Páginas vistas desde Diciembre de 2005
jueves, 30 de diciembre de 2010
The end
THE END
Cargado por Premium-films-Tv. - Videos web independientes.
Os sugiero que no leáis los comentarios hasta ver el vídeo para no tener pistas. Este corto francés está bien para acabar el año. ¿Qué os parece?
sábado, 25 de diciembre de 2010
Thought of you
Thought of You from Ryan J Woodward on Vimeo.
Vídeo conocido a través del blog de Rosa Musicasabinamora. Necesitaba algo alegre y vital para este final del día de Navidad. El desenlace es algo desconcertante... ¿Qué opináis?
Dedicado a todos que pasáis por aquí y dais calor a la blogosfera.
viernes, 24 de diciembre de 2010
Tiempo cíclico y Navidad
Anwen Keeling
Es difícil decir algo original en Navidad. No lo pretendo. Tengo la impresión de que cualquier mensaje que uno pueda idear tiene algo de manido y convencional. Hay a quienes les entusiasma la atmósfera de la Navidad y hay a quienes les produce urticaria esa profusión de buenos sentimientos que se combinan con el consumismo más extremo. Hay a quienes la Navidad les evoca las fechas de otras navidades en que eran niños y la viven con agrado y cierta ingenuidad que se recupera. Otros reviven en estos días navidades tristes de la infancia o las viven en soledad por razones infinitas. No deja de ser un placer ignorar esta noche y acostarse temprano leyendo un buen libro como El corazón de las tinieblas, y mañana levantarse también pronto para ir a hacer footing en una ciudad vacía.
Lo más interesante de la Navidad para un observador escéptico es tomar conciencia de que representa el acontecimiento de año que más revela el fluir cíclico del tiempo frente al fluir lineal. Ciertamente es un conjunto de ceremonias rituales que se repiten anualmente marcando el solsticio de invierno. Nuestra vida incluye un determinado número de solsticios. No sabemos si llegaremos al próximo o nos quedaremos a mitad de camino. Ignoro cuántos me quedan. ¿Veinte? ¿Diez? ¿Uno? ¿Ninguno? Comemos, bebemos, nos reunimos, bromeamos, cantamos, volvemos a oír villancicos, ponemos el nacimiento, el árbol, adornamos la casa, bajamos a Barcelona a ver el nacimiento de la plaza Sant Jaume. A veces hace frío y unimos estas fechas a una bajada de las temperaturas. El caso es que fichamos diciendo: estamos aquí, no nos hemos ido, pero hay muchas más navidades pasadas que las que vendrán (en mi caso). El tiempo gira vertiginosamente encaminándonos al abismo, pero los ritos anuales contribuyen a que algunos mitiguen su desasosiego y olviden su condición existencial mientras brindan con cava y cantan canciones de Navidad. Somos seres en tránsito, sin una especial densidad, cantamos mientras podemos, hacemos el amor con ropa interior roja (si os gusta), nos aproximamos a la chimenea y sentimos el calor que nos arropa en un universo enigmático y glacial.
Durante unos meses –hace tiempo- me fui a viajar por el oriente. Sólo me llevé un libro de lectura. Se titulaba Mito y realidad y el autor era Mircea Eliade. Me sirvió durante tres meses como reflexión en un mundo (Indonesia) en el que el mito seguía teniendo sentido. El mito es una historia sagrada que evoca un acontecimiento que ha tenido lugar en el tiempo primordial, el de los orígenes. Dicho origen da sentido a nuestra realidad, Mediante ritos volvemos a ese tiempo inaugural de modo que volvemos a renacer cada cierto tiempo. Cada rito es sagrado, la vida se colma de actos que tienen una estructura sagrada. Pero la idea es siempre la de volver a recuperar el tiempo del principio cuando el mundo estaba recién hecho, cuando todavía nada se había degradado. Volver al principio es participar de los ritos de la renovación, de la recreación, del renacimiento.
Hay quienes ven en esta concepción arcaica y mitológica un residuo de oscurantismo y de irracionalidad… pero otros consideran que en el mundo que vivimos, nuestra percepción de la realidad, absolutamente materialista y plana, impide la comprensión del íntimo latido de la realidad más misteriosa, y es el de que tendemos a volver al origen. Nos encaminamos a la muerte, teniendo quizás algunos la intuición, de que es el pórtico al renacimiento. Y en ese fluir circular se inscriben tal vez los ritos de invierno, que no podemos dejar de vivir con un secreto estremecimiento de felicidad o de honda tristeza. No pueden dejarnos impasibles o indiferentes. Es el último resto que perdura en nuestra concepción circular del mundo.
