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miércoles, 4 de marzo de 2015

Psicología de la corrupción



Imagínense que forma parte de una institución académica de enseñanza media, vamos que es profesor, y se entera de que puede comprar leche a una cuarta parte del precio de mercado. Solo hay que encargarla en secretaría y le reservan los litros que necesite cada semana. Esta leche forma parte de excedentes de la Comunidad Europea que se ponen a ese precio para llevarlos a familias necesitadas. Esta es la segunda parte de la cuestión y uno no ha de enterarse demasiado para hacerlo. Solo tiene que reservarla y llevársela a casa los viernes.

Imagínense que le ofrecen prendas de moda a una cuarta parte de precio que otros establecimientos. Puede comprar un montón de camisetas, pantalones, blusas, accesorios, etc por poco dinero. La segunda parte de la cuestión es que estos productos a bajo precio son fabricados en países en que la mano de obra es semiesclava y recibe salarios míseros por interminables horas de trabajo a cambio de sesenta euros al mes.

Imagínense que el director general de su empresa les entrega amistosamente una tarjeta de crédito de la compañía para que haga uso de ella libremente. Todos los cargos a la tarjeta serán a costa de la empresa. No hacen falta comprobantes y se pueden utilizar para lo que se quiera. Sabe que todos sus compañeros hace uso de ella y la están utilizando para atractivos viajes a Nueva York, Cuba o Las islas Vírgenes, además de productos de moda, restaurantes de postín, discotecas ... Un privilegio inimaginable sobre el que nadie hace  preguntas, ninguna, aunque en su fuero interno alguno sospecha algo raro. Pero ¿al fin y al cabo no se la ha dado el director de la compañía, el número 1? ¿Es a cambio de algo? ¿Determinará el sentido de su voto en las reuniones que se celebren? Buena pregunta.

Imagínense que usted trabaja en una administración de fincas que gestiona multitud de comunidades de propietarios que necesitan hacer obras de reforma o mantenimiento. Usted recibe ofertas de diversos empresarios para quedarse con las obras que se han de realizar. Solo tiene que arreglar los presupuestos para que los vecinos opten por el más bajo, como sin duda harán. Para ello solo hace falta información de los otros presupuestos que se presenten. Luego sobre la marcha, ya se sabe, el presupuesto una vez aceptado variará y subirá. Y usted como empleado sabe que recibirá un detalle, una mordida que le vendrá bien para pagar algunas cosillas que siempre vienen bien.

Estas son algunas hipótesis que alguno reconocerá. Alguna la he conocido directamente y ha sucedido en mi entorno. Viene esto a propósito de un estudio de la Universidad Jaume I sobre factores acerca de la corrupción, coordinado por Aurora García-Gallego y publicado en la revista Frontiers in Behavioral Neuroscience. Dicho estudio sostiene que hay una mayor inestabilidad emocional en quien rechaza una oportunidad que va en su favor monetario que quien viola con su participación algo que se presupone contra la ética. Resumiendo: sufre más estrés quien rechaza un beneficio fácil que quien se aprovecha de él, especialmente si no hay un mecanismo de castigo en el horizonte.

Acabo de hacer un experimento con mis alumnos sobre la, llamémosle, picardía, algo a lo que muchos le ven la gracia y lo disculpan con una sonrisa: el copiar para aprobar una prueba. Todos lo hemos hecho alguna vez, se dice. Forma parte del rito escolar, etc. ¿Pudiendo copiar y sin castigo explícito, cuántos renunciarían a ello por ética personal? Con la agravante de que si tú no lo haces, otros muchos sí que lo harán y sacarán mejores notas que tú que te has esforzado y estudiado.

Me pregunto si Luis Bárcenas, el Bigotes, Francisco Camps, Ignacio González, los implicados en los ERE en Andalucía, los presidentes y directores de Cajas de Ahorros que vendieron preferentes a ancianos, los usureros que promueven el desahucio de pobres gentes, los consejeros que hacían uso de sus tarjetas Black, los concejales corruptos de tantos municipios de España, tantos y tantos políticos que se han dejado tentar, los de arriba y los intermedios, los conseguidores, los empresarios que pagaban su tres por ciento para la obtención de obras a CIU, los prohombres, jueces que reciben dádivas por asistir a reuniones ... me pregunto si copiaban cuando eran escolares. ¿Entendían que es menor el precio emocional que se paga por ceder a una posibilidad de éxito que el que se siente por rechazarla?

