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viernes, 20 de diciembre de 2013

Y si se estuviera en un error…



Nuestro país está inmerso en una terrible crisis económica con seis millones de parados, una economía en estado de shock que no tiene mejores planteamientos para estimular el empleo que la construcción ya que no se alienta otro modelo productivo. El gobierno ha aprobado una larguísima lista de recortes del estado de bienestar que llevan a la privatización de servicios públicos, la precariedad de los más desfavorecidos, la congelación de las pensiones, el retraso de la edad de jubilación, una reforma laboral que deja a los trabajadores sin derechos, a la que todavía se exige desde la OCDE que sea más restrictiva y abarate el despido... Son cosas que todos sabemos y solo menciono de pasada.

Además de la crisis económica profundísima, hay una crisis institucional que empieza con el descrédito de la monarquía envuelta en la corrupción y en actitudes nada ejemplares, el descrédito del sistema representativo y el monopolio de los dos grandes partidos, la percepción pública de la alarmante corrupción que han traído los años del pelotazo, la sensación de impunidad de los culpables de corrupción, la manipulación del sistema judicial para taparla, la pérdida de toda credibilidad del tribunal Constitucional al que se sabe parcial y al servicio del PP, el declive del PSOE, inmerso en una tremenda crisis de identidad y que arrastra sus legislaturas anteriores de miopía estructural y optimismo de un líder al que no se puede calificar sino como un ingenuo tonto, la pérdida de fe de la juventud en el país y sus expectativas que llevan a que los mejores tengan que abandonar España en busca de futuro perdiéndose así la inversión hecha en su formación...

Pero esto no acaba aquí porque tenemos, aunque no la queramos ver, una aguda crisis del sistema territorial que va a llevar a un conflicto morrocotudo con la cuestión catalana a la que desde Madrid, gobierno y oposición miran con distancia y menosprecio. El otro día decía este blog que Cataluña se está yendo de España, y no hay ninguna reacción sobre ello. Ayer un diputado socialista se mofaba en el Congreso, con palabras hirientes, sobre el hecho de que los catalanes se fueran a ir de España, y que para evitarlo habría que darles chocolatinas. Me pareció una inconsciencia tal que me llevó a pensar que desde el resto de España no saben qué revolución se está operando en Cataluña en la conciencia social de un cada vez mayor rechazo a seguir unidos a España, arrostrando para ello todos los peligros con los que se amenaza a su economía como la salida de la UE o la pérdida del mercado español. Los catalanes son habitualmente conservadores por aquello de que la pela es la pela, pero observo una saturación tal en la percepción de la unión con España, que están sacando la rauxa que los impulse definitivamente a la independencia. Opción que no es una broma, advierto. Yo la tomaba así hasta hace poco, pero progresivamente me voy dando cuenta de que esa crisis en todos los sentidos de España como proyecto estimula, con una pasión difícilmente comprensible para el que no vive en Cataluña, una querencia formidable a iniciar un camino en solitario, por doloroso que sea ese proceso. Y se sabe que va a ser doloroso pero se considera necesario.

Se puede ilegalizar la consulta prevista y lograr que no se haga, pero no se podrá evitar la convocatoria de elecciones plebiscitarias que tengan la independencia como eje. Y que nadie dude del resultado de las mismas, saldrá mayoritariamente, sobre todo si el estado sigue sin reaccionar e ignorando cualquier atisbo de diálogo. Esta es la percepción desde aquí. ¿Qué pasará si el Parlament aprueba una moción unilateral de independencia por mayoría de la cámara? Quedará la opción de suspender la autonomía catalana y encarcelar a Artur Mas, pero ello será imposible de ejecutar. El estado no está en condiciones de controlar la administración catalana con decenas de miles de funcionarios que no obedecerían las órdenes impuestas. El conflicto sería terrible, y llevaría a la movilización de millones de personas en las calles que considerarían a Artur Mas como un mártir.  Un aspecto fundamental es que las masas son las que están llevando la dirección del proceso antes que los partidos políticos que son arrastrados por ellas. Alguien decía que el estado podría hacer intervenir al ejército, pero yo dudo que esto llegue a ser realidad. Por un lado el ejército español no está diseñado para intervenciones interiores, no es el ejército del franquismo, pero ¿alguien se imagina a los tanques patrullando por la Diagonal? El conflicto se internacionalizaría y cualquier error en la represión llevaría a una reacción tremenda de la población catalana que vería de nuevo allí a sus peores demonios históricos.

