El ser humano del siglo XXI está ahíto de imágenes y de
palabras. La saturación es demoledora. Nuestra mente soporta centenares de
miles de imágenes cada año, no sé si millones, por todos los medios de
comunicación social, los tradicionales a los que se añade la potencia
irrefrenable de internet. A estas imágenes van unidos mensajes visuales o
escritos que circulan por doquier. Un ciudadano recibe continuamente dosis
abrumadoras de información de todo tipo. Alguna, la menos, relevante, y la
inmensa mayoría, banal o trivial. Pura espuma sin ninguna significación. Muchos
estamos atados a las redes sociales por donde circulan miles y miles de
mensajes cada día. Recibimos anécdotas, fotografías impactantes, vídeos
truculentos, mensajes de solidaridad con alguna causa o simplemente cadenas
virales que no permiten discernir su veracidad. Muchos mensajes son contradictorios con otros,
pero nuestro cerebro ya no puede procesar tanto dato y se pierde en esa marea
que se desborda por encima de nuestros límites.
Imágenes totalmente estúpidas y sin ningún valor se mezclan
con otras que denuncian tragedias de nuestro mundo, tragedias a las que cada
vez prestamos menos atención. Sabemos a ciencia cierta que el cambio climático
es ya irreversible, que la biodiversidad está amenazada gravísimamente, que los
mares se deterioran, que la pesca va a desaparecer por la sobrexplotación de
los océanos, que los bosques van menguando, que los pueblos indígenas están
siendo aplastados, que la desigualdad en el mundo no hace sino crecer, que
millones de niños son esclavizados para producir nuestros elementos del primer
mundo, que los refugiados de Siria y de otras partes del planeta son cada vez
más y están en peor situación, que África se muere por el cambio climático y
por las dictaduras en connivencia con el primer mundo, que millones y millones
de mujeres son violadas en zonas de guerra, que no hay planeta para aguantar el
consumo del primer mundo, que aumenta en nuestra sociedad la soledad de los
ancianos, la pobreza de los niños, el creciente uso de antidepresivos para
aguantar el ritmo a que vamos, la situación de paro de muchos que pierden todo,
que nuestras sociedades están en manos de unos poderes sobre los que no tenemos
ningún control, y que la democracia es una estafa (o así lo sentimos al
advertir a quién protege y a quién castiga).
El ser humano del siglo XXI se siente impotente y
desbordado. Elige una buena parte el olvido, la distracción, la banalidad, la
nada que nos distraiga del sinsentido, de la injusticia. No podemos procesar
muchos ciudadanos una situación planetaria de real emergencia y nos centramos
en lo más cercano, poniéndonos gafas de sol que nos tapen el horizonte de
negruras insospechadas y de amenazas apocalípticas. Así reacciona la mayoría,
incapaz de entender demasiado qué está pasando e intuyendo que en realidad el
gobierno no sabe nada, salvo defender los intereses de esos poderes que son los
que controlan la realidad mientras saben que debemos mantenernos ofuscados,
distraídos, tratados con soma para
adormecer nuestra angustia y nuestras ansias de rebelión. Sabemos que mejor es no pensar, o pensar en
cosas cercanas, las que están en nuestro círculo. Nada sabemos de lo que ocurre
más allá ni nos conmocionan más allá de unos instantes tragedias más o menos lejanas.
Nada dura demasiado en los medios de comunicación sin que suponga el cansancio
de los receptores. Así nos tienen inmersos en un torbellino de informaciones
cambiantes que se van sucediendo vorazmente. Y no tenemos forma de discernir
demasiado cuáles son las causas justas más acuciantes. Si esa petición que va
tomando fuerza en Change. org, si la petición de ayuda de alguna ONG de la que
formamos parte, si la PAH, si la lucha por una sanidad y educación públicas de
calidad...
Una parte de la sociedad se ha movilizado pero la gran
mayoría permanece pasiva, impotente, no sé si indiferente a lo que pasa fuera
de su casa. Es normal, los seres humanos eligen fundamentalmente su
supervivencia personal, anímica y social. Y el mundo es demasiado complicado
para saber muy bien qué hacer o qué pensar.
