Hace unas semanas hojeaba una revista de un distrito barcelonés. Había diversas actividades de tipo cultural. En una de ellas, figuraba una conferencia sobre la filosofía de Nietzsche y una conexión con el pensamiento de Freud. No recuerdo el título exacto, pero sí que me vino la sensación de que aquello era definitivamente antiguo y anacrónico. Igual sensación me invade cuando visito las librerías de centros de arte en que se apilan libros sesudos sobre arte, psicoanálisis, revolución o decenas de conceptos propios de tratados teóricos sobre lo divino o humano. Me gustaría haber tomado nota sobre la infinidad de títulos que figuran allí y que fueron fruto de arduas reflexiones sobre el papel de la cultura, el ser humano, la sociedad y el arte. Todo me parece ya periclitado, igual que prácticamente todo mi sentido de la existencia que se formó en el siglo XX, y que hoy día resulta ya desfasado. Nada de ello me sirve para acercarme a mis alumnos que viven en otra dimensión distinta a la que yo viví en mis años de juventud y madurez.
¿Nietzsche, Freud, Marx, Camus, Sartre, Beckett? Marcaron nuestra visión del mundo y el sentido de nuestras luchas y concepciones del arte. Hoy veo sus libros cubiertos por una capa de polvo y el olor de la vetustez. ¿Quiénes marcan hoy día las tendencias de nuestro mundo contemporáneo? ¿Quiénes orientan nuestro modo de estar en el mundo? Pienso en Bill Gates, en Steve Jobs (el fundador de Apple), Sergey Brin (uno de los creadores de Google), Marc Zuckerberg (el fundador de Facebook)... Todos ellos han acumulado un inmenso poder económico e ideológico. Han penetrado en nuestras vidas cambiando todo nuestra relación con los demás, con la cultura, con el hecho de la comunicación y la presencia de la tecnología en nuestra experiencia cotidiana. No es infrecuente que vivamos pegados a una pantalla que ocupa un lugar fundamental en todo lo que constituye nuestro fluir vital, tanto que nuestra percepción del mundo es a través de imágenes líquidas que se van sucediendo vertiginosamente. El terreno de las ideas ha sido sustituido como fuente de creación o rebeldía, la literatura misma en buena parte se ha convertido en opaca y carente de sentido para estos jóvenes a los que intentamos acercar a la lectura y que no se sienten atraídos por la experiencia de un lenguaje marcado por el estilo y sólo reaccionan ante historias cotidianas que reflejen la inmediatez de vidas parecidas a las de ellos formuladas en modo extremadamente simple y elemental. Un ansia de telerrealidad impregna toda nuestra relación con los textos. Hoy la historia de Bartleby el escribiente de Hermann Melville sólo suscita la impresión de ser un tipo raro, pero hay tantos ya en la realidad... Y si no, ¿qué son esos hikikomoris que pasan su vida encerrados en su casa, enfrentados exclusivamente a la pantalla del ordenador totalmente aislados de la vida social salvo por sus relaciones virtuales? ¿No sería Bartleby uno de ellos si lo transportáramos a estos días?
Parecería que nuestra relación con las cosas ha cambiado profundamente, con las cosas y las ideas que se convierten en algo demasiado pesado y poco apto para soportar nuestra percepción de lo que constituye la realidad. No sé dónde voy a parar, pero quiero hacer constar que el Joselu que comenzó hace cinco años y pico a escribir en este blog ha ido evolucionando y transformándose en otro personaje a la par que se modificaba su relación con la tecnología y con la cultura que le servía de soporte vital. Y tomo conciencia de que hace unas décadas nos obstinábamos en buscar un sentido a la vida, pero advierto que esto ya no es una preocupación ni siquiera secundaria entre los jóvenes que frecuento, salvo para algunos extremadamente minoritarios que bucean extrañamente en la cultura de hace un tiempo. Además el liberalismo como ideología se ha ido adueñando de todos los espacios de la economía y la cultura, así como de la política que en buena parte ha perdido buena parte de su consistencia subordinándose al poder de esos extraños mercados que dominan totalmente el panorama mundial.
Imagino que todas las épocas han producido inquietud sobre los cambios que se operaban en ellas. Hubo un tiempo en que el ferrocarril revolucionó la idea de las comunicaciones, y otro en que la luz eléctrica dividió la historia del mundo en un antes y un después. Sin embargo percibo que en el tiempo que vivimos, todo el mundo anterior parece disolverse y quedar lejano. Yo al menos lo percibo así, y vivo en ese filo de lo inestable y líquido que se refleja en la pantalla que me comunica con vosotros y que es una fuente de satisfacción pero también de tremenda dependencia que me lleva a añorar otro tiempo más real, más complejo en lo relativo a lo existencial y con olor a pan recién hecho y senderos que uno comenzaba a recorrer. Necesito un alejamiento de este mundo virtual, pero sé que es difícil por no decir imposible porque yo también ha cambiado y mi subsconciente también pasa hoy por este teclado que busca expresarse e intentar interpretar lo que parece carecer ya de significado.