No hay peor crisis en
un profesor que la de rendirse a la sensación de que la realidad no puede ser
transformada, que un ominoso fatalismo le hunda en la postración de lo dado e
irremediable. Es un estado doloroso que se apodera – tal vez como enfermedad- de
la mente y el corazón. Cada día es un estremecimiento dominado por el miedo.
Los alumnos son percibidos como una amenaza incomprensible, como un latente
enemigo que se querría esquivar, pero no es posible. Un profesional ha de
enfrentarse al origen de su sufrimiento. Es entonces cuando el corazón sangra y
todo se convierte en caos en las aulas en un ejercicio de pánico que es
percibido por esos muchachos proteicos que necesitan inspiración y fuerza que
les organice la mente y el espíritu. El profesor –enfermo- no puede darles lo
que necesitan y solo siente deseo de huir de allí, de fugarse, de desaparecer.
Cada mirada se convierte en un arma aguda y lancinante. Siente su derrota y
experimenta amargura porque desearía que las cosas fueran diferentes, pero su
corazón está débil y su mente, maltrecha. No puede confrontarse a la fuerza de
treinta espíritus inquietos que propenden al caos que él debería encauzar y dar
sentido.
Esto lo he sentido yo. Cada palabra escrita surge de una
experiencia vivida y dolorosa.
Sin embargo, tras un retiro y un ejercicio de terapia
química y de escritura, el profesor ansía volver al origen de su sufrimiento.
Siempre hay cosas que no acaban de revelarse, pero tal vez
la felicitación de Navidad que le llegó
de una de sus alumnas, cuando él estaba hundido, le sumió en la reflexión de
que tal vez no estaba todo perdido, que tal vez todavía había alguien que no lo
considerara totalmente derrotado.
Volvió a las aulas. Y en un proceso de un mes, las piezas
que él consideraba caóticas comenzaron a cobrar sentido hallándose el profesor
en medio de un magma que le apasionaba, que le ocupaba cada fibra de su ser.
Entrar en las aulas se convirtió en un ejercicio que suponía un desafío
hermoso, y se encontró con esas miradas que antes lo asustaban sin que él
sintiera ya miedo sino más bien un estado de maravilla ante la belleza de su
profesión. Aprendió a ser firme, a no temblar, a mirar nítidamente, a recordar
lo que él había sido en otro tiempo, antes de la enfermedad. Advirtió que deseaba
estar ahí, que subir las escaleras y ser saludado con afecto por esos
personajes que antes le humillaban, era una sensación que dotaba de significado
a todo. Él era profesor. Y por fin llegó a ese íntimo convencimiento de que era
posible transformar el mundo, que la realidad no era gris, plana y maléfica,
sino abierta y llena de posibilidades. No entendía ahora su sentimiento
anterior de derrota, pero sabía que estaba documentado en centenares de páginas
que había escrito en un diario de una enfermedad que había existido. Y no hace
mucho. Ahora se plantaba en el centro del mundo, y esos diablillos de doce años
se le aparecían como duendes benéficos que aspiraban a tenerle con ellos, entre
ellos. Y él sentía un profundo estado de felicidad por experimentar algo que
creía imposible: recuperar la ilusión y la sensación existencial de acompañar a
alguien al conocimiento. Y aquel alumno pakistaní le demostró que su presencia
no era inútil, y se sintió centrado e iluminado sabiendo y recordando que él
una vez había sido un profesor que era capaz de inspirar a corazones inquietos,
y entraba en las aulas convirtiéndolas en lugares de exigencia intelectual y
emoción ante la luz que inundaba todo.
Cuanta identificación puede sentir uno con las palabras del profesor...
ResponderEliminarDe que manera puede sentir como suyo ese dolor que conoce, esa sensación de derrota, de verse empequeñecido y solo y pensar que esas sensaciones van a ser eternas.
Pero siempre, al cabo del tiempo, se abre una rendija de luz en tu alma que cada dia se va haciendo más grande. Entonces es el momento de empezar de nuevo.
Así lo siento ahora, Lola, pero no era lo mismo hace dos meses cuando me encontraba en el otro lado del espejo. Entonces, es cierto, se ve todo como si fuera a ser eterno. Afortunadamente no es así.
