No es muy habitual reencontrarte con exalumnos en una cena una porción significativa de años después, casi veinte años, la duración canónica de un viaje. En este caso eran diecisiete. Los alumnos de aquel tercero de BUP ahora rondan los treinta y cuatro años. La convocatoria había sido a través del facebook y en cuanto me enteré, me apunté con alegría por la posibilidad de saber de ellos, de rastrear su trayectoria, de conocer su modo de encarar la vida, sus circunstancias familiares y profesionales...
No acudimos muchos. Éramos en total unos diez. Diversas vicisitudes habían ido tachando nombres de la lista. Pero allí estábamos: Klaudia, David, Rubén, Mari Carmen, Clara, Lourdes, Eva, Rafa, Ezequiel... y yo. Me gustó porque compartimos unos momentos de alegría y también hubo lugar para hablar de nuestro modo de sentir, de vivir, de reflexionar el mundo presente ahora que la vida ya ha dejado huellas profundas en todos nosotros. Varios tenían hijos y ya podían ver la vida del otro lado. A veces me pregunto sobre la importancia que tienen esos años pasados en el instituto en un momento clave de la vida, qué leve poso pueden dejar las palabras de un profesor, su actitud, su presencia. Además compartimos en 1993 y 1994 un viaje a Tenerife, quizás no un destino muy sofisticado, pero quien llena de densidad los viajes somos nosotros. Aquellos días de convivencia sobre los que hice un reportaje fotográfico, que me llena de satisfacción, fueron fecundos y dichosos. Y, como tuve ocasión de ver, también inolvidables para ellos.
Yo era uno más, tan maravillado como golpeado por la vida. La cena en un restaurante gallego y luego un par de horas que pasamos en un pub fueron momentos para conversar, para intercambiar. Klaudia habló conmigo sobre mi crisis como profesor -ella también es profesora- y me animó a seguir luchando, a seguir apasionándome como me recordaban. Tal vez, me decía, no es el nivel lo fundamental, sino esa profunda relación, ese poder acercarte a la vida de esos muchachos y proyectarles un modo de ver la realidad. Es lo que recordaba de mí, es lo que en sus palabras yo les di. No era tanto la literatura sino una presencia, una reflexión sobre la vida y las cosas, un modo de ser, de estar, de vivir...
Eva se ha convertido en una viajera extraordinaria. Ha viajado por todo el mundo: Etiopía, Namibia, Bostwana, Túnez, Zambia, Zimbabwe, Irian Jaya (Guinea Papúa), Indonesia, Cuba, Estados Unidos, Centroamérica, diversos países de Europa. Es sobre todo una enamorada de África. Quizás el viaje que más le haya impresionado -viajando siempre en plan aventurero y acercándose a las culturas que visita- ha sido el que le llevó durante tres semanas por Etiopía. Compartimos nuestro interés y pasión por África, y lo que más me atrajo fue su frase “África es algo que se inyecta en vena. Siempre me pregunto cuándo podré volver de nuevo”. Pero para ella -y para mí- los africanos no son esos pobrecitos desgraciados a los que hay que llevarles ayuda. Su modo de vida es simplemente diferente, viven con lo esencial, mientras que nosotros nos hemos acostumbrado a vivir en la abundancia y el exceso, tal vez en la banalidad. El mundo africano es profundo y denso, repleto de una extraordinaria riqueza. Tal vez sea el pasado, pero para Eva, ojalá fuera el futuro, por la complejidad y dimensión de su relación con el mundo y los demás. También hablamos de la corrupción que introduce el turismo en África por su desconocimiento de las culturas y la tendencia al complejo de culpa occidental o la lástima que se suele sentir por aquellos a los que se menosprecia.
Lourdes es directora de una escuela infantil y le apasiona su trabajo y su relación con los pequeños. La vi muy ilusionada y llena de creatividad y energía, igual que Mari Carmen que trabaja en el sector turismo; a Clara, que ha trabajado para editoriales, le fascinan las relaciones publicas. Ha cursado la licenciatura de Humanidades y ahora, estudios de Protocolo en la universidad de Elche.
Con David estuve hablando de la crisis económica que, a su juicio, es profunda y va a poner en jaque nuestro sistema de vida por el recorte de derechos sociales que va a suponer. Yo le sugerí que de esta crisis podemos aprender a colaborar y tirar hacia delante o luchar y aplastarnos en una jungla de sálvese el que pueda. David reconocía que su generación no va a salir a la calle, pero presiente que los jóvenes de dieciocho años, que son los más perjudicados, tampoco van a hacerlo. Esta crisis va a transformarnos y ya nada volverá a ser como antes, opiné yo. Los tiempos están cambiando de nuevo.
Con Rubén y Ezequiel, no tuve ocasión de hablar en profundidad, pero me hubiera gustado tener un espacio para hacerlo. Rubén, aparte de su labor profesional, es un imitador espléndido. Imita a más de noventa personajes públicos con una exactitud y gracia alucinantes. Ezequiel compartía conmigo la afición a las marchas y caminatas. Sin saberlo, habíamos coincidido en varias marchas organizadas por la asociación de mi barrio a Montserrat, sólo que él llega cuatro horas antes que yo.
Rafa, en paro, me acompañó hasta casa andando. Él era el único que había cursado ESO en lugar de BUP, y era ocho años más joven que los demás a los que no conocía por ser de generaciones anteriores. Me di cuenta de que esa cena también había sido importante para él precisamente porque no estaba pasando un buen momento.
Conclusión. Pasa la vida. Los que fueron algún día tus alumnos se convierten en compañeros, en maestros, en aventureros, en padres y madres, en luchadores, en seres reflexivos, que también pueden llamarte la atención y te dicen: no te rindas. “Nunca te entregues ni te apartes junto al camino, nunca digas no puedo más y aquí me quedo”. Seguimos adelante. Lo que pasó hace diecisiete años tuvo su importancia porque nos confirmó en ser buenas personas, en implicarnos en nuestro mundo, en hacernos lúcidos y consecuentes...
En ser generosos, en no creer que lo sabemos todo, en aprender a conocer y respetar a los diferentes.
A ser críticos y exigentes, rebeldes, inquietos, sanos...
¡Viva Saramago!