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miércoles, 14 de enero de 2015

Educación y proceso iniciático.


Hace más de treinta años que leí el libro pero esta escena la guardo en mi memoria como si hiciera pocos minutos que la hubiera leído. Es el comienzo de Dune de Frank Herbert, una novela de ciencia ficción que en aquel entonces me cautivó. Paul Atreides es el heredero de la casa ducal y debe erigirse en líder de su mundo para lo que debe pasar una serie de pruebas que evaluarán su acceso a niveles más altos de conocimiento. La narración comienza con una de esas pruebas. Una dama Bene Gesserit, una reverenda Madre, con el permiso de su madre que también pertenece a esta orden, le lleva a pasar una prueba iniciática, una caja negra de metal de unos quince centímetros que estaba abierta por un lado. Es la prueba del dolor. Paul Atreides debe meter su mano allí y aguantar. La reverenda madre le pone una aguja envenenada  al lado de su cuello. Es el gon jabbar, si Paul saca la mano e intenta huir, se la clavará y morirá. Abrevio el relato. El caso es que Paul Atreides mete la mano derecha en la caja. Al principio la siente fría, pero poco a poco nota que el calor está subiendo y se convierte en una especie de horno, el dolor es indescriptible, la quemadura está convirtiendo su mano en un muñón requemado, pero no saca la mano de allí. Resiste sufriendo una sensación terriblemente dolorosa. De pronto todo pasa y cesa el dolor. Paul cree que tiene la mano renegrida reducida al puro hueso quemado. Pero, para su sorpresa, la mano está intacta. Había sido dolor generado por inducción nerviosa. Su otra mano, la que estaba fuera tenía las uñas clavadas en su palma de la tensión acumulada. 

Hace muchos años, cuando la enseñanza no estaba dominada por la burocracia, el miedo a los peligros reales o potenciales, la pedagogía no se había adueñado de los planteamientos educativos y los profesores de filosofía arriesgaban más... llevaba a mis alumnos de dieciséis años de fin de semana (sin permisos explícitos de los padres) a algún lugar de la montaña. Dormíamos en algún albergue y hacíamos caminatas por los alrededores. Una de ellas era en las cercanías de Ribes de Fresser, muy cerca de Queralbs. Una de las experiencias que les proponía era ir a una cueva, la cueva de Rialb, que está a dos o tres  kilómetros. Íbamos a medianoche, sobre las doce o la una. Era primavera por lo que hacía todavía bastante frío a esas alturas en que estábamos. Alguna vez incluso la hice en invierno e hicimos el trayecto con nieve. La cueva de Rialb estaba junto a la vía del cremallera al santuario de Núria que no funcionaba por la noche. Había que entrar en la cueva. Primero había que trepar hasta la entrada, un túnel angosto y oscuro que iluminábamos con nuestras linternas. Lo que no les decía es que había otra entrada a pocos metros, grande y espaciosa. El túnel era muy estrecho y cabían los cuerpos con dificultad. Había que avanzar unos cuatro metros por el túnel. Comenzaba a entrar alguna chica menuda que se las veía y deseaba para avanzar por el túnel. Yo sabía que había que encontrar la posición correcta de los brazos y doblar el cuerpo en los ángulos precisos para lograr pasar por aquel conducto mínimo. Se podía pasar pero había que dominar el miedo y la claustrofobia. Supongo que es básico en espeleología ese convertir el cuerpo en una figura flexible y adaptable a espacios como aquel. La primera chica que pasó logró al cabo de unos largos segundos encontrar cómo hacerlo, se giró, siguiendo mis indicaciones, puso los brazos por delante y se impulsó con los pies haciendo palanca. Era un momento angustioso pero daba paso a la cavidad de la cueva ya que el resto del recorrido era sencillo. La muchacha gritó desde el otro lado a sus compañeros y les dijo que se podía pasar. Algunos tenían miedo, pero fueron pasando poco a poco. Alguna muchacha especialmente temerosa se quedó para el final. Todos fueron pasando convirtiendo su cuerpo en un anillo vertebrado que se adaptaba a la morfología de la cueva. La sensación que tenían al lograr pasar al otro lado y alcanzar el centro de la cueva, con el corazón latiendo aceleradamente, era difícilmente expresable. Había una especie de éxtasis y euforia que se desataba en una felicidad incontenible. Aquello era como nacer, me gritó uno de ellos desde el otro lado. La última muchacha que no se atrevió, dominada por intenso pánico, fue llevada por mí a la entrada amplia de la cueva y pasó donde estaban sus compañeros. No sintió la misma alegría. Yo pasé el último. Conocía la cueva y sabía de sus características. Percibí la emoción de aquellos chicos y chicas, una docena, que habían logrado pasar el túnel del miedo a mitad de la noche. Su comparación del acceso a la cavidad con el nacimiento, propuesta por algunos de ellos, me pareció muy adecuada. No les faltó decisión ni valor. En realidad no había ningún peligro pero había que vencer el miedo y la sensación de agobio claustrofóbico. Se podía haber entrado por la boca principal pero en aquella aventura había una pequeña lección vital que imagino que no habrán olvidado. En el interior, amplio y cómodo, nos sentamos en la gruta principal y apagamos las linternas que dejamos en un lado. Cada uno se sentaba de modo que estuviera solo, sin contacto físico con sus compañeros. La oscuridad era completa y el silencio tan absoluto como solo en el interior de una cueva es posible. La quietud y la inmovilidad era total. Nos mantuvimos un par de minutos en silencio en la oscuridad profunda, sin posibilidad de tocarse entre nosotros. Luego encendí una vela que llevaba y la puse en el centro y miramos la realidad a la luz incierta de la candela. Sus ojos brillaban y ya su corazón se había serenado. No dije nada. No hubo explicación ni reflexión sobre lo que habíamos vivido.


