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lunes, 18 de febrero de 2008

Vividores del cuento


Hoy tenía guardia de cuatro a cinco de la tarde. Estaba solo y faltaba un profesor de tecnología. He subido a la clase 5.4. y me he encontrado un panorama que quiero explicar aquí. Era un curso de adaptación curricular de segundo de ESO. La mayoría eran inmigrantes marroquíes, árabes y bereberes, lo que no es lo mismo. También había alumnos latinoamericanos y algún peninsular perdido allí. Les he explicado que el profesor tal no podía impartir la clase y que yo era el profesor de guardia y que iba a estar con ellos durante la hora. Una hora complicada. Se ha armado el guirigay porque esperaban disponer con el profesor de la sala de ordenadores portátiles para poder ver vídeos de Youtube. Era clase de tecnología.

En la clase había varias alumnas con hiyab, bereberes, que se han dedicado a enseñar los números en su lengua a alumnas latinoamericanas. Les oía su pronunciación gutural cuando actuaban como profesoras. La clase ha sido intensa pero estimulante. Mi presencia ha servido para paliar en parte la falta del profesor titular, pero he tenido que estar llamando la atención continuamente a varios de ellos que se levantaban continuamente, y servir de juez en diversas disputas surgidas entre ellos. Se pasaban papelitos diciendo que Youssef era novio de Elly o algo así. La algarabía era constante. He tenido, perdiendo la compostura, que gritar que se callaran, que estábamos en clase y que todos tenían que estar haciendo alguna faena escolar. Mi autoridad ha sido relativa, muy relativa, porque apenas he conseguido que hicieran trabajos de clase. La mayor parte han estado jugando o pasándose papelitos o levantándose para tirar papeles o véte a saber qué. “Siéntate, Lassen” he repetido veinte veces.

He sido consciente de que mi autoridad era muy relativa. Tengo una edad para ser respetado por alumnos de trece años, pero no era así. Alumnos marroquíes que sin duda respetarían como a un oráculo a sus padres o a un imán, se rebelaban y jugaban con un tira y afloja desesperante con el profesor de turno; alumnas bereberes con velo, que sin duda se mantendrían calladas ante una autoridad familiar o religiosa, se rebelaban sin enfrentamiento directo con la supuesta autoridad del profesor que estaba allí, que les trataba con todo el respeto del mundo. Alumnas latinoamericanas se juergueaban sin que el profesor supusiera demasiado recato en su comportamiento.

Me he dado cuenta de que la autoridad es algo cultural y que la escuela occidental supone un ejercicio relativo de la autoridad. La edad no es respetada en sí ni la función profesoral. No se valora la autoridad del profesor por lo que pueda enseñar o lo que pueda saber. La adolescencia, esa edad conflictiva, surge en todas las culturas como rebeldía frente a la autoridad que hemos diseñado. El profesor no llega investido de autoridad o de potestad, ha de ganársela en su ejercicio de la prudencia y del pacto que ha de estar basado en el respeto y en la elocuencia. El resultado es un equilibrio inestable. Nadie va a estar callado porque sí, y los conflictos van a surgir por doquier. Es la capacidad de empatía del profesor, su habilidad para tejer equilibrios inestables y su mantenimiento de cierta armonía interior; es su propia autoestima la que está en juego.

La escuela es un ejercicio arriesgado y conflictivo de la autoridad. Esta no se da por supuesta. Es un tira y afloja constante. Esos pequeños héroes que son los profesores, personajes que no se pueden permitir estar con la moral baja o deprimidos. Es una profesión para seres ligeros y cargados de optimismo. Aun así, cada día que pasa, decimos para nosotros mismos y para quien quiera oírnos: uf.

He querido terminar la clase despidiéndome de ellos. Han subido las sillas encima de las mesas, han cerrado las persianas y recogido los papeles –no sin conflictos-. Cuando salían les daba la mano uno a uno y me despedía de ellos con un “hasta mañana”. Casi todos me han dado la mano. Una alumna bereber se ha negado en principio, no sé si por una cuestión cultural, y otra latinoamericana ha bromeado quitando la mano cuando yo se la ponía varias veces. Era una falta de respeto evidente. Al final me la ha dado. Estaba fría. La alumna bereber al final ha venido y me ha saludado. La clase había acabado con un griterío ensordecedor que no he tomado en consideración. No, no es fácil ser profesor. Por eso me molesta tanto cuando vienen gentes ajenas a las aulas, que han huido de ellas y se han dedicado a pontificar, y nos vienen explicando en cursillos cómo deben ser las cosas dentro de ellas. Contra ellos, contra esos vividores del cuento es este post.

jueves, 14 de febrero de 2008

Rebelde sin causa

Soy instructor de un expediente disciplinario de un alumno de primero de la ESO. Vamos a llamarlo Diego Salgado como nombre ficticio. Un expediente es un procedimiento prolijo y burocrático que trata de calificar y enjuiciar el comportamiento de un alumno desconocido para el tutor del expediente.