Detrás del consumismo, detrás de las cenas con los cuñados, detrás de los villancicos del Mercadona, detrás de los turrones, detrás de las ramas de acebo en nuestras puertas, detrás de toda la mercadotecnia y la tecnología que nos invade, se plasma nuestra tendencia a renacer de alguna manera, pero nuestra sociedad occidental ha perdido la posibilidad de percepción de lo sagrado. En ese tira y afloja reside nuestra navidad.
Yo por si acaso la viviré escépticamente, pero con un interno sentimiento de sorpresa y reconocimiento de que añoro ese origen, ese momento inicial del universo al que tiendo a volver.
La imagen de Anwen Keeling está tomada del blog Imagina y crea de Carmen Sabes. Es uno de los mejores blogs en la red.
martes, 21 de diciembre de 2010
El túnel y mi iPad.
Ernesto Sábato
Lo confieso: me ha dominado el deseo, posiblemente el consumismo, tal como adelanté en algún post anterior. Llevaba meses dándole vueltas al asunto. Había visitado varios supermercados de tecnología: el Mediamark, el Fnac, El Corte Inglés. En todos ellos buscaba a algún dependiente, en horas de no demasiado público, para intercambiar con él impresiones sobre el dispositivo de Apple. No sé por qué pero en todos los almacenes que he visitado los empleados eran hombres, jóvenes y dinámicos. ¿Acaso el mundo de la tecnología atrae mucho más poderosamente a los varones que a las mujeres? Lo cierto es que yo iba con dudas de todo tipo porque en un principio partía de cero sobre la realidad y funciones del iPad. Busqué alternativas en otras marcas como Toshiba o Samsung, pero ninguna me llegó a convencer. Sus aparatos me resultaban rudimentarios al lado del increíble iPad. En alguna ocasión, tras una charla provechosa con el amable empleado que me atendió, nos despedimos con afecto, aunque yo ya sabía que no lo iba a comprar allí. He comentado mis dudas con amigos con los que he mantenido interesantes conversaciones. Uno de ellos que leyó la referencia que hice en el blog, me comentó que por fin aparecían públicamente un vicio o una debilidad míos, ya que, según parece, soy alguien que se presenta orlado de misticismo y lleno de idealismo. Mi intenso deseo tecnológico me hace bajar al terreno de los seres normales, llenos de pequeños o grandes defectos, como mi ansia por un objeto revestido de cualidades casi mágicas. Me interesó el comentario de mi amigo. Puedo dar, sin proponérmelo, una imagen demasiado exquisita, como si fuera un ser puro y perfecto, repleto únicamente de grandes idealismos. Y la realidad no es así ni siquiera por aproximación. Todos tendemos a dar una imagen mejorada de nosotros mismos. Hay pocos hombres de una sola pieza, que no tengan contradicciones, e incluso en ellos seguro que existen los ángulos oscuros.
Tengo ya mi iPad 3G de 64 gigas. He esperado durante meses, imaginándolo, teniéndolo en mis manos en las tiendas de tecnología, buscando debates en foros de internet que me informaran sobre él, conociendo las grandes utilidades de este instrumento y también sus insuficiencias. He experimentado el deseo como hacía tiempo que no hacía. Me gustaba en momentos de tristeza o dolor, imaginarme con el aparato en mis manos como si estuviera dotado de cualidades maravillosas para conjurar el sufrimiento, y lo cierto es que llegaba a sonreírme ante cualquier pequeña o gran adversidad pensándome con mi iPad.
He comenzado incluso a leer un libro en formato digital. Concretamente El túnel de Ernesto Sábato que leí hace más de veinte años, y lo cierto es que me ha vuelto a subyugar la historia del pintor que se enamora de una mujer que observa en un cuadro un aspecto no considerado por la crítica, un detalle marginal, pero que al pintor le demuestra que es la única que ha comprendido su obra. Siento una sensación parecida a la que sentí en 1996 cuando por primera vez navegué por internet en un cursillo de la Generalitat. Me dije con orgullo: soy internauta. En este sentido advierto que ahora ya soy lector digital, a pesar de mis reparos manifestados en este blog. He puesto la pantalla con una luminosidad tenue y de momento no me resulta fatigosa la lectura.