¿Qué porcentaje de la población es corrupta si las cosas se le ponen fáciles y no hay eventual castigo en lontananza?


Sin embargo, el estudio de la Universidad Jaume I sostiene que hay una tendencia mayoritaria en la población para actuar de forma ética, especialmente si se refuerza con la hipótesis del castigo. Empero los hay que actuarían de forma ética aun sin él. Son los que no copian aunque puedan, los que devuelven una cartera o un maletín lleno de dinero a la policía, los que no compran en determinados establecimientos, aunque sean mucho más baratos, si no responden a criterios éticos sus precios. Imaginamos que para ellos es más factor de distorsión emocional atentar contra la ética que ceder a la corrupción por leve que sea, pero algunos sospecharían de tanta perfección moral achacándolo a una rigidez personal que no cede ante la posibilidad del placer. ¿Acaso esos individuos que se mantienen en lo que se considera ética no son unos puristas totalitarios que no entienden la psicología de masas, las luces y sombras de los seres humanos. ¿Acaso no es mejor encontrarse con gente moldeable y flexible que entienda que con cierta relajación ética va mejor a todos?

lunes, 2 de marzo de 2015

Caminatas y grafittis

La última caminata que hice desde Cornellà hasta Molins de Rei, pasando por Sant Feliu y la Santa Creu D'Olorda me llevó por zonas bajo las autopistas con sus pasos subterráneos, bóvedas, pilares de sujeción... y aquello fue una mina de fotografías que tuvieron su centro en los grafittis.


Este me encantó. El artista había reflejado una mujer de ojos pintados de azul, cruzando los brazos y mostrando las ajorcas y su vestido.


Este grafiti recrea la imagen de Stan Lee (Stanley Martin Lieber, NY, 1922), creador de personajes tan populares como Los cuatro fantásticos, XMen, El hombre de hierro, Spider Man, Los vengadores, Capitán América a través de la editorial Marvel y en colaboración con los dibujantes Steve Kiko y Jack Kirby.


No podía faltar Nelson Mandela, un icono del arte popular.


Este sin duda debe ser un personaje conocido, pero yo no lo conozco. Su atuendo me es cercano. Aparece, como no, el nombre de la ciudad de New York.


Estas manos abrazando y rodeando el pilar de la autopista me gustaron mucho.


Otro pilar vegetal y con una serpiente detrás del árbol.


Dos banderas: la española y la pirata en uno de los huertos. No todo van a ser esteladas.


En el paso subterráneo de la autopista, unos tags grafiteros.


El día de mi boda totalmente convencional, fuimos mi novia y yo a hacernos un reportaje con grafittis alternativos. Siempre me he sentido muy unido a esta cultura a través de las fotos. No todos los grafittis son buenos pero son una muestra muy interesante de cultura popular.


 Me gustó saber que en Afganistán hay una joven grafitera llamada Shamsia Hassani que se enfrenta al salvajismo de los talibanes y la opresión de la mujer afgana. Tiene que hacer sus grafitis en quince minutos antes de que empiecen a insultarla y acosarla por ser una práctica no islámica.