¿Qué debería hacer el estado para evitar esto? Dudo que pueda hacer nada porque las cartas están ya echadas y todos han asumido unos papeles trágicos que parecen irrevocables. Esto no parece que vaya con Rajoy, anclado en una visión sesgada y neofranquista,  que ignora totalmente qué está pasando y desprecia incluso la posibilidad de reunirse con Artur Mas. Psicológicamente es el proceso de negación de la realidad. Rubalcaba se ha atado al timón y ha perdido la oportunidad de ser un estadista sin ser capaz de ver más allá de sus narices, tal vez por temor a ser tachado de antipatriota. Es la ceguera española lo que va a llevar a la catástrofe dolorosa de la independencia de Cataluña que yo percibo con un íntimo temor porque estimo que España es una parte esencial del alma de esta tierra. No quiero una Cataluña pura enfrentada a España.

Solo quedaría aceptar el referéndum, negociarlo con los partidos catalanes e intentarlo ganar con generosidad, demostrando que esa unión no es una imposición sino una necesidad que no proviene de la amenaza ni del odio o del menosprecio. Los padres de la Constitución Miquel Roca i Junyent y Herrero de Miñón recientemente han afirmado que el problema no es constitucional sino político, que depende en realidad de la voluntad política y no de la letra de esa carta magna que también, como sabemos, está en profunda crisis.

Haría falta visión política e inteligencia. Y yo añadiría que fe en España como proyecto compartido porque no debería permitirse que una región tan importante como Cataluña pudiera sentirse aplastada. ¿Por qué no reconocer que tienen derecho a expresar su opinión? ¿Por qué darles la impresión de que están por la fuerza? Si el estado se sintiera fuerte no dudaría en aceptar el reto. Y no dudo de que actuando con astucia y generosidad lo ganaría. Pero si todo sigue así, la independencia de Cataluña será irremediable y además en breve plazo. Pero será muy doloroso para todos.



martes, 17 de diciembre de 2013

Del aburrimiento como una de las bella artes



No hay nada que se tema más en esta sociedad que el aburrimiento. No soportamos estar aburridos, no soportamos que nuestros hijos digan que se aburren. Inmediatamente nos rebelamos contra tan horrible estado y propugnamos actividades y nuevos estímulos que nos saquen de tal abominable sensación de postración anímica. Tenemos que llenar el tiempo de actividades para salir del aburrimiento. Ayer caminaba por la calle para comprar el pan y me encontré con dos personas que andaban cerca de mí totalmente abstraídos en el móvil. De igual manera cuando estoy esperando a que comience una película, hay numerosos espectadores que matan el tiempo enviando wassaps; en el metro o el autobús, para qué decir, la mitad del vehículo está manipulando el móvil. No se soporta el tiempo vacío. Es una especie de horror vacui el que ha invadido nuestra época, y hemos de estar llenando de cosas intrascendentes el tiempo.

Recuerdo que hacia 1987 me recluí en un pueblo de las Alpujarras de Granada en pleno invierno y comienzos de la primavera. Pasé allí dos meses esperando la llegada de una mujer que me sacaría de allí. Me había llevado numerosos libros en una caja voluminosa. Era invierno y anochecía pronto, y pronto observé que el tiempo se hacía elástico e interminable. Estaba en una fonda con vistas al valle de los Bérchules, me atendía una señora mayor que quería alimentarme bien. Leía cada día varias horas, pero me terminaba cansando y las tardes se me hacían eternas. Comencé a llevar un diario detallado de todo lo que pasaba por mi ánimo, incluidos los frecuentes sueños que me asaltaban. Empecé  a sentir angustia por mi soledad en las montañas que plasmaba en mi diario. Tenía mapas de las Alpujarras e hice numerosas caminatas de veinte, treinta y cuarenta kilómetros que me ocupaban todo el día. Hablaba con los pastores preguntando los nombres de las plantas. Me invadía una sensación de infinitud caminando ocho o diez horas hasta llegar al atardecer. Alguna noche incluso, con un planisferio celeste, observaba el cielo e intentaba descubrir las constelaciones. Solía a veces ir al bar del pueblo a tomar unos vinos y hablaba con la hija de la dueña, veía la televisión. Todo era un cúmulo de sensaciones que se me producían en la soledad casi absoluta en que estaba. El tiempo iba pasando y la primavera se aproximaba. Escribía cartas a Barcelona y alguna vez me llegaba contestación lo que me producía júbilo.

