Creo que tengo alguna perspectiva de la vida y de la
historia, al menos ambas me han interesado mucho como vocación y como materia
de estudio que me cautivaba. He vivido los últimos coletazos del franquismo
estudiando en un colegio religioso en que se castigaba físicamente y se agredía
en el plano personal, he participado en la revuelta política contra este
sistema en organizaciones revolucionarias comunistas de estudiantes, he lanzado
piedras contra la policía, realizado asambleas clandestinas, cortado calles,
puesto pancartas, realizado manifestaciones relámpago en los estertores del
franquismo... He vivido las limitaciones de una dictadura y a la vez mi
capacidad de rebelarme contra ella, de discrepar y actuar en consecuencia. Las
palabras tenían alguna dimensión en nuestros panfletos, en nuestros pasquines,
en nuestro mítines, en nuestras lecturas que iban de Bakunin a Lenin, de Herman Hesse a Roger Garaudy... Éramos demagogos, éramos manipuladores, éramos
revolucionarios que consideraban a las masas como un objeto que había que
transformar, y así hablábamos de masas
avanzadas, masas intermedias y masas retrasadas...
Nunca creí en ello y, a escondidas de mi partido, leía
libros troskistas y a pensadores libres que me llevaban a otros
parámetros que los de la revolución maoísta. En todo caso, lo que quiero
reseñar es que había una profunda revisión de lo dado y una aspiración a lo
inconcreto que me llevaba a disentir, a esperar algo diferente, a latir y
emocionarme con lo injusto y aspirar a otro tipo de sociedad, a alguna utopía.
Sin embargo, en mi edad madura, no sé sinceramente si por
efecto de ella o no y de las limitaciones que ella impone, me encuentro con una
realidad sociopolítica más opresiva que la que viví en el tardofranquismo con
toda su iniquidad. Vivimos un mundo y una realidad reglamentada hasta el último
detalle, vivimos determinados por normativas, por cláusulas y artículos legales
que nos marcan hasta el último suspiro. Creo que el ser humano no ha sido nunca
tan esclavo de lo dado como lo es ahora, y ello le impide ver con dimensión,
pensar utopías, creer en un mundo diferente, hacer lo que le sale de dentro
porque sin duda se encontrará con algún reglamento que le dirá cómo debe mear o
hacerse una paja sin que afecte al común. Creemos tener la libertad de
internet, y yo la disfruto, la hago mía, la exploto y digo todo lo que me sale
de dentro... pero me falta el nivel íntimo de creer en un mundo posible
diferente del que estoy viviendo y observo que todo lo que vivo como docente es objeto de una
reglamentación. Si mis alumnos van a mear tienen que llevar un papelito en que
se consigna la hora, el nombre del meante y la firma del profesor que lo
autoriza. Sin duda es un recurso para acabar con el vandalismo que había en los
lavabos públicos. Toda reglamentación (y las hay para todo) tienen una voluntad
benefactora, para evitar algo negativo. Mis alumnos de la ESO ni de
bachillerato que no sean mayores de edad no pueden salir del centro ni hacer
huelga salvo que sea autorizada por sus padres la falta de asistencia a clase.
Si un alumno se rompe la pierna no puedo llevarle a traumatología si no es en
una ambulancia o en un taxi. No puedo llevarle con mi vehículo por las
consecuencias que se pueden derivar. Todo, absolutamente está reglamentado,
medido, organizado, milimetrado y a la hora de la verdad nuestra vida pasa por
si efectivamente nos hemos ceñido al reglamento dado o no. Esto nos lleva a la
cuestión legal y judicial. Todo se ha judicializado. Añoro el tiempo en que era
un niño con cinco años y deambulaba solo por la plaza del Pilar libre,
absolutamente libre. Era la sensación que podía sentir un niño en la época
franquista: ser libre y desdichado a la vez, pero esencialmente libre. Ahora
los niños están superprotegidos, enclaustrados, vigilados por profesores y
padres y no se les permite jamás el licor de la libertad que conlleva
inevitablemente riesgos. Hemos pretendido evitar riesgos en nuestra vida y en
la vida de nuestros hijos y hemos generado la sociedad más opresiva y dictatorial
que he conocido. Ya sé que todo es por nuestro bien, que he de renunciar al
noventa por ciento de mi libertad para lograr seguridad en mi vida, que mis
hijos han de vivir limitados sin disfrutar nunca de libertad (yo seré el
principal limitador). Que todo lo que yo haga debe estar normativizado,
determinado... hasta mi vejez y mi muerte en que se me hará un funeral con
música tal vez que estará también totalmente ajustado a la normativa vigente.
