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miércoles, 16 de diciembre de 2015

El profesor, más cerca de Jung que de Freud...


Lo que he aprendido como profesor durante más de treinta años es sencillo: nunca estar satisfecho, nunca creer que se tienen todas las claves porque se tenga mucha experiencia en el tiempo. Un profesor es siempre un aprendiz en todos los sentidos. Su trabajo es evanescente. Es como trazar una línea en la arena junto al mar. Totalmente transitorio, precario, impredecible. El profesor debe ser una persona del tiempo que está viviendo. Esto es importante. No puede quedarse atrás por pereza o falta de ganas de adaptarse. Su trabajo exige una permanente adaptación al tiempo histórico y existencial del momento. Debe leer la prensa, conocer los avances de la ciencia, la cultura y la tecnología. Tener conciencia de los grandes desafíos de la humanidad, de sus lacras, de sus injusticias. Debería ser un hombre o mujer comprometido con su alumnado, con su realidad, con sus circunstancias, que se insertan en un momento dado de la historia. Y como todo momento de la historia es efímero. Su filosofía tiene más que ver con Heráclito que con Parménides. Todo está en perpetuo estado de transformación. Un día no es igual a otro día, un curso no es igual a otro curso, los adolescentes no son siempre iguales, los profesores no son siempre iguales a sí mismos. El profesor está mutando, igual que sus alumnos. La cuestión es sincronizar ambas mutaciones. Si se produce el encuentro, las cosas funcionarán por un tiempo. No es una garantía para nada. El profesor debe seguir buscando a los sujetos de su materia que no permanece estancada en un saber consensuado y fijo. No. 

"Las palabras que mejor definen la educación son dinamismo, cambio, transformación. Fuego".

El profesor y los alumnos son viajeros en el tiempo. No puede haber miradas atrás. No sirven. Solo miradas al presente para intentarlo comprender o, si no, al menos, acercarse a su latido. Miradas al presente y un presentimiento de futuro. ¿Qué es hoy? ¿Qué puede ser mañana? ¿Qué necesitarán estos muchachos en veinticinco años de lo que yo hoy les estoy ofreciendo? ¿Qué necesitan retener? ¿Acaso hay algo inmutable que deba ser para siempre? Sí, un instrumento, el lenguaje. Este sirve para abrir los ojos ante el mundo, para transformar lo dado en algo potencialmente deseable. El lenguaje en cualquiera de sus vertientes nos ayuda a desentrañar la madeja de la incertidumbre. Somos profesores de lenguaje, de lenguajes, en muchas áreas. Este es el instrumento de nuestra profesión. Atados al tiempo que no cesa. 

"Un profesor y un alumno se ligan espiritualmente en esa búsqueda incierta. Y utilizan el lenguaje para encontrarse. Dos perspectivas vitales distintas pero que logran sincronizarse en el frenético devenir de los días". 

No hay detención posible. Solo implementación de futuro en un construir instrumentos que nos liguen al cambio, imposible de detener. El profesor que se detenga, que no pueda seguir, quedará anclado a la pata de su cama. Y se perderá el horizonte de lo que vendrá. El profesor en cierta manera es un pequeño filósofo que no sabe solo de su materia sino que se interroga constantemente si es correcto lo que piensa. Vive en un proceso metacognitivo en que es también un salvaje que alienta a sus alumnos a danzar con el torso desnudo y antorchas encendidas en un rito de iniciación y gritos de esperanza en el amanecer que será siempre otro: ¿podría ser de otra manera? Los hombres salvajes y nosotros tenemos mucho en común, y esto debe proyectarse en nuestro modo de dar clase. La clase es una asamblea de emociones y el profesor abre su corazón y su mente delante de sus alumnos para que ellos también puedan hacerlo. En cierta manera es una tribu presocrática que celebra los rituales de hermandad en un conocimiento que se está transformando. Los guerreros necesitan elixir para seguir cazando en las llanuras que serán su futuro. El profesor no debe ser necesariamente un asceta ni una esfinge. No. El profesor también se unirá a la caza. Su acción se desarrolla por la exfluencia, un concepto que expresa la mezcla de tiempo y conocimiento mediante un proceso de acercamiento mutuo.

Ser profesor es un desafío, una forma de dar un hachazo a la selva primigenia donde todo estaba confuso y los seres humanos se hundían en las ciénagas. Hace milenios logramos salir de allí y desde entonces seguimos caminando de un anochecer a otro, de un día a otro, que nunca son iguales, que siempre tienen tonalidades distintas.

Estamos más cerca de Jung que de Freud. 

"Parece una situación sencilla esa de entrar en un aula y mirar a los ojos a los alumnos y decir... ¿decir qué?"


Eso debe ser diferente cada día, cada año, cada estación. El tren no se detiene y avanza implacable. Cuando se está cansado, uno debería irse a la montaña y dejarse devorar por las alimañas como en La balada de Narayama. Tal vez después del sueño, surja de nuevo la pasión de enseñar.

8 comentarios :

  1. He estado tomando muchos exámenes orales por estos días, y me ha hecho repensar mi vocación de enseñar. Concuerdo contigo en todas tus apreciaciones, y sobre todo me provoca tu conclusión final: el maestro cansado debería retirarse a la montaña, o dejarse devorar por las alimañas, pero nunca seguir adelante por inercia. Muchas de mis colegas, al enterarse de mi año sabático alejado de las aulas por hartazgo y desencanto, me han planteado la gravedad del asunto y me han preguntado si pienso volver. Más que preocuparme por la respuesta, que ciertamente no la tengo, me he concentrado en observar y escuchar. Y lo que noto en mi medio es muchos docentes llenos de cansancio, sin ningún entusiasmo y con poco entendimiento, o, lo que es peor, poca empatía hacia los alumnos, docentes que continúan por faltarles pocos años para jubilarse. Muchos otros, no sé por qué será, sobre todo entre los profesores de inglés, son portadores de un sadismo y una saña contra los alumnos que me resultan incomprensibles. Es como si se hubiesen hecho profesores para vengar viejas heridas que otros adultos a su cargo les infringieron a ellos en su niñez. Concuerdo sobre todo en que estamos, o deberíamos estar, más cerca de Jung que de Freud. Es una excelente observación.