 Me sumergí en el tiempo lento de las montañas en esas tardes de invierno y me terminé acompasando a él. A veces sufría y a veces gozaba. Recuerdo una tarde a las cuatro en que se puso a nevar suavemente y salí alborozado a andar varios kilómetros bajo la nevada. Tuve entonces una revelación porque mi espíritu se había hecho ágil y ligero, era como si mi mente se hubiera identificado con ese fluir pausado del tiempo y apuntara grácil a la esencia de las cosas.

En esos meses me tuve que relacionar íntimamente con el tiempo para llenarlo con algún sentido. Y no es que me planteara cuestiones de cómo llenarlo. No, surgió espontáneamente y caminaba y escribía y leía en una mezcla que no puedo recordar sino como densa y enriquecedora. Fue un tiempo en cierto sentido doloroso y a la vez profundamente productivo. No pude aburrirme aunque a veces se me echaba el tiempo encima y miraba las nubes encima de las montañas, e intentaba describirlas con palabras y dibujarlas. Por la noche era una mezcla de insomnio y sueños muy agitados, algunos eróticos.

Recuerdo aquellos dos meses como un espacio singular en mi vida. Tengo el diario que escribí, e incluso sin él casi puedo recordar con todo tipo de detalles lo que viví con una intensidad muy potente. No sé si fui feliz o todo lo contrario. De todo hubo, pero lo cierto es que aquel tiempo aparentemente vacío se lleno de significado y hoy día es un tiempo realmente prodigioso en mi memoria que lo ha despojado de sus aristas más cortantes.

Por eso no hay nada que me guste más que el tiempo vacío, me inquieta el frenesí de tener que llenarlo a toda costa. Me gusta esa sensación de no tener que hacer nada y perderme en la madeja del tiempo, lo que hace que surja inevitablemente la necesidad de la creación, de la escritura, de la lectura, de la observación del interior y del exterior.

Dicen que el aburrimiento lleva a buscar nuevas salidas, que es la antesala de la creatividad. Y cuando no permitimos que nuestros hijos tengan ese tiempo que supone aburrimiento e inmediatamente intentamos llenárselo porque lo consideramos inaceptable, estamos condenándolos a la pasividad que exige que hemos de llenar el tiempo continuamente con estímulos salidos del exterior que mantengan el ritmo de novedades constantes que parece ser la clave del asunto.

La expresión de que las cosas son aburridas es frecuente entre adolescentes: las clases son aburridas, los libros son aburridos, las actividades son aburridas. Yo los enviaría sin móviles un par de meses a convivir en la naturaleza para que descubrieran el placer de convivir, de hacer caminatas, de hacer un fuego compartido, de cantar, de escuchar historias, de comer con hambre, todo eso que la sociedad frenética impide y bloquea intentando llenar de información inútil todo segundo de la existencia para impedir el aburrimiento, pecado nefando en nuestro tiempo.



jueves, 12 de diciembre de 2013

España contra Cataluña



Este es el título del simposio que hoy se abre en Barcelona en la sede del Institut d’Estudis Catalans y que ha hecho correr ríos de tinta por la polémica en la que se ve envuelto. Nunca tanto un título ha sido ya una tesis que no necesita sino confirmación por parte de los participantes que asisten al congreso, y al que no han sido invitados historiadores que disientan de las tesis dirigidas desde el poder para demostrar de una vez por todas que la “unica” historia válida es que plantea que Cataluña ha sido una víctima y España la madrastra siniestra de Blancanieves que ha reprimido y expoliado sistemáticamente sin matices desde 1714 hasta 2014.