viernes, 27 de febrero de 2015

El valor de caminar


Ha llegado un tiempo que ya anuncia la primavera. Y comienza mi temporada caminante. Cada fin de semana preveo hacer una caminata que me ocupe aproximadamente unas diez horas de travesía, lo suficiente para agotarme y sentir el placer del cansancio físico como estado espiritual. Comencé a caminar a los quince años. Un cura del colegio donde estudiaba nos habló de una marcha de cincuenta y cinco kilómetros al castillo de Javier (Navarra) partiendo de Noaín. La idea en seguida me cautivó pero me encontré con una negativa paterna y materna radical. Aquello fue origen de un conflicto bastante fuerte en el que se impuso al final mi aspiración a realizarla. La primera realidad es que comencé a andar como acto de desobediencia. La marcha fue por la noche. No estaba preparado para ella ni llevaba buen calzado. Mis pies se llenaron de ampollas. Al llegar a Javier no lo tuve como un destino religioso. Por supuesto no comulgué pero sentí un íntimo premio que me llevó a añorar de nuevo sentir las mismas sensaciones. De universitario me aficioné a excursiones por el Pirineo aragonés. Algunas de ellas tan formidables que forman parte de mi educación sentimental. Travesías de diez y doce horas que me dejaban en un estado próximo a la extenuación. En algún caso incluso me subió la fiebre. Descansaba y al día siguiente todo era nuevo. El sol salía e incendiaba los paisajes nevados llenándolos de luz y color. Mi ánimo se sentía unificado y yo, tras haber sufrido, me hallaba bien dentro de mí. Frente a la dispersión que ha sido mi vida, el caminar ha sido, he constatado, una poderosa fuerza de unificación.

Para el que sigue este blog, he referido mi estancia en Las Alpujarras de Granada un invierno-primavera de 1987. Allí pasé dos meses en una de las experiencias más ricas de mi vida. Me recluí en Los Bérchules acompañado de una gran caja de libros con el ánimo de escribir un diario de lecturas y de caminatas. Así hacía excusiones de treinta kilómetros recorriendo las Alpujarras en una dirección u otra. Lo curioso es que guardo una sensación de proximidad sentimental a aquellas caminatas que me parece estar contemplándolas desde la cercanía aunque han pasado casi treinta años. Siento el aire de las montañas en mi rostro cuando evoco aquel tiempo de desolación y ejercicio físico.

Nadie me enseño a andar. Tampoco a leer. Pero han sido dos vocaciones profundas que me han acompañado siempre. Caminar me llena de felicidad, aunque sufra. He leído libros en que relacionan el caminar con la filosofía. Me atraen los escritores que han sido caminantes, que han seguido senderos y subido montañas. Me parece una vinculación extremadamente provechosa. Caminar nos aleja de la vida burguesa. Nos devuelve a nuestra elementalidad, nos unifica con el alma. Hay incluso veces que he entrado en una especie de éxtasis en el caminar devorando los kilómetros y he cruzado valles y aldeas gallegas sin sentir ya el esfuerzo a pesar de llevar andados más de cuarenta y cinco kilómetros. He andado el camino de Santiago en múltiples ocasiones, solo y acompañado. Guardo un poderoso recuerdo de cada una de estas ocasiones. El caminar hace el mundo nuevo, me serena, me llena de vitalidad, me mantiene ágil mental y físicamente. Cuando camino solo hay que poner un pie tras el otro y ya está, es sencillo. Y dejar pasar el tiempo. Y se llega adonde sea. Puede que sea monótono pero nunca es aburrido.

Me gustaría sustituir un año mi asignatura por un travesía del Camino de Santiago junto a algunos de mis alumnos. Sé que no les gusta caminar. A ninguna de mis hijas les gusta caminar. Es algo que tiene que salir de uno mismo, no sé por qué. He hablado estos días a mis alumnos de bachillerato de mi vocación de caminante. Tal vez era bueno que lo oyeran alguna vez en un tiempo en que los jóvenes no suelen caminar. La mayoría de los senderistas son personas mayores. Suelo caminar acompañado de un GPS que me orienta por los caminos de montaña. Puede ser muy desagradable estar solo y perderse en los vericuetos de alguna sierra. En los últimos años me he enamorado de la sierra del Garraf (Barcelona). La he cruzado de una y otra forma en múltiples ocasiones. Siento, cuando entro en ella, que es un territorio metafísico: austero, sobrio, elemental, desolado. Me gusta su aridez. La siento en consonancia con mi espíritu que va apoyando uno y otro paso en la redondez de la tierra, en la firmeza del suelo que me sostiene. Mi respiración se acompasa y, aunque siento agotamiento, me encuentro en un estado próximo a una felicidad inconsciente que me hace percibir el mundo de modo armónico. El caminar da ocasión de que surjan poderosos pensamientos en la mente. Hay que dejarlos pasar. A veces son oscuros y se retuercen atormentándonos. Solo hay que concentrarse en los pasos, uno tras otro. Y mirar el paisaje que va cambiando lentamente. Tal vez detenerse para beber agua o para hacer una fotografía. No tener prisa. Todo da igual. No hay nada que hacer salvo caminar, ir hacia delante, mirar el cielo, las nubes cambiantes, el sendero. Y sentir que el mundo está bien hecho. Hay tantas veces que advertimos que no lo está... que percibir en una actividad física que existe también la armonía y el equilibrio no es baladí.


