Hace unos días que he descubierto TED, una serie de conferencias extraordinarias en el ámbito
norteamericano que llevan por subítulo Ideas
worth spreading. Hay bastantes dedicadas a educación que voy rastreando y
eligiendo entre las más interesantes. Hay varias que me han hecho vibrar por la
fuerza de las conferenciantes. Una de ellas es la de Rita Pierson: Every kid needs a champion que recomiendo vivamente. Son siete minutos inolvidables. Otra
es de Angela Lee Duckworth sobre la Clave del éxito en la vida, en los estudios, en la realidad. Dejo enlace a la conferencia aquí. Lo que viene a decir Angela Lee es que ha impartido clases
en diversos niveles y que ha estudiado a los alumnos desde la infancia, la
primaria, la secundaria hasta llegar a la universidad y se ha preguntado cuál
es la clave del éxito en los estudios o la vida. Luego hablaré de ello.
Antes quiero contar mi experiencia de un día cualquiera como
profesor y como tutor. Hoy he tenido dos visiones contrapuestas. Una entrevista
con unos padres que venían enormemente preocupados por su hijo que suspendía
muchas materias y obtenía uno de los peores resultados de la clase. Ellos
hacían todo por él dentro de su modestia. Ambos eran titulados universitarios e
inmigrantes. El hijo es un buen chaval. Le hemos hecho venir y le hemos
preguntado por qué esos resultados que para mí eran claramente resultado de su
falta absoluta de trabajo. Se lo he hecho saber. El muchacho ha caído en un
mutismo casi absoluto. No ha reaccionado. No sé cómo vivía la escena pero podía
ser muy intensa al ser interrogado por tres adultos por su rendimiento. La
pasividad era total, parecía resignación, apatía, abulia, desistimiento. No
hemos podido sacarle de allí. Se pasa las tardes perdiendo el tiempo y sin
hacer nada de provecho. Tiene todo el tiempo del mundo pero no lo aprovecha.
Los padres, que han tenido que luchar mucho para sobrevivir, se preguntaban qué
habían hecho mal. Y se han ido desolados, casi al borde del llanto. El muchacho
es normal, no se pueden achacar sus resultados a su limitación intelectual.
El otro caso es el de un muchacho que saca excelentes notas,
que no se rinde jamás, que lucha y lucha por su destino, que se interesa por
las cosas, que busca conversación con el profesor, que acepta los retos y se
enfrenta a los desafíos con entusiasmo. Me ha manifestado a sus doce años cuál
es su vocación de futuro. Hemos estado conversando y le he manifestado mi
convencimiento de que lo conseguirá por más difícil que sea su realidad. Me ha
preguntado si me gustaba enseñar. Yo le he dicho que a veces sí y a veces no. Hay momentos desagradables y duros
que uno quisiera poder evitar, pero en otros momentos la pasión me devora.
¿Qué diferencia hay entre un chaval y otro? ¿Su
inteligencia? No. No sé cuál es más inteligente. No lo puedo distinguir porque
el patrón de comparación es incierto y uno no revela su real potencial. El otro
sí. No depende tampoco de sus circunstancias vitales y familiares. El muchacho
pasivo tenía una familia integrada que le daba todo lo que en sus posibilidades
podía. Eran universitarios. El muchacho que tiene tan clara su vocación puede
tener unas circunstancias infinitamente más difíciles. Pero se enfrentan a la
vida de modo diferente, notoriamente diferente.
Angela Lee Duckworth
viene a decir que tras largos años de investigación y observación de miles de
alumnos de todos los niveles lo que explica el éxito o fracaso en la vida o en
la profesión es un factor llamado determinación
que es algo así como la convicción de alguien para alcanzar un objetivo y la
puesta en funcionamiento de todos los resortes emocionales, intelectuales y
humanos para conseguirlo. Eso sería la determinación.
No sé de dónde proviene esa claridad de ideas pero algunos alumnos la tienen y
otros no. Unos parecen resignados al fracaso y se rinden sin plantear batalla.
Parecen nacer derrotados, como si la vida no fuera con ellos. Muchos días me
paso la hora del examen animando a alumnos para que no tiren la toalla ante el
convencimiento de que da todo igual porque van a suspender. Esta desoladora
idea tiene efectos devastadores porque lleva a la impotencia y a la inacción.
Mis pruebas son desafíos en las que tienen que poner en juego todo su
potencial. Para mi sorpresa muchos se rinden en un no lo entiendo y no pasan de
allí. Se resignan por mucho que el profesor les de claves para entender y les
facilite el proceso. Es como si todo fuera igual. ¿Qué pasa por su cabeza? ¿Es
una renuncia al esfuerzo real que conllevaría creer en ellos mismos? ¿Es
pasividad? ¿Es falta de determinación,
es decir, intuir que esa pieza que están poniendo ese día conduce de alguna
manera al futuro? ¿Es un no future
por desistimiento o pesimismo? ¿Es comodidad, apoltronamiento, galbana
adolescente que algún día se les pasará?
Todo esto me asombra. Abunda poderosamente el joven que se
entrega, que desiste, que no ve conexión entre el día a día con su destino. Y
no es un asunto de inteligencia ni de circunstancias vitales difíciles o no, no
depende de la prosperidad ni de la pobreza, ni del ambiente, ni creo que tampoco
de su estancia en el claustro materno. Para mí es un misterio lo que lleva a
algunos seres a tener determinación y
a otros no. Y eso se observa desde muy temprana edad. He conocido a muchachos
enormemente limitados que han concluido la ESO con enorme esfuerzo, que han
hecho dos ciclos formativos y que ahora están trabajando a pesar de la crisis
aunque no sea de lo que hayan estudiado. Me admiro de su situación cuando
recuerdo sus terribles dificultades intelectuales que les llevaba a memorizar
sin entender, pero su esfuerzo era titánico. Su contexto familiar no podía ser
más humilde, pero están saliendo adelante.
Eso es la determinación.