Para mí, Diego Salgado es un absoluto enigma. Recibo su expediente en secretaría. En cuanto tengo un momento me dedico a leer sus dieciocho partes de expulsión y amonestación en clase desde el mes de setiembre. No lo conozco y leo como si asistiera a una narración en directo: el alumno se niega a sacar el material en clase, el alumno se enfrenta a la profesora de inglés y son necesarios tres profesores para aplacarlo, otro día se enfrenta agresivamente a alguno de sus compañeros, en otra ocasión se sube a una silla o golpea furiosamente la puerta. Lo que más abunda es su negativa en algunas asignaturas a hacer nada en toda la hora. Es selectivo con quien enfrentarse. Suele hacerlo con profesoras más que con profesores.

Pregunto en los pasillos acerca de su personalidad y comportamiento. Algunos profesores (hombres) me dicen que es un alumno límite al que hay que marcarle muy bien el territorio. Es inteligente. En esto coinciden todos los profesores. A pesar de su desastrosa conducta, sólo ha suspendido cuatro asignaturas en la primera evaluación. Es un muchacho ágil mentalmente.

Voy un día a buscarlo. Llego a su clase de primero y lo llamo por su nombre: Diego Salgado. Un muchacho menudo y rubio se incorpora y me mira. Soy yo, me dice. Ven conmigo. Le pido permiso al profesor y me lo llevo.

La entrevista dura quince minutos. Su aspecto es angelical. Su comportamiento, correcto y educado. Le leo sus partes de expulsión. No niega nada. ¿Por qué haces eso? –le pregunto-. En algunas asignaturas me aburro –me dice- y hago otras cosas. ¿Cómo agredir a tus compañeros o golpear la puerta o encararte con el profesor? No contesta. ¿Por qué no sacas el material en matemáticas? No contesta, pero tampoco lo niega.
¿Haces deporte? Hacía kárate. ¿Lo has dejado? . ¿Por qué? Porque me aburría. ¿Qué cinturón eras? Marrón. Practiqué kárate desde los cuatro años hasta octubre pasado. Ahora juego al fútbol.

Me quedo perplejo por la personalidad de este muchacho. Nadie que hablara con él sospecharía que se trata de un alumno conflictivo y disruptivo cuya principal base para actuar así es el aburrimiento y quizás el machismo. Estoy en contacto con el Jefe de Estudios y me dice que siguen llegando partes de amonestación de Diego. Cada día me da uno o dos nuevos.

Hablo con su madre. Está desbordada. Reconoce lo que hace su hijo. No lo disculpa. Sostiene que en la Primaria no era así, que ha pasado al llegar al instituto. Su hermana, que está en tercero, también está inmersa en un expediente disciplinario. No sabe qué hacer con él, con ellos. En casa es igual. No quiere límites. Todos los días el muchacho afirma que no tiene deberes. Sólo quiere estar en la calle. La madre procura tomárselo con filosofía. Me dice que su familia no es desestructurada, que lo que la está desestructurando es la actitud de sus dos hijos. Veo en ella a una persona centrada y paciente ante lo que se le viene encima. Me dice que ve el programa de la Cuatro SOS ADOLESCENTES para ver si le llega alguna idea. No sabe qué hacer ni con qué amenazarlo.

Reflexiono. Yo no doy clase a este muchacho. Veo en él el típico síndrome de rebeldía adolescente, que se suele pasar a los dieciséis años cuando se tranquilizan y empiezan a serenarse. He de sancionarle, pero tengo la conciencia de que poco podemos hacer, más allá de marcarle que su comportamiento no puede ser tolerado y expulsarlo unos días a su casa, lo que la madre considera más un castigo para los padres que para los muchachos. Estoy de acuerdo con ella, pero ¿qué hacer en este momento en que todo son hormonas desatadas? Hace falta tiempo. Los adultos somos frontones en los que estos chavales rebotan.

Lamento no haber leído Harry Potter. Su autora –Joanne K. Rowling- sostenía en una entrevista que en el Reino Unido, los adolescentes son considerados como una amenaza, cuando en realidad deberían ser protegidos. Tiendo a comprender a Diego, quizás porque no le tengo en clase. Si lo tuviera lo vería de otra forma. Veo en él al adolescente inteligente, desorientado y rebelde sin causa que ha entronizado la literatura en libros como El guardián entre el centeno en Holden. Es una rebeldía pura, sin objetivo, llena de rabia contra el mundo y contra la misma transformación que están experimentando en ellos mismos. Me gustaría seguir charlando con él, aunque no sé si nuestros mundos tendrían mucho que decirse. De momento he de imponerle una sanción ejemplar. ¡Qué responsabilidad!

domingo, 10 de febrero de 2008

Escuchando...