Ha sido admitido ya como un miembro de la familia e incluso mi hija mayor le ha puesto nombre, y es que en esta casa muchos objetos tienen su propio nombre o apodo. Nos encanta bautizar a los personajes aparentemente inertes de nuestra vida cotidiana con un apelativo afectuoso que hace que nos los incorporemos. Mi iPad se ha transformado en los dos o tres día que hace que lo tengo en un protagonista indiscutible de mi modo de entender mi relación con la tecnología.
Es un dispositivo fascinante.
Recuerdo el tiempo en que me decía a mí mismo –en los primeros tiempos de mi carrera docente- que me mantendría al margen de la rudimentaria informática que había en los años ochenta del siglo pasado.
Hoy puedo decir que mi realidad es tecnológica en buena parte de mi vida. Tal vez debería enmendar esto con ese viaje nunca llevado a cabo de varios meses vagabundeando por África. Creo que sentiría un placer igualmente intenso de poder prescindir durante ese tiempo de cualquier relación con la tecnología y volver a mi diario personal escrito manualmente con pluma estilográfica. Me atraen los extremos.
He escrito este texto con mi iPad. Lo comparto con vosotros.
Espero que no haya alguno que se diga con toda la razón del mundo. ¿Qué diablos es en realidad un iPad?
viernes, 17 de diciembre de 2010
En la planta geriátrica
Pasar un tiempo en un hospital te da una medida bastante aproximada de la fragilidad humana. He estado unos días como acompañante en la planta tercera de un hospital público y he tenido ocasión de asistir en la sección de geriatría al encuentro con el lado menos glamouroso de la vida: la enfermedad, la decadencia y la vejez. Cuando salía de la habitación donde estaba, recorría los pasillos en las largas horas de espera. Algunas habitaciones estaban abiertas, a pesar de los carteles en todas las puertas que pedían, para preservar la intimidad, que se cerraran las citadas puertas. Ello me daba ocasión de ver a los ancianos que allí estaban hospitalizados, observar cómo tenían el estado de ánimo o cómo les daban de comer los visitantes que tenían… Asusta verse en ese espejo que nos está aguardando en un futuro más o menos cercano, pero en esta ocasión he querido contemplar la vejez y las enfermedades que la acompañan no como un fracaso existencial ni como una desgracia, sino como un estado necesario del ser. He querido ver sin anteojeras el hecho de envejecer, sin juzgarlo negativamente, sólo considerándolo como una parte de nuestra vida, como una pieza única en nuestra vida, igual que lo es la niñez o la madurez. He intentado vencer el horror que me inspiraba en otros momentos de mi vida y he considerado frágiles y hermosos a los ancianos que veía. Una de ellos –Teresa- tenía alzheimer desde hace cinco años. Su mirada parecía perdida y tímida. Yo la miraba y le saludaba, pero no interaccionaba con mis miradas. No sé en qué estado estaba. Vagaba perdida en el vacío. Sus hijas –las dos testigos de Jehová- la cuidaban con devoción. He tenido ocasión de hablar con ellas por separado. Recordaban a su madre plena de vida, cantando jotas, activa y vivaracha cuando ahora tienen que cuidarla como a un bebé, en este estado extraño de desconexión con la memoria de todo lo que un día fue. Lo más emocionante del caso es ver cómo la trataban, cómo la querían las dos hermanas, personas sencillas y alegres. La madre tenía ochenta y cuatro años y estaba toda llagada por pasarse la vida tumbada. No obstante, su rostro me parecía sereno y en paz.
Otra anciana parecía malhumorada, no quería comer ni beber y parecía dar la impresión de que se estaba dejando morir, como si hubiera llegado ya a un límite de desgaste en que ya hubiera elegido no seguir viviendo. Intuí una vida dramática que abocaba a la desolación y a la soledad, tal vez la desesperación. Su única liberación era la ensoñación en la que pasaba sumida largos ratos. Otro daba berridos cada pocos segundos. Cada uno enfrentaba la situación como podía, y uno podía percibir en la planta un cierto estado de ánimo colectivo.