EliminarAy, colega, cuántos hemos pasado por ese trance que tan bien describes... Más o menos duradero, pero siempre doloroso, el sentimiento de impotencia, de fragilidad, de debilidad o de tremenda soledad nos impide dar clase en condiciones mínimamente dignas. Ser profesor implica dominar a los alumnos, controlarles, estar al tanto de todos los detalles, y eso es terriblemente cansado. Exige unas fuerzas físicas y sobre todo mentales que no siempre nos acompañan. En el mejor de los casos es un bajón producido por el estrés que puede superarse con algo de descanso; en otros es una dolencia (porque duele de verdad) que precisa de largo tratamiento; puede llegar incluso a ser definitivo, aunque cuesta conseguir la jubilación anticipada, y más ahora.
ResponderEliminarSólo otro profesor puede entender lo que cuentas. Sientes que te tambaleas, literalmente, y que el más mínimo soplo puede derribarte. Algunos alumnos especialmente crueles se aprovechan de la situación y atacan sin misericordia a quien sólo quiere ayudarles. Otros son más comprensivos y tratan de no echar más leña al fuego. Por eso resulta tan gratificante el reconocimiento y las muestras de aliento de algunos chavales, nos recompensan de muchos malos ratos pasados con ellos. Qué difícil es ser maestro... Un fuerte abrazo, Joselu.
Es cierto, la inmensa mayor parte de los que aquí han escrito son profesores. Especialmente ellos, vosotros, sois capaces de entender de qué estoy hablando. El profesor, sobre el que se han hecho tantas películas de profesores en plenitud de fuerzas y capaces de transformar a sus alumnos, es a veces (muchas veces) un ser que es frágil, muy frágil. Todo el que lo haya sentido puede imaginar el dolor que pueden causar ciertas actitudes de alumnos que no pueden saber (o tal vez sí) el sufrimiento que pueden llegar a originar. Sí, es muy difícil ser profesor. Nadie que esté fuera es capaz de comprenderlo. Un fuerte abrazo, Yolanda.
EliminarCelebro que te encuentres en esa luz. Has recorrido el camino que muchos debemos recorrer para encontrarla, y así encontrarle el sentido a tu tarea de profesor. La aceptación de esa gama de emociones negativas es necesaria. Es menester llegar al fondo del abismo para lograr emerger de allí fortalecido.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo, mi querido profesor!
Fer
No sé si es necesario llegar al fondo del abismo y si ello es en algún sentido positivo. Supongo que en mi caso es una circunstancia de mi herencia genética. No le veo ningún encanto. Es una penalidad como otra cualquiera. Yo me he acostumbrado a vivir con ello. Es mi segunda piel. Forma parte de mí. Aceptamos esas emociones negativas, es verdad, pero necesitamos de la química para salir. Ahora es verdad que siento mi energía recuperada como el otro lado del espejo en que estaba hace poco tiempo. He escrito mucho sobre ello.
EliminarGracias, Mari Paz, veo que tú también has pasado por esto o algo parecido. Un fuerte abrazo.
EliminarMe encanta verte así. Intuí tu caída y sentí una inmensa tristeza. Hoy, después de mucho tiempo, creo que has vuelto a ser aquel profesor apasionado que tantos alumnos recuerdan con cariño. Aunque sólo sea por un alumno, luego realmente es por muchos, nuestra entrega vale la pena y tiene grandes recompensas. Muchos besos
ResponderEliminarGracias, Conchi, si uno no puede soportar la presión y está dominado por el sufrimiento (qué se le va a hacer si eso forma parte del carácter), no debe estarse en las aulas que requieren de personas en plenitud mental y física. Ahora lo veo claro. Pero a veces te fuerzas a aguantar más allá de lo posible. Me alegro de volver a estar de nuevo bien. Besos.
EliminarSolo desde la carencia puede apreciarse el logro. ¿Cuántos docentes viven en una rutina vacía sin posibilidad de remontar por la propia inconsciencia de vacuidad? Me alegra verte surgir de tus cenizas. Bienvenido.