El ser humano del siglo XXI desconoce el sentido de la libertad.
La ha perdido por el camino para reforzar su seguridad. Es mejor, nos decimos,
estar en una jaula y estar seguros que libres en campo abierto e inseguros.
Todos nos hemos metido voluntariamente en una jaula dorada (aunque ahora
empieza a revelar que sus barrotes son de latón). No hacen falta censores ni
policía política, nosotros somos nuestros principales guardianes y represores.
Hemos interiorizado la represión como forma esencial de vida en sociedad en
aras del bien común. Ni Freud ni Jung pudieron sospechar esto: que los
seres humanos aceptarían libremente vivir constreñidos y encadenados para
evitar el dolor, las asechanzas del destino y la muerte. Y que serían más esclavos que nunca de los poderes económicos en medio de una supuesta sociedad democrática.
En algún sentido envidio a los tuaregs que son todavía hombres libres. Tal vez debería abandonar
esta jaula de oro latonizado e irme al continente donde hay pobreza pero
también hay libertad, esa que nosotros hemos abandonado en el camino.
El miedo es arma poderosa. Nos han asustado tanto que aceptamos la falta de libertad como un mal necesario. La prensa nos atemoriza, nuestros gobernantes nos asustan, todo está ideado para hacernos vivir en un estado de angustia constante. Yo ya dudo que otra realidad sea posible. No creo que interese, y somos fácilmente manipulables.
ResponderEliminarTe mando una imagen que me subyugó por lo realista.
Un beso, Joselu.
La imagen que me has enlazado es expresiva y contundente. El problema es que por mucha seguridad que tengamos nunca estaremos totalmente protegidos de cualquier contingencia. Recibo continuamente correos de diferentes compañías en que se me ofrecen seguros de todo tipo para proteger mi instalación de gas, eléctrica, el hogar en general, el vehículo (además del obligatorio)… Todo está argumentando para que nos sintamos seguros y cómodos, pero nunca nos hemos sentido tan inseguros y tan incómodos. Los israelíes han planteado el tema de la seguridad construyendo muros de hormigón que los protegen de potenciales terroristas y agresiones, pero ¿cuál es el coste humano de vivir en una sociedad amurallada y blindada? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a renunciar a la libertad para tener una mayor sensación de seguridad? ¿Quiénes salen ganando con nuestro miedo? ¿A quién beneficia?
EliminarAhora con el rescate del que vamos a ser objeto, veremos a todo lo que tendremos que renunciar y perder. Eso sí, mucha fanfarria de la selección para enmascarar la realidad. Es curioso que el debú de la selección sea al mismo tiempo que el inminente rescate. ¿Casualidad?
Ya nos tienen preparados. Llevan años metiéndonos miedo y ahora estamos ya preparados para todo lo que quieran hacernos. Y no va a ser poco.
Un beso, Nuria.
El verano pasado estuve con mis sobrinos en el pueblo donde yo pasaba las vacaciones. Allí gozaba de total libertad: recuerdo que con poco más de cuatro año pasaba el día fuera de casa, lejos de las miradas de los adultos. Pues bien, al ir con mis sobrinos, no pude evitar estar completante pendiente de ellos, nerviosa por si los perdía de vista. Es que ahora es diferente, le dije a mi acompañante. ¿Y por qué es diferente? Me preguntó. No supe qué contestarle. Porque la triste verdad es que la diferencia está en mi cabeza. No creo que ese pueblo sea más inseguro ahora que antes - de hecho, es posible que ahora lo sea menos - y sin embargo yo imaginaba peligros desconocidos que ni siquiera supe concretar. Creo que esta misma sensación es extrapolable a otros ámbitos de la vida.