Uno en la vejez recibe tal vez lo que ha sembrado y es la culminación de todo lo que se ha sido en vida. Alguna vez llegué a pensar que cuando uno llegara a la edad provecta se produciría en un incierto momento algún tipo de iluminación sobre la propia existencia. Pero me doy cuenta de que esto no es así. Uno es el mismo que ha sido siempre pero viejo. Las metáforas optimistas de que uno crece en sabiduría no son necesariamente indiscutibles. La vejez es recapitulación, vértigo, atravesar las lindes del desierto, abandono, luz melancólica de otro tiempo que ya no volverá, aledaños de la muerte, aunque también puede ser plenitud y éxtasis, pero para esto tendríamos que preparararnos para saber envejecer. Se ha mitificado tanto la juventud que todo parece decadencia cuando nos alejamos de ella e intentamos prolongarla. No sé tampoco si la vejez habría que asumirla con un gesto de rebeldía o de estoicismo. Ayer me enteré que Juan Belmonte, el famoso torero amigo de Hemingway que lo hizo personaje de sus novelas Fiesta y Muerte en la tarde, se suicidó a los setenta años enamorado de una jovencísima amazona que no le correspondía, y aquejado de una dolencia que le impedía montar a caballo. ¿Fue el suyo un acto de rebeldía e insumisión ante lo inevitable?
Miraba en mi deambular por los pasillos blancos a los internados y el contraste vivo con las jóvenes enfermeras que los cuidaban positivas y llenas de vitalidad. Descubrí alguna mirada de alguno de los ancianos que se dirigía llena de deseo hacia la juventud y la belleza que representaban esas ninfas de los pasillos que tratan con familiaridad a los ochentones. No hay sitio en que más se aprecien unos ojos hermosos, una voz amable, unas curvas insinuantes debajo del uniforme verde que en un hospital en la planta geriátrica. No sé por qué la enfermedad por contraste nos lleva al ansia de belleza y de sensualidad. También lo hace la presencia de la muerte, y probablemente la vejez.
Me queda la ilusión de que puede deteriorarse la cáscara, pero seguir animoso y potente el espíritu. Pero no sé si esto es sólo una imagen que ansío. En algunos ojos de aquellos ancianos detectaba la desilusión y la rendición más que el desafío.
Me imagino siendo algún día en un hospital un viejo lleno de pensamientos inspirados por Venus, pero eso sí con un rostro de no haber roto un plato en mi vida. Nadie sabrá jamás qué pasa por mi imaginación. Sólo vosotros que me leéis desde la lejanía.
sábado, 11 de diciembre de 2010
Las ciudades invisibles
Fueye, Alejandro Lucas Debonis
Tengo en mi nevera un imán que compré en el Caixaforum que recoge una cita de Federico Fellini. Dice: Nuestros sueños son nuestra única vida real. Me dije que algún día escribiría un post tomando como base esta reflexión. Hoy sábado, ya oscurecido, ha llegado el momento del desafío de hacer justicia a algo que me parece completamente cierto. Todos soñamos y a veces recordamos los sueños, otras veces no. Ha habido temporadas en que procuraba anotar cuidadosamente todos los sueños que recordaba, especialmente cuando el azar o la fortuna me deparaba la posibilidad de un viaje que me sacara de mis coordenadas abrumadoramente repetitivas.
Soñar. ¡Qué hermosa palabra! Me gustan los sueños de ciudades imaginarias por las que me muevo lleno de sorpresa y admiración. Recorro la ciudad, desplazándome a barrios extremos. Es una ciudad conocida pero transformada y revestida de maravilla. Me muevo por una Barcelona con barrios en la montaña, deambulo por sus callejuelas por las que no parece haber pasado el tiempo. Es como si me devolvieran a mi infancia, pero yo no viví mis primeros años en Barcelona. Fue en otra ciudad a orillas de un río turbulento. Atravesaba una pasarela que se bamboleaba movida por el viento en tardes de tormenta, y abajo el río, denso y peligroso, me llenaba de miedo y fascinación. Abandonar la niñez es una gran tragedia de la que no nos reponemos nunca. Sólo los sueños, al menos los míos, en esos viajes oníricos que realizo a Nueva York, a París, a Alaska, a Winnipeg o a una Barcelona que no existe fuera de la imaginación, llegan a conectarme con la cosmovisión lúcida y terrible de la niñez, en que la visión de las cosas es nueva, incontaminada y pura. Sólo los paisajes de los sueños me comunican con la niñez, que viví desolado, pero a la vez estremecido por la belleza de contemplar un mundo por primera vez.
