Anwen Keeling
Es difícil decir algo original en Navidad. No lo pretendo. Tengo la impresión de que cualquier mensaje que uno pueda idear tiene algo de manido y convencional. Hay a quienes les entusiasma la atmósfera de la Navidad y hay a quienes les produce urticaria esa profusión de buenos sentimientos que se combinan con el consumismo más extremo. Hay a quienes la Navidad les evoca las fechas de otras navidades en que eran niños y la viven con agrado y cierta ingenuidad que se recupera. Otros reviven en estos días navidades tristes de la infancia o las viven en soledad por razones infinitas. No deja de ser un placer ignorar esta noche y acostarse temprano leyendo un buen libro como El corazón de las tinieblas, y mañana levantarse también pronto para ir a hacer footing en una ciudad vacía.
Lo más interesante de la Navidad para un observador escéptico es tomar conciencia de que representa el acontecimiento de año que más revela el fluir cíclico del tiempo frente al fluir lineal. Ciertamente es un conjunto de ceremonias rituales que se repiten anualmente marcando el solsticio de invierno. Nuestra vida incluye un determinado número de solsticios. No sabemos si llegaremos al próximo o nos quedaremos a mitad de camino. Ignoro cuántos me quedan. ¿Veinte? ¿Diez? ¿Uno? ¿Ninguno? Comemos, bebemos, nos reunimos, bromeamos, cantamos, volvemos a oír villancicos, ponemos el nacimiento, el árbol, adornamos la casa, bajamos a Barcelona a ver el nacimiento de la plaza Sant Jaume. A veces hace frío y unimos estas fechas a una bajada de las temperaturas. El caso es que fichamos diciendo: estamos aquí, no nos hemos ido, pero hay muchas más navidades pasadas que las que vendrán (en mi caso). El tiempo gira vertiginosamente encaminándonos al abismo, pero los ritos anuales contribuyen a que algunos mitiguen su desasosiego y olviden su condición existencial mientras brindan con cava y cantan canciones de Navidad. Somos seres en tránsito, sin una especial densidad, cantamos mientras podemos, hacemos el amor con ropa interior roja (si os gusta), nos aproximamos a la chimenea y sentimos el calor que nos arropa en un universo enigmático y glacial.
Durante unos meses –hace tiempo- me fui a viajar por el oriente. Sólo me llevé un libro de lectura. Se titulaba Mito y realidad y el autor era Mircea Eliade. Me sirvió durante tres meses como reflexión en un mundo (Indonesia) en el que el mito seguía teniendo sentido. El mito es una historia sagrada que evoca un acontecimiento que ha tenido lugar en el tiempo primordial, el de los orígenes. Dicho origen da sentido a nuestra realidad, Mediante ritos volvemos a ese tiempo inaugural de modo que volvemos a renacer cada cierto tiempo. Cada rito es sagrado, la vida se colma de actos que tienen una estructura sagrada. Pero la idea es siempre la de volver a recuperar el tiempo del principio cuando el mundo estaba recién hecho, cuando todavía nada se había degradado. Volver al principio es participar de los ritos de la renovación, de la recreación, del renacimiento.
Hay quienes ven en esta concepción arcaica y mitológica un residuo de oscurantismo y de irracionalidad… pero otros consideran que en el mundo que vivimos, nuestra percepción de la realidad, absolutamente materialista y plana, impide la comprensión del íntimo latido de la realidad más misteriosa, y es el de que tendemos a volver al origen. Nos encaminamos a la muerte, teniendo quizás algunos la intuición, de que es el pórtico al renacimiento. Y en ese fluir circular se inscriben tal vez los ritos de invierno, que no podemos dejar de vivir con un secreto estremecimiento de felicidad o de honda tristeza. No pueden dejarnos impasibles o indiferentes. Es el último resto que perdura en nuestra concepción circular del mundo.
Detrás del consumismo, detrás de las cenas con los cuñados, detrás de los villancicos del Mercadona, detrás de los turrones, detrás de las ramas de acebo en nuestras puertas, detrás de toda la mercadotecnia y la tecnología que nos invade, se plasma nuestra tendencia a renacer de alguna manera, pero nuestra sociedad occidental ha perdido la posibilidad de percepción de lo sagrado. En ese tira y afloja reside nuestra navidad.
Yo por si acaso la viviré escépticamente, pero con un interno sentimiento de sorpresa y reconocimiento de que añoro ese origen, ese momento inicial del universo al que tiendo a volver.
La imagen de Anwen Keeling está tomada del blog Imagina y crea de Carmen Sabes. Es uno de los mejores blogs en la red.