Imagínense que forma parte de una
institución académica de enseñanza media, vamos que es profesor, y se entera de
que puede comprar leche a una cuarta parte del precio de mercado. Solo hay que
encargarla en secretaría y le reservan los litros que necesite cada semana.
Esta leche forma parte de excedentes de la Comunidad
Europea que se ponen a ese precio para llevarlos a familias necesitadas.
Esta es la segunda parte de la cuestión y uno no ha de enterarse demasiado para
hacerlo. Solo tiene que reservarla y llevársela a casa los viernes.
Imagínense que le ofrecen prendas de moda
a una cuarta parte de precio que otros establecimientos. Puede comprar un
montón de camisetas, pantalones, blusas, accesorios, etc por poco dinero. La
segunda parte de la cuestión es que estos productos a bajo precio son fabricados
en países en que la mano de obra es semiesclava y recibe salarios míseros por
interminables horas de trabajo a cambio de sesenta euros al mes.
Imagínense que el director general de su
empresa les entrega amistosamente una tarjeta de crédito de la compañía para
que haga uso de ella libremente. Todos los cargos a la tarjeta serán a costa de
la empresa. No hacen falta comprobantes y se pueden utilizar para lo que se
quiera. Sabe que todos sus compañeros hace uso de ella y la están utilizando
para atractivos viajes a Nueva York, Cuba o Las islas Vírgenes, además de
productos de moda, restaurantes de postín, discotecas ... Un privilegio
inimaginable sobre el que nadie hace
preguntas, ninguna, aunque en su fuero interno alguno sospecha algo
raro. Pero ¿al fin y al cabo no se la ha dado el director de la compañía, el
número 1? ¿Es a cambio de algo? ¿Determinará el sentido de su voto en las
reuniones que se celebren? Buena pregunta.
Imagínense que usted trabaja en una
administración de fincas que gestiona multitud de comunidades de propietarios
que necesitan hacer obras de reforma o mantenimiento. Usted recibe ofertas de
diversos empresarios para quedarse con las obras que se han de realizar. Solo
tiene que arreglar los presupuestos para que los vecinos opten por el más bajo,
como sin duda harán. Para ello solo hace falta información de los otros
presupuestos que se presenten. Luego sobre la marcha, ya se sabe, el
presupuesto una vez aceptado variará y subirá. Y usted como empleado sabe que
recibirá un detalle, una mordida que
le vendrá bien para pagar algunas cosillas que siempre vienen bien.
Estas son algunas hipótesis que alguno
reconocerá. Alguna la he conocido directamente y ha sucedido en mi entorno.
Viene esto a propósito de un estudio de la Universidad Jaume I sobre factores acerca de la corrupción, coordinado por Aurora García-Gallego y publicado en la
revista Frontiers in Behavioral
Neuroscience. Dicho estudio sostiene que hay una mayor inestabilidad emocional
en quien rechaza una oportunidad que va en su favor monetario que quien viola
con su participación algo que se presupone contra la ética. Resumiendo: sufre
más estrés quien rechaza un beneficio fácil que quien se aprovecha de él,
especialmente si no hay un mecanismo de castigo en el horizonte.
Acabo de hacer un experimento con mis
alumnos sobre la, llamémosle, picardía, algo a lo que muchos le ven la gracia y
lo disculpan con una sonrisa: el copiar para aprobar una prueba. Todos lo hemos
hecho alguna vez, se dice. Forma parte del rito escolar, etc. ¿Pudiendo copiar
y sin castigo explícito, cuántos renunciarían a ello por ética personal? Con la
agravante de que si tú no lo haces, otros muchos sí que lo harán y sacarán
mejores notas que tú que te has esforzado y estudiado.
Me pregunto si Luis Bárcenas, el Bigotes,
Francisco Camps, Ignacio González, los implicados en los
ERE en Andalucía, los presidentes y
directores de Cajas de Ahorros que
vendieron preferentes a ancianos, los usureros que promueven el desahucio de
pobres gentes, los consejeros que hacían uso de sus tarjetas Black, los
concejales corruptos de tantos municipios de España, tantos y tantos políticos
que se han dejado tentar, los de arriba y los intermedios, los conseguidores,
los empresarios que pagaban su tres por ciento para la obtención de obras a
CIU, los prohombres, jueces que reciben dádivas por asistir a reuniones ... me
pregunto si copiaban cuando eran escolares. ¿Entendían que es menor el precio
emocional que se paga por ceder a una posibilidad de éxito que el que se siente
por rechazarla?
¿Qué porcentaje de la población es
corrupta si las cosas se le ponen fáciles y no hay eventual castigo en
lontananza?
Sin embargo, el estudio de la Universidad Jaume I sostiene que hay
una tendencia mayoritaria en la población para actuar de forma ética, especialmente si se refuerza con la
hipótesis del castigo. Empero los hay que actuarían de forma ética aun sin
él. Son los que no copian aunque puedan, los que devuelven una cartera o un
maletín lleno de dinero a la policía, los que no compran en determinados
establecimientos, aunque sean mucho más baratos, si no responden a criterios
éticos sus precios. Imaginamos que para ellos es más factor de distorsión emocional
atentar contra la ética que ceder a la corrupción por leve que sea, pero
algunos sospecharían de tanta perfección moral achacándolo a una rigidez
personal que no cede ante la posibilidad del placer. ¿Acaso esos individuos que
se mantienen en lo que se considera ética
no son unos puristas totalitarios que no entienden la psicología de masas, las
luces y sombras de los seres humanos. ¿Acaso no es mejor encontrarse con gente
moldeable y flexible que entienda que con cierta relajación ética va mejor a
todos?