Esta es la tesis del poder de la Cataluña actual y que, desafortunadamente, ha calado en la conciencia social de muchos catalanes que simplifican una historia compartida, con sus buenos y malos momentos, en situaciones muy complejas en que los catalanes no han sido simplemente unas víctimas indefensas de la malvada España. La guerra de Sucesión no fue una guerra contra Cataluña, sino una guerra a nivel europeo en que se enfrentaban dos dinastías con visiones diferentes del poder. Y la Guerra Civil no fue una guerra contra Cataluña sino la guerra del fascismo español contra las libertades de todos los pueblos de España. Cataluña recibió su buena ración de represión pero no fue mayor que la que recibieron los demás demócratas que habían luchado por la libertad de todas las regiones de España que fueron aplastadas por un régimen casi totalitario que reprimió y asesinó a mansalva.

Es un error y una simplificación el título del congreso que no alienta ya ninguna discusión ni aportación historiográfica que no sea la que expresa claramente. Para ello se han invitado únicamente a historiadores y sociólogos que no disentirán sino que demostrarán lo que ya está establecido de antemano. Nunca un congreso de historia debería estar organizado desde el poder, como este, en una fecha con una clara intención política para respaldar abiertamente unas posiciones claras.

Sin embargo, quiero hacer observar algo, que hoy recogía Iñaki Gabilondo en su vídeo-blog de El País. Se puede entender la manipulación de ideas que realiza CIU mediante este congreso pseudocientífico. Pero lo que no se puede entender es la pasividad que manifiesta la sociedad española ante la realidad palmaria de que Cataluña se está yendo, que la brecha o sima entre Cataluña y el resto de España es cada vez más profunda. Y no se percibe desde ningún lado una voluntad de poner algo de cemento en estas relaciones cada vez más distantes y frías. El gobierno apela únicamente a la ley y la Constitución como razón para impedir la realización del referéndum que se plantea para decidir la independencia de Cataluña. No veo razones del estado para retener emocionalmente a Cataluña. Solo veo amenazas, indiferencia y desprecio por las razones que desde aquí se argumentan. El independentismo ha subido exponencialmente en los últimos cinco años cuando hasta hace poco era una opción del veinte por ciento de la sociedad catalana, y ahora se ha extendido como una mancha de aceite.

Los errores mayúsculos de los partidos gobernantes, especialmente el PP con su bloqueo y su cerrazón, y su menosprecio, crean más y más independentistas que los congresos manipulados de historia. No hay reacción tampoco de la sociedad española ante esta deriva. Faltan manifiestos de artistas e intelectuales que sirvan para crear todavía unos vínculos con esta parte de España que se está yendo, al margen de cuestiones legales. Solo hay silencio y pasividad ante una artillería ideológica nacionalista que resuena en todas las emisoras y televisiones dependientes del poder catalán que tienen ya tomada su decisión claramente secesionista.

¿Por qué formar parte de España si no nos quieren? Es una buena pregunta que tiene difícil respuesta ¿Por qué formar parte de España si sistemáticamente se nos ignora y desprecia?

En las portadas de la prensa de la derecha solo se ve burla y voluntad clara de humillación sobre las posiciones políticas nacionalistas. Esto hace mucho daño, igual que las cartas de los lectores en la prensa digital que dicen con ánimo de herir: que se vayan, estaremos mejor sin ellos. Es un feedback que se retroalimenta mutuamente. Por un lado el nacionalismo catalán se obstina en resultar desagradable y antipático, con una muy escasa sensibilidad emocional y política. Por otro lado aumenta el rechazo en el resto de España que es incapaz de ver más allá de las palabras y no percibir que a los catalanes también les gustaría ser queridos, pese a su carácter diferente.

