Una película que me fascinó fue Soylent Green, cuando el destino nos alcance (1973), dirigida por Richard Fleischer.
Fue protagonizada por Chartlon Heston
y Edward G. Robinson. No sé si los
que me leen la recuerdan. Para mí es un hito en las historias distópicas del
cine. En un futuro, situado en el año 2022, ha habido una catástrofe ecológica
y no existen alimentos naturales o solo tienen acceso a ellos una minoría. Una
empresa, Soylent.Co produce unos
productos alimenticios –soylent verde
o amarillo- que sirven como alimentación y nutrientes a la humanidad. La trama
de la película lleva al descubrimiento de qué es en realidad este producto
nutritivo, el soylent. Está fabricado
a base de la descomposición orgánica de cadáveres en una situación de superpoblación
en la tierra. Edward G. Robinson (Sol Roth) va en su vejez al Hogar, un lugar en que se reproduce la
tierra como era en su juventud (bosques, valles, ríos, flores...) para, tras un
proceso de adormecimiento letal, incorporarse a la producción del soylent verde que alimenta a la
humanidad.
Me vienen imágenes de la película cuando
faltan solo siete años para el 2022 (cuando se filmó faltaban cuarenta y nueve
años para esa fecha), y leo en El País
extraído del New York Times en su
suplemento semanal la noticia de que existe ya firme un proyecto para generar
vida a partir de cadáveres humanos en un momento en que los enterramientos
desbordan ya totalmente las ciudades de los muertos y la incineración es una
solución, pero produce gases muy perjudiciales por el efecto invernadero. La
solución que proponen es muy sencilla y ya se ha ensayado. Se trata de colocar
los cadáveres –ricos en nitrógeno- sobre un túmulo hecho con un material
abundante en carbono (serrín, virutas de madera). El conjunto se humedece y se
añade más nitrógeno. Las bacterias harán que el conjunto se desintegre pues
segregan enzimas que descomponen los tejidos en aminoácidos. Las moléculas
ricas en nitrógeno se unen a las que contienen carbono y se produce en poco
tiempo un producto parecido a la tierra. El calor (unos sesenta grados)
destruye los gérmenes patógenos. No se produce mal olor. Los huesos también se
descomponen aunque tardan algo más. El producto, semejante al suelo, puede
reutilizarse como abono.
Katherine
Spade ya ha ensayado el sistema y propone la
construcción de plantas de compostaje humano, como ya se hace con los cuerpos
de los animales. Se podrían realizar ritos de despedida en edificios con varias
plantas. Los familiares y amigos podrían asistir a la primera parte del
proceso, viendo como el cadáver, tras la ceremonia, cae por una rampa, y se une
a otros cadáveres que en pocas semanas podrían ser reciclados. Cada cadáver
combinado con los materiales orgánicos necesarios podría producir un metro
cúbico de compost que se entregaría a la familia para utilizar parte del
compost en su jardín o para plantar árboles. Es un procedimiento más barato que
la incineración y, por supuesto, que el enterramiento.
Los recelos que hubiera al respecto como
la repugnancia ante el compostaje humano, sin duda serían fácilmente superables
en poco tiempo, como se asimiló la idea de incineración cuando hace cincuenta
años era totalmente rechazada por la sociedad.
He leído este artículo del NYT y me he
dado cuenta de que este es el futuro de los ritos funerarios en un breve
espacio de tiempo. Es una solución ecológica y natural que une la idea de
ritualidad con la de conectar la muerte con el ciclo de la naturaleza. De hecho
puede aportar algún consuelo al fallecido y a la familia en la constatación de
que la vida sirve para producir vida.
Sin embargo, Soylent Green, cuando el destino nos alcance sigue planeando sobre
mi imaginación y me pregunto si este proceso podría generar nutrientes que
combinados biológicamente con diversas sustancias naturales y sabores podría
ser la base de la alimentación de la humanidad en caso de una crisis ecológica
y de producción de alimentos. ¿Es impensable que nos convirtamos en productos
–sabiamente tratados- nutritivos y sabrosos, en una suerte de Soylent Green con distintos sabores
combinados con enzimas y vitaminas buenas para la salud que estuvieran en los
estantes de los supermercados en formato de yogures, danacoles, combinados con
soja, lácteos de nueva generación, carnes ecológicas, helados...?
Todo es cuestión de educación, de nuevos
hábitos, de superar viejos prejuicios. La humanidad se ha habituado a
situaciones que en un tiempo anterior resultaban impensables. Con una buena campaña de publicidad, de estudios sobre la calidad de estos
nutrientes, y cambios mentales en un tiempo que se prevé apasionante en el
terreno de la tecnología, las migraciones, la deforestación, el agotamiento de
las fuentes de alimentos tradicionales, el terreno estaría preparado. No es algo que vaya a venir en los
próximos años, pero, sin duda, en veinte o treinta años, estaremos preparados
para asumir algo que ahora parece repugnante.
De momento, ya sabemos que podremos
convertir en compost sano y productivo a cualquier amigo o familiar, y que, a
partir de ellos, surgirá la vida: un campo de flores, un manzano o una
plantación de marihuana. ¿No es estimulante saber que alguien se nos podrá
fumar y viajar? ¿Por qué no comer en una serie
de sabores a cada cual más imaginativo?