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sábado, 12 de julio de 2014

La experiencia estética de la fusión hombre-máquina



Mi compañero bloguero Ramón Besonías en su blog La Mirada Perpleja reflexiona en un artículo titulado El espejismo digital sobre esa tendencia abrumadora de que en cada experiencia que vivimos, sea visitar un monumento, presenciar un recital, concierto o ceremonia de cualquier tipo, una cantidad muy elevada de participantes elevan sus móviles o cámaras en el aire para intentar captar imágenes de ello. Supongo que todos somos conscientes de ese fenómeno que afecta incluso a las relaciones interpersonales que han de ser fotografiadas en forma de instantánea o selfie, palabra que se ha hecho popular en los últimos tiempos.

Ramón considera que se está sustituyendo la realidad por un doble, que se vive a través de la pantalla del dispositivo, que ello produce una sensación de realidad que sustituye a la experiencia física, que es, en definitiva, un espejismo de realidad que hace perder la capacidad de percibir el evento de forma global y que disminuye la concentración visual y auditiva de lo que es visto a través de la pantalla que se visualiza inmediatamente, no como hace unos años en que teníamos que esperar a revelar las fotografías.

En definitiva la consideración de Ramón Besonías no deja de ser un juicio claro sobre la banalización del mundo en que vivimos que sustituye la visión global y natural de las cosas para imponer una simulación que nos aparta de la verdadera experiencia estética.

Yo, sin embargo, he querido verlo desde otro ángulo al darme cuenta de que yo soy uno de los que habitualmente lleva su cámara de fotos para dispararla con rapidez. Ayer mismo estuve en la Sagrada Familia e hice fotos en el exterior e interior en medio de un mar de turistas en colas inmensas que rodeaban la basílica tanto en su parte externa como interna. La mayoría llevaban cámaras o simplemente sus móviles para fotografiar ese objeto artístico entre Gaudí y su sucedáneo que ha continuado su obra. ¿Por qué esa pasión, común a todas las nacionalidades, edades y condiciones sociales, de fotografiar cualquier experiencia que se nos ponga por delante? ¿Qué estamos haciendo? Yo no puedo decir qué hacen otras personas pero puedo decir qué hago yo, puedo intentar reflexionar sobre ello antes de pensar que todos nos hemos convertido en majaras o simplemente nos estamos banalizando o, peor, lo siguiente, es decir, nos estamos transformando en seres de ficción severamente atontados.

Cuando fotografío la Sagrada Familia, algo fotografiado billones de veces desde todas las perspectivas imaginables, ¿qué estoy haciendo? Creo que lo que intento es apropiarme de la experiencia estética que contemplo reduciéndola a un encuadre que sea mío, de modo que la recreación estética ahora me pertenezca a mí. No quiero revivir ningún momento. Es incierto, a mi juicio, que la fotografía haga revivir el tiempo pasado: no, pienso que lo que hago es fijar un microsegundo, seleccionar un encuadre que es mi visión del objeto transformado por mi mirada. Aquello ya no es de Gaudí o de los continuadores malhadados de su obra. No, aquello es mío. Me he convertido en artista si soy capaz de construir una perspectiva innovadora y única que haga que la experiencia estética ahora tenga mi dominio. Y lo hago a través de una pantalla, elemento mágico, que nos cautivó en cuanto llegaron las primitivas televisiones en los años sesenta del siglo pasado. Tanto es así, que en el mundo y la realidad solo estamos tranquilos si la miramos a través de una pantalla, la pantalla de nuestro móvil, de nuestro iPad o tableta, nuestro ordenador, las smartglasses en cuanto se extiendan... ¿Por qué? Entiendo que se está produciendo la fusión entre el ser humano y la máquina. Ya no somos solo organismos biológicos. No, ahora somos eso y los dispositivos que se conectan a nosotros ampliando o modificando el alcance de nuestros brazos. Tener un móvil es experimentar una sensación de poder inmensa en nuestras manos. Nos absorbe, nos reclama, nos seduce, porque se ha hecho parte de nosotros mismos. La tecnología se ha unido al ser humano. Ya no somos solo nuestra memoria personal, no, ahora somos nuestra memoria y google que la prolonga y la extiende hasta dimensiones desconocidas. Los móviles son elementos complejos fascinantes que amplían nuestro radio de acción y nuestra sensación de poder. Son objetos mágicos en nuestras manos que interfieren en nuestras relaciones personales en virtud de una pantallita proteica que se adueña de nuestra voluntad. Y funcionan casi autónomamente dirigiendo nuestros actos en nuestra vida social. Así miles de participantes en un concierto sacan sus cámaras para sustituir vida real por vida virtual, nuestra nueva dimensión. En los funerales la gente saca fotos del cadáver o sueña con hacerlo pero no se atreve. En los que son públicos ya no existe esta restricción. Queremos fijarlo todo, reconstruirlo todo, hacerlo nuestro. La máquina o el dispositivo se ha integrado en nuestra psique y necesita generar imágenes como una virtualidad más de las posibilidades de conocimiento.