La antipatía y la desafección mutua crecen y nadie pone linimento en la  herida, más bien se  pone sal que aumenta la distancia y el resentimiento. Cataluña se está yendo, decía Iñaki Gabilondo. Lo percibimos los que vivimos aquí y a la vez nos sentimos españoles. La sociedad catalana cada vez es más independentista, y, para nuestro pasmo, no hay ninguna reacción del poder ni de la sociedad española salvo las amenazas sobre terribles consecuencias de la independencia. Falta entender este desafío y asumir con inteligencia política y emocional la situación que vive Cataluña que ya considera incluso la reforma de la constitución como un voluntarismo que resulta ingenuo, como si hubiera pasado ya ese momento y estuviéramos ya en algo que no tiene vuelta atrás.

 ¿Qué hubiera hecho Nelson Mandela ante este desafío, ya que tanto se habla de él estos días? Desde luego algo muy diferente a lo que está haciendo el gobierno y el conjunto de la sociedad española. No tenemos estadistas sino monigotes. Y el español medio que abunda en los medios solo sabe utilizar la cabeza para embestir. Un poco de inteligencia, por favor. La situación desde aquí, desde el corazón de Cataluña, se ve ya como irreversible en el plano sentimental. Cataluña se está yendo, si no se ha ido ya.  

lunes, 9 de diciembre de 2013

La casa de hojas



Me he atrevido y he encargado en Amazon el reciente relato, publicado por la editorial Alpha Decay en coedición con Pálido fuego, La casa de hojas de Mark Z. Danielewski (1966) , en traducción titánica de Javier Calvo.  Llega la traducción en castellano trece años después de su publicación en inglés. Es una novela de culto que ha tenido éxito viral (minoritario) en todos los sitios donde ha sido editada. Sin embargo, el autor tardó diez años en escribirla y diez más en encontrar un editor de su novela que fue rechazada por treinta y dos editoriales. Su novela es una historia de terror extraordinariamente compleja basada en el hipertexto y la física cuántica. Básicamente es un relato de un escritor, Will Navidson, premio Pulitzer, que se va con su familia a vivir a una casa mutante, que es más grande en su interior que en su exterior. En ella hay una puerta que no estaba antes que conduce a pasillos, escaleras en espiral, estancias y laberintos que se van multiplicando, a modo de las hojas de un árbol. Es una novela que tiene como centro la casa encantada. Pero esto solo es parte de la historia que se bifurca y complejiza. Navidson filmó un supuesto documental de terror sobre la casa (al modo de The Blair Witch Project) y esta es comentada por otro personaje anciano y ciego, Zampanò, en un manuscrito que encuentra un tal Johnny Truant que vive en Los Ángeles. Truant en un monólogo nos cuenta sus problemas con el alcohol, la droga y las mujeres, así como asistimos a la locura de su madre que invade los apéndices.

El autor, Danielewski, estudió Literatura en Yale y estudios cinematográficos que tienen mucho que ver con su novela que recoge asimismo la influencia de Cervantes, Poe, Hermann Melville, Borges, Cortázar, Stephen King, Don de Lillo, Thomas Pynchon, y, sobre todo, Roberto Bolaño, novelista al que admira profundamente. El relato está contrapunteado, al modo de Moby Dick, con digresiones, ensayos, notas bibliográficas que remiten a libros que no existen, que detienen la historia que se está contando poniendo a prueba la paciencia del lector que se ve obstaculizada por este bosque de referencias enciclopédicas. De hecho, el autor abre el libro con una dedicatoria que viene a decir que “Este libro no es para ti”. El lector que se adentra en el libro debe estar dispuesto a sumergirse en el juego que le lleva a abrirse camino en un bosque que se adentra en la oscuridad de la mente y del universo, así como en el absurdo. El libro, de gran formato y pesado, tiene más de setecientas páginas en que hay caligramas, hojas en blanco, diferentes tipografías, colores, diagramas, imágenes, notas a pie de página que cruzan en horizontal o diagonal las páginas del libro. El lector tiene que hacer un gran esfuerzo por seguir la historia y tiene que elegir entre si leer o no las notas o seguir una historia la de Navidson o la de Truant que además como el narrador de El Quijote, Cide Hamete Benengeli, es  posible que no nos esté contando la verdad en una especie de juego sucio sospechoso.  