Nunca el ser humano ha estado expuesto a tal cúmulo de
información y éste ha de insensibilizarse necesariamente ante la palabra y la
imagen. Nada le conmociona demasiado, nada dura excesivamente, todo es
evanescente, necesita además el cambio continuo para mantener su nivel de
atención en ese torbellino que lo devora.
Observo a mis alumnos de doce años, muchachos fruto de ese
sistema. No muestran inquietudes sociales. Son pequeños. Pero sí sienten la
situación de sus casas, de sus economías y saben que están en crisis. Pero de
esa suma de situaciones particulares no surge una conciencia compartida, cuesta
hacerles emerger a ellos o a sus compañeros mayores a que hay un grado más alto
de conciencia planetaria que va más allá del individuo o de su casa.
Nos cuesta a todos.
El exceso de información puede conducir a la falta de reflexión. En aras a saber un poco más de muchas cosas, en demasiadas ocasiones no valoramos y no conocemos lo que tenemos al lado y por ello no profundizamos. Una corrección si me permites, "El ser humano del siglo XXI se siente impotente y desbordado" eso es mentira, con perdón, lo que se siente es prepotente, chulo e impune, que no es lo mismo. Un saludo
ResponderEliminarSí, creo que en efecto es posible que haya una actitud de arrogancia y prepotencia en buena parte de una sociedad que solo aspira a disfrutar del placer y que no concibe el sacrificio, el sufrimiento y el displacer que conlleva la vida y la realidad. Ha habido generaciones anteriores mucho más humildes y cautas en esto. Creemos que podemos crecer indefinidamente, que podemos arrasar sin consecuencias el planeta solo para satisfacer nuestras ansias de placer. Pero eso tiene un coste que estamos pagando y que pagarán aún más nuestros descendientes. Un saludo.
EliminarEs una situación lamentable. Nunca como ahora tenemos a disposición tanta información sobre la sobrecarga del planeta, que como bien dices ha pasado el punto de no retorno. La relativa poca reacción se queda en nada frente al los poderes que controlan el mundo. Se puede decir la verdad, que en seguida será sepultada por millones de bits que ni se molestan en contra decir la, solo basta con distraer y educarnos en el individualismo suicida pero que tan bien se adecuado al los intereses financieros
ResponderEliminarSoy muy pesimista.
un abrazo
j
Es cierto este individualismo suicida del que hablas. Lo has expresado muy bien. Se puede decir todo. Hace unas fechas, no demasiados días, la prensa en lugares destacados pero secundarios, hablaba del CAMBIO CLIMÁTICO y las consecuencias que traerá: guerras, conflictos, emigraciones masivas, pobreza… La noticia pasó sin pena ni gloria. No he visto hablar a nadie sobre ello. Podemos saber qué está pasando pero nadie considera que haya de hacer nada, cegándose voluntariamente. Esto no deja de sorprenderme. La catástrofe es evidente en las próximas décadas para todo el planeta, pero la sociedad mira para otro lado y aquí en mi comunidad lo único que es capaz de hacer movilizarse a la gente es la bandera del individualismo separatista en la creencia de que se es mejor que "esos".
EliminarIgual que cuando la burbuja financiera e inmobiliaria, si alguien alertaba de lo que podía pasar, se le llamaba cenizo y aguafiestas (ANTONIO MUÑOZ MOLINA). Yo no sentí hablar demasiado de lo que estaba pasando. Más bien no sentí nada. La economía iba bien, había dinero para gastar y nadie se hacía preguntas.
La ceguera voluntaria del ser humano es fascinante.
Yo también soy pesimista.
Un abrazo.
