los "valores" se plantean como algo diferente y autónomo.

No importa demasiado que seamos buenos filólogos, químicos, matemáticos, expertos en filosofía, lingüistas, especialistas en historia... No, se trata de que hemos de ser fundamentalmente "educadores". Los modelos de escuela primaria se han proyectado en la escuela secundaria y en el bachillerato. La figura del maestro generalista se ha apoderado del modelo del nuevo profesor. No es necesario saber de una materia sino saber "cómo" enseñarla. Y si es posible en el aula de informática porque queda más moderno y avanzado. La pizarra ha quedado obsoleta, según los departamentos de educación. Todo lo que venga avalado por ser difundido por nuevas tecnologías tiene un prestigio superior.

Nuestros alumnos son fundamentalmente ignorantes y quieren seguir siéndolo. La cultura no ofrece para ellos ningún atractivo. Vade retro -dicen-. Se han asimilado al modelo de tantos programos de televisión en que todo ha de ser ligero, divertido, que favorezca el bienestar y la comodidad.
Seguiremos...

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