Siento emoción por la caminata que haré mañana, y luego ese cansancio muscular que me lleva a acostarme y descansar profundamente. Tal vez ver una película sintiéndome feliz de haber existido, de poder haber sido caminante y lector, mis vocaciones primigenias que nadie me enseñó. Surgieron de mí. Estaban dentro de mí.

martes, 24 de febrero de 2015

El abandono de la infancia

                                                        Pintura de Margaret Keane
Para Ana María Matute, autora de la que estamos leyendo en bachillerato su libro Luciérnagas (1947, finalista del premio Nadal), la infancia es un periodo cenital de nuestra vida. Y su abandono, una tragedia. Esa es la adolescencia, un periodo trágico donde se encuentran muchos de sus personajes. La autora barcelonesa dice que ella se quedó fijada en los doce años (1938), la edad que tiene Sol, la protagonista de la novela en el comienzo de la narración. Mis alumnos tienen en torno a los dieciocho años. Ya están al otro lado más bien, de esa turbulencia dolorosa que es la pubertad y la adolescencia, periodo en que uno se aleja definitivamente de la niñez. Ya no hay remisión. Probablemente ese sea uno de los aspectos más violentos y oscuros de nuestros alumnos, inmersos en un cruce de mundos e inyectados de hormonas en una especie de montaña rusa emocional. Hoy he querido hacerles reflexionar sobre ese abandono obligado de la niñez, sobre ese ser que eran cuando tenían seis años y preguntaron a su padre si él moriría también. O dos o tres años cuando descubren que existe la sombra que les persigue bajo el sol. O el instante en que advierten que el reflejo del espejo son ellos mismos. Son momentos plenamente filosóficos de una intensidad tal, en un niño todavía no marcado por los estereotipos, que raramente se vuelven a producir con la misma fuerza. Los niños son puros, incontaminados todavía por el mundo de los adultos. Cuando digo puros no quiero decir que no puedan ser malvados y crueles: hasta extremos que ya  no queremos recordar. No hay maldad que  no anide en la mente de un niño. Cuando digo puros me refiero a que su universo mental todavía está limpio de la hojarasca que tenemos los adultos: ambigüedad, medias verdades, mentiras, pragmatismo, acumulación de tópicos, rencor, envidias ... esa turbiedad que constituye el mundo moral en que hemos de debatirnos en el interior de tremendos dilemas morales. A los niños les decimos que han de ser generosos y compartir con sus amigos pero nosotros no lo hacemos. Les hablamos de justicia pero como adultos somos indiferentes a la desigualdad que existe en el mundo y a mil dramas que nos rodean. Tal vez no todos, claro está.

El caso es que es un drama salir de la infancia para adentrarse en el mundo proceloso de la adultez. Quien no recuerda poderosamente su infancia como un periodo de un magnetismo perturbador es que no vivió la infancia como tiempo mítico. Puede ser. No puedo extender a todos los que me leen lo que yo recuerdo de aquel tiempo y que me lleva a coincidir con Ana María Matute en su consideración de aquello. Ella se quedó en los doce años. Luego posteriormente arrastró una depresión de veinte años. Sus primeras novelas son tristes, llenas de pesimismo. Entiendo que el pesimismo es una demostración de inteligencia. El optimismo es, por contra, simple química del cerebro, no una conquista de la razón. Me atraen los autores pesimistas. Siempre logran alegrarme el día. Por eso el mundo de Matute me gusta especialmente en su fase realista, cuando vivía con desgarro ese proyección de su drama en sus personajes adolescentes. Tras la depresión se vio subsumida en un universo fantástico que no llegó a interesarme tanto. Fue su modo de retornar a la infancia. Siempre fue una niña, una fabuladora extraordinaria.