Acabo de leer un libro lleno de ideas y planteamientos sugerentes: Como una novela y su autor es Daniel Pennac. Es un libro conocido del que me han llegado ecos desde la blogosfera. Su tema es la incitación a la lectura, teniendo en cuenta que, según el autor, en su primer capítulo: El verbo “leer” no soporta el imperativo. Aversión que comparte con otros verbos: el verbo “amar”…, el verbo “soñar”… Esto me ha hecho reflexionar. La lectura es un regalo gratuito al que se llega por placer, por curiosidad, por sugerencias… pero no por mandatos imperativos.

A mi curso de tercero de ESO no le gusta leer. Fracasé con la primera lectura obligatoria del primer trimestre. La novela impuesta suele ser del gusto de los adolescentes: Rebeldes de Susan Hinton. Se la impuse como lectura, pero el resultado fue un fiasco. Sólo tres alumnos de 22 la habían leído total o parcialmente. Les pedí explicaciones y no salieron de ese generalizado “no nos gusta leer”. Son buenos muchachos que constituyen un Grupo de Adaptación Curricular. Nosotros lo llamamos “Ritmo Lento”, aunque esta poética denominación me recuerda la novela de Carmen Martín Gaite.

¿Qué hacer? No les gusta leer. Leo a Pennac y asisto fascinado a sus reflexiones. Es posible que no les guste leer, pero ¿y escuchar?. ¿Hay algo que les impida disfrutar oyendo cómo el profesor les lee una novela? La clase es conjunto de chavales marroquíes, latinoamericanos y españoles bastante bien avenidos, aunque darles clase a última hora de la mañana es una prueba difícil como contaba en un post anterior.

Recibí una sugerencia a través de un comentario de Juan Poz. ¿Qué tal Ibrahim y las flores del Corán de Erich Enmanuel Schmitt? Es un libro corto que cuenta la historia de un muchacho judío que se va a los trece años de putas. La obra discurre en un barrio de París donde hay una tienda de un musulmán –que no árabe- al que cada día Momó –el protagonista- le roba algún producto. Se hacen amigos y…

Era la peor hora. Estaban alborotados y sin ganas de hacer nada. Les propuse leerles una historia. Sólo tenían que escuchar. Empezaron a callar. Eso se salía de los cauces normales de la clase. ¿Qué clase de historia? –me preguntaron-. Escuchad y luego hablaremos –les dije-.

Comencé a leerles y pronto el murmullo inicial comenzó a disolverse y aparecieron las risas. Momó se iba de putas y les hacía regalos. Un día apareció Brigitte Bardot en el barrio porque estaba rodando una película. Silencio total. Aquellos alumnos proclives al desorden y la falta de atención, aguzaban sus orejas para seguir la historia. Si alguien hablaba, ellos rápidamente le hacían shhhhhhhhhhhhh para que se callara. Alguno se recostó sobre la mesa y siguió escuchando.

Recordé las palabras de Daniel Pennac en su capítulo 51:

Basta una condición para esta reconciliación con la lectura: no pedir nada a cambio. Absolutamente nada. No alzar ninguna muralla de conocimientos preliminares. No plantear la más mínima pregunta. No encargar el más mínimo trabajo. No añadir ni una palabra a las de las páginas leídas. Ni juicio de valor, ni explicación de vocabulario, ni análisis de texto, ni indicación biográfica… Prohibido por completo “hablar de”.
Lectura regalo.
Leer y esperar.
Una curiosidad no se fuerza, se despierta.
Leer, leer, y confiar en los ojos que se abren, en las caras que se alegran, en la pregunta que nacerá, y que arrastrará otra pregunta.
Si el pedagogo que llevo dentro se ofusca por no “presentar la obra en su contexto”, persuadir a dicho pedagogo de que el único contexto que interesa, de momento, es el de esta clase.
Los caminos del conocimiento no confluyen en esta clase: ¡deben partir de ella!
De momento, leo unas novelas a un auditorio que cree que no le gusta leer. No podré enseñar nada serio mientras que no haya disipado esta ilusión, realizado mi trabajo de celestina.

Leí cuarenta y cinco minutos en un silencio casi completo porque ellos también vivían las emociones de la obra y se sorprendían escuchándolas. Reían o se asombraban. Me maravillaba lo atentos que estaban. Por primera vez en todo el curso profesor y alumnos estábamos en la misma nave, tras tantos motines a bordo. Es como si nos hubiéramos reconciliado. ¿A quién no le gusta escuchar una hermosa historia?

Continuaremos.

jueves, 7 de febrero de 2008

El poder de tu voz

El Gobierno de España lleva ocho meses impidiendo que veas este spot de Amnistía Internacional en los canales de televisión nacionales. Han dicho que no es de utilidad pública y que además es publicidad partidista y política (prohibida fuera del periodo electoral) y por ello amenazan con multar a los medios de comunicación que lo emitan.