El libro es como un árbol, con sus ramificaciones hipertextuales al modo de internet y el conocimiento en red. La narración va creciendo y ampliando el mundo de lo fantástico en que se adentra el lector que inevitablemente se va perdiendo en un laberinto que puede llegar a hartarle porque no hay salida en medio de las digresiones hipercultas, a la vez que se nos escamotean elementos imprescindibles de la trama. El lector se ve perdido en la oscuridad que existe entre las estrellas como dice el autor en una entrevista en ABC, y la literatura debe servir para explorar esa tiniebla y ese vacío. El caso es que la imaginación tiene que volar y el lector ha de pensar, concentrarse y sentir. Tiene que hacer un esfuerzo imaginativo considerable para entrar y centrarse en un universo cambiante e inestable en que no se sabe qué es cierto y que no. Y además es posible que esa caótica disposición del texto refleje que los narradores están entrando en el reino de la locura. La dimensión psicoanalítica que plantea puede ser fascinante, según he leído.  


Se dice que es un libro en el que el lector puede desesperarse y tirarlo a la basura, que tiene que tomar decisiones y hacer elecciones, que redefine el concepto de libro, que tiene un componente autoparódico y autorreferencial muy intenso sobre el hecho de la ficción literaria. Javier Calvo viene a decir que el lector queda prendido, si entra en el juego, durante meses en la fascinación de la novela que para él es uno de los libros más singulares que ha leído y traducido.

Empezaré a leerlo de aquí a dos semanas cuando acabe lo que estoy leyendo ahora y me lea para resarcirme de lo serio de la novela de Muñoz Molina (La noche de los tiempos), una narración divertida y estimulante de David Lodge, Pensamientos secretos. Entonces me adentraré en esa narración proteica y desafiante que ya me han avisado que no es para mí. Sin embargo, la preparación para la lectura ya me ha dado elementos de referencia sobre lo que me voy a encontrar. Espero poder hallar lectores que me acompañen en la lectura de La casa de hojas. De momento solo se ha podido leer en inglés por la terrible y costosa labor de traducción que supone y que ha llevado a cabo Javier Calvo del que dejo enlace a su blog para leer su análisis de  la novela. 


La casa de hojas nos espera. ¿Alguien recoge la propuesta?

La foto inicial del post es del blog de Javier Calvo y la foto del escritor está tomada de ABC

viernes, 6 de diciembre de 2013

Nelson Mandela y el arte de seducir



Nelson Mandela ocupa hoy páginas y páginas de portada y centrales de toda la prensa del mundo. Su figura es universalmente ensalzada y alabada desde todos los ángulos ideológicos. Se ha convertido en un referente mundial de humanismo y reconciliación a la vez que de profundo pragmatismo.

La figura del líder sudafricano comenzó en los años cuarenta y cincuenta al incorporarse a la lucha como miembro del ANC (Congreso Nacional Africano). Era un joven que poesía un encanto y una sonrisa que le hacían ganarse a la gente. Su seguridad era prodigiosa y en alguna reunión, para escándalo de sus compañeros de partido, llegó a decir que él sería primer presidente negro de Sudáfrica. Vestía elegantemente haciéndose los trajes en los mejores sastres, lo que llevó a ser considerado un auténtico dandi en la vida nocturna de Johannesburgo. En 1952 con una gran y expansiva sonrisa quemó su documentación distintiva del apartheid ante un buen grupo de periodistas. Su imagen dio la vuelta al mundo.