ResponderEliminarEs exacto. Mis hijas tienen quince y doce años. Raramente salen a la calle solas. Quizás a comprar el pan y el agua, y yo las espero en el coche. Ahora han empezado a volver en autobús del colegio.
EliminarHace dos años estuvimos en una isla junto a Lanzarote. Es una isla que me parece maravillosa. Se llama La Graciosa. Estuvimos diez días. No hay vehículos, las calles del pueblo no están asfaltadas, son de arena de la playa, los niños campan libres. No hay ningún peligro. Les dijimos que podían salir solas. No supieron hacerlo. No estaban acostumbradas. Es como el síndrome del ave que ha vivido toda su vida en una jaula y no sabe qué hacer fuera.
Sí, la sensación es extrapolable a muchos ámbitos de la vida.
No creo que sea la falta de libertad el problema de nuestro tiempo. Me ha llamado la atención cuando escribes: "Si mis alumnos van a mear tienen que llevar un papelito en que se consigna la hora, el nombre del meante y la firma del profesor que lo autoriza" Porque precisamente en mi centro ocurre exactamente lo mismo, así que me imagino que debe ser una medida generalizada. Y despues añades "Sin duda es un recurso para acabar con el vandalismo que había en los lavabos públicos", la misma justificación que se ha dado en mi centro para el control anterior. Creo que esto lo que indica es la dificultad que tenemos para establecer un control real, ocurre que un par de energúmenos pueden destrozar un lavabo con toda impunidad, mas o menos porque les sale de la real gana. Y como conocemos nuestra impotencia para sancionarlo, intentamos prevenirlo con esos controles de pacotilla que a la postre no impiden nada. Papeles, cámaras... pobres intentos de simular una racionalidad perdida. Comprendo tu nostalgia de las "batallitas de juventud" frente al autoritarismo. A nuestra propia barbarie es mucho más dificil enfrentarnos. La proliferación de reglamentos absurdos patentiza nuestra inanidad. Y eso jode.
ResponderEliminarRecuerdo claustros de instituto que eran caóticos pero tremendamente divertidos pues allí todo el mundo decía lo que sentía o le venía en gana sobre los temas más variados y pintorescos. Los debates eran libres y abiertos, y duraban horas y horas. No recuerdo haber sentido malestar en estos claustros que eran una ocasión de compartir con mis compañeros. Ahora los claustros son burocráticos, una mera recensión de informaciones varias sobre las que no hay nada que debatir pues lo impide el reglamento y la paciencia de los claustrables. No se debate nada. A los jóvenes les hastían los claustros y están de acuerdo en que sean lo más cortos posibles. A mí también me hastían. Asisto sometido, domesticado, por normativa, sin alma, sin tensión, sin debate. Han logrado imponer la reglamentación a toda la vida escolar que solo se expresa burocráticamente. Un consejo escolar es el organismo más inútil jamás inventado. Nunca hay nada que debatir. Todas las cartas están marcadas.
EliminarHemos inventado los reglamentos y las normativas para intentar aplacar el caos y para dotarnos de algún sentido y simular, como dices, una racionalidad perdida.
No siento nostalgia de la batallitas de juventud, sino de la percepción que tenía de que era posible un mundo diferente, un mundo mejor. No sé si esto lo he perdido con la edad (lo que sería lógico), con el miedo que nos han inoculado, o con la normativización que afecta profundamente a todo el modo de organización de la sociedad.
Y la izquierda se ha entregado entusiasta a elaborar todos los reglamentos del mundo.
Y visto desde la lógica que nos domina, parece imprescindible definir cualquier contingencia que se pueda producir en la vida, en las relaciones humanas y sociales… pero la vida pierde sabor.
¡Cuántas hogueras no he hecho yo en el monte en los campamentos que hacíamos! Nos sentábamos en torno al fuego y cantábamos o charlábamos o reíamos. Poníamos piedras y teníamos mucha precaución en ello. Sabíamos lo que nos iba en juego. Nunca hubo el más mínimo peligro. Eso ahora es inimaginable. ¿Acampar en el monte? ¿Hacer un fuego de campamento?
Claro que jode.
No. No existe la libertad en nuestros tiempos. Solamente somos libres en las cosas pequeñas de nuestra vida. Pero no solo se ha perdido la libertad individual, las naciones también pierden su soberanía o parte de ella y dejan de ser libres. Y no vamos a menos... más bien vamos a más.