Me uno a la iniciativa de Amnistía Internacional y a la de Lu en A pie de aula y cuelgo este vídeo para que pueda ser visto y difundido.

Noticia según el diario 20 minutos

Me resulta increíble en un país democrático.

domingo, 3 de febrero de 2008

La escafandra y la mariposa


Un film hermoso, duro y poético en que cada plano es fruto de un arriesgado ejercicio de composición. La historia de Jean Dominique Bauby –el exitoso director de la revista de moda Elle- da un sesgo inesperado cuando sufre un infarto cerebral que le deja inmovilizado por completo bajo el “síndrome del cautiverio”, aunque su imaginación, inteligencia y memoria no quedan afectadas. Su única comunicación con el exterior es a través de un ojo y su parpadeo. A lo largo de la película vemos la perspectiva fundamentalmente de su ojo y asistimos fascinados a su movimiento y visión. ¿Es posible construir una película desde la perspectiva de un solo ojo? Julian Schnabel lo consigue en un talentoso ejercicio de dirección sin sentimentalismos que ha sido comparado con la película Mar adentro con ventaja para la cinta del director francés. La película de Amenábar, siendo buena, era más convencional y más previsible cinematográficamente hablando.

Los espectadores participamos de la voz interior del protagonista desde su desesperación inicial, a su aceptación de lo irremediable y la renuncia a la autocompasión, así como de su sentido del humor para el que también hay un lugar en la película, y también del erotismo y el placer porque la imaginación del protagonista sigue activa como esa mariposa que da título al film.

La película de Schnabel no cae en lo melodramático. Mantiene cierta distancia con lo que cuenta que nos es mostrado como documento vital implacable, y del mismo modo somos conscientes de la aventura existencial que presupone la vida pendiente de ese párpado del protagonista.

Hay algunos seres humanos que puestos en circunstancias límite, sacan de sí lo mejor, lo que nunca hubieran esperado que estuviera dentro de ellos. Bauby, en esas condiciones, logró comunicarse con el exterior y dictar un libro -letra a letra- lleno de fuerza y vida titulado La escafandra y la mariposa.

Salí del cine tocado y emocionado. Me costó escapar de la película y aun habiendo pasado dos días desde que la vi, siguen apareciendo en mi memoria retazos de la misma. Cine lleno de riesgo y de profunda sensibilidad.

jueves, 31 de enero de 2008

La burbuja


Desde el año pasado promuevo la cultura blogger entre mis alumnos de cuarto de ESO. Creo que es importante que conozcan esta nueva forma de comunicarse y de expresarse. Sin embargo, este curso en que se abrieron una veintena larga de blogs, pocos han podido superar los dos meses de funcionamiento. La mayoría han muerto por falta de renovación y los dos que subsisten están perdiendo fuerza y preveo que pronto se quedarán encallados. Uno de ellos, El blog de una incomprendida es un resumen diario de las clases en el instituto, así como de sus momentos de ocio. La autora es una interesante alumna que ha mantenido la antorcha pero está a punto de desertar. El otro blog es una declaración de amor en la red apasionada en que reitera mensajes de amor a su chico, al que quiere más que a cualquier otra cosa en el mundo.

La mayoría de los blogs han muerto, pero sí que hay algunas constantes. La mayoría de los autores han sido chicas que han llenado de colorines, especialmente rosa, azul y verde la tipografía con que escribían. Eran declaraciones de amistad o de amor, letras de canciones o vídeos musicales y alguna vez fotos de alguna serie de televisión. Otros se han limitado a ir resumiendo día a día lo que era su vida en el instituto.

Me doy cuenta de que la cultura blogguer que tiene como centro el blog es demasiado textual y reflexiva para lo que son sus necesidades. Hay otro tipo de artilugios como el fotolog, que mezcla fotos, comentarios y música, que satisfacen más sus deseos expresivos. La mayoría de blogs no tenían comentarios, y un blog sin comentarios es un blog que difícilmente resiste. No ha calado entre ellos este tipo de instrumento expresivo.

