Nuestro país está inmerso en una terrible crisis económica
con seis millones de parados, una economía en estado de shock que no tiene mejores planteamientos para estimular el empleo
que la construcción ya que no se alienta otro modelo productivo. El gobierno ha
aprobado una larguísima lista de recortes del estado de bienestar que llevan a
la privatización de servicios públicos, la precariedad de los más
desfavorecidos, la congelación de las pensiones, el retraso de la edad de
jubilación, una reforma laboral que deja a los trabajadores sin derechos, a la
que todavía se exige desde la OCDE que sea más restrictiva y abarate el
despido... Son cosas que todos sabemos y solo menciono de pasada.
Además de la crisis económica profundísima, hay una crisis
institucional que empieza con el descrédito de la monarquía envuelta en la
corrupción y en actitudes nada ejemplares, el descrédito del sistema
representativo y el monopolio de los dos grandes partidos, la percepción
pública de la alarmante corrupción que han traído los años del pelotazo, la
sensación de impunidad de los culpables de corrupción, la manipulación del
sistema judicial para taparla, la pérdida de toda credibilidad del tribunal
Constitucional al que se sabe parcial y al servicio del PP, el declive del PSOE,
inmerso en una tremenda crisis de identidad y que arrastra sus legislaturas
anteriores de miopía estructural y optimismo de un líder al que no se puede
calificar sino como un ingenuo tonto, la pérdida de fe de la juventud en el
país y sus expectativas que llevan a que los mejores tengan que abandonar España en busca de futuro perdiéndose
así la inversión hecha en su formación...
Pero esto no acaba aquí porque tenemos, aunque no la
queramos ver, una aguda crisis del sistema territorial que va a llevar a un
conflicto morrocotudo con la cuestión catalana a la que desde Madrid, gobierno y oposición miran con
distancia y menosprecio. El otro día decía este blog que Cataluña se está yendo de España,
y no hay ninguna reacción sobre ello. Ayer un diputado socialista se mofaba en
el Congreso, con palabras hirientes, sobre el hecho de que los catalanes se
fueran a ir de España, y que para
evitarlo habría que darles chocolatinas. Me pareció una inconsciencia tal que
me llevó a pensar que desde el resto de España
no saben qué revolución se está operando en Cataluña en la conciencia social de un cada vez mayor rechazo a
seguir unidos a España, arrostrando
para ello todos los peligros con los que se amenaza a su economía como la
salida de la UE o la pérdida del
mercado español. Los catalanes son habitualmente conservadores por aquello de
que la pela es la pela, pero observo
una saturación tal en la percepción de la unión con España, que están sacando la rauxa
que los impulse definitivamente a la independencia. Opción que no es una
broma, advierto. Yo la tomaba así hasta hace poco, pero progresivamente me voy
dando cuenta de que esa crisis en todos los sentidos de España como proyecto estimula, con una pasión difícilmente
comprensible para el que no vive en Cataluña,
una querencia formidable a iniciar un camino en solitario, por doloroso que sea
ese proceso. Y se sabe que va a ser doloroso pero se considera necesario.
Se puede ilegalizar la consulta prevista y lograr que no se
haga, pero no se podrá evitar la convocatoria de elecciones plebiscitarias que
tengan la independencia como eje. Y que nadie dude del resultado de las mismas,
saldrá mayoritariamente, sobre todo si el estado sigue sin reaccionar e
ignorando cualquier atisbo de diálogo. Esta es la percepción desde aquí. ¿Qué
pasará si el Parlament aprueba una
moción unilateral de independencia por mayoría de la cámara? Quedará la opción de
suspender la autonomía catalana y encarcelar a Artur Mas, pero ello será imposible de ejecutar. El estado no está
en condiciones de controlar la administración catalana con decenas de miles de
funcionarios que no obedecerían las órdenes impuestas. El conflicto sería
terrible, y llevaría a la movilización de millones de personas en las calles
que considerarían a Artur Mas como
un mártir. Un aspecto fundamental es que
las masas son las que están llevando la dirección del proceso antes que los
partidos políticos que son arrastrados por ellas. Alguien decía que el estado podría hacer intervenir al ejército, pero yo dudo que esto llegue a ser realidad.
Por un lado el ejército español no está diseñado para intervenciones
interiores, no es el ejército del franquismo, pero ¿alguien se imagina a los
tanques patrullando por la Diagonal?
El conflicto se internacionalizaría y cualquier error en la represión llevaría
a una reacción tremenda de la población catalana que vería de nuevo allí a sus
peores demonios históricos.
¿Qué debería hacer el estado para evitar esto? Dudo que
pueda hacer nada porque las cartas están ya echadas y todos han asumido unos
papeles trágicos que parecen irrevocables. Esto no parece que vaya con Rajoy, anclado en una visión sesgada y neofranquista, que ignora totalmente qué está
pasando y desprecia incluso la posibilidad de reunirse con Artur Mas. Psicológicamente es el proceso de negación de la
realidad. Rubalcaba se ha atado al
timón y ha perdido la oportunidad de ser un estadista sin ser capaz de ver más allá de sus narices, tal vez por temor a ser tachado de antipatriota. Es
la ceguera española lo que va a llevar a la catástrofe dolorosa de la
independencia de Cataluña que yo
percibo con un íntimo temor porque estimo que España es una parte esencial del alma de esta tierra. No quiero una
Cataluña pura enfrentada a España.
Solo quedaría aceptar el referéndum, negociarlo con los
partidos catalanes e intentarlo ganar con generosidad, demostrando que esa
unión no es una imposición sino una necesidad que no proviene de la amenaza ni
del odio o del menosprecio. Los padres de la Constitución Miquel Roca i Junyent y Herrero de Miñón recientemente han afirmado que el problema no es constitucional
sino político, que depende en realidad de la voluntad política y no de la letra
de esa carta magna que también, como sabemos, está en profunda crisis.
Haría falta visión política e inteligencia. Y yo añadiría
que fe en España como proyecto
compartido porque no debería permitirse que una región tan importante como Cataluña pudiera sentirse aplastada.
¿Por qué no reconocer que tienen derecho a expresar su opinión? ¿Por qué darles
la impresión de que están por la fuerza? Si el estado se sintiera fuerte no
dudaría en aceptar el reto. Y no dudo de que actuando con astucia y generosidad
lo ganaría. Pero si todo sigue así, la independencia de Cataluña será irremediable y además en breve plazo. Pero será muy
doloroso para todos.