Mis alumnos se han sentido atraídos por la novela que empezamos a leer. Han manifestado que efectivamente les costó dejar la niñez, quién la va a querer dejar, me dicen. No son invenciones mínimas los personajes de Peter Pan de Matthew Barrie, el niño que no quería crecer o la moderna recreación de J. D. Salinger en su inolvidable El guardián entre en centeno en que el adolescente que siente náuseas por el universo adulto es Holden Caulfield. El autor de esta novela proyecta en ella la angustia y el miedo que pasó en su participación en la segunda guerra mundial pues estuvo en las batallas más duras y terribles tras el desembarco en Normandía (Las Ardenas, el bosque de Hürtgen)  y posteriormente su encuentro con el campo nazi de Dachau. Tras ese mito de la niñez como espacio mágico puede haber mucho dolor ante el hecho de crecer y descubrir la textura moral del mundo real. Para ello nos hacemos adultos y hemos de convivir con nuestras contradicciones si es que llegan a serlas. Hay muchos adultos que no tienen contradicciones. Esta claridad siempre me ha parecido temible. Igual que me inquietan todos los hombres públicos que alardean de que no tienen nada de que arrepentirse y de que se hallan muy tranquilos. Ayer Pujol en el Parlament lo hizo. Dijo que estaba muy tranquilo. Supongo que tiene motivos para saber que nada llegara a nada en la comisión de investigación. Esto es ser adulto: afirmar que no te arrepientes de nada y estar tranquilo. Yo, sin embargo, no lo veo así. A mis seis años ya me quedé fijado como persona. Y todo lo que ha venido después ha sido desarrollo de aquel boceto inicial. En ese sentido puedo entender muy bien a Ana María Matute, su personalidad, el sentido de su narrativa, su tristeza primigenia, su atracción por los adolescentes y los niños: su malestar, su búsqueda de un mundo puro, no adulterado por parte de algunos y otros ya definitivamente inmersos en la turbiedad del tiempo que inevitablemente ha de venir.

martes, 17 de febrero de 2015

Una jornada docente


Una jornada de un profesor es algo especial. Sobre todo si este quiere disfrutar con sus clases haciendo de ellas algo creativo y motivador. Pero el estrés está asegurado. Una jornada que comienza a las ocho de la mañana con dos horas de correcciones y preparación de materiales en el departamento. Luego a las diez comienzo mi periplo docente. Clase de segundo de ESO. El último día estuvimos hablando de la narración, elementos de la misma, tipos de narradores... Plas. Clase como reto. Un texto sin referencia de a quién pertenece. Lo leemos en voz alta. Tienen que localizar a qué obra pertenece, el autor, año de publicación, país de origen, y contestar diversas cuestiones sobre el tipo de narrador, el espacio y el tiempo de la novela. El fragmento es el comienzo de “El guardián entre el centeno” de J.D. Salinger. Ellos tienen un portátil. Que se espabilen. Se trata de ser buenos investigadores y capaces de aplicar la lógica y la conexión de datos que fácilmente encontrarán enseguida. San Google contiene todo. Una alumna lo había leído el año pasado. Los demás localizan fácilmente la autoría pero se desconciertan cuando han de aplicar la lógica, incluso los más estudiosos. El premio de esta prueba es a los tres mejores investigadores y capaces de enfrentarse a un problema intelectual. Silencio durante toda la hora. Concentración. Alguno dice que es muy fácil. Veremos.

Clase de primero de ESO con alumnos de necesidades educativas especiales. Ritmo muy lento. Algún problema de disciplina al principio. Luego consigo ponerles a trabajar. Las diferencias de rendimiento son extremas. Algunos culminan la tarea de reconstruir 26 frases desordenadas y otros ni siquiera han llegado a la segunda o tercera. Olvidan continuamente las contraseñas para entrar en su cuenta de Edmodo. Buen ambiente al final pero las diferencias entre ellos son muy grandes. Alguno apenas pergeña el castellano.