Estamos en un tiempo alfa, muy distinto al que vivieron nuestros padres o abuelos. La tecnología es una extensión de nuestro organismo, sin la cual nos sentimos amputados y restringidos. Se ha reducido significativamente el pensamiento abstracto o conceptual, se ha reducido profundamente el dominio del lenguaje en los nuevos nativos digitales. Caminamos en dirección incierta a un mundo sin filosofías que lo sustenten. No importa tanto el pensamiento sino la imagen del mismo, no importa tanto la realidad como su sucedáneo. No esperamos asistir a la representación global de algo. No. Solo queremos apropiárnosla como espejismo que nutre nuestro deseo infinito de fundirnos con las máquinas para así vivir eternamente.

martes, 8 de julio de 2014

Meditaciones del Quijote



Se cumplen en este julio cien años de la publicación en la editorial Renacimiento del libro de ensayos Meditaciones del Quijote del pensador español José Ortega y Gasset. Es difícil comprender, si no se conoce la época de hace un siglo, aquilatar la dimensión e importancia de este filósofo, sin duda el mejor del raquítico panorama del pensamiento español. 1914 es un año fundamental y no solo por el comienzo en agosto de la Gran Guerra, que también, sino porque en España comienza a tomar fuerza una oposición intelectual al gran fracaso de la Restauración con los dos partidos gobernantes, el Liberal y el Conservador, que hundían a España en una política rancia y corrupta, sin nervio y sin espíritu. Y a esto va a consagrar su vida y su obra José Ortega y Gasset: diagnosticar la parálisis total de la vida nacional y a plantear que todo está por hacer, que hay que renovar profundamente la vida social y política española. Él opone la España oficial, la de los ministerios, y la España vital que él quiere liderar. Y efectivamente en torno a él se agrupan los principales intelectuales de la época al que ven como su mentor más destacado en ese anhelo de rebeldía frente a un sistema anquilosado que solo sostiene un edificio en ruinas.

Ortega fue consciente del deterioro de la Educación (en manos de la Iglesia) y la Política en España. Fue a estudiar a Alemania (Marburgo, Leipzig, Munich) para formarse en la vanguardia de la filosofía y la ciencia europeas. Se impregnó en sus sucesivas estancias en Alemania del espíritu neokantiano que reinaba en las universidades alemanas y trajo la fenomenología de Husserl a España para intentar poner el nivel de la filosofía española en consonancia con Europa de la que era un ferviente defensor frente al españolismo casticista de Miguel de Unamuno, su rival indiscutible en todos los aspectos.  Para Ortega había que europeizar España y ello debían hacerlo las élites intelectuales que el pretendió organizar y estructurar, y así encontramos en torno a él a Baroja, a Pérez de Ayala, Antonio Machado, Azorín, Américo Castro, Pedro Salinas, Pablo de Azcárate, Enrique Díez-Canedo, Ricardo Baeza, Luis Araquistain, Salvador de Madariaga, Jiménez Fraud (el futuro director de la Residencia de Estudiantes) y una serie de brillantes mentes hasta un centenar que llenaron de sentido ese afán de regeneración que había iniciado Joaquín Costa. Ortega fue elegido asimismo presidente del Ateneo madrileño, foro fundamental del regeneracionismo y de rechazo de la política oficial.

El 23 de marzo de 1914 en el Teatro de la Comedia, Ortega dirigió un discurso apoteósico como sabio y como político que entusiasmó a los asistentes al acto. Fue el famoso discurso de Vieja y nueva política que inyectaba pensamiento claro en la Liga de Educación Política que pretendía aunar esfuerzos entre los nuevos liberales, los republicanos y socialistas para dar un sesgo totalmente distinto a una España hundida y postrada en la nada y que había que refundar. La España sana debía ponerse en pie y tomar el testigo de la regeneración total del país. Y Ortega debía ser su ideólogo, este es el papel central que se adjudicaba él.