ResponderEliminarNo sabes la alegría que siento en poder entrar en las clases con alegría, a pesar de todo, a pesar del desastre que, a veces, reina allí. Si uno está bien (esto no es por supuesto) es capaz de ver las luces que existen, y, que de otro modo, quedan aplastadas por las sombras.
EliminarComprendo perfectamente lo que cuentas. Nadie mejor que otro profesor puede comprender los desalmados palos que pueden dar los alumnos. Pero hay luces, o lucecitas, entre el alumnado que alumbran más que el sol y que son capaces de prender en nuestra alma de enseñantes.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Amigo Miguel, te intuyo en el polo opuesto al depresivo, por lo que te he leído. Es una fortuna. Los que estamos a este lado, en el de las sombras, esos alumnos desalmados pueden hacernos mucho daño. En el fondo son inofensivios cuando uno está fuerte, pero si se está en el fondo del pozo es inimaginable el dolor que pueden llegar a causar.
EliminarUn fuerte abrazo.
Es posible que Quirón, el centauro, hijo de Crono y de Filira, sea el primer gran educador del que tenemos noticia. Según la mitología, dominaba las artes de la música, la caza y la medicina y tenía una paciencia extraordinaria. Entre otros, Quirón fue el tutor de Aquiles, Teseo, Heracles y Jasón, líder de los argonautas en su búsqueda del vellocino de oro.
ResponderEliminarCon distintos nombres y atribuciones la figura del tutor es muy antigua en la historia de la pedagogía. Es una figura diferente de la del profesor, aunque las dos pueden confluir en la misma persona. El tutor sería aquel que asume la responsabilidad de velar por la educación del que tutela. Es un consejero, con más sabiduría y experiencia, que orienta y acompaña a otro en su aprendizaje.
En las escuelas actuales, lo habitual es que cada grupo de alumnos tenga varios profesores y que uno de ellos, además, sea tu tutor. Su papel suele consistir en servir de referencia y actuar de interlocutor con los padres y el resto de profesores de los alumnos que tiene asignados. También se ocupa de gestionar algunas actividades grupales, como recaudar fondos, gestionar visitas y otros asuntos por el estilo. Si hay algún problema en el grupo, como el rechazo o el acoso de algún alumno o la mala relación con otro profesor, sería el responsable de solucionarlo.
Como puede verse, esta es una versión muy limitada de lo que debería ser la acción tutorial. Pero es que la actual organización escolar no facilita ni potencia que sea de otra forma. Los centros educativos suelen ser tan grandes y las funciones y atribuciones de cada cual están tan establecidas que la educación llega a convertirse en un proceso frío e impersonal, en el que cada uno se limita a dar las clases que le corresponden, desarrollar su parte del temario, cubrir sus guardias, asistir a los claustros y reuniones estipuladas y poco más. Al igual que sucede con los médicos en el sistema sanitario, se llega a tener la sensación de que los profesores ejecutan un protocolo y no se salen de él.
http://www.otraspoliticas.com/educacion/tutores-2
La depresion es frecuente en personas que tratamos con gente, a mi me ha pasado, el roce desgasta. Yo tengo mi teoria que aplico a mi caso, siempre busco la forma de variar mi argumentacion y tener bien claro lo que busco, el tener el fin marcado hace que los obstaculos sean más pequeños. Asi por lo menos lo veo
ResponderEliminarNo sé hasta qué niveles has vivido la depresión. Según me han dicho es crónica con sus subidas y bajadas. Supongo que es un componente caracteriológico contra el que no cabe sino la química. Y sí, es cierto, los que estamos en contacto con gente, es posible que, si tenemos propensión a ella, lo vivamos con mayor intensidad. No creo en las ideas para luchar contra la depresión. No se sale por propia voluntad. Yo lo he intentado y no he hecho sino arrastrarme por el barro.