"…Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… Amo tanto las palabras… Las inesperadas… Las que glotonamente se esperan, se acechan, hasta que de pronto caen… Vocablos amados… Brillan como perlas de colores, saltan como platinados peces, son espuma, hilo, metal, rocío… Persigo algunas palabras… Son tan hermosas que las quiero poner todas en mi poema… Las agarro al vuelo, cuando van zumbando, y las atrapo, las limpio, las pelo, me preparo frente al plato, las siento cristalinas, vibrantes ebúrneas, vegetales, aceitosas, como frutas, como algas, como ágatas, como aceitunas… Y entonces las revuelvo, las agito, me las bebo, me las zampo, las trituro, las emperejilo, las liberto… Las dejo como estalactitas en mi poema, como pedacitos de madera bruñida, como carbón, como restos de naufragio, regalos de la ola… Todo está en la palabra… Una idea entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba y que le obedeció. Tienen sombra, transparencia, peso, plumas, pelos, tienen de todo lo que se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto transmigrar de patria, de tanto ser raíces… Son antiquísimas y recientísimas… Viven en el féretro escondido y en la flor apenas comenzada… Que buen idioma el mío, que buena lengua heredamos de los conquistadores torvos… Éstos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo… Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas… Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra… Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras."
ResponderEliminarPablo Neruda - Confieso que he vivido
Conocía este texto de cuando leí hace muchos años la Autobiografía -extraordinariamente complaciente consigo mismo- de Pablo Neruda y, de hecho, es uno de los fragmentos que retuve con el paso del tiempo. Supongo que es lo mismo que te ha pasado a ti.
EliminarSin duda, las palabras son importantes. De ellas han surgido las buenas literaturas nacionales, y de ellas han surgido las que han llevado a las guerras, a las persecuciones y genocidios. De ellas proviene el sentimiento amoroso y el odio, el desprecio, la desesperanza. Estamos hechos de palabras, nos conforman las palabras, y el tono con que se dicen y las actitudes que tomamos al decirlas.
Sin embargo, estimo que vivimos un proceso de devaluación de la palabra en un mundo saturado de mensajes. Es lo que exponía mi post. Circulan infinidad de terabites de información la mayor parte sin valor que nos confunden y nos llevan a la impotencia y a no saber qué hacer salvo convertirnos en indiferentes o, peor aún, esclavos de eslóganes aderezados con banderas e historia convenientemente manipulada para llevar a los ciudadanos a la acción irreflexiva y solo sostenidos por la sentimentalidad.
Sí, las palabras, fuente de comprensión y a la vez fuente de la manipulación, de dolor, de odio. Son palabras las que se expresan en esos tuits en que alguien, un desalmado, se rechochinea por la balas que metieron a José Ángel Blanco en la chola.
No sé por qué, pero valoro cada vez más el silencio.
Precisamente porque vivimos en un proceso de devaluación de la palabra releer a Neruda en Secundaria es casi obligatorio.
EliminarEn primaria yo tengo la experiencia , que me ha funcionado muy bien, de aplicar un plan lector con un control compartido padres-escuela que ha hecho que muchos de mis alumnos hayan leído más de 20 libros en lo que va de curso (4º de Primaria). De no haber intervenido personalmente dudo que hubieran leído más de tres. Los padres están totalmente orientados por mí y siguen mis instrucciones. En clase tenemos 3 horas de biblioteca semanales y en casa se les aconseja un mínimo de 35-50 páginas semanales. Realizan una expresión escrita semanal que se les devuelve corregida el mismo día. Tienen dos horas de comprensión lectora en casa. debates orales y proyectos en grupo en Socionaturales. después de dos años de aplicación sistemática los resultados ha sido fabulosos. Lo más curios fue cuando les obligué, literalmente, a leer cómics. Las tablets y otros artilugios no les habían dejado ni tan sólo acceder a ellos. Traje más de 100 tebeos de casa y se aficionaron al instante. Y este si que es un punto de reflexión importante: si no les acercamos la palabra escrita y la expresión escrita, y el debate y la conferencia...ellos ni tan siquiera vana a acceder a las fuentes. Y hay que implicar a las familias, por supuesto. La escuela es más importante que nunca, amigo Joselu.
Mientras te estaba leyendo, no dejaba de recordar la imagen aquella de La Naranja Mecánica en que a Alex atado en una silla y con los ojos obligados a permanecer abiertos tiene que contemplar a las imágenes que ponen delante.
ResponderEliminarEl exceso de información, un concepto usado con frecuencia en la biblioteconomía y el documentalismo, no sirve nunca para despertar las conciencias, muy al contrario lo que hace es adormecerlas. Esa sucesión de atrocidades que podemos ver en cualquier telediario lo que hacen es volver a la gente más inerme frente a los problemas de la realidad ya que tienen la misma relevancia en nuestras vidas, la mismas dimensiones que cualquier ficción que podamos contemplar en otro momento.