Meditaciones del Quijote es el primer libro de Ortega. No era un texto filosófico pero como si lo fuera por la complejidad del disperso ensayo que es. Parte de la idea de que hay que buscar nuevas formas de ver las cosas –nuevas perspectivas- subvirtiendo la tradición castiza, conservadora y católica imperante en España. Don Quijote es el héroe español que no ha sido comprendido y que está esperando que varios siglos después surjan sus herederos para rehacer España. Para Ortega, la novela realista del siglo XIX es mera comedia y subraya la mediocridad de su visión burguesa del mundo sin temblor metafísico como era el que tenía el personaje de Cervantes que pretendía cambiar la realidad y el mundo. El héroe es el hombre cualquiera que se hace a sí mismo sin repetir los gestos que la costumbre, la tradición y los instintos biológicos le fuerzan a hacer. El héroe como don Quijote vive entre lo ridículo y lo trágico porque se enfrenta a la vulgaridad que lo rodea y reacciona esta con odio y resentimiento por esa apuesta por el ideal. Los héroes existen y hay que buscarlos dentro de nosotros empezando por desbrozar la maleza que nos ata a lo viejo y caduco así como al dogmatismo.

Uno repasa este momento de hace ya un siglo y percibe elementos comunes con el momento que vivimos en cuanto a la percepción de la parálisis de la España oficial estructurada también en torno al bipartidismo que ha servido de pantalla para una corrupción extendida y la injusticia clamorosa que supone el desmantelamiento y poda de los servicios públicos como la Educación, la Sanidad, la Justicia, la Investigación...


Incluso hace un siglo, la cuestión catalana estaba también planteada desafiando la estructura centralista del estado. También encontramos movimientos de resistencia frente a esa necrosis del sistema que parece haber dado de sí todo lo que podía y se le ve exangüe. El diario El País de hoy día equivale a lo que significaba El Imparcial en 1914, un periódico de glorioso pasado pero ya en el fondo ligado al sistema y conservador. Para Ortega el verdadero político es el que es capaz de comprender el espíritu de época y llegar a la gente aprovechando el vacío que dejan los demás. Así actualmente vivimos una Restauración Monárquica que se ha quedado sin aliento capaz de ilusionar. Los partidos en el poder y en la oposición saben de la rabia e impotencia de la gente y empiezan a apelar a la necesidad de regeneración, palabra que es común con el espíritu de 1914 pero no pueden llevarla a cabo porque se les hundiría su chiringuito político. Hoy la influencia de los intelectuales estrella como Ortega es sustituida por el poder de las redes sociales y en torno a ellas y las televisiones nacen nuevos líderes de verbo ágil que encandilan a las masas y que rechazan la política oficial calificándola de casta, palabra que ha trascendido y se ha extendido en la conciencia popular. Ortega fue el nuevo sabio y capitán de la tribu intelectual. Su historia es la de un fracaso personal muy hondo, pero su pensamiento y figura de intelectual y agitador político fertilizó la España de su tiempo originando un tsunami que desembocaría en la Segunda República. No fue el único factor, claro está. Pero su visión  y análisis de la España de su tiempo fue certera.

viernes, 4 de julio de 2014

El horror al vacío



Timothy Wilson, profesor de psicología de la universidad de Virginia, acaba de publicar un artículo en la prestigiosa revista Science del que da referencia Javier Sampedro en El País de 4 de julio de 2014. El artículo expone las conclusiones de una serie de experimentos realizados con personas de todas las edades y condiciones sociales y culturales. Dicha experiencia era proponer a los sujetos estar de 6 a 15 minutos sin hacer nada, perdidos en sus pensamientos o dejando la mente en blanco. Al parecer, los seres humanos no podemos estar aunque sea un tiempo mínimo sin ninguna actividad concreta y se convierte en un estado insoportable si no es algo espontáneo y elegido. Así nuestra práctica real consiste en estar haciendo continuamente algo, manipulando algo (el móvil por ejemplo), oyendo música, mirando algo, hablando o  interactuando. Dicho de otra manera, el no hacer nada se puede convertir en la peor de las torturas según los resultados de este experimento cuyo artículo original en inglés no he podido leer porque cuesta veinte dólares comprar un artículo de Science.