ResponderEliminarTú tienes una mayor perspectiva temporal y puedes evaluar lo que he escrito. La modernidad ¿ha supuesto una mejora sustancial en el sentimiento de libertad de los ciudadanos? Por un lado la respuesta es que sí. La mujeres tienen más reconocidos sus derechos, así como los gays, las minorías… Esto es innegable. Pero a la vez, hemos diseñado una estructura social realmente basada en el miedo a lo que pueda pasar, y nos prevenimos permanentemente ante las contigencias. Es bueno, nos decimos, estar prevenidos para evitar lo amenazador, lo complejo, lo ominoso, lo trágico… Y arrojamos voluntariamente nuestro sentido trágico que va unido a la libertad de conciencia por la ventana. Tienes razón y le doy a tu opinión un gran valor por lo que supone de perspectiva vital y por tu valor como comentarista. Los individuos y las naciones cada vez son más dependientes y controlables. Es un proceso imparable.
EliminarUn beso.
De joven -sujeto potencialmente aburguesizable- uno ve al resto como una masa ignorante; ahora, ya talludo, hay que reconocer que uno es un elemento más de la masa, arquetipable y contingente.
ResponderEliminar¿Y dónde dejas el espíritu libre? Es esto lo que vengo a reclamar, que hubo un tiempo en que Cortázar cogió su furgona y se fue a hacer una ruta por las autopistas de Francia parando y durmiendo en cada área de descanso. Era ese libro increíble que se titulas Los autonautas de la cosmopista. Le llevó semanas o meses. No recuerdo bien. Sus amigos quedaban con ellos en determinadas áreas y escribió un libro a propósito de aquel proyecto absurdo y delirante.
EliminarHoy no sería posible algo tan disparatado y a la vez tan profundamente libre. No sería porque estamos atados de por vida a trabajos, a reglamentos, a hipotecas, a seguros, a declaraciones de renta, a códigos, a normativas… Sin duda, el ser humano ha perdido ese instinto que le hacía respirar con libertad en la vida. Lo ha perdido, lo hemos perdido, y no nos hemos dado cuenta de que hemos construido una sociedad asfixiante y opresiva en el nivel más profundo de nuestra psique.
Somos elementos de la masa arquetipables y contigentes, pero debería haber espacio para un cierto anarquismo de corazón, víscera que no sé si todavía está normativizada, imagino que sí.
A tiempo estás, compañero. Que nada te lo impida, viva la libertad... Qué bonito, ¿verdad? Lástima que tú mismo seas tu principal enemigo, como exactamente proclamas. Uno también siente esas cosas, pero ya está cansado no sólo de decirlas sino incluso de pensarlas. A otra cosa, Joselu, ¡viva la muerte!
ResponderEliminarUn abrazo.
No sé qué decirte. Yo no dejo ni un día de mi vida de creer en mi libertad interior, en mi espíritu rebelde, aunque no sea más que un puto funcionario, padre de familia, hipotecado y que paga infinidad de impuestos y no puede trazar una raya que le permita respirar un día y decir que soy un hombre libre realmente. En cierta manera, la muerte nos exonera por primera vez de cumplir nuestras obligaciones fiscales, de cumplir reglamentos y normativas. No sé si te referías a esto. Creo que nos hemos encerrado voluntariamente en una sociedad con muros de hormigón, y el problema es que no los percibimos, se han fundido con el paisaje y los consideramos normales.
EliminarUn abrazo desconcertado.
¡Ah, Joselu! Cuando el miedo, ese estimulante alucinógeno, nos atenaza, tórnase en pánico, y éste paraliza todo nuestro ser. Ya no importa qué ves o qué es (molinos o gigantes); sólo nos parece tarea imposible y lo dejamos correr.
EliminarEsto que digo seguramente carece de sentido y por supuesto no aclarará tu desconcierto, pero, por una sola vez en nuestra miserable vida de ególatras humanos, deberíamos ser más quijotes que panzas -búscale a esta última palabra las acepciones que quieras-, deberíamos ser libres y arremeter contra aquello que nos cosifica, sin que nos importaran tanto las consecuencias como el mismísimo acto de libertad que implicaría, por más que, a ojos de la mayoría, solamente fuéramos, como el hidalgo caballero, locos.
Por eso repito ¡viva la muerte!, que al parecer es lo único sobre lo que en nuestras estúpidas vidas podemos tener, si queremos, un mínimo control.
Un abrazo, amigo.
Que tríste realidad.Yo iba al instituto en la calle Muntaner y, aveces iba caminando hasta Atarazanas porque mí padre prestaba servicio en la casa Socorro de Perecamps y volviamos juntitos para casa.Y es una zona X por ser de puerto.O la Barceloneta para ir al Hospital del Mar.Sí te decian cuidado ojo con cruzar las calles etc y, era más preocupante la honra que otras vicisitudes.Pero es que ahora estamos con tanto cartel preaviso que los estamos confundiendo.Y se estan convirtiendo en unos pasotas...Y eso mata la espontaneidad en las personas y las aptitudes ante la vida.
ResponderEliminarUn saludo Joselu.
Yo recuerdo estar suelto por las calles y las plazas con edad de cuatro y cinco años. Casi no lo puedo entender pero es así. Mi madre me decía: Vete a la calle, y yo me iba con toda mi desenvoltura. La calle era el patio de nuestras casas. Hemos creado una forma de vivir protegida por infinidad de miedos y de normas que matan la espontaneidad en las personas, como dices. Cuando voy a Portugal y veo a niños jugando y chapoteando en fuentes públicas me recuerda mi niñez. Esto sería impensable en España. La autoridad competente determina que los niños solo pueden jugar en zonas de ocio protegidas por tartán y vigilados por sus padres que no pueden quitarles el ojo en ningún momento. Ciertamente los casos que publicita la prensa de niños desaparecidos y que no han sido encontrados tras largos años de búsqueda, no contribuye a que estemos tranquilos. A veces me pregunto cómo podían vivir antes sin televisión, sin antibióticos y sin esa obsesión por la seguridad que nos lleva a estar encerrrados muchas veces en nuestro domicilio y protegidos por alguna compañía de seguridad conectada a una central de alarmas y la policía. Es difícil de entender el mundo antiguo, pero yo me pregunto si este que hemos creado hiperprotegido y organizado por miles de normativas es más vivo y más espontáneo. Tengo mis dudas. Creo que la vida antes tenía otro sabor. ¿Cuál será el siguiente modelo de estructuración de la sociedad si seguimos esta senda?
EliminarUn saludo, Bertha. Y Gracias por participar.
Hace mucho tiempo que no creo en la máxima ilustrada de que el mundo siempre progresa hacia mejor. Nunca he creído en eso, pero bien sé que con todas sus carencias, sus nuevas y viejas dependencias, sus jóvenes infantilizados, sus normas abusivas que quieren entrar en la intimidad de cada cual y hacerte policía de ti mismo. Sé que con todo eso, vivimos en un mundo infinitamente mejor que el que vivimos en el pasado. Y no me refiero a un ayer remoto, si no a lo que vivimos en nuestra propia infancia y juventud.
ResponderEliminar¿Seguridad? es cierto que todo se ha sofisticado, pero lo primero que hizo la gente cuando cayó el Imperio Romano fue ampararse bajo la sombra de los poderosos para preservar su vida, lo que dio origen al régimen señorial o feudal. Un emperador chino construyó una enorme muralla para protegerse de los mongoles que acosaban su imperio. Toda ese miedo de hogaño es una forma del miedo de antaño.
Lo de añorar la vieja libertad me recuerda aquel paisaje del Quijote en que el caballero habla con Sancho sobre la Edad de Oro donde todo era felicidad y placer o aquel otro donde el escudero viendo morir a su amo le pide que se hagan pastores y vayan al campo y vivan de acuerdo con lo que prescriba la naturaleza. Siempre esa confusión entre la vida salvaje y la libertad. Mucha gente debería volver a leer a El señor de las Moscas y no recrearse en los alucinógenos encantos del mito del buen salvaje.