La clase de literatura aquel día fue a medianoche. Yo no la he olvidado. Y al escribirlo, el corazón se me acelera todavía por la emoción que todavía me domina al recordarlo.

jueves, 8 de enero de 2015

El Islam y Occidente


Siento discrepar profundamente estos días de la interpretación general de los hechos acaecidos en Francia con el atentado contra la redacción de Charlie Hebdo. Hoy debatía con un profesor de filosofía de mi centro sobre dicho atentado y sobre el Islam. Él ha dirigido varios trabajos de investigación de alumnos musulmanes que pretenden argumentar el valor del Islam como ideología positiva. Mi compañero entiende que tal vez, tras esta oleada de integrismo y radicalismo islámico, se esté gestando tal vez el origen del Renacimiento en el mundo musulmán. Busca una analogía con el siglo XVI y XVII europeo cuando reinaba el absolutismo y el poder autoritario de las monarquías cristianas y se quemaba a los herejes. Giordano Bruno fue quemado vivo por algunas ironías religiosas, o Miguel Servet, fue ejecutado en Ginebra por defender el libre pensamiento. Lo que estaría pasando, según mi compañero, es que el Islam lleva cuatro siglos de diferencia en su origen del cristianismo, pero él, de fondo optimista, cree que se está produciendo en el interior del Islam una evolución hacia modelos que terminarán siendo cercanos al racionalismo y me pone como ejemplo a Fátima Mernissi.