Un aula es en este sentido un campo espléndido de experimentación. El profesor sabe por experiencia clara que los alumnos deben estar siempre ocupados en algo. Un veterano profesor al borde de la jubilación me confesó la mayor enseñanza de su vida:

“si ellos no están ocupados, el que estará preocupado es el profesor”

Y lo sabemos. No hay peor situación que en un momento la clase se quede en el vacío. No lo soportan. No puedo imaginar de ninguna manera que estén cinco minutos sin hacer nada en silencio. El que conozca el aula sabrá que todo se hundirá antes de concretarse esa situación. Los chavales se aburren y necesitan hacer algo aunque sea hacer el tonto, molestar, quitarle algo al de delante, esconder la mochila del compañero, manipular el móvil, escuchar música, jugar con el ordenador, dormirse, levantarse, gritar, mirar por la ventana, meter las manos en el cajón y sacar algo, mirar a alguien buscando su respuesta... Infinidad de cosas que se pueden hacer, pero todo más soportable que estar sin hacer nada.

Nuestra mente necesita la actividad constante. Un tiempo en blanco produce infinidad de pensamientos o imágenes caóticos que se van sucediendo sin orden ni concierto. La mayor parte de los participantes en estos experimentos reconocieron que era algo terrible ese espacio de tiempo vacío impuesto, y que preferían en buena parte dejar el experimento o recibir una descarga eléctrica por molesta que pudiera ser.

Según las conclusiones de este estudio, las nuevas tecnologías que ocupan ahora masivamente a la población en general no son las causantes de este horror vacui sino una expresión, precisamente, de esa aversión que tenemos a no hacer nada que antes se solucionaba con otros medios para tener la mente ocupada, fuera la lectura o cien mil ocupaciones que distraían la mente.

Algunos lectores del artículo han señalado que la meditación precisamente parte de esta observación del fluir del pensamiento en la quietud de una postura y una respiración acompasada. El que ha practicado meditación sabe de la dificultad de dejar la mente en blanco. La mente se entretiene en imágenes y pensamientos fragmentarios que acuden masivamente a entretenernos y distraernos de ese anhelado vacío mental.

Otros señalan que el no hacer nada no es tan difícil y han señalado a los ancianos sentados en los bancos en actitud quietista. Sin embargo, no es cierto que no estén ocupados mentalmente porque están mirando activamente lo que les rodea o dejándose ir por los recuerdos del pasado... Los que toman el sol en la playa aparentemente tampoco hacen nada pero sí que se puede decir que están en una actividad que es tomar el sol que les centra la mente que, a su vez divaga, por infinidad de imágenes o ensoñaciones que se apoderan del consciente o del inconsciente.

Una vez en clase propuse a mis alumnos el ejercicio de quedarnos en la oscuridad mirando una vela encendida durante unos minutos. Esperaba que esta imagen magnética de la vela les ayudara a concentrarse, pero no fue posible lograrlo porque un par o tres de ellos hicieron estallar el ejercicio con su movimiento y sus gracias que provocaban las risas y la distracción de todos.


Nuestra mente está programada para la actividad lo que no quiere decir que esto significa que todos seamos trabajadores o que ocupemos el tiempo en algo útil y provechoso. No, de ninguna manera. Hay muchos que son refractarios al trabajo, en el aula por ejemplo, pero no pueden soportar la quietud y necesitan actividad por disruptiva que sea como hemos señalado. Un aula es proyección precisamente de esa dificultad del ser humano en centrarse en algo mental o, peor aún, en un tiempo vacío. En el aula siempre pasan cosas. Treinta mentes inquietas adolescentes que no dejan de urdir algo para calmar la necesidad de una actividad incesante sea del tipo que sea, y, a ser posible, lo más alejada del mundo mental que intenta transmitir el profesor. Por eso, las nuevas tendencias pedagógicas llevan a que los alumnos estén siempre activos e implicados en acciones que les resulten interesantes y atractivas que no supongan, eso sí, tampoco demasiado esfuerzo mental para el que cada vez estamos peor preparados.

miércoles, 2 de julio de 2014

Diario de la playa



Me levanto a las siete de la mañana en mi segundo día de vacaciones. Me tomo mis pastillas matutinas y bajo a desayunar. Antes voy a comprar El País, periódico del que soy suscriptor aunque cada día me suscita menos interés. Compenso la flojedad del diario con la lectura de dos ediciones digitales de Infolibre y Diario.es. También me gusta leer ABC por su sección cultural. Leo y retengo algunas noticias que me llaman la atención: el independentismo catalán diseña el ejército de la nueva Cataluña con marines, unidades navales, cincuenta mil militares en activo y sesenta y cinco mil reservistas, se proponen unidades para actuar en el Índico y el Atlántico. ¡Joder! Y ni siquiera hemos votado. Es como si se supiera que el resultado de la votación solo pudiera ser uno: la independencia. No se contempla que Cataluña pueda seguir unida a España. Pienso en si emigrar de esta tierra...