Me pregunto por qué mis alumnos adolescentes no van más allá de su cotidianidad y no son conscientes de los temas que genera nuestra sociedad. Ninguno se hace eco de los graves problemas que tiene la humanidad. Me pregunto por qué la realidad no llega hasta ellos. Me refiero a la realidad de los conflictos étnicos como los de Kenia que son estremecedores y apuntan a una repetición de los sucesos de Ruanda en 1994 ante los que occidente se quedó pasivo; me refiero a realidades como los de la inmigración sangrante que hace que lleguen día sí y día también pateras y cayucos a las costas de Motril y Canarias; me refiero al calentamiento global que está haciendo que tengamos uno de los años más cálidos y menos lluviosos de hace décadas, confirmando las predicciones más agoreras de los especialistas en clima; me refiero a la globalización y a la desesperación de buena parte de la humanidad aplastada por los esquemas económicos de los siete grandes. Me pregunto qué ha de pasar para que los jóvenes sean conscientes del mundo tan frágil que estamos viviendo.

lunes, 28 de enero de 2008

Profesor en la Secundaria


¿Qué es Profesor en la Secundaria? Para empezar un conglomerado de contradicciones. El blog oscila entre la esperanza y la desesperanza. No es obra de un neófito que encuentra motivos de ilusión en cada clase que imparte. No. Me cuesta generarla en el día a día. Reconozco que la sensación de inutilidad me invade a menudo. Hay muchos elementos que te impiden tener una actitud abierta a la esperanza. Los alumnos se hacen al margen tuyo y tus enseñanzas les rozan colateralemente. Eres una parte de su vida, pero no fundamental. Hay muchas otra fuentes de información: la televisión, los videojuegos, las revistas adolescentes, las películas porno, la calle… El instituto es sólo una pequeña parte de la jugada. En ella no suelen poner lo esencial de ellos mismos. Alumnos aceptables me han reconocido que ¿para qué van a estudiar más de lo imprescindible para aprobar? Ese esfuerzo suplementario que sería una apuesta por el conocimiento es raro, muy raro. Los mejores alumnos apuestan lo justo para ir tirando, nunca por la excelencia. De los alumnos que apuestan por el mérito he tenido algunos en los últimos años, pero son más bien limitados, y no suelen estar bien vistos por sus compañeros.

El profesor voluntarista ve en esta enseñanza una oportunidad de equilibrar el mundo, el profesor pesimista, como el que este blog encarna, ve en ello una llamada al azar. Es posible que entre tantos seres humanos que pasan delante de ti, haya alguno que concuerde contigo, que escuche tus palabras, al cual tu mensaje sea un punto de referencia. Es extraño, pero a veces sucede así. Las posibilidades contrarias son inmensas, pero también hay que decir que las que hay a favor tampoco son insignificantes. Para la mayoría no significarás nada más que una situación enojosa y fastidiosa aguantada como una hora más del horario. Pero habrá alguno al que tus palabras le revelarán un mensaje que llegue a su alma, no porque tus palabras sean importantes, sino porque en tu sedimento histórico y existencial hay también coincidencias extrañas.

Julián Sorel se identificaba con Napoleón en El rojo y el Negro, y lo ocultaba cuidadosamente para no ser descubierto. También a veces existen complicidades con los alumnos, complicidades encubiertas que lleva a que tus palabras sean especialmente escuchadas. No en vano has leído a Dostoievski y a Boris Vian, a Tolstoi y Cervantes. Has ampliado tu horizonte humano y te defines como no nacionalista. No tienes ninguna tierra que pueda ser inequívocamente tuya, a excepción de la literatura. Te encuentras entre los trasterrados. Como Machado que no se sentía andaluz o Juan Goytisolo que ha decidido identificarse con Marraquesh, antes que con Catalunya que le vio nacer. No tienes equipo de fútbol ni nación que te cobije. Eres definitivamente pobre y alguno en foros nacionalistas ha aludido al vacío de tu alma porque no te sientes de ningún lado. Otros tienen banderas, himnos, historia, cultura, lengua, unidad de destino en lo universal. Tú estás vacío, y sólo te llena leer a Thomas Mann, a Robert Walser, a Haruki Murakami o a Cormac MacCarthy. No te sientes tan extraño en compañía de Bartleby el escribiente o el insecto que protagoniza La metamorfosis. Tu patria es la literatura. Y puede ser que a veces, raras, encuentres, a alguien cuya patria sea la misma que la tuya, que no tenga bandera ni historia, ni orgullo, ni casta… y con él puedas enhebrar un diálogo de tristezas y soledades, también de luces y certidumbres. Es improbable, pero no imposible. Por eso, siempre, respeto a mis alumnos, porque cada uno sigue su proyecto vital y todos son tan válidos o extraños como el mío.

jueves, 24 de enero de 2008

Mierda de artista


Escribo mi primer post después de haber presentado mi blog al premio Espiral de Edublogs. Quizás alguien me lea por primera vez. Pretendo reflexionar sobre el sentido de este blog que tiene menos contenido pedagógico que reflexivo sobre mi tarea docente. No pienso que sea un profesor especial. Me considero bastante limitado y todavía con un largo camino para aprender. Pretendo que el blog sea una conciencia autorreflexiva y existencial sobre el modo de estar en el mundo de un profesor que muchas veces siente cansancio y desgana, pero también en ocasiones se ve invadido por un placer inmenso de estar haciendo lo que hace. No me ofrezco como modelo –dejo bastante que desear- pero sí ofrezco pistas en que se entremezclan desilusiones y pesimismos junto con otras visiones más luminosas que me gusta cultivar.