Recuerdo nítidamente mis paseos por esas ciudades imaginarias e invisibles. Meses y años después los sigo teniendo absolutamente nítidos en mi recuerdo. Son más reales que los paisajes que recorro en mi vigilia con ojos rutinarios. El sueño es la plasmación de mi ansia de infinito que hallo a veces también en el territorio de la literatura. Acabo de leer un libro curioso de Italo Calvino. Se titula El barón rampante. Sucede en la Italia del siglo XVIII. El protagonista es el barón Cosimo. A sus doce o trece años, tras un enfado con su padre, decide subirse a un árbol del jardín, y allí permanecerá para siempre, desplazándose por todo el país a través de la copas de los árboles. Desde allí contemplará la vida y la historia sin bajar nunca más de los árboles. El mismo Voltaire irá a verlo en su vida rampante, e incluso el emperador Napoleón conversará con él. Es un libro extraño porque detrás de la fábula de pasarse la vida subido a los árboles, he creído ver la misma locura que afligió a don Quijote que decidió a sus cincuenta años convertirse en caballero andante y salir al mundo a proteger a los desvalidos. Don Quijote y Cosimo participan de locuras parecidas ante una vida real asfixiante en que los sueños son nuestra mayor y mejor huida de esa realidad. Los sueños y la literatura.
Como cantaron Lole y Manuel: Las caricias soñadas son las mejores.
Porque también hay sueños eróticos, estremecedoramente verosímiles. No los olvido jamás. Lástima que no se prodiguen más, y que sea un azar acceder a ellos en algunas noches de tormenta. Aunque no sé si la palabra es sorpresa. Es algo más allá, es la antesala de algo que no llego a entender. Creo que yo a mis veinte o treinta años hubiera sido un claro voluntario a experimentar controladamente con algunas dosis de LSD o mescalina. Nunca tuve ocasión de hacerlo, pero entre mis libros de cabecera está Las puertas de la percepción de Aldous Huxley. Su lectura me llevó a imaginar y desear la experimentación con alguna sustancia alucinógena que no llegó desafortunadamente a producirse. No sé por qué imagino que la visión que me hubiera llegado no sería tan diferente de la que recuerdo de mi niñez o de algunos sueños o de algunos viajes. Supondría ver la realidad transfigurada, iluminada, distinta, potenciada, más allá de nuestra mirada habitual que no llega ya a soprendernos, ni a excitar nuestras neuronas que genéticamente están programadas para soñar, pero vivimos aherrojados en un cuerpo físico que se deteriora inexorablemente, se colesteroliza, se arruga, para algún día tal vez participar de nuevo –esto lo imagino- en una cosmovisión de la misma sustancia de los sueños, la literatura, o los fragmentos que nos quedan de la niñez. Tal vez esto sea la muerte. Un nanosegundo de visión totalizadora en la que cabrá toda la eternidad. Tal vez no haya nada más, pero ese instante infinitesimal será superior a toda la existencia. Los místicos llegaron a vislumbrarlo. Y don Quijote que murió tal vez soñando que volvía a ser caballero.
Pero no me hagan caso. Son divagaciones extrañas de una tarde de sábado en que escucho a Richard Bona y divago entre volutas de humo imaginario.
miércoles, 8 de diciembre de 2010
El caramelo
Esta foto que encabeza el post no deja de fascinarme. Es un recorte de la que apareció en el dominical de El País el pasado domingo. Es una concentración de miles y miles de personas en perfecta formación estética y colorística en Corea del Norte, un país hermético dominado por una dictadura férrea que ubica a cada ser humano en un sitio evitándole la carga de la individualidad e insertándole siempre como una pieza al servicio del partido de los Trabajadores y de la masa del pueblo. No existe la libertad y todo se basa en el culto a la personalidad del líder al que se idolatra y venera como representante de los más altos valores morales y sociales.
Por otro lado, la otra mitad de la península de Corea, Corea del Sur, un país democrático, acaba de ser noticia también por su extraordinaria escalada en los puestos más relevantes de nivel educativo que emite el informe anual Pisa sobre comprensión lectura, competencia matemática y científica. Corea del sur junto a Shangái, Hong Kong, Singapur y cerca Japón y Taipei ocupan los más altos puestos en nivel educativo según la información que registra el citado informe.
¿A qué se debe la altísima calificación de estos países orientales mientras países como Estados Unidos obtienen una posición discreta? No hablemos de España que ocupa un lugar muy inferior en todas las pruebas.
El País publicaba asimismo un reportaje el lunes 6 de diciembre de 2010 en que daba algunos datos relevantes sobre la educación en Corea del Sur. Entresaco algunos datos: los profesores son contratados entre los mejores de cada promoción, los alumnos van a clase hasta once horas cada día, presionados por los padres, y en casa han de seguir estudiando o asisten a academias privadas tras el colegio – las llamadas hagwon – para conseguir mejores resultados escolares. Es frecuente que los alumnos que se preparan para la universidad regresen a casa a medianoche, después de sesiones especiales de estudio. El nivel de competitivad es altísimo así como el nivel de disciplina y respeto por la autoridad de los profesores. Tengamos en cuenta que la educación primaria es gratis, pero la secundaria no, lo que implica que las familias tienen que pagar elevadas cantidades por la educación de los hijos, un promedio de 522 € mensuales en educación privada. El 98 por ciento de los surcoreanos entre 25 y 34 años ha promocionado la escuela secundaria.