Hablando de salvajismos, hablemos de los viejos institutos donde toda prepotencia era posible. Donde se machacaba a los débiles, se humillaba, castiga y golpeaba a los alumnos con saña, donde la gente se citaba a la salida para demostrar quien era más burro a base de lanzarse piedras o aplastar sapos y gatos. ¡Qué vida más sana la de La Guerra de los Botones! Qué chicos más fuertes, más coloradotes, más independientes ..hasta que nos colocaban en nuestro sitio y descubríamos que la vida era también sensibilidad y respeto. Que no hace falta ir de macho con las chicas, ni demostrar nuestra hombría, ni ponerles un manotazo en los pechos aprovechando la impunidad del grupo, ni mirarles las bragas cuando bajan las escaleras del instituto y que sientan quien es que manda en todo momento. Que la vida es algo más que la actitud bovina de John Travolta y sus amigos en Grease.
Habría tantas cosas más para decir sobre las "maravillosas" libertades pasadas perdidas y sobre las terrible estrecheces del presente que podríamos rellenar 15 posts al respecto.
La añoranza no es mala, solo que hay que saber que el pasado solo es una mera recreación mental que nos sirve de consuelo cuando el presume nos abruma, pero es en el presente desde donde podemos cambiar las cosas. La realidad solo habita ahí.
Amigo Krapp, muy mal me debo expresar porque no considero que mi post albergue añoranza o nostalgia del tiempo pasado. No es mi postura vital en ningún caso, y me desconcierta tu final del comentario a modo de reflexión sobre el pasado y el presente. Yo no volvería al pasado, Krapp, era cruel y yo viví en carne propia esa crueldad. No puedo añorarlo, pero sí considerar que la dinámica social nos hace seres francamente distintos y no necesariamente mejores en todos los sentidos. Deploro que en toda consideración en que se tome la historia como referencia surja siempre alguien que detecta nostalgia -pecado imperdonable-. ¿Acaso el miedo que nos invade es una invención mía? ¿La superprotección que necesitamos para cualquier avatar que exista o pueda existir? ¿La educación permisiva y falta de diques que se ha impuesto? Lo noto cuando me dirijo a alumnos educados en otros parámetros como los bereberes (que son todavía respetuosos y cordiales). ¿He de considerar que TODO lo que el presente muestra es una muestra de progreso humano y social? ¿No puedo evaluar los cambios que han tenido lugar en la trayectoria de vida que ha sido la mía en la que he tenido que evolucionar y cambiar (todos hemos debido hacerlo)? Te sorprendería el nivel de primitivismo que existe en los institutos públicos como el mío en las cuestiones relativas a la sexualidad.
EliminarLa realidad habita aquí, no hay duda. Pero uno no es un muñeco sin historia. Y puede considerar que el nivel expresivo de sus alumnos hace veinte años era muy sensiblemente superior. ¿O es una concesión a la nostalgia? ¿Que la capacidad de atención ha disminuido? ¿O es erróneo? Que vivimos un mundo más disperso, al cual nos enfrentamos los profesores, un mundo más disperso y fragmentario. ¿Constatar esto es algo que lleva al que lo hace a ser reo de nostalgia y de no querer habitar este tiempo en que se está?
El tiempo y la evolución de la historia nos hace ganar cosas, sin duda, pero nos hace perder otras que pueden ser muy importantes. Saberlo es esencial. Y no todo lo que representa el presente es necesariamente estimulante. Imagina la sociedad israelí. rodeada de muros de hormigón, obsesionada por la seguridad. ¿Cabría decir que no todo lo que el presente es merece ser defendido? ¿Cabría hablar de un tiempo en que judíos y musulmanes podían vivir en paz? Si es que ese tiempo existió…
Empecé mi comentario escribiendo: "Hace mucho tiempo que no creo en la máxima ilustrada de que el mundo siempre progresa hacia mejor". Vuelvo a reescribirlo por si quedan dudas al respecto.