Su influencia en el ANC fue creciente, y no olvidemos que esta formación política de fuerte influencia marxista preconizaba la lucha armada contra el régimen segregacionista y de esta visión participaba el joven Nelson Mandela. Así hasta 1962 en que fue detenido por su actitud nada discreta. Pudo ser condenado a muerte por su participación en una organización terrorista, pero al final se le impuso cadena perpetua. Se pasó 27 años encarcelado en la isla de Robben, y en ella nace el nuevo Nelson Mandela que moderará su furia y su rabia, aprendiendo el arte oriental de la sabiduría. Se dio cuenta de que los blancos no iban a ser derrotados por las armas y que la estrategia debía ser primero la de ganárselos por el corazón. Los años de cárcel pulieron este diamante en bruto y desarrollaron su talento y capacidad de seducción. Los últimos cinco años en prisión fueron de intensas negociaciones con los peores monstruos blancos, responsables directos del apartheid, y consiguió seducirlos. Cuando salió de prisión en 1991 se había convertido en el referente moral de toda la población negra, excepto de los zulúes que tenían ciertos privilegios y lo consideraban un enemigo. Nelson Mandela se dio cuenta de que los blancos eran esenciales en la nueva Sudáfrica, reconoció que todo lo que habían hecho no era malo. La economía de Sudáfrica era muy potente, y lo que había que hacer no era una revolución que arrasara todo lo que se había conseguido con el sacrificio de la población negra. En 1995, tras difíciles y complejas negociaciones, se celebraron las primeras elecciones en Sudáfrica en que cada hombre representaba un voto. Nadie dudaba de que el ganador iba a ser el ANC, como así fue, llevando a Mandela a la presidencia.

Lo primero que hizo fue contar con los principales organizadores de la Sudáfrica blanca como John Reinders, jefe de protocolo de los últimos presidentes blancos, al que le pidió que siguiera orientándoles en el arte del poder porque ellos eran gente del campo y no entendían todavía esa maquinaria. En la cárcel Nelson Mandela había aprendido el idioma de los dominadores, el Africaans y había leído libros sobre la historia afrikaner desde el punto de vista de los artífices del apartheid. Otra anécdota que ilustra su concepción de la nueva Sudáfrica fue el momento en que tuvo que elegirse un himno para el país. Todos los representantes del partido (ANC) tenían claro que este himno tenía que ser el Nkosi Sikelele, que representaba la historia de opresión del pueblo negro. Sin embargo, Mandela les contrarió diciendo que Sudáfrica tendría dos himnos que se tocarían uno a continuación de otro. Primero el himno de la Sudáfrica racista, el Die Stem, y a continuación el Nkosi Sikelele. Así entendía la construcción del país lo que se vio claro cuando en 1995 entregó la copa a la selección sudafricana de rugby, compuesta por solo blancos y un único negro, a la que consideró como la más alta representación de su país y a la que agradeció su entrega y la victoria en la Copa Mundial de Rugby.

Mandela se ganó el respeto de todos los blancos que temían un baño de sangre por la revancha de la población negra contra los años de la segregación. Y supo encauzar la furia y la energía de la Sudáfrica negra construyendo una nueva Sudáfrica que aprovechó lo mejor del pasado. Otra visión de la cosas menos sabia y pragmática hubiera llevado a Sudáfrica a la autodestrucción como sucedió con Zimbawe, la antigua Rodhesia, uno de los países más prósperos de Africa que ha terminado siendo, por obra y gracia de un patán criminal como Roberto Mugawe, un país hundido en la dictadura, la pobreza y la corrupción.

La sabiduría política de Mandela le hizo comprender a sus enemigos aprendiendo su lengua y su historia para así conocer el arte de seducirlos para llevar su país a una síntesis enriquecedora en que cabrían todos, negros y blancos, viviendo con respeto mutuo. Cualquier otra política hubiera hecho de Sudáfrica un país que se habría autodestruido y terminado en la miseria.


Y no hay que descartar que en su perspectiva política él tuviera en cuenta la transición española en que se operó de forma muy parecida a como posteriormente haría Mandela con Sudáfrica. Hoy alabamos universalmente el valor y el pragmatismo inteligente del líder africano por haber sido capaz de integrar la Sudáfrica blanca y la negra así como los himnos de las dos visiones contrapuestas. Y, sin embargo, no apreciamos lo que tuvo de valor en nuestro caso la construcción de una nueva realidad que sintetizara, cara al futuro, la fusión de lo mejor del pasado de las dos Españas que se enfrentaron en la guerra civil.

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