Subrayamos que los valores sociales son muy elevados. No es Corea del Norte, pero la aceptación de la autoridad, de las normas, la sumisión al orden social y la supeditación de la individualidad al conjunto son muy altas.
Como contrapunto, señalar el alto nivel de estrés de la vida escolar que llega a derivar en un alto porcentaje de suicidios por no haber obtenido unos resultados suficientes en primaria, secundaria y bachillerato. Algunos profesores cuestionan el sistema basado en la memorización, el aprendizaje orientado a los hechos, el planteamiento autoritario de la enseñanza y falta de importancia de la creatividad. El diario El País comentaba que hay muchos niños que no se sienten felices con este modelo educativo de altísima exigencia basado en la excelencia y la autoridad. También se señala el agotamiento con que llegan los alumnos a clase por las horas extraordinarias que tienen que estudiar en academias o en casa.
Me fascina el contraste entre modelos autoritarios y modelos permisivos y democráticos en que la autoridad del profesor es cuestionada en todo momento o se basan en resultados mínimos llamados competencias básicas y no en la excelencia. Sin duda, los modelo asiáticos no pueden ser un referente para nuestras culturas mediterráneas o europeas basadas en el consenso, el pacto, la mediación entre niveles educativos, el bienestar del alumno, su felicidad, el no llevarle a experiencias agotadoras o negativas.
Tampoco me cabe duda de quién es el futuro del mundo.
Hay un documental muy famoso en que se expone que el profesor ofrece un caramelo a sus alumnos de parvulario, un caramelo que les encanta, una auténtica golosina. Les dice que él se va a ausentar un rato, pero que si quieren pueden comerse el caramelo. Aquellos que esperen a que él llegue, al cabo de un periodo medio largo de tiempo, recibirán un caramelo extra y se comerán dos.
El estudio siguió la evolución de los estudios académicos a lo largo de los años de estos alumnos. Se valoró a quienes se habían comido el caramelo sin esperar al profesor (la mayoría) y a quienes difirieron el placer y atendieron la llegada del mismo. Estos últimos obtuvieron doble satisfacción.
¿Se imaginan quiénes obtuvieron mejores resultados académicos a la larga? ¿Los que se comieron el caramelo o los que esperaron? Pongan en relación esta reflexión con los modelos de educación que vivimos –en que se busca siempre algo que sea agradable para los alumnos- o los modelos que son duros, autoritarios, exigentes… ¿Llegamos a alguna conclusión?
viernes, 3 de diciembre de 2010
La condición humana
En mi último post planteaba algunas reflexiones sobre la horizontalidad de la época que estamos viviendo. Hacía referencia al libro de Ortega La rebelión de las masas –aspecto que recogió un comentarista- planteando que éstas en la era contemporánea cortarían metafóricamente la cabeza de todo aquel que pudiera destacar o sobresalir de la masa social. No me refiero a las élites financieras, empresariales, deportivas o políticas… sino a las élites intelectuales, morales y éticas cuya realidad no implica un reconocimiento de los medios de comunicación o de la sociedad, o si lo hace, no supone la deslegitimación de su valor de compromiso humano.
¿Existen dichas élites? ¿Se las puede llamar élites? ¿Son personas que suponen una referencia para nosotros mucho más allá del famoseo o los manipulados premios institucionales que se premian a sí mismos?
¿Qué personas en la historia lejana o reciente o en la actualidad suponen un polo moral intelectual o ético al que acogerse en este tiempo de aparente relativismo y mediocridad? ¿Qué voces son esenciales y merecen que las escuchemos? ¿Por qué?
Como profesor me temo que si esta pregunta fuera formulada a mis alumnos de bachillerato humanístico de dieciocho años no sabrían responder en absoluto fuera de algunas figuras deportivas o cantantes de moda que son sus referentes además de los que alcanzan la notoriedad en algún programa deprimente de televisión? Me pregunto por qué esto es así. ¿No hay nadie digno de ser admirado y respetado por su valor y compromiso intelectual y moral que llegue por ósmosis al conocimiento del adolescente medio? ¿Son estos valores los que están en crisis frente a una inmensa manipulación mediática que nos deja inermes antes la vaciedad y la banalidad?