ResponderEliminarEn cualquier contraste de pareceres, por no llamarla discusión, cuando uno niega los argumentos de una parte corre el peligro de que se considere que su postura es la contraria. Pareciera que si yo defiendo las ventajas del presente estoy negando sus defectos. Pues te lo digo ya mismo para que no te quede dudas: hay una falaz intromisión en la vida privada de la gente con la normativización de todo y la conversión de cualquier elemento que se escape de la normalidad en enfermizo -ahora cualquier adicción es enfermiza- o sospechoso. Eso creo que tiene que ver con la segunda frase de mi comentario anterior:
"Nunca he creído en eso, pero bien sé que con todas sus carencias, sus nuevas y viejas dependencias, sus jóvenes infantilizados, sus normas abusivas que quieren entrar en la intimidad de cada cual y hacerte policía de ti mismo".
¿Cual es entonces nuestra discrepancia? ¿Acaso no es cierto que idealizamos el pasado para huir de un presente que no nos gusta? ¿Acaso no es verdad que mitificamos otras culturas por que las vemos más puras que la nuestra? ¿Y por qué son más puras? Quizás porque las miramos desde lejos y con la mirada bondadosa del colonizador alejado de su verdadera naturaleza.
¿Miedo? ¿Has hablado de miedo? Y seguramenente has oído hablar del miedo que se pasó en este país en la postguerra, el miedo a expresar lo que pensaras o o el miedo a la policía, a la represión y a la tortura en plenos años 60.
¿Por cierto, en que período histórico no hubo miedo?
Dices que laa educación es permisiva pero te olvidas de acotar que la sociedad también lo es. ¿Si no hay diques fuera porque debe haber diques dentro?
¿Y si no hay libertad como dices por qué te quejas de esa superprotección y esa falta de barreras?
Yo no quiero ser bereber porque no creo que ser bereber sea mejor que haber nacido en Murcia o en Alcorcón. ¿Son mejores los bereberes por ser más respetuosos y cordiales. Quizás es que no han tenido la posibilidad de elegir no serlo en una cultura autoritaria y tradicionalista.
Ëste es un mundo terriblemente complejo con virtudes y defectos. Hemos ganado en muchas cosas y perdido en otras. El vértigo de los tiempos con sus múltiples posibilidades nos ha hecho miedosos, apocados y dubitativos pero personalmente lo sigo prefiriéndolo frente al hipotético atractivo de culturas pasadas y primitivas. Seguro que un niño del siglo XIX era más disciplinado que un niño actual pero es que corría sus riesgos en caso de no serlo.
En definitiva, tenemos que adaptarnos a este mundo fragmentario y convulso que nos ha tocado vivir pero sobre todo hacer lo posible para mejorarlo desde dentro. No se me ocurre otra posibilidad ¿y a ti?
No, tampoco, Krapp, es la única opción. Solo podemos intentar mejorar este mundo desde dentro.
EliminarEl tema del miedo es importante. En toda época ha habido miedo. Pero creo distinguir el miedo que vivimos ahora netamente distinto al que sentía ante la policía política. Era un miedo concreto. Ahora el miedo es difuso. Supongo que es el miedo del desconcierto de haber creído vivir en una sociedad con unas conquistar irrenunciables y de pronto ver que todo es un tinglado como el que presenta El Roto en sus viñetas. Ya hace un tiempo también lo dibujo el Perich, pero creíamos que aquello estaba superado.
Tenemos miedo a perder, tenemos miedo a sentirnos en un supuesto búnker acechado por la selva y la noche, y que esta selva y esta noche termine por entrar en nuestro dominio. Por causa de ese miedo interior a lo amenazador y ominoso estamos dispuestos a perder derechos y conquistas que creíamos nuestras.
El que esto escribe tiene la impresión de estar sentado sobre un polvorín que puede estallar en cualquier momento. No sé si los mecanismos de seguridad serán suficientes para protegernos.
Me sorprende que hables de culturas pasadas y primitivas. Supongo que en este primitivas te referirás a los aborígenes en sus miles de realidades africanas, amazónicas, americanas, oceánicas… En eso, Krapp, disentimos. Siento una profunda atracción por este tipo de culturas. Todo lo que he sabido de las culturas africanas (sin haber estado todavía en África) me supone un estímulo humano e intelectual. Creo que pocos que hayan estado en África pueden olvidar lo que han visto y vivido. Sé que no hay camino de retorno entre el mundo africano y la modernidad, pero no dejo de considerar que existe una extraordinaria belleza en aquel universo, y que no puede despacharse con un sencillo "primitivo". En aquel "primitivo" puede haber claves que nos pueden servir a nosotros, para hacernos mejores aquí y ahora.
