Estos días intentaba en clases de cuarto de ESO explicar qué
fue el Novecentismo como reacción
contra la sensibilidad modernista. Y me encontraba con problemas. Tenía que
referirme a la idea de arte puro no
contaminado por el sentimentalismo, idea
que se plantea en libros como La
deshumanización del arte de Ortega y
Gasset y en la sucesivas vanguardias que van contraponiéndose, en una
secuencia que va del cubismo al expresionismo, del futurismo al DADA y luego al
surrealismo. No es fácil explicar qué significa arte puro, ni a los muchachos de la ESO ni a los alumnos de
bachillerato. La idea del sentimentalismo es esencial en su conformación
espiritual. Aman el sentimentalismo y no pueden entender que el arte (lo que
ellos entienden como arte) pueda estar alejado de ello. La idea de pureza
artística que supone una emoción intelectual es muy difícil de transmitir
porque ellos no sienten esa dimensión estética que deriva del parnasianismo y su idea de l'art pour l'art, o lo que es lo mismo
que el arte no está supeditado a una intención moral, religiosa o social. El
arte es arte considerado solamente en relación a criterios estéticos. Pero esto
no es de recibo en un tiempo tan moralista y sentimental como el que vivimos.
Entendemos que el arte debe ser políticamente correcto y que debe estar cargado
de sentimentalidad, la sentimentalidad del pueblo que ama a Chávez y se estremece con las
circunvoluciones de ese culebrón emocional que es Pulseres Vermelles (Pulseras rojas). Y es que es difícil, si no
imposible considerar una relación con adolescentes que no sea profundamente
moralista y sentimental. Lo piden, lo exigen, no entienden otro tipo de
relación más distanciada o intelectual.
Por tanto es muy difícil transmitir que en la historia del
arte, hubo un tiempo en que las élites se distanciaron de esa concepción
popular de SENTIMIENTO+MORALISMO y crearon la idea de un arte puro que nunca fue entendido por el pueblo, pero marcó
poderosamente a los escritores y artistas más destacados de las décadas de los
primeros treinta años que provenían del Modernismo.
Y es que no es fácil explicar qué es una emoción intelectual alejada del
sentimentalismo. Pero es importante para comprender qué fue el arte
vanguardista que consideraba putrefacta cualquier emoción sentimental, y que concebía
lo esencial del arte como puro juego (alejado tal vez de la vida) y que
exploraba nuevas formas estéticas contempladas con ironía o abiertamente con humor
proveniente de un cruce de neuronas que se maravillaba con lo nuevo y lo
esencialmente diferente. El arte del pasado estaba muerto, se pensaba, o se
utilizaba como elemento renovador como hizo la generación de 1927, capaz de
alumbrar una síntesis entre la tradición y la vanguardia.
Pero hoy día no existen ni tradición ni vanguardia. Los
profesores no podemos acudir a un pasado que nos sirva de base porque nuestros
alumnos no lo tienen, acostumbrados a vivir en un presente tecnológico sin
pasado que se inserta en la revolución futurista de Marinetti que rechaza todo saber enclaustrado, bibliotecario y
museístico.
De hecho podemos decir que la realidad del presente, al
menos la que contemplan estos muchachos de quince y dieciséis años es una
mixtura entre futurismo y sentimentalismo. Vivimos un tiempo plagado de
sentimientos elementales, pródigamente gregarios, y una consideración de que el
pasado carece de cualquier relevancia.
Y entretanto tengo que explicar que hubo un tiempo en que el
arte se acercaba a la deshumanización, al alejamiento de los sentimientos, a la
pureza, a la ironía... teniendo en cuenta que son consideraciones que están
totalmente fuera de sus paradigmas vitales. Tal vez haya que esperar a la
década de los treinta del siglo XX cuando la poesía se reorientó hacia lo
humano y sentimental como anunciaron Neruda
y el proceso de rehumanización de lo poético.
Ser profesor es enfrentarse a las contradicciones de la
historia de la literatura y el arte y darse cuenta de que el arte del pasado es
visto desde las perspectivas del presente, un tiempo que consagra
fundamentalmente todo lo emotivo y lo sentimental como eje de un modo de ver el
mundo.
Los sentimientos nos marcan, nos dirigen, nos rodean, nos
condicionan... Y uno no entiende toda esta marea chavista sin esa concurrencia sentimental tan añorada por las masas
populares que ven siempre esa dialéctica entre razón y sentimiento escorada
hacia el segundo término porque es el que domina en su corazón.
No, no es fácil hacer entender el Novecentismo y la generación
de 1914 que propugnaban la deshumanización del arte.
Pero hubo un conato de debate en clase de cuarto de ESO
sobre ello, y eso me satisfizo y hasta diría que me emocionó, si no fuera
porque yo relego mis emociones a un segundo plano más intelectual que primario.