Yo, en cambio, entiendo que el Islam en su conjunto es profundamente antirracionalista en esa sumisión absoluta del hombre frente a Dios y la palabra revelada, la sumisión de la mujer frente al hombre, y la falta de fundamento democrático en toda la cultura islámica. Entiendo que no se ajusta a los hechos esa supuesta evolución del islamismo. Detrás de los atentados contra Charlie Hebdo hay fanatismo y terrorismo y no hay que confundir -me digo- a esta vertiente yihadista con el conjunto del Islam. Esto resulta enternecedor y solidario, pero no deja de ser preocupante la progresiva radicalización de sectores de la juventud musulmana europea que son ciudadanos de segunda o tercera generación, enraizados en Francia, Alemania, Holanda, Reino Unido... Las banlieu francesas son eje de un cada vez mayor rechazo de los valores de la sociedad occidental y el islamismo inspirado en corrientes de violencia brutal como Estado Islámico o Al Qaeda suscitan entre amplios sectores juveniles una admiración cada vez mayor. Su crueldad y brutalidad en los atentados son un foco magnético para reforzar un creciente resentimiento contra occidente. Se desprecia la debilidad y tolerancia de la sociedad occidental. Y, por parte de ese fenómeno de la Yihad se pretende una reconquista del mundo degenerado y podrido que es nuestra sociedad occidental. Se me podrá decir que esto es solo pensamiento de unos sectores fanáticos y que el Islam europeo se mantiene al margen o es abiertamente contrario a ello. Puede ser y puede no ser. No hace mucho debatía, creo yo que con tolerancia, con un reconocido fotógrafo de la naturaleza sobre la cuestión del nacionalismo catalán. Un argumento suyo me dejó atónito y dejé el debate disculpándome cortésmente. Me dijo que si en algún momento tenía que elegir, sería la sangre quien lo hiciera. Él por sangre era catalán y ahí estaba su elección. Yo no supe qué decir. Pero entendí que algo de razón tenía en expresar un modo de funcionamiento de los conflictos humanos. Es la sangre quien decide. Así pienso yo que sucede o puede suceder en el conflicto entre Islam y democracia. Si la tensión crece en Europa con nuevos atentados yihadistas por medio de células dormidas o lobos solitarios que matan a un policía o ponen bombas en una escuela o en un aeropuerto (todo opciones que se están fomentando en el mundo islámico fanatizado), surgirán movimientos como reacción a ello. Ahí tenemos el Frente Nacional que puede ganar las elecciones en Francia. Los fanáticos islámicos lo están esperando y saben que sucederá. Buscan crear tensión y provocar atentados brutales no solo en Pakistán, Afganistán, Siria o Australia sino que están intentando hacer algo grande en Europa. En Francia hay millones de musulmanes, muchos que se sienten rechazados por la sociedad francesa y que viven en guetos, que abuchean la Marsellesa y que desprecian la democracia, aunque les es útil como marco. De ninguna manera querrían vivir en países islámicos. Estos millones de musulmanes que viven en Europa son una especie de ejército dormido que tienen una elevada tasa de natalidad frente a la exigua de las mujeres occidentales. Ante el dilema de ser franceses o musulmanes o alemanes o musulmanes me temo que será la sangre quien decida. Es un argumento no racional. En el islamismo hay una fuerza y una energía tremenda, energía que no tiene la debilitada sociedad occidental que ha puesto en cuestión todo y ya no cree demasiado en nada salvo en el dinero y la tarjeta de crédito. Sé que esto es simplificar mucho todo porque en Occidente también están Médicos sin Frontera y los donantes de médula. Y también entre los musulmanes, especialmente entre las mujeres, hay una bondad inmensa. Yo vivo la convivencia entre alumnos musulmanes y españoles con toda normalidad en la escuela. Pero tengo la impresión de que son dos magnitudes juntas en la escuela como el aceite y el agua, que nunca se pueden llegar a mezclar por mucho que convivan juntas. Me gustaría saber cuántos se sienten próximos a la tragedia de lo que ha sucedido en Francia, me refiero a los musulmanes, o lo ven con distancia emocional. Me pregunto cuántos observan con resentimiento el lugar que ellos ocupan en nuestra sociedad y si la ideología que reciben en la mezquita en donde aprenden de memoria el Corán no les terminará escorando emocionalmente para entender que en estos atentados hay una reivindicación del orgullo de ser musulmán en un momento especialmente intenso de rearme ideológico de su fe.


Hay entre sectores del islamismo la fe en que pueden conquistar el mundo y hacer caer la decrépita sociedad occidental culpable de su decaimiento histórico. La desprecian impulsados por su radicalismo y quieren ir imponiendo progresivamente sus valores. Así se ha reivindicado en el Reino Unido la validez de la sharia en ciertas escuelas y hay barrios en Holanda en que no pueden mostrarse los homosexuales juntos de la mano. Ellos carecen de dudas y nosotros las tenemos todas. Ellos aprenden el libro sagrado y nosotros descartamos la memoria como inútil pedagógicamente. Queremos cerrar los ojos y ser buenos y tolerantes y, como mi compañero, esperar ese Renacimiento del Humanismo y el Racionalismo en el Islam, pero tengo la impresión de que tenemos un buen problema, solo digo esto.

viernes, 2 de enero de 2015

El papel de la memoria en el aprendizaje


Mi amigo y compañero, Toni Solano, profesor de lengua en el Instituto Bovalar de Castellón ha publicado en su blog y en su espacio de facebook el siguiente fragmento sobre el que deseo reflexionar públicamente, solo con la intención de abrir un espacio de debate sobre el papel de la memoria en el proceso de aprendizaje.

“Acabo el año en el blog recopilando las notas que más visitas han tenido a lo largo de este 2014. También incido en la idea de que hemos de cambiar el modelo de escuela para dar protagonismo a las capacidades de un alumnado que va a enfrentarse a un mundo totalmente nuevo. Lamentablemente, la Escuela sigue basada en un modelo en el que las mentes deben ser almacenes de conocimiento. No sabemos cómo será el futuro, pero seguramente exigirá menos memoria y más plasticidad. Como docentes, deberíamos facilitar ese cambio o, al menos, no entorpecerlo”. Toni Solano.

Toni habla de cambiar el modelo de escuela para adaptarla, en función de las capacidades del alumnado, al tiempo en que estamos, lo que significa un mundo netamente distinto del que fue concebida esta escuela como también sostiene Ken Robinson, uno de los pensadores educativos más apreciados por la corriente innovadora. Una de las premisas e intuyo que fundamental es que las mentes deberán dejar de ser almacenes de conocimiento (supongo que debe querer decir de “datos”). Mi compañero estima que la nueva escuela requerirá “menos memoria y más plasticidad”.

En la actualidad no puedo decir que mis alumnos sean depósitos de datos vacíos. No es ese su problema, más bien el contrario. No retienen nada o casi nada. La memoria en la actualidad, en la escuela que yo conozco ya no es una facultad extendida entre los jóvenes entre 12 y 18 años. No la han ejercido. La memoria por contra de lo que parece creer Toni es la más plástica y elástica de las capacidades del cerebro humano. Sirve para retener información valiosa o secundaria y, posteriormente, establecer relaciones con nuevas informaciones que lleguen a nuestro cerebro. ¿Qué tipo de aprendizaje es el que no requiere apenas de la memoria? Memorizar los ríos de España o de Cataluña, las comarcas, las etapas de la historia universal o de los movimientos literarios o la clasificación de los seres vivos, partes del cuerpo humano, el funcionamiento del corazón o de los riñones, los tipos de rima que existen, operaciones matemáticas (ya desde el aprendizaje de las tablas de multiplicar que, según algunas teorías sería innecesario), filósofos presocráticos, fundamentos de la ética, fundamentos del movimiento ondulatorio... ¿Es posible aprender sin memorizar? Puede que la escuela del pasado fuera esencialmente memorística: me refiero a la escuela de los años cincuenta. En ella había de aprenderse de memoria todo y a eso se le achaca el defecto de que se memorizaba sin comprender. Es una objeción razonable. Memorizar sin comprender no es bueno. Pero aprender sin memorizar ¿es posible? ¿Es posible pasar por la escuela sin memorizar organizadamente los datos fundamentales? ¿Quiere decirse que la memoria en la vida de un médico, de un especialista en derecho, en un biólogo, en un matemático, en un filólogo o geógrafo será una facultad muerta? Se supone que no merece la pena memorizar porque todo está en google. No es necesario aprenderse las capitales del mundo porque las podemos encontrar en la red fácilmente. No es necesario saber de los escritores importantes de la historia porque sencillamente con google podemos encontrar accesible información sobre ellos...

No puedo estar más en desacuerdo con esta idea de que la memoria es casi una facultad inútil en favor de la plasticidad del conocimiento que entiendo que quiere decir que se refiere a un aprendizaje vivencial y no teórico, sobre cuestiones cercanas a los alumnos y no alejadas de ellos y experimentadas en primera  persona. Yo entiendo que el aprendizaje sirve para llevar al alumno cada vez a realidades más alejadas de ellos. Ya la existencia cotidiana nos pone en relación con lo que vivimos directamente, pero ¿es eso suficiente? ¿Acaso solo debe interesarnos lo que podemos palpar? Hace años se decía que los estudiantes norteamericanos eran caracterizados por desconocer todo del mundo y que vivían encerrados en su burbuja particular mientras los alumnos europeos y en particular los españoles dominaban un mundo más extenso y tenían conocimientos de más datos aunque solo sea para jugar al Trivial. Parece que avanza la pedagogía de la inmediatez y del cuestionamiento de la memoria como fabulosa facultad de aprendizaje. La memoria, por contra,  es el cincuenta por ciento más importante de la inteligencia. No es suficiente por ella misma, claro está, una memoria sin objeto es inútil. La memoria debe servir para establecer conexiones intelectuales. Es esto lo que debería apoyarse. Los datos deben conectarse con otros datos de otras materias y otras asignaturas. Pero estos datos deben ser retenidos de alguna manera. La mente no puede estar en función de las habilidades de google, buscador al que hay que saber hacer preguntas y no todas las respuestas que da son válidas sino más bien todo lo contrario. Sabemos que hay que saber discriminar la información, jerarquizarla. Si no dominamos el sistema de búsqueda, estamos totalmente a su merced y eso nos lleva a banalidades sin fin. Es la mente humana la que debe establecer conexiones entre los datos, datos que hay que retener de alguna manera y a esa retención se le llama memoria que la hay a corto plazo para un examen, a medio plazo y a largo plazo. Es cierto que la memoria que solo sirva para satisfacer las exigencias de un examen, en buena manera es poco válida si no queda algo después, si no nos deja un poso. Pero la memoria incluso la fallida no deja de crear un marco conceptual. Por ejemplo hablar de las etapas de la Edad Media, la transición al Renacimiento y al Barroco y sucesivos movimientos. Es posible que eso se olvide pero ha creado un esquema mental sobre el que hay que incidir para que vuelva a recuperarse.

Entiendo que los hombres de épocas pasadas tenían mucho más olfato, eran más andariegos ya que recorrían largas distancias habitualmente, y, atención, tenían más memoria y capacidad de atención que ahora se ha hecho dispersa e ineficiente por la influencia de la tecnología. Pero de eso a entender que la memoria debe archivarse como facultad innecesaria en la escuela del presente y de un hipotético futuro, va un trecho muy largo. Es más debería haber una materia que fuera el ejercicio de la memoria en que se aprendiera a memorizar versos, árboles clasificatorios, listas de palabras mediante asociaciones lógicas... No solo no debería relegarse la memoria sino que una escuela que no haga de la memoria uno de sus pilares troncales está destinada a ser un fracaso y productora de ignorantes con título, una especie que empieza a extenderse por doquier. Demos valor a la plasticidad pero no olvidemos que el conocimiento es fundamentalmente de lo ajeno y lejano a nosotros. Y que la memoria forma parte de la articulación fundamental del cerebro educado y culto. Nuestro modelo no deberían ser los peces, entiendo yo.



martes, 30 de diciembre de 2014

¿Puede haber una revolución?


Escribo a propósito de dos artículos (1 y 2) que he leído de la filósofa y periodista Marina Garcés sobre la revolución. Los leí varias veces y me empapé de ellos pero no los cito con exactitud, más bien utilizo ideas que ella da según van hilvanándose en mi recuerdo.

La pregunta básica es ¿es posible una revolución política y social hoy día? ¿Es posible una toma del poder por medio de un acto único e histórico para despojar al liberalismo de los medios de producción y de generación de plusvalías? ¿Es posible poner en manos de la mayoría la creación de riqueza y la sociedad en su conjunto? Por todos lados se nos dice que no, que la época de las revoluciones ha pasado, que es imposible batir al liberalismo porque está metido hasta los tuétanos en nuestra concepción del mundo y casi de nuestros genes. El liberalismo es seductor. Nos encanta tener y tener más, y consumir y desear lo que no tenemos. El abanico de lo deseable es tan extenso y tan magnético (tecnología, moda, comidas, viajes, coches, estilo de vida, viviendas...) que no podemos inhibirnos. Somos criaturas anhelantes de placer inmediato. Nos cuesta demorar la satisfacción del placer. Queremos poseer más y más. Es una sed insaciable. La publicidad es tan potente y tan expresiva que somos seres moldeables por su modo de percibir y expresar el mundo, así como fácilmente manipulables. 

A la vez, esta filosofía de la posesión va unida a una explotación infinita del planeta Tierra. Y además sabemos que buena parte de la humanidad está excluida. Son los parias, los nacidos en países que solo pueden ser, en el mejor de los casos, mano de obra barata para fabricar lo que nosotros deseamos. Solo un tercio de la humanidad puede disfrutar de los beneficios materiales del liberalismo. El resto es fungible. Ya lo vemos en nuestra propia sociedad en que hay seis millones de parados y la pobreza afecta a más de un millón de hogares en que todos sus miembros están en paro. El trabajo es un bien escaso y los trabajadores han de aceptar salarios progresivamente menores y hacerlo en condiciones de creciente explotación. Pero peor es estar sin empleo. Luego vienen los inmigrantes que asaltan las vallas de Melilla: la élite de sus países que huye despavorida de la miseria y de la nada. El capitalismo ha creado un mundo que se consume y que deja a inmensas zonas del planeta en la sombra. Solo sirven como productoras de materias primas. Esto es África, hundida en la corrupción y la pobreza, absolutamente prescindible.

El liberalismo nos proyecta la imagen de que debemos vivir para nuestro placer. La filosofía es poseer más y más. ¿Es posible en tal caso una revolución que una a los swaggers (moda en torno a las tiendas Apple) y a los inmigrantes africanos?  Me lo pregunto. Tal vez es una pregunta estúpida, me digo. Pero son dos realidades que coexisten. El liberalismo nos lleva a un callejón sin salida pues el planeta no es infinito y pagamos y pagaremos caro nuestro derroche: el cambio climático es de tal magnitud que veremos en las próximas décadas una transformación total del mundo que incluirá migraciones masivas, desertización, hambrunas, sequías, huracanes, inundaciones, extinción de especies, devastación de los océanos...

La revolución no puede ser ya la toma del poder sea de la Bastilla o del Palacio de Invierno de los zares o Wall Street... La revolución habría de ser de las conciencias, pero esto es más de lo mismo. Cambiar las conciencias para dejar de ser ciegos sobre a qué nos conduce esto. Al desastre medioambiental, al caos humanitario, a la devastación del planeta, al incremento de la miseria en el mundo... Según Marina Garcés, en cierta manera hay no una sino muchas revoluciones en marcha, la sociedad va reaccionando en actos de resistencia: plataformas contra los desahucios, rebelión de la batas blancas contra el desmantelamiento de la sanidad, camisas amarillas y verdes en defensa de la enseñanza pública. movilizaciones sociales de grandes dimensiones como el 15M que ahora se prolonga en la aparición de nuevos partidos políticos que son expresión indirecta de aquello, la opinión pública que se revuelve contra la corrupción, plataformas en internet que promueven la solidaridad en casos concretos...


No sé si esto es suficiente. Veo una enorme distancia entre el poder del capitalismo en nuestras mentes y la reacción de la sociedad que es lenta y parcial. Y el sistema democrático es en realidad una ficción que nos hace creer que vivimos en una sociedad en que se pueden decidir cosas importantes pero es falso.  No es verdad. Nuestra capacidad de decisión es próxima a cero. Solo podemos elegir entre A y B que son más de lo mismo. Si decidiéramos elegir C, una fuerza que fuera de verdad crítica con el sistema y pudiera transformar algo teniendo en sus manos el poder... sería aplastado el intento de mil y una formas. Ya lo saben los griegos ante las elecciones que se van a celebrar en enero: Alemania y el Banco Mundial ya les han advertido sobre las consecuencias de sus elecciones si decidieran elegir a una fuerza antirrescate que pusiera en cuestión la realidad del sistema. Está claro que es una advertencia explícita sobre si deciden votar mayoritariamente al partido de izquierda radical Syriza. La campaña del miedo ha comenzado... La creación de miedo a perder forma parte de las artimañas más efectivas del sistema. El miedo nos domina y lo saben. Hay algunos que tienen mucho o algo que perder. Pero los peligrosos para el sistema son los que no tienen nada... 

viernes, 26 de diciembre de 2014

La isla misteriosa


Yo no era bueno con el balón y preferí los libros. Fue una opción entre dos visiones de la vida algo distintas. No sé si hubieran podido ser compatibles. El que soy es producto del libro y no del balón. Tal vez fue mi torpeza física, mi mente torturada ya desde niño, los que me llevaron a la letra impresa como intento de comprender mi realidad. Mis compañeros se lo pasaban genial a la hora del patio jugando, driblando, tirando a puerta y yo los veía con envidia. No me atraía, me sabía lento y torpe, y me quedaba aislado esperando que acabara el recreo buscando más la compañía de las niñas cuyas conversaciones me atraían más sin ser una de ellas. Mi padre tampoco me llevó nunca a un campo de fútbol ni tenía colores así que no fui ni del Zaragoza, ni del Barça ni del Madrid. Me sumergí en juegos solitarios y no de grupo, dedicaba todo mi empeño en la lectura de tebeos que eran los libros de los niños de aquel entonces cuando aún nevaba y hacía frío. No recuerdo muy bien qué encontraba en aquellas historietas de personajes estrambóticos, pero me atraían. No tuve libros de niño. En mi casa no había libros. Yo no sabía que existían los libros. Puede parecer extraño pero a mí no me regalaron un libro de goma para el baño, ni libros troquelados de páginas gruesas. No. Yo ignoré qué era un libro hasta los once años. Es algo que me sorprende. Sí que conocía la enciclopedia con que estudiábamos en la escuela infantil y los libros de texto del colegio de curas sórdido y gris en que estudiaba, pero no sabía que había otros libros más acogedores. Yo leía, como digo, tebeos, y veía la televisión. En ella aparecían personajes que yo amaba y se me hicieron míos. Así que cuando una mañana de invierno en una papelería alguien me mostró –o tal vez lo descubrí yo, no recuerdo- que había unos artefactos gruesos con ilustraciones y texto con los personajes de mis series televisivas aquello me produjo un impacto que no puedo calificar sino de extraordinario. No podía creer que fuera posible, que alguien hubiera inventado algo llamado libro cuya existencia me era desconocida y que albergara historias como las que a mí me fascinaban en la televisión. Así empezó mi historia con los libros. Ello me hizo fanático de ellos y a la vez me expuso a la crueldad de mi madre. Cuando ella quería hacerme daño, lo que era frecuente, me los tiraba por el balcón o los regalaba. El dolor que sentía era difícil de expresar. Era lo que yo más amaba, lo que me hacía vivible un universo cuyo color era aciago y sórdido. Por algún azar del destino llegué a descubrir una colección en que se mezclaban imágenes y