A veces me pregunto si soy un profesor que mima demasiado a sus alumnos. Algún exalumno me ha hecho reflexionar sobre ello. Les dejo una hora semanal de lectura libre en clase –que ha arraigado y puedo decir que es positiva en un ochenta por ciento de los casos. Hay concentración y motivación en general-; les llevo los ordenadores portátiles cada quince días para que se introduzcan en la cultura blogger. Les propongo cuestiones sobre las que han de reflexionar. Para mi sorpresa en primero de bachillerato, los alumnos del año pasado que editaron sus propios blogs y dejaron comentarios en el blog de la clase, participan activamente en el blog de la clase de filosofía en los temas que propone el profesor o los alumnos. Me doy cuenta de que aquello fue un abrir camino.

Les he pedido asimismo que este año escriban una novela de unas veinte páginas de acuerdo a unas pautas estructurales. La novela ha de ser editada y encuadernada y su resultado ha de suponer un orgullo para ellos. Nuevamente para mi sorpresa, veo a bastantes alumnos enfrascados a todas horas en la composición de la dichosa novela. Me piden tiempo para poderse dedicar a “su novela”. Parece que la idea está germinando lentamente y no me cabe duda que en mayo –fecha de la presentación de la novela- tendré ocasión de leer relatos interesantes y llenos de vida.

Sin embargo, me cuestiono acerca de esa tentación mía de que la asignatura les guste. Se ha dicho que el conocimiento es fruto del esfuerzo y que las jóvenes generaciones eluden este esfuerzo. Y es cierto. Si algo puede simplificarse, si algo puede presentarse fácilmente, se hace sin rigor y sin demasiada conciencia de lo que significa el esfuerzo cualitativo. Aun y así, me gusta seducirles, contarles historias, hacer de ellos conciencias activas, hacerles reflexionar, especialmente en tardes tediosas cuando todos están invadidos por el sopor del mediodía.

Hoy hemos hablado de las vanguardias. Un tema muy querido por mí. El libro de texto ofrecía una información convencional, muy árida y poco significativa sobre la conmoción que supusieron las vanguardias en los primeros treinta años del siglo XX. Imagínense: cubismo, futurismo, expresionismo, dadaísmo y surrealismo. Nombres vacíos para ellos. ¿Cómo llenarlos de contenido? He tenido que apelar a mis reflexiones, a mi experiencia, a anécdotas de mis años en el COU cuando mis alumnos tenían un mes para preparar por grupos un acto de naturaleza vanguardista de los que he citado. Les he contado cómo alumnos surrealistas rivalizaban con alumnos dadaístas. Ya se sabe que el surrealismo surgió de una costilla de Dadá. Sé por propia experiencia que alumnos que participaron en los grupos de estética surrealista, se vieron impelidos a experimentar con tal fuerza en el territorio de la violencia y el sexo que tuvieron que parar –según su testimonio. Algunos de ellos quince años después siguen ligados a aquella experiencia iniciática que duró escasamente treinta minutos o quizás menos. Dése a un adolescente la libertad creadora del surrealismo para que expulse sus fantasmas de forma artística, sin limitaciones morales o sociales y moverá el mundo. Sólo si se ensucia, ha de limpiarse y si se rompe algo, es a su cargo.

Hemos hablado de aquello y de Marcel Duchamp. Su “fontana” –urinario de la marca Mutt- considerado como la obra de arte más representativa del arte del siglo XX; también hemos hablado del Piero Manzoni que enlató en docenas de latas su propia mierda. Se guarda en los museos como oro en paño. ¿Qué es el arte? ¿Qué define un objeto como artístico? Dada puso en cuestión toda noción previa del arte. Y eso lo notamos cuando visitamos cualquier museo de arte contemporáneo en que todo parece ser una inmensa broma.

Hoy hemos hablado de arte y representación, pero hemos sido muy poco académicos. He preferido que tuvieran enfrente de ellos a un profesor entusiasmado, quizás un poco ingenuo. He preferido que tuvieran enfrente al pequeño artista que llevo en mí, que al profesor cansado que repite lo que ni a él mismo le interesa. ¿Mimo a mis alumnos? Puede ser. Pero no concibo otra forma de ser profesor cuando las circunstancias me lo permiten y no tienes que luchar con la disciplina. Ojalá les haya llegado algo de la pasión que he puesto en ello. Nunca se sabe cuando uno está sembrando algo duradero.