Eliminar¿Cuánto durará este estado epifánico...? Sin querer ser aguafiestas, los entusiasmos, en esta profesión, duran bien poco, y a veces hay que fabricárselos hasta con mimo, que no vienen por sí solos... Todo el bien de que un profesor es capaz siempre será poco en comparación con los nubarrones que lo ensombrecen, vengan desde los frentes borrascosos de la autoridad educativa, vengan desde los frentes indefinidos de las familias cesantes, vengan des el frente brumoso de su propio agotamiento, porque la lucha contra la nesciencia es infinita, y sus progresos, mínimos. Saber sacar las famosas fuerzas de flaqueza es todo un ejercicio de imaginación para el que no todos valemos; saber sostenerse frente al vendaval furioso de la ignorancia prepotente exige el temple del Ulises amarrado al mástil, pero para no lanzarse hacia las aguas sin otra seducción que la muerte segura... Esta profesión le vuelve a uno ciclotímico, cuando menos; neurótico, casi siempre, y rara vez esquizofrénico o paranoico...
ResponderEliminarAlguien tendría que reflexionar con profundidad sobre la salud mental de los profesores. Es algo de lo que no se suele hablar entre compañeros con los que hay que dar la impresión de estar fuerte y poseer energía inagotable.
EliminarJo, qué bonito... ¡y qué suerte! ojalá lo hayas escrito en primera persona, Joselu. Si ya lo dijo Van Gogh. El color en un cuadro es como el entusiasmo en la vida. Pues lo mismo pero al revés.
ResponderEliminarNada mejor.
Besotes :D
*Igual no tiene mucho sentido la cita pero es que a mí me chiflan los cuadros con mucho colorido :)
Iba a utilizar una imagen de esas new age para ilustrar el post, pero sentí un agudo repelús ante todo lo que supone esa visión estúpida. Preferí un cuadro impresionista que revela mejor mi estado anímico. Me alegro de que te haya gustado.
EliminarHay que seguir, siempre. Con entusiasmo, no conozco otra manera. Aunque solo nos escuche uno, ese uno es mucho.
ResponderEliminarPedro, supongo que la universidad tiene también sus agudos filos nada desdeñables, pero cuando uno habla lo hace desde la lucha en el bosque de Urthgen, y allí, amigo, allí amigo, el combate es cuerpo a cuerpo, sin piedad. Y si uno no está a más de cien por cien, sin duda lo pasará muy mal.
EliminarMe ha impresionado mucho tu comentario inicial y me he alegrado de que hayas encontrado tu luz. Cuando he leído la reflexión con la que has comenzado tu entrada me he sobrecogido. Desde hace algunos años siento cansancio y agotamiento en mi tarea docente, a veces me faltan fuerzas y pierdo la ilusión, algunos alumnos y algunas clases consiguen que aparezcan miedos y fantasmas y las sensaciones de asqueo y amargura afloran sin poder impedirlo. Pero logro no hundirme, me agarro a esos alumnos, que tengo la suerte de que son bastantes, que me aprecian y valoran mi lucha diaria, aunque ellos mismos ese día no me hagan ni caso por lo que sea. De todos modos la tensión y el estrés a veces pasan factura a mi maltrecha salud. Hace dos años tuve un problema de salud muy grave. Salí pero, al contrario de lo que se ve en las películas, no lo hice más fuerte. Desde entonces soy más vulnerable, canalizo peor las emociones y los conflictos que de ellas emanan. Probablemente esa falta de fortaleza mental tiene algo que ver con falta de energías y fuerza física. Mi salud no me permite trabajar en plenitud, y, convendrás conmigo , Joselu, que esta profesión exige un gran derroche de energía y plenitud física.
