Hoy en clase he planteado a mis alumnos
de segundo de ESO si creían que los animales tenían sentimientos. La respuesta
ha sido unánime, sin una sola excepción. Todos estaban convencidos de que los
animales poseen sentimientos, que experimentan emociones. Les he hablado de una
pareja de chimpancés que se habían escapado de un zoo de Sa Coma en Mallorca.
Ella se llamaba Eva y él, Adán. ¿Podían estar enamorados y haber decidido
escaparse juntos para ir más allá de los barrotes y el cemento ardiente en que
los tenían encerrados en cubículos míseros? ¿Es posible que Adán y Eva fueran
como Bonnie and Clide o como Romeo y Julieta? ¿Que aspiraran a la libertad,
salir de esa tortura espantosa de estar encerrados en esos huecos ominosos
llamados instalaciones para disfrute de niños y turistas que no se dan cuenta
del horror que esto supone? Jane Goodall, la especialista mundial en chimpancés
escribió un libro que tengo como oro en paño en mi biblioteca. Se titula En la senda del hombre en que desarrolla
el estudio de los chimpancés en libertad, en estado salvaje. De su estudio y
aceptación en el grupo de primates donde pasó largos años de su vida hay
valiosas observaciones. Que los chimpancés tienen una elaborada vida social,
que se comunican y expresan sus sentimientos, que tienen personalidad, hábitos,
carácter propio, vivas emociones, gestualidad que es muy similar a la humana.
Sienten felicidad, tristeza, dolor, enferman de depresión... Muchas crías son
arrancadas de sus madres que son asesinadas y dichas crías son llevadas en
jaulas a zoos de Europa. De cada cría que llega, mueren cinco en el camino de
dolor y tristeza.
La similitud del chimpancé y otros
primates con el ser humano es perturbadora. No hace falta sino pasarse unas
horas en un zoo para verlo. Sus miradas son inquietantes. Y no es extraño que
los chimpancés imploren ayuda a los turistas para que los saquen de allí, un
lugar donde se pasan largas horas del día sin hacer nada, sobre el cemento, con
dos comidas diarias (cuando los chimpancés en estado natural comen
continuamente y a medida que tienen hambre), con agua insuficiente con
temperaturas elevadas que los ponen muy nerviosos, continuamente exhibidos ante
la gente que se ríe de ellos considerándolos simplemente monos graciosos.
Adán y Eva decidieron escaparse juntos y
lo hicieron. Tuvieron la picardía de esperar un fallo en el sistema eléctrico
de los barrotes, rompieron los cristales y salieron juntos de la mano,
abrazándose en busca de la libertad, más allá de aquel lugar de tortura en el
que solo se podía enfermar de depresión. Cada día les daban diazepán y si se
mostraban muy apáticos, antidepresivos, los mismos que toman los seres llamados
humanos.
Se alarmó a toda la isla. Los vecinos del
zoo se encerraron en sus casas, se extendió el pánico ante la fuga de dos
ejemplares violentos y peligrosos. Rápidamente se organizaron en las zonas
boscosas patrullas armadas de unidades de Seguridad Ciudadana y del SEPRONA,
con un helicóptero, unidos a técnicos especialistas de la fauna silvestre,
policía local y Guardia Civil.
Eva fue acribillada ante los ojos de
Adán. No se le disparó un dardo narcótico para dormirla. Todas aquellas
unidades estaban enfebrecidas de miedo antes los primates peligrosísimos. Su
aventura tenía que acabar. El cuerpo de Eva se retorció y cayó rodando. Adán
escapó lleno de un terrible dolor. Ya no podría abrazar a Eva, su amor. Sentía
pánico, el helicóptero le aterrorizaba, iba dando vuelos rasantes para hacerlo
salir de su escondite en el bosque. Adán no tenía nada ya por qué vivir. Su
compañera había sido asesinada. No había salida. Las unidades se reforzaron con
más efectivos. Eran decenas y decenas de hombres rastreando cada centímetro de
la zona. Sus sentimientos eran de profundo miedo existencial, de desamparo, de
violencia contenida, de odio, de saberse solo. Sus ojos estaban dilatados por
el miedo. Siguió por el bosque, no estaba habituado a la libertad, vio una
masía y en ella una balsa de agua, tenía sed, mucha sed, tenía fiebre, un dolor
inmenso le desgarraba el corazón. No quería que lo cogieran. No quería volver
allí y sin Eva. Vio la balsa y se arrojó a ella. Sabía que no sabía nadar. Las
patrullas lo encontraron muerto ahogado en la balsa. No pensaban dormirlo,
hubieran disparado con fuego real porque los dardos narcóticos tardan cinco
minutos en hacer efecto y un chimpancé, un mono loco, es muy peligroso. La
comarca respiró aliviada. Los niños salieron de nuevo a la calle, los viejos
salieron a fumar sus pipas y los turistas pudieron seguir yendo al zoo que
pronto tendría nuevos chimpancés que llegarían pequeños, graciosos, crías
entrañables a las que habría que cuidar como a niños para exhibirlas.
Ya Adán y Eva no eran un peligro. Nadie
contará su historia. Yo he querido hacerlo.