Hay una simple razón de peso: no podemos volcarnos simultáneamente en varias cosas sin perder la intensidad de la mirada. No podemos apagar un incendio si tiene tantos focos de fuego que no sabemos por donde empezar a echar el agua. No podemos preocuparnos por el mundo si tan siquiera sabemos como arreglar nuestra propia vida.
Al final una escena de una masacre pertenece a la misma sociedad del espectáculo en el que otro podemos contemplar una película o las falsas adivinaciones de.un echador de cartas
Saludos cordiales
A veces cuando he sabido de películas gore que aderezan veladas larguísimas con palomitas y que hacen del espectáculo cruel de la destrucción de seres humanos, martirizados por maldades sin fin, he pensado que esto era un elemento más de la insensibilización ante el dolor humano y la relativización de las atrocidades. No he asistido a estas sesiones pero sí he estado en la antesala de una película de terror y han dado un tráiler de otra más truculenta, y he visto cómo el público reía ante escenas espantosas. Probablemente se me dirá que se sabe que todo es una ficción, que no es verdad, que solo es cine. Pero yo sospecho que contribuye, como bien dices, a una creciente insensibilización de las conciencias que quedan confundidas en los terrenos entre la realidad y la ficción. Ya no hay escena por terrible que sea que logre conmovernos demasiado y más allá de unas décimas de segundo. Muchas veces los telediarios son una suma de horrores y reportajes durísimos a los que se da un valor relativo. Estamos cenando y no queremos, lógicamente, que se nos atragante la cena. Aprendemos a adormecer nuestra capacidad crítica.
EliminarUna vez llevé a mis alumnos de dieciséis años a ver una exposición de fotografías de los campos de exterminio nazis. Habían sido preparados para ello y había una enorme expectación por parte de ellos que enseguida vieron que aquello les iba a interesar. Sin embargo, a pesar del horror que suponían aquellas imágenes de una crudeza extraordinaria, no se conmovieron ni hicieron preguntas sobre aquello. Hicieron el trabajo encomendado y salieron como si hubieran estado viendo un espectáculo de Mickey Mouse. Solo una alumna marroquí llamada Yihad Nahhal (recuerdo su nombre a pesar de los ocho o diez años pasados) vino a mí y me preguntó cómo había sido posible aquello, cómo habían llegado los seres humanos a ser capaces de hacerlo. Intenté decir algo pero era difícil de responder a sus preguntas.
Saludos cordiales.
Hola a todos.
ResponderEliminarEsta entrada del blog es verdaderamente interesante.
A veces tengo la sensación de que vamos en el tren de los Hermanos Max, que grita más madera, más madera. Utilizando el propio tren como combustible.
Hay otra imagen que creo que es reveladora del mundo actual. Cuando se hunde el Titánic cuentan que la orquesta siguió tocando como si nada, tratando de guardar la formas, negando la realidad de lo se venía encima. Es evidente, a poco que uno reflexione mínimamente, que nos encontramos ante un crisis civilizatoria sin precedentes, si seguimos con el modelo de desarrollo occidental vamos al desastre inminente. Ya se ven señales de nubes tormentosas en el horizonte y que estamos ante un verdadera emergencia planetaria. Es natural que seamos pesimistas ante esta realidad que se nos antoja imposible de cambiar y que los que mandan, poco o nada hacen para remediarlos salvo asustar a la población con más y mas miedo al futuro.
Todos seguimos nuestras vidas estudiamos, nos casamos, tenemos hijos, vivimos ajenos a la advertencias serias que nos dicen los mejores científicos del mundo.
Creo que nadie sabe muy bien a donde vamos, vivimos tiempos de profunda incertidumbre.Lo que es lo verdaderamente importante pasa a segundo plano, y lo banal, lo secundario, gana terreno. Quemamos el grano y nos comemos la paja. Sin duda es el mundo al revés.
No quiero dejar este comentario sin que nos pongamos a la obra, en vez de limitarnos a leer , ver y callar. Pasar a la acción.
