Suelo mantener comunicación frecuente con exalumnos a través del Facebook en el que tengo enlazados a muchos de ellos, e incluso, mediante el correo electrónico, intercambiamos textos más complejos y densos, que me llenan de satisfacción, a la vez que me estimulan y me hacen seguir progresando. No son relaciones jerárquicas en las que un profesor con experiencia se comunica con personas que necesitan orientación. No, yo aprendo tanto como espero que aprendan ellos mediante esta relación que yo estimo y aprecio como totalmente horizontal.
A propósito de mi post de hace unos días titulado “Cara al sol” recibí en el Facebook el siguiente mensaje de un exalumno que concluyó el bachillerato hace un par de años. Lo transcribo para que podamos evaluarlo. Entresaco un fragmento de un comentario más extenso. Kike habla de lo que considera esencial en el proceso de aprendizaje:
“Es una muestra más de que el sistema educativo fracasa estrepitosamente desde la base. Cada vez nos empeñamos más en que los alumnos adquieran una infinidad de conocimientos, muchos de los cuales, dicho sea de paso, olvidarán en pocos días, y vamos dejando de lado lo que es realmente importante y en lo que, en mi humilde opinión, debería centrarse la educación y es en lo siguiente: deberiamos dar herramientas para aprender a pensar por uno mismo, para poder elegir entre lo importante y lo trivial, entre lo justo y lo injusto, en definitiva para poder adquirir un sistema de valores propio”.
¿Es este el objetivo de la educación? ¿Tiene razón Kike? Plantea que lo que deberíamos fomentar es enseñar a pensar por uno mismo para distinguir entre lo importante y lo trivial, entre lo justo y lo injusto con el objetivo de adquirir un sistema propio de valores. Lo he repetido porque quiero pensarlo y comentarlo con vosotros. No veo que esto sea lo que se fomenta en la educación que yo tengo en mi entorno y que está cargada de moralina en el mejor de los casos –con toda la buena intención supongo-, que no estimula la autonomía del pensamiento cuyo componente básico sería la libertad. Si se trata a los alumnos como impedidos intelectuales, reaccionarán como tales por la ley del espejo. Los sometemos a un sistema de reclusión en el que raramente pueden experimentar el gozo de la creación y el sentimiento de libertad. Para que haya placer en el aprendizaje deben comunicarse valores profundos de manera explícita y subliminal. El problema surge –a mi modo de ver- cuando se han de impartir –como dice Kike- multitud de datos que no son significativos porque no forman parte de un sistema coherente sino que son meros bits de información vacía. El conocimiento habría de encarnarse en algo físico, en algo necesario, en algo que hablara directamente al corazón y a la mente de estos muchachos que en esencia reclaman como resultado del sistema educativo la posibilidad de adquirir un sistema de valores propio.
Hay demasiados fragmentos que no forman parte de ningún sistema. Me angustia cuando me veo como profesor representando esa función que me aburre profundamente. La represora y la que embute información que para mí no tiene ningún sentido ni fundamento para el tipo de muchachos a los que me dirijo. Y si yo me aburro, no quiero pensar lo que deben sentir ellos. Sin embargo, siento profundo deleite cuando puedo fomentar la dicha de aprender libremente, sin coacción, sintiendo la libertad de ser, y desarrollando secretamente la que considero la base de toda pedagogía con densidad: la autoconciencia. Cuando se llega a este nivel, el aprendizaje fluye porque se experimenta la libertad. El profesor disfruta y ellos se sumergen llenos de gozo inconsciente aprendiendo significativamente, y si se les pone ópera de fondo con María Callas mejor que mejor.
Decía Einstein «La escuela debe tener siempre como objetivo que el joven salga de ella con una personalidad armoniosa, no como un especialista». Ello implicaría que el alumno no sólo debe buscar conocimientos sobre las cosas, sino que debe conocerse fundamentalmente a sí mismo, y para ello debe ser consciente del mundo de su interioridad moral, emocional y existencial abriéndose a ello, paulatinamente, desapasionadamente, sin juzgar, sin comparar... sólo siendo capaz de mirar serenamente el fluir caótico de su mente y después aprender a mirar el mundo críticamente.
No sé qué nombre debería recibir la que considero Pedagogía de la autoconciencia, pero mi historia como profesor, plagada de fracasos y desesperanzas, me ha mostrado que es la única que enseña algo, pero para ello el profesor ha de aprender a ser autoconsciente y a transmitirlo. No es algo que se improvise y difícilmente se podrá volver a ser moralizador ni a gustar de un recinto cerrado por rejas. No sé si he llegado a explicarme…