Pablo Iglesias en Estrasburgo se cree el rey del mambo y ataca a la casta europea.

Descenso demográfico: miles de inmigrantes abandonan España unidos a miles de españoles que buscan posibilidades de empleo en otros países. España será un país de viejos en veinte años. La mayoría de mis ex alumnos en la década de los treinta no han tenido hijos por diversas razones. Uno de cada cuatro niños en España pasa hambre. 

Cinco mil inmigrantes africanos llegan por el Mediterráneo a territorio italiano. Una treintena mueren asfixiados en las bodegas de uno de los barcos.

La monarquía parece de papel couché. Felipe VI no concita ningún entusiasmo ni adhesión popular.

Una carta de un lector recordando a Ana María Matute.

La sanidad pública pierde 28500 empleos en dos años.

Noticias intrascendentes del mundial de fútbol. TV1 pierde por su sectarismo y manipulación informativa audiencia respecto a otras cadenas...

Es verano. Mi mente se va a unas rocas junto al mar tranquilo y azul. Es mediodía. Cuerpos desnudos adolescentes reposan bajo el sol cenital.

Estoy leyendo una biografía de Ortega y Gasset escrita por Jordi Gracia. He encargado en Amazon una novela titulada El día que Nietzsche lloró de Irvin D. Yalom. Me aferro a la lectura como un mantra. Es lo que me mantiene vivo en un mundo que no comprendo demasiado. Si un día me convierten en extranjero en Cataluña y todo esto se desborda en un maremoto nacionalista con himnos y banderas y ejércitos catalanes, yo no seré de aquí. Mi patria será la literatura.

Hoy hace veinte años que me casé por la iglesia, yo que era anarquista y joven rebelde. Fue en una capilla románica en el barrio del Raval. Leí un fragmento de El cantar de los cantares. Luego nos fuimos a hacer fotos vestidos de novios con fondo de grafitis contraculturales (porros, banderas anarquistas y comunistas...)

Juan Poz comentó en mi anterior entrada que a cierta edad queremos reconstruir nuestra vida alentando una ilusión de continuidad, de unidad, de organicidad. Nuestra tentación de querer entender nuestra vida como si fuera un relato unitario con sentido.

Tengo que volver a ver Matrix, la película más filosófica de la historia del cine, según comentó algún amigo de Facebook.

Me gustaría ser escritor, dar salida a este magma interno que brota a borbotones de mi mismidad. Sin embargo, solo soy capaz de componer fragmentos. Soy un escribidor fragmentario, de momentos que se suceden vertiginosos y sin continuidad.

Pienso en si volver a practicar zazén.

Este verano haré la ruta del Camino de Santiago del Norte partiendo de San Juan de Luz en Francia. Me realizo caminando. Soy un caminante como lo eran Antonio Machado y Samuel Beckett.

Pienso en leer también la segunda parte de Juego de Tronos. Me mantuvo intensamente atrapado Canción de fuego y hielo. Un mundo propio creado por George R.R. Martin.

¿Qué anhelo? Ser capaz de crear también un mundo mío, inequívoco, existencialmente potente en que imágenes se repitieran magnéticas: como el día en que mi madre me echó de casa a los cinco años por no querer comer una manzana asada. Yo lloré amargamente y bajé desesperado los cincuenta y tres escalones hasta la calle. Me iba al abandono absoluto pero en la disyuntiva de comer algo que no deseaba y el abismo, elegí el abismo. De eso me enorgullezco. Cuando digo que no es no.

Mi mundo de imágenes recurrentes, de sueños eróticos algunos pedófilos para mi sorpresa al despertar.

No puedo saber muy bien quién soy. Soy algo así como un conjunto de impulsos deslavazados que se afirman en la escritura en busca del norte magnético que no existe.

Pronto me iré a correr unas vueltas por el parque. Me relaja. Sudo.

Escribir sin sentido, sin dirección, puros fragmentos que se reorganizan y dispersan en la lectura.

Pequeños poemas en prosa que bailan entre las teclas de mi MAC.

Esos cuerpos desnudos adolescentes, Serge y Nadine, él y ella, se desean en ese verano infinito frente al mar.

Poner fin al post cuando uno tiene ganas de seguir ...

Sí. Es mediodía. 




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