¿Qué o quiénes –para vosotros- son dignos de ser respetados y escuchados? ¿Qué voces -vivas o muertas- tienen una fuerza y credibilidad extraordinaria por su compromiso con la condición humana?
martes, 30 de noviembre de 2010
Respirando alegremente en la calle
Cinco años en la blogosfera, 447 entradas, 9533 comentarios. Me hago preguntas sobre esta necesidad de permanencia, de seguir encendiendo mi voz buscando la comunicación y la chispa que surge cuando hay una idea que me ilumina –que nos ilumina-. Soy un hombre antiguo, conservador. Me gustaría poder parafrasear a Valle y calificarme de “feo, católico y sentimental” como su personaje el marqués de Bradomín. Mi padre y yo coincidimos en pocas cosas, casi en ninguna, pero hubo una en que me he reconocido en él: la admiración por el marqués que sedujo a la Niña Chole en La Sonata de Estío. Siete le echó en el convento camino de Veracruz tal vez. Me fascina esa conjunción entre lo religioso y lo profano. Pienso que nuestro mundo racionalista, debelador de mitos, devoto de los centros comerciales y los iPad (creo que me compraré uno esta navidad), ha perdido algo sustancial al alejarse de la religión. Uno antes podía pecar múltiples veces y arrepentirse, sentir en el alma la quemazón del pecado, pero ahora no siente la trascendencia: uno es un canalla y no siente nada especial. El marqués de Bradomín es español, como yo, pero establece una diferencia: a un lado él y al otro lado todos los demás españoles. Así sentimos los seguidores -¿hay alguno más?- de aquel personaje genial de Valle.
Me pregunto si sería posible un autor de la dimensión de Valle en estos tiempos. Creo que le tocó vivir un tiempo ajustado a su realidad. Hoy somos pálidos remedos de personajes o personas que sobreviven aherrojados por el pensamiento correcto. No hay lugar para la individualidad. Vivimos una época esencialmente gregaria y horizontal. Nadie alza su testa por encima de la multitud. La muchedumbre exige las cabezas de aquellos que quisieran –o podrían- destacar. Y la voz de estos es tan débil o tan inocua que no merece la pena prestarles demasiada atención. Ortega en 1930 publicó un libro profético que se titulaba La rebelión de las masas. En él mostraba con lucidez la actitud del hombre contemporáneo ante las élites. No las permitiría. Las aplastaría. Vivimos un tiempo de masas. Nos determinan los mass media. Nuestro pensamiento está codificado, estudiado e interpretado. Las agencias de publicidad conocen perfectamente nuestros deseos más ocultos, nuestras pulsiones sexuales más recónditas, nuestro afán por poseer y consumir para concedernos alguna identidad. Si Descartes hubiera vivido en nuestra época, no hubiera formulado su famoso Cogito, ergo sum, sino que lo hubiera cambiado en Consumo, ergo sum. Lo he sentido hoy en MediaMarkt ante un iPad. Me he sentido dominado por el ansia de posesión de ese objeto que contribuye a llenar un espacio infinito de vacío existencial, pero ya no atendemos al vacío existencial. Eso fue un periodo del siglo XX cuando los existencialistas lanzaron sus preguntas sin respuesta. Hoy tenemos respuesta. Poseer, consumir, tener… y aquellos que se esfuerzan por el ser se ven desbordados por la vorágine que nos agita a todos. Ya nos lo dicen los neurocientíficos: el ser no existe, no existe la mente. Todo es puro cerebro. Conexiones sinápticas, conexiones químicas y eléctricas. El ser es una ilusión, un mito del pasado.
Quiero celebrar mi post número 447. ¿Quién no ha deseado celebrar alguna vez este número mistérico? Cuatro, cuatro, siete, esperando continuar otros tantos posts entregado a esta euforia valleinclanesca que me lleva a salirme un poquito del guion y respirar en la calle –tal vez etílico- y gritar con mis compañeros de batalla que no nos rendiremos, que seguiremos imaginando, que continuaremos deambulando entre sombras para intentar alumbrar, tal vez, alguna vez alguna existencia. Aprecio infinitamente más esos nueve mil y pico comentarios que las 447 entrada que he realizado.