    Un abrazo, Joselu.

    Fer

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    1. Entiendo que es una profesión difícil, que está condicionada por cuestiones administrativas, políticas y concretas en la relación de los profesores con sus alumnos. Puedo percibir también ese cansancio entre mis compañeros. Sin duda es precisa una renovación generacional pero esta no garantiza que lleguen a la profesión los más aptos e ilusionados, a la par que realistas. Espero que en tu vuelta a las aulas, te inhibas de ese ambiente de desilusión y sadismo que encuentras en tus compañeros y puedas definir un estilo tuyo propio -si te dejan, claro- para poder aprovechar toda esa carga positiva de este año sabático. Es algo que los profesores tendrían que tener dos veces en la vida, cada quince años por ejemplo. Yo veo a mis compañeras de departamento, sin ganas. Las tareas del hogar y todas sus responsabilidades les abruman y ya no tienen ganas de hacer nada nuevo ni potencialmente arriesgado y sí, claramente, están esperando que los años pasen para jubilarse.

      Un abrazo, Fer, y muchas gracias por tu comentario.

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  2. Demasiados docentes acomodados. Conozco varios que me han confesado no poder mirar a los alumnos y se concentran en un punto en el espacio...Como en todo ejercicio retórico, lo primero es conocer al público que se tiene delante y ajustarnos a él, no al revés.

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  3. Es un aspecto interpretable adónde dirigimos la vista cuando explicamos. Dices que algunos docentes se concentran en un punto en el espacio ¿en los alumnos o por encima de ellos? Yo me doy cuenta de que concentro mi vista en un punto de ellos pero sin visualizar claramente sus ojos. Entiendo que mirarlos directamente a los ojos puede ser algo violenta para ellos y lo evito. Algunas veces lo hago pero me cuesta por esa violencia que siento por la apelación directa a sus ojos. Así mi vista de difumina en ellos como abstraída. Están y no están. Claro que están, es evidente que estoy ante/con/para/en ellos, pero procuro, como digo, no mirarlos directamente. Si yo estoy en una conferencia me siento violento si me mira claramente el conferenciante.

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  4. Entiendo la focalización en el presente y la proyección hacia el futuro, pero a ese taburete de tres patas le falta el examen atento del pasado. al fin y al cabo, los humanos somos especialistas en repetir ad náuseam los mismos errores y si hay alguna sentencia errónea esa es que la Historia nos enseña a no cometer los mismos errores del pasado. El pasado, a su manera, es también como un futuro, porque hallamos en él, a menudo, lo que no se ha sabido ver, que vale tanto como que no exista, y, en efecto, incluso para la enseñanza, no hay que desdeñar, como ya lo advertí en la lectura de La escuela moderna, de Ferrer i Guàrdia, ninguna enseñanza. Ese encuentro entre tanta diferencia de edades como las de los profesores y los alumnos no es nada fácil, y no hay varitas mágicas que te guíen ni ninguna buena experiencia garantiza su repetición automática. LO habitual es que repetir una clase en tres grupos del mismo nivel se conviertan en tres clases muy diferentes, de lo contrario, lo que se hace es negar el principio elemental de la diferencia natural de los discentes. Buena parte del fracaso del modelo educativo tiene su base en ese absurdo igualitarismo a ultranza que lo empantana todo, como, me explicaron ayer, el profesor "moenno" que pasa de las calificaciones númericas, sustituyéndolas por informes, pero, puesto en el brete de tener que cumplir con su obligación, les pone a todos un 9. Ese tipo de injusticias para con la desigualdad intrínseca de las capacidades es lo que arruina, también, el sistema, entre otras cosas.
    El camino de la "concelebración" de la clase me parece inexcusable, no puede ser de otra manera; pero eso choca contra la desidia profesional por ausencia, en muchas ocasiones, de estímulos suficientes, además del básico que es ayudar a los alumnos a formarse. En todo caso, lo que sí salva la diferencia de edad es la "actitud" vital de quien "conduce" la clase pero es consciente de ser conducido, a su vez, a conocimientos totalmente nuevos, porque cada persona es, en efecto, un mundo. Y los hay atractivos y repulsivos, por supuesto, pero el hecho de entrar en genuino contacto humano con esos mundos produce a veces efectos insospechados.

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    1. Tengo mis propias cuentas con el pasado, Juan Poz. Este es potencialmente activo cuando por medio de la creación lo hacemos de nuevo presente. Las enseñanzas de Ferrer i Guàrdia que nos acercaste de nuevo en tu blog, hoy están incorporadas a las pedagogías contemporáneas. Nadie imagina que pueda ser de otro modo. Pero cuando sostengo que nuestra acción no debe estar ligada al pasado, quiero dilucidar otro problema que es que de alguna manera vivamos detenidos en él. El debate puede ser rico y a la vez estéril. En cada profesor hay una suerte de hipóstasis entre presente, pasado y futuro. La relación tiene que ser fecunda y combinada con acierto. Un pie bien asentado en el presente, una mirada de reojo al pasado y un puente hacia el futuro.

      ;-)

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  5. Creo que me lo voy a imprimir y a enmarcar. ¡Feliz año, José Luis!

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  6. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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