lunes, 21 de enero de 2008

Un ejercicio de sinónimos y antónimos


Hoy he llegado a clase de tercero de Eso a las doce y media. Sé que es una hora difícil para impartir clase. A veces llego y la profesora de mates me dice con gesto de complicidad que los chicos “están como el día”. Hoy en cambio, me ha dicho que habían estado trabajando durante cuarenta y cinco minutos muy bien. Me armo de paciencia. Sé que han de pasar quince minutos de peleas, gritos, empujones e insultos varios para que la clase puede empezar. Aun así, de vez en cuando los alumnos a propósito de voces que salen de todas partes, van haciendo la ola. Uuuuuuuuuhhhhhhhhhhhhh –gritan todos cuando uno de ellos protesta porque alguno le ha dicho o le ha hecho algo. Les he dado una parrilla de términos de los que han de encontrar sinónimos y antónimos con unos diccionarios de la editorial VOX. No alzo la voz, espero que la tempestad vaya amainando, luego, como aconseja Lu voy haciendo shhhh muy bajito. Les trato con exquisita cortesía. No sale de mi boca ningún calificativo insultante oiga lo que oiga. Sé que estos alumnos son indisciplinados y tienen sus ritmos, pero no toleran ningún término ofensivo, tampoco la ironía. Media hora después consigo un ritmo de trabajo entreverado de comentarios en voz alta. No pueden trabajar en silencio. A medida que pasa la hora, voy respirando tranquilo. El ejercicio es interesante, pero dudo que les esté sirviendo de algo. Lo hacen demasiado rápidamente para que puedan retener la información. Les voy ayudando cuando tienen algún problema. No encuentran las palabras o no saben dónde están los antónimos que aparecen con letra mayúscula. El ejercicio está pensado para una hora. Algunos van más lentos y otros lo acaban diez minutos antes. Pretendo que amplíen su vocabulario, pero lo hacen de forma mecánica, sin reflexionar. En el fondo no les interesa el contenido del ejercicio. Les atrae lo que tiene de mecánico. Es como un juego. Se trata de rellenar huecos. Funciona pero no les ayuda a aumentar su vocabulario. No sienten ninguna curiosidad por ello. Cada uno sabe expresarse a su nivel y logran establecer comunicación entre ellos.

A propósito de esto, a veces me pregunto si el lenguaje es realmente el soporte del pensamiento, lo que es lo mismo que preguntarse si “pensamos” gracias al lenguaje, si un lenguaje elemental sólo puede producir un pensamiento elemental. No lo sé ciertamente. Sé que la cultura no nos hace mejores personas. Se dice que la cultura amplía nuestro universo y nos hace más ricos. No lo sé. Mis alumnos de tercero parecen vivir pletóricos y no sienten ninguna necesidad de ampliar su universo mental. No son malas personas. Sólo has de considerar sus biorritmos, sus horarios, sus necesidades expresivas. El profesor, entonces, asume toda la nueva pedagogía, incluido el constructivismo, y se da cuenta de que lo importante no son necesariamente los conocimientos, sino los valores y las actitudes. Estos chavales están necesitados de reconocimiento, se muestran muy seguros de sí mismos pero no lo están tanto. Los estudios significan más de lo que nos quieren hacer creer. Su comportamiento altamente inestable, ese no poder callar, es signo de inquietudes más hondas. ¿Quién les dará la voz a estos muchachos en la vida? Probablemente la escuela sea la única institución que les vaya a respetar. Cuando salgan de aquí estarán abocados al mercado laboral y allí ya no podrán hacer la ola, ni pasarse con el encargado. Ellos lo saben. Nos respetan hasta cierto punto. Su malestar es más profundo que las normas de disciplina. Necesitan saltárselas y el profesor se convierte en un psicoterapeuta. Su especialidad en lengua y literatura le sirve de bien poco. Sabe que les va a enseñar escasos conceptos. Estos alumnos no pasarían el informe PISA, pero de lo que se trata aquí no es de productividad. Estos chavales están necesitados de respeto y su comportamiento es una provocación para ponerte a prueba. Conoces, pues, las reglas del juego. Antes de entrar en clase, haces acopio de pensamiento oriental. Si te atacan, retrocede; cuando el enemigo duerma, tú estate despierto; cuando el enemigo duerma, ataca. Nunca respondas a una agresión ni a un insulto. Da la mano a quien te ofenda y pídele disculpas por tu falta de tacto si alguna vez te has excedido. Si puedes, hazles reflexionar, pero no te recrimines si no lo logras. Estar ahí en medio, es la prueba de fuego. Sobre todo, si después de una clase, logras todavía decirte que te caen bien, que en el fondo y en la forma los aprecias, aunque hayas podido hacer bien poco.