ResponderEliminarSi me permites alargarme, me gustaría hacer un simil bélico. Yo me siento como un soldado en una trinchera en la Primera Guerra Mundial. Llevo 18 años en el frente, entre trincheras inmundas, barro, tensión y miedo. Nunca me han mandado a la retaguardia, mi verdadero sueño y mi esperanza. No sé lo que es un destino tranquilo, en la garita de un ministerio de defensa, por ejemplo, siempre he estado en el frente, estuve en el Marne, en Yprés o en Verdún. La retarguardia es para enchufados, veteranos más antiguos que yo o héroes cargados de medallas, quizás conseguidas con dignidad, quizás con mezquindad. Yo no tengo enchufes ni tengo madera de héroe, solo saldré de las trincheras cuando el tiempo me convierta en un viejo soldado al que le dejen, por fin, retirarse a un buen destino, tranquilo, donde pueda seguir siendo soldado pero sin soportar el continuo traqueteo de las ametralladoras o el insoportable martilleo de la artillería. Cuando me hice soldado creía de verdad que era glorioso serlo, que iba a defender a mi patria y a los míos, que iba a ayudar a que ganaran los buenos. Hoy, entre mierda y barro, no lo creo. Hoy sigo aquí resistiendo solo por mi sentido del deber y porque quiero vivir y no morir. Y sigo también resistiendo porque hasta en las trincheras hay cosas buenas, el compañerismo, ver salir el sol después de días interminables de lluvia, treguas en las que te sientas a intercambiar cigarrillos con el enemigo y ves que son como tú, personas. Siempre hay luz, hasta cuando es noche cerrada.
No quiero dejar de ser soldado, solo sirvo para eso y algunos de mis "enemigos" dicen que no soy malo peleando, me conformo con ir sobreviviendo, disfrutar de los buenos momentos que siempre los hay. Todo esto mientras espero a convertirme en un viejo soldado y llega mi esperado traslado.
Perdona por ponerme ñoño y trascendente pero con tu entrada has pinchado en el punto más sensible. Salud y un abrazo
Cuando lee uno un comentario como éste, siente la emoción de haber llegado a alguna parte, que lo que ha escrito tiene sentido porque ha sido recibido así. Para entender lo que he escrito hace falta haberse sentido perdido en el aula, en el instituto, haber perdido las referencias, la ilusión, las fuerzas. Enfrentarse a treinta adolescentes en el aula con su energía emocional pletórica es difícil de aguantar si no se está, como dices, en plenitud física y psicológica. Sé muy bien lo que es estar en horas bajas, y sé lo que es sentir miedo cuando las fuerzas escasean. De esto no solemos hablar. Se supone que nuestra capacitación y nuestra energía es infinita, pero somos a veces tremendamente frágiles. El aula es un lugar muy duro. Yo tampoco he tenido retarguardia en mis más de treinta años que llevo en esto. Mi instituto es un lugar duro, hace falta estar muy curtido para aguantarlo. O tal vez ser conformista y cínico, que también es posible. Pero si uno tiene una fuerte vena sensible, como es tu caso y el mío, la realidad educativa tiene agudos filos para los que hay que estar muy fuerte. Y eso no siempre es posible. Un profesor con salud precaria, física o mental, puede llegar a pasarlo muy mal. Me sorprende que yo haya salido de un oscuro túnel y ahora esté dominado por una fuerte energía mental. Todo lo que me parecía oscuro hace un par de meses, ahora me parece luminoso, y disfruto confrontándome a mis alumnos. Yo soy el primer asombrado. Hace dos meses estaba hundido. Pocos pueden saber el dolor que implica eso si uno tiene que entrar en un aula, el dolor y el sufrimiento.
EliminarMe ha encantado tu alegoría bélica. Yo también estoy en la vanguardia, y no sé muy bien lo que sería la vida en la retaguardia. En el fondo, si estoy bien, me encanta la lucha. Salud, y gracias por tu comentario.
Me ha encantados a entrada. En eso consiste el valor añadido de nuestro trabajo. Por encima de los malos momentos, de las ganas de mandar todo al carajo, siempre vuelve renovada con la mirada interesada de alguien que nos hace replantearnos todo.
ResponderEliminarEs ciertamente una profesión muy intensa. El factor humano es esencial en ella. Nuestro único material es el humano. Es un privilegio que a veces es muy difícil. Hay que estar muy fuerte anímicamente para sobrellevar la presión emocional. Y sí, es cierto, puede ser (y de hecho es) que una mirada, unas palabras pueden llevarte a replantear todo. A mí me ha pasado.
EliminarJoselu, creo que escribir más sobre esa enfermedad, ese diario, y los consejos, ayudaría a muchos profesores que están pasando por ese pozo y no saben qué hacer ni se sienten comprendidos. Quizá no toque en este blog pero creo que harías un gran bien si has hