He pasado por las mesas de los bares, el Milenio y el Galeón, todas llenas. La gente disfrutando de sus tapas y comidas, sin preocuparse tal vez de los problemas comunes, de los conflictos de la humanidad. Viviendo para el propio placer de los sentidos a lo que no tengo ninguna objeción ideológica, ¿quién soy yo para juzgar a nadie? Cuando decimos que la sociedad está sometida, que la gente es ignorante, que están manipulados, pienso que olvidamos lo fundamental: que la gente hace lo que puede, lo que sabe o lo que le dejan. No podemos más, estemos concienciados o no. No tenemos más fichas políticas o sociales. No hay opciones mejores que otras, todas son profundamente insatisfactorias, es lo mismo votar a A, que a B, que a C, o que a D. Voy de un arco de un lado a otro. Todos son espejismos. El ser humano es incapaz de controlar su mundo. Primero ni lo entiende ni puede entenderlo, y segundo, nada de lo que haga será eficaz porque depende de infinidad de factores que no son controlables por nadie. Vivimos en un mundo tan inestable y complejo que es ilusión pensar que podemos controlarlo o redirigirlo. Tenemos múltiples amenazas sobre nosotros, desde la climática, la migratoria, la social, la política, la tecnológica… y no podemos hacer nada al respecto. Solo vivir en función de nuestras posibilidades e ir a bares a comer patatas bravas, pulpo o calamares a la andaluza con vino adecuado. Cualquier idea de pensar que el ser humano tiene control sobre su propia vida primero y sobre la vida colectiva es una ilusión y un espejismo. No sabemos adónde vamos ni tenemos opción a decidirlo. La política es un trampantojo equivalente a una estafa. Siempre nos mienten vividores de la cosa pública que rápidamente se hacen a su género de vida. Toda acción colectiva aboca al desengaño. Solo queda en realidad la bondad de la gente en su esfera íntima. Su solidaridad efectiva ante tantas cosas. Y hoy, más que nunca, creo en la gente, antes la desdeñaba por razones que hoy me sonrojan. Todo intento de saber está condenado al fracaso. Nadie sabe nada, nadie. Interpretar la vida o la historia es como invertir en bolsa, algo totalmente azaroso e imprevisible.
Una de las cosas ciertas es que nunca ha habido tantos canales y proyectos abiertos para "moldearnos" y educarnos ideológica y políticamente. Saben por la neuroeducación que el cerebro es plástico y moldeable.
Solo le queda, al que pueda -hay tanta desdicha por todos lados-, tomarse unas patatas bravas y unos calamares en una terraza bajo el sol de noviembre.