Ser profesor es una de las profesiones más endiabladamente difíciles que hay. Nunca acabas de aprender, y cuando lo haces, te han cambiado todas las preguntas.

jueves, 17 de enero de 2008

Un reloj en la selva


Los jueves tengo guardia de patio durante treinta intensos minutos. Tengo adjudicada una parte del patio, junto al huerto. La verja de alambre que lo rodeaba yace caída contra las lechugas y las berenjenas. No ha podido soportar el embate de los chavales jugando al fútbol y que se tiraban sobre ella. Una guardia de patio es la posibilidad de observar a los chavales en treinta minutos de licencia de las clases: unos juegan al básquet, parejas se besan y se acarician apasionadamente, algunos se dedican insultos que no pueden figurar aquí, otros se tiran bolas de papel de aluminio buscando la cabeza hasta que el profesor se lo prohíbe, pero ellos lo siguen haciendo en cuanto se despista... El patio aparece, después de esta media hora, como el escenario después de una batalla: tetrabriks, bolsas de ganchitos, pelotas de aluminio, envases de actimel, restos de comida…

Me paseo entre ellos. Siempre hay alguna situación de enfrentamiento en la que hay que intervenir. No es extraño ver a un alumno en el suelo porque otro le ha dado una patada gratuitamente. Atiendes al alumno y das parte al Jefe de Estudios si logras descubrir quién es el agresor.

Una guardia de patio es un observatorio extraordinario para percibir qué es el centro donde impartes clases. Se desata una energía incontenible tras tres horas seguidas de clase, pero la vuelta a las aulas es igual de problemática. Los chavales llegan excitados después de esta expansión de emociones. Retornar a clase es harto problemático y necesita de la mano izquierda de los profesores para que los adolescentes –que parecen internos de una prisión- vuelvan a lo académico.

A mí me gustan las guardias de patio porque desde hace unas semanas, un alumno, Marcos, viene a hablar conmigo. Es colombiano y lleva en España unos tres o cuatro años, pero no logra olvidar la selva colombiana de donde procede. Me cuenta recuerdos de su país. Él era allí un alumno ejemplar. Varias veces ganó el premio al mejor estudiante del trimestre. En el patio les hacían formar a todos izando la bandera nacional y, oyéndose el himno, le entregaban la mención honorífica. Él se ha integrado bien aquí, es un alumno querido y respetado, aunque no reciba la distinción patriótica que merecía allí. Sus notas son bastante mejorables, pero es un muchacho con el que se puede hablar por su sentido común e ideas propias. Emana calidez y bonhomía. Me cuenta historias de su país, de su población, en una zona dominada por la guerrilla colombiana. Su abuela era alcaldesa del pueblito cuando entraron los de las FARC y retuvieron a varios ciudadanos. Él era pequeño, pero recuerda la intensidad del conflicto, igual que cuando su abuela se dirigió a los guerrilleros, sin miedo aparente, a pesar de sus fusiles de asalto, sus gorras y sus largas barbas, pidiéndoles la libertad de los vecinos secuestrados. Me lo cuenta emocionado y así lo ha relatado en la novela que tienen que escribir de entre quince y veinte páginas. Su relato –es el primero en mostrarme un borrador- es un prodigio narrativo por la intensidad de la vida que está contenida en él. Es emoción pura, es reflexión consciente sobre lo que él representa sobre el mundo, es asimismo un agradecimiento constante a Dios por todo lo que le ha dado, aunque él lamenta que su padre se fuera, cuando él era pequeño, para no volver. Tendría ganas de charlar con él y verlo de nuevo. Por ello, quizás no soportó la lectura de la Carta al padre de Franz Kafka, como escribí hace unas semanas.

Últimamente se ha leído Crónica de una muerte anunciada de su compatriota Gabriel García Márquez. No le gusta leer, pero esta obra le encanta y se la ha leído tres veces. Le he propuesto que lea El amor en tiempos del cólera o Cien años de soledad, y me ha dicho que se lo pensará. Teme que sean obras demasiado largas o complicadas. Intento animarle. Me gusta charlar con él porque tengo la sensación de estar hablando con un joven reflexivo y vital a la vez. No hay muchos alumnos como él con los que la charla resulte igual de nutritiva y enriquecedora. Hablamos diez minutos y luego nos despedimos porque he de ir a atender a alguien o él se va a seguir jugando al básquet.

En sus ojos detecto esa nostalgia de su país, de ese mundo mágico en que él nació en el que las cosas maravillosas eran comunes y cotidianas como relató alguna vez el maestro Gabo. Los cangrejos azules existen sobre playas de arena blanca, tan blanca como no la hay en ningun lugar en el mundo. Cuando hablo con Marcos tengo la impresión de que hablo con una cultura antigua, llena de sensatez por un lado, y de magia por otro. Sin duda, su novela, que ha de presentar junto con sus compañeros sobre primeros de mayo, estará llena de belleza caribeña y de sentir emocionado de la existencia. Ya la he leído, sólo falta pulirla en cuanto a la puntuación, pero quién sabe lo que hubiera pensado el autor de El otoño del patriarca sobre su economía en cuanto a signos de puntuación…Al fin y al cabo, según lo miremos, los puntos son tan inútiles en un texto como un reloj en la selva.

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