Por vosotros, los que me seguís, los que os hacéis públicos y los que estáis en la sombra. Quiero, me gustaría seguir siendo un espíritu abierto, contradictorio, curioso, conservador, inspirado en Bradomín. Mi perilla es un pequeño homenaje encubierto a ese autor y personaje que me iluminó cuando entré en una cueva, la cueva del Rei Cintolo en Mondoñedo, y me llegué hasta la gruta de las barbas de Valle Inclán.
¿Alguien ha entendido algo? Da igual. Lo único que este soliloquio quería ser era una manifestación soberana de libertad, porque la libertad me hace sentir feliz dentro de las desdichas de la vida cotidiana. Desdichas o azares.
Soy feliz respirando en la calle. Ya es hora.
sábado, 27 de noviembre de 2010
Cohesión social
Imaginemos un instituto de barrio de aluvión migratorio en los años cincuenta y sesenta, y añadamos otra ola migratoria en los últimos diez años de origen latinoamericano y magrebí que hacen que el porcentaje de alumnos de origen no español sea más del cincuenta por ciento. El instituto se esfuerza en integrar a esta masa de recién llegados intentando hacerles mínimamente competentes en la lengua considerada oficial mediante “aulas de acogida”. Los cursos agrupan a los alumnos por sus necesidades educativas y ello implica que ha de adaptarse el currículum a su realidad. La mayor parte del alumnado -inmigrante o no- no cuenta con familias que aprecien la cultura, la lectura o la ciencia. El instituto es el único cauce para la integración y educación igualitaria de las muchachas que pertenecen a culturas en que la mujer está sometida y subordinada a la sociedad de los hombres.
El instituto pretende motivar el aprendizaje, pero ha de asumir su realidad social. Se trata de conseguir enganchar a estos chavales sin hábitos de estudio, habituados poco o nada al esfuerzo intelectual, al sistema educativo para que funcione como palanca de promoción social.
Se busca disminuir el fracaso escolar o el abandono, y se urden todo tipo de estrategias para reconducir a los alumnos conflictivos, o simplemente objetores a la clase. Se intentan programas de mediación, se ensayan carnés de conducta escolar por puntos, se introduce la tecnología masivamente para intentar hacerles más atractivo el aprendizaje.
El resultado es un instituto que -desde mi punto de vista- no puede garantizar debidamente el nivel educativo. Los chavales en general no están para esto y se acostumbran a que todo se les dé mascado y que el instituto esté continuamente adaptándose a sus necesidades educativas de lo más variado. El bachillerato se nutre de alumnos que han promocionado con generosidad magnífica la ESO y tardan en darse cuenta de que el bachillerato marca otra pauta de comportamiento y de exigencia. Pero la inercia es tanta que surge un rechazo a cambiar de dinámica. ¿Exigencia? La justa. ¿Madurez? La imprescindible, pero ni un gramo más. El profesor que suspende -para estimular- se convierte en un personaje insostenible en ese contexto. Recibirá la animadversión rencorosa del alumnado, la oposición de los padres, la mirada escrutadora de la dirección y la desconfianza de la administración que busca buenos resultados que muestren que se progresa adecuadamente. De hecho se pueden abrir informes para investigar si se “pueden mejorar los resultados”.
A este sistema de adaptación a la realidad social circundante creo que se le puede calificar de alguna manera como un tipo de “discriminación positiva” que consiste en facilitar de muchas maneras la promoción académica por razón del entorno social. Sabemos por el contrario que para que un sistema sea eficaz, debe ser exigente. ¿Puede ser exigente un sistema educativo en un ambiente complicado? ¿No debe primarse la cohesión social por encima de los conocimientos, por otra parte tan relativos? ¿Se puede comparar un centro de barrio de estas circunstancias con las escuelas de elevado nivel académico de la zona alta de la ciudad en que todos los padres son universitarios, tienen acceso a la cultura y medios económicos sobrados?
¿Hacemos bien en adaptarnos prioritariamente a las circunstancias sociales? ¿En facilitar la promoción con escaso rendimiento académico para primar la cohesión social? ¿Debe ser la enseñanza exigente –lo que implica un número necesario de suspensos y repeticiones de curso para alcanzar el nivel básico? ¿O debe dejarse una cierta liberalidad y una clara generosidad a la hora de enjuiciar y calificar el mundo adverso al conocimiento que nos envuelve?
¿O se trata de sobrevivir como se pueda en medio de este eje cohesionador, empleando artimañas y técnicas de supervivencia? ¿Es la escuela cohesionadora palanca de ascensión social o un artilugio para hundir a los mismos de siempre allá donde deben estar?
Abajo.
Suscribirse a:
Entradas
(
Atom
)