Breaktime para el café. Profesores abducidos por los móviles. Necesidad de desconectar. Frivolidades, bromas, confidencias sobre el pirateo de películas, Dunia sonríe enigmáticamente, en la  tele hablan de el Pequeño Nicolás que se ha ido sin pagar, un simpa que le llaman. No entiendo que un mindundi como este muchacho puede llenar tantos espacios de televisión y, sin embargo, no hablan de la poesía de Pessoa, o de la historia del sexo de Foucault.

Clase de bachillerato. La novela de los años cincuenta. Dar clase de bachillerato es lo más fácil que existe. Hablas de lo que sabes y te escuchan. La resistencia al franquismo. Escribir entre líneas para pasar la censura. La España de la posguerra. Imágenes de multitudes –les proyecto- con el brazo en alto y cantando Cara al sol. También les pongo L’Estaca de Lluís Llach. Les digo que no crean que España era antifranquista. El ochenta por ciento de la sociedad solo quería pan, paz y trabajo y Franco se lo dio tras una guerra demoledora. Franco murió en la cama. No fue derrotado. Rememoro el tiempo en que yo era militante de extrema izquierda cuando tenía su edad. Tenía sex appeal irse a trabajar como obrero siendo universitario. Mis trabajos como camarero y en la construcción. La novela social tiene una intención crítica pero los obreros no leían novelas. Los escritores (Aldecoa, Ferlosio, Goytisolo, Ferres, Matute, Fernández Santos...) son de clase media bien situada. Le dan al pimple y Ferlosio a las anfetaminas. Aldecoa muere joven de cirrosis. Le gustaban demasiado las tabernas. Vivía entre Canarias y Nueva York. La literatura de los años cincuenta se inspira en parte en el neorrealismo italiano. Me gustaría ponerles una película para que lo conocieran. Pero no hay tiempo. Es una mentira que todos los catalanes fueran antifranquistas. Las tropas de Yagüe entraron en Barcelona entre el delirio popular para poner fin a la guerra. La represión antirreligiosa alejó a muchos catalanes de la república. Ana María Matute no es fácilmente clasificable. La novela que hemos de leer es suya: Luciérnagas. La guerra civil en Barcelona. Un cronotopos. Matute no nos habla de buenos y malos. Es el drama colectivo lo que se recrea en esta novela. Fue censurada esta novela por su ambivalencia. Les pondré imágenes grabadas con la escritora. Les cae bien. Era encantadora. No era maniquea. Nunca se definió políticamente. Fue su gran acierto. La guerra civil no es una historia de buenos contra malos. Es una tragedia terrible de un país cainita. Y no aprendemos. Nunca manipular. Saben que fui comunista. Me preguntan si todavía lo soy. Siempre decirles la verdad. No, no lo soy. Pero a los dieciocho años necesitas –entonces- cambiar el mundo. Ahora quieren ser ricos. El dinero no da la felicidad pero produce una sensación tan parecida que es difícil de distinguir. No sé si es de Groucho Marx. Pero yo era marxista del otro lado. Ya no. No creo que el mundo pueda ser cambiado, pero esto nunca se lo confesaré a mis alumnos.

Última hora. Ciclo de cine y valores humanos para tercero de ESO. Proyección de la película El milagro de Ana Sullivan. Un filme extraordinario de Arthur Penn. Es un cine reflexivo en blanco y negro, lento. Pero a muchos les gusta esta película, otros están inquietos porque querrían más acción y color. La primera de la serie fue Capitanes intrépidos de Victor Fleming. Luego les proyectaré Matar a un ruiseñor también en blanco y negro dirigida por Robert Mulligan. Posiblemente también les pasé El niño salvaje de François Trufaut. No quiero ponérselo fácil. Tienen que habituarse a ver buen cine, del que hace pensar. Ese es mi objetivo. Hacerles pensar. Me piden una peli de terror. He pensado pasarles La noche de los muertos vivientes de George A. Romero, también en blanco y negro. Después de la peli hay un foro de debate sobre la misma, una especie de cine fórum, como antes. Cine cinco estrellas. Cine duro y potente.


Fin de la jornada. Vuelvo a casa. Han sido seis horas y media de no parar. Pero estoy contento.

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