texto, y se me apareció un autor al que quiero rendir homenaje en este post: Julio Verne. De alguna manera llegó hasta mí, no sé como me informé porque nadie me orientaba y en el colegio menos que en ninguna parte, La isla misteriosa. Si yo tuviera que elegir el libro de toda mi vida que he leído con más fascinación sería este. Su propio nombre ya es suficientemente expresivo: La isla misteriosa. Yo no había estado nunca en una isla, pero desde entonces supe que yo viviría en una isla misteriosa y que me cautivarían las islas, hasta tal punto que haya expresado que querría que mis cenizas fueran llevadas hasta una playa de una isla en el Atlántico, La Graciosa, y enterradas allí, junto al mar infinito. La lectura de aquella novela durante el verano de un año de los sesenta me llevó a sumergirme una y otra vez en las aventuras de aquellos náufragos que llegaron a una isla en globo y que construyeron allí su campamento y organizaron su vida levantando un pequeño mundo. Leí esta novela unas veinte veces durante aquel estío. Cuando terminaba su lectura con desolación, volvía a empezarla, una y otra vez. Ignoro por qué las novelas de islas me han fascinado y que ellas mismas me reclamen por completo. Y desconozco por qué la mejor metáfora del ser humano que conozco sea precisamente esa: ser una isla misteriosa. Así me considero yo, me hallo yo, en una suerte de isla que se sitúa en algún lado del océano, y en ella, con materiales precarios, construyo mi espejo de la civilización, en soledad o en escasa compañía. Nunca he sido una persona popular. A mi funeral irán como máximo una docena de personas si excluimos lo que es familia de mi mujer que supongo que irán. No he sido un hombre comunicativo, cordial, expansivo, campechano, de esos que reúnen por todos lados a montones de amigos. No. Siempre las amistades me han parecido excesivamente promiscuas y en algún sentido peligrosas. Tengo pocos amigos y tal vez no los trate muy bien. Me siento bien en mi isla misteriosa a la que he llegado en globo y no hay muchos habitantes, solo aquellos con los que puedo convivir sin excesivo peligro. Otros me reclaman desde la distancia y compartimos el afecto del conocimiento compartido. Del placer de la comunicación desde lejos. Entiendo que los seres humanos son peligrosos, ambiguos, amenazadores, inciertos. Puedo comprender por qué tantos seres humanos prefieren la compañía de perros que nunca los traicionarán. Es una experiencia que me falta. El caso es que aprendí a sumergirme en los libros a modo de islas misteriosas y en ellos he vivido más que en la realidad. En ellos he podido encontrar las experiencias más vivas y profundas. Puedo comprender que haya personas que estas las encuentren en el balón. Hay muchos que tienen como personajes vivos y fundamentales a los futbolistas, los equipos de la liga, la competición y esto les ayuda a mantenerse vivos incluso participando en peleas arregladas en que llegan a matarse como ha sucedido recientemente con un hincha del Depor. Yo tuve que decantarme por los libros. Ignoro por qué. Nada había en el ambiente que llevara a ellos en aquella época tan diferente de la actual en que se difunden campañas ominosas para atraer a los jóvenes a los libros. Prefiero la crueldad que se expresa en páginas escritas que la que existe en la realidad real. Es como un doble de la vida, es un refugio ante las inclemencias, es un parauniverso misterioso especialmente cuando se es adolescente. Nunca se vuelve a leer del mismo modo que cuando lo eres. Y es una tragedia el efecto de la tecnología, que aleja mentalmente a los jóvenes de los libros. El tipo de atención que requieren es diferente a la que necesita el móvil. Yo me siento contento de haber descubierto La isla misteriosa a los doce años en  un tiempo en que no había tecnología aunque esta encierra a las personas también en islas no precisamente misteriosas.

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