Hay alternativas e iniciativas que están surgiendo en todo el mundo que son un llamamiento a la cordura y a la esperanza. Si queremos un escenario esperanzador, trabajemos por ello.
Un saludo.
He seguido de una forma directa e indirecta la evolución de mis alumnos de los últimos veinte años. Para mi sorpresa, una buena parte de ellos no ha tenido hijos ni piensa tenerlos o no puede tenerlos. Los motivos, inescrutables. La crisis económica, la negativa junto a la pareja de no tenerlos, la no realización de la vida en pareja, el querer seguir viviendo una adolescencia indefinida hasta los sesenta años, las dificultades intrínsecas a tener hijos hasta pasada la década de los treinta por el trabajo precario, el paro… En esta no procreación veo también un síntoma del presente y el terror que nos causa el futuro al que no se desea traer hijos al mundo, o bien se desea, como decía, prolongar el placer sin coste, como el que necesariamente supondrán los hijos… Pero una civilización que tiene una tasa de natalidad como la nuestra está condenada de antemano. Hacia 2050, la sociedad española estará formada por un geriátrico enorme omnipresente. No habrá población trabajadora para pagar las pensiones, etc, etc.
EliminarEsto que acabo de citar es un ejemplo más de lo que nos deparará el futuro, a la vez en un planeta superpoblado y en expansión proveniente de otras zonas del mundo que avanzarán inexorablemente pese a todas las vallas que se alcen para impedirles el paso. No hace falta ser adivino para ver lo que va a venir, unido a un deterioro del clima, los océanos, etc. Las iniciativas son loables y hay que contribuir a ellas, sin duda, pero el problema es de tal dimensión que presiento que casi todo lo que se pueda hacer es como un cubo de agua para desaguar el mar. Es interesante la buena voluntad, pero nadie es capaz de disuadir a los africanos que saltan la valla de Melilla. Sabemos que aquí nada les está esperando, que deambularán por las calles sin nada que llevarse a la boca, que dormirán en bancos de las plazas. Pero ellos quieren venir a este mundo, porque en el suyo no hay nada. Igualmente, nada puede impedir que China y los países emergentes emitan cantidades gigantescas de CO2 a la atmósfera pues reivindican que tienen el derecho al desarrollo; en nuestro mundo consumimos por diez los recursos que tiene el planeta. Es una ecuación que no tiene solución. Caminamos en ese tren sin frenos, sin conductor, camino de no sé qué exactamente. Y los viajeros que vamos en él, cerramos los ojos y pensamos (o mejor, no pensamos) que bueno será mientras dure el viaje. De ahí la ceguera voluntaria que aflige a la humanidad, en la que de entrada no todos tienen las mismas porciones de pastel. Hay algunos que tienen todo el pastel y otros que no tienen ni las migajas. No tiene solución, pero bien está la buena voluntad que suele ser elección de jóvenes y no tan jóvenes ilustrados que pretenden un mundo mejor pero que ya viven en buenas circunstancias. Hace falta un nivel de desarrollo humano e intelectual para llegar a esa conclusión final que apuntas en tu comentario que agradezco profundamente. Un cordial saludo.
En la sociedad de consumo, también consumimos información y está esta sujeta a las leyes pertinentes del mercado, por eso, los viejos hippies que no adoramos al dios de los mercados nos apartamos de la corriente y construimos reflexiones ajenas a esas imposiciones mercantiles. De siempre la palabra imperecedera ha sido la menos divulgada, al modo de los maestros zen a quienes se ha de buscar a través del territorio hasta dar con ellos para demostrar estar a la altura de sus enseñanzas crípticas (el famoso aplauso con una sola mano..., por ejemplo). De lo que se trata es de no ocultar los mensajes tanto como para que no puedan ser hallados, porque eso y el silencio total es lo mismo, sino de no simplificarlos, masticarlos, hasta hacerlos fácilmente deglutibles. Como los maestros que se refugiaban en las Academias, en los conventos, en las cátedras o los Ateneos, hay que decirse: ¡Ya vendrán!, y tener paciencia. Como me gusta decir, antes mediocre que mediático; porque mediocre significa, etimológicamente, el que está a medio camino en la ascensión a la montaña... del saber.