Estamos de acuerdo en lo fundamental. Gracias, amigo, por tu participación y discrepancia.
Hoy más que nunca, siendo madre de familia, esposa, hija, hermana, tía, ama de casa, profesora y qué se yo cuántas cosas más, te digo que no me siento libre en absoluto. Como ciudadana, gente a quien ni siquiera le he puesto el voto o simples "ciudadanos", por llamarlos de algún modo, deciden por mí cosas básicas que afectan y coartan mis derechos todos los días: mi derecho a trabajar, a comprar, a ahorrar, a circular por las rutas, a viajar...
ResponderEliminarLa libertad se me hace, como la felicidad y el amor entendidos como absolutos, una utopía en la vida en sociedad. Pero creo que para los habitantes de las grandes urbes del siglo XXI, sobre todo para los más pequeños y los más jóvenes, hay menos libertad en todo sentido.
Supongo que al salir de un régimen opresivo como el franquismo o la dictadura militar en mi país, se sintió un alivio y percibimos un mayor grado de libertad. Pero con una democracia engañosa como la de mi país me siento muchas veces una esclava de la decisión de la mayoría, los vaivenes de la economía, las leyes laborales, etc.
Y en la escuela el grado de limitaciones a lo que un docente instintivamente haría si pudiera actuar libre y responsablemente es a veces ridículo. Tu ejemplo es muy gráfico y muy realista: si un alumno tiene que ir al baño, no hay más que darle permiso. Pero todo se ha burocratizado "por las dudas". Siempre se duda de que hagamos buen uso de nuestras libertades. Una pena.
Un beso.
En mi perfil pongo esta frase:
ResponderEliminar"Quienes son capaces de renunciar a la libertad esencial a cambio de una pequeña seguridad transitoria, no son merecedores ni de la libertad ni de la seguridad." (Benjamín Franklin)
Estoy convencido de ello. Los informativos solo muestran el lado oscuro del ser humano, esto hace que las personas normales busquen protección en las leyes renunciando, cada día más, a parcelas de libertad, no andes por tal sitio, no corras más de 120, ponga una cámara en su casa con control a través de Internet, come esto o come lo otro, ¡¡hay que ser buenos ciudadanos!!, aborregados y la nota disconforme no esta bien vista. Y a los que pensamos que estamos bajo una conspiración orquestada por bancos y energéticas se nos ridiculiza hasta en las películas que vemos..
No se enseña a vivir de forma digna, se nos enseña a vivir bajo leyes, anulando al individuo y algunas lo miran de forma complaciente, es mucho más cómodo no tener que tomar decisiones, ir sobre raíles...
Cuando he leido " Si mis alumnos van a mear tienen que llevar un papelito en que se consigna la hora, el nombre del meante y la firma del profesor que lo autoriza" me han dado ganas de vomitar, es necesario, de una vez por todas, que tus alumnos vayan a mear al despacho del que ha puesto esta norma, a ser posible, con el responsable dentro. Eso si seria un buen comienzo. Con tantas leyes la Justicia no se entera de nada.
V.
SIII
ResponderEliminarYo siempre trato de contar lo que tú dices en este post (que no blog), pero no tengo tu capacidad. Quedan cosas en el aire, pero tienes tiempo para continuar.
Lo peor es que ese miedo a la libertad amenaza con expandirse por todas partes. Como maestros, debemos animar al que no está de acuerdo, al que nos contradice y nos pide explicaciones. Mucho no podemos hacer, el Poder es más fuerte que cada uno de nosotros. Sin embargo, Joselu, cuando argumentas tus ideas, estás entre quienes aportan un grano de sal al agua dulce.
ResponderEliminarMe ha hecho gracia lo del papelito de mear, que aquí también es obligatorio; incluso, cada trimestre se hace una estadística de niños meones y profes permisivos :)
ResponderEliminarEn lo demás, y referido al ámbito educativo, el mejor símbolo de falta de libertad es la valla de los institutos, diseñada en su día para que los pobres no entrasen y convertida ahora en la trampa para que no escapen.