ResponderEliminarLeyéndote y conociéndote el que esto escribe no puede dejar de reconocer que tienes exactamente la actitud que describes en tus textos, al margen de la temporalidad concreta y totalmente alejados del mainstream de la actualidad mediática. Es una opción: esperar por si algún día vienen a recibir lo que con tanta pasión y estilo fue escrito. Ya vendrán. Es sugerente, el pensar que el que escribe, más que hablar a su tiempo, está hablando a los hombres del futuro. Ha habido muchos artistas que lo hacían y han sido redescubiertos tiempo después. No obstante estos días leía un artículo sobre El Decameron de Bocaccio, un texto excepción que escribió con motivo de la peste de Florencia, un autor que solía escribir en latín. Sin embargo, en esta colección de relatos, Bocaccio escribió para los hombres de su tiempo, a diferencia de los escritos en latín para los hombres de las universidades, los cenobios, los Ateneos, las Academias. El resultado es el que sabemos. No sé si en esta actitud que describes hay un orgullo espontáneo del estilo que se exige a sí mismo un tempus distinto, o una irreconocida altivez del artista maldito al modo de Max Estrella que muere de dolor tal vez o de frío, como personaje paralelo a Alejandro Sawa, perdido en la noche de los tiempos. Es una apuesta arriesgada, pero en todo caso, que nos quiten lo bailao.
EliminarSer un retaco te prohíbe la altivez, por lo que únicamente queda la pasión por el buen hacer, y en ella persevero, con desiguales resultado, claro... Gastar todas las energías en pretender llegar a los contemporáneos me parece un gasto en exceso oneroso, máxime cuando ya se es persona de provecta edad...
Eliminaren efecto, estamos saturados y esta saturación nos conduce a la inacción y a la desinformación. Hay que ver cada palabra y cada imagen como si naciera en ese momento.
ResponderEliminarNo sé cuál es tu ritmo de vida; el mío es muy acelerado y apenas tengo tiempo de respirar en una praxis docente extremadamente acelerada. No sé si puedo ver cada palabra como si naciera en ese momento. Es tanta la información que proceso que difícilmente puedo enfrentarme a las palabras con esa actitud. Imagino que en un retiro frente al mar, sin demasiada información externa y uno encerrado con libros de poesía y buena literatura en general, podría hacerse algo semejante. En medio de la vorágine devastadora del presente, yo no puedo. Es brutal la información que me llega cada día, y el caso es que me gusta ese ritmo de impactos continuos. Esta es nuestra enfermedad, nuestro morbo de vivir en el salto temporal continuo, en el frenesí de la velocidad como anticiparon ya hace un siglo los futuristas.
EliminarYo creo que todos los excesos son malos. Y estamos de acuerdo en que hoy en día hay un exceso de información. Y esto conlleva un exceso de imágenes, vídeos y razones que superan el nivel natural de asimilación del ser humano. No estamos preparados la especie humana para cambios tan vertiginosos. Lo que ayer era el último grito hoy está caducado y demodé. Los alumnos (sin ser conscientes de ello) tienen asumido que nada es para siempre, sino que todo fluye a ritmo frenético. Por eso, cuando les hablas del futuro te miran con cara de no saber qué es eso. ¡El futuro no existe, el futuro ya lo estamos viviendo...!
ResponderEliminarUn abrazo.
Hoy venía en la prensa la noticia de que nuestros mares y océanos están llenos de basura, desechos de nuestra civilización del usar y tirar, del insuficiente reciclaje, de los millones y millones de bolsas de basura que van a los fondos marinos y que son confundidas por los peces y las tortugas con alimento. Este es un síntoma más de esa necesidad de consumo frenético que nos aflige, cuyos desechos se pierden en la cadena ecológica. ¿Qué es el presente? No hay tiempo apenas para el presente en un ansia continua de novedades que se suceden espasmódicamente. Y tienes razón, el futuro ya lo estamos viviendo, y todo lo que es top en un momento, al momento siguiente ya está caducado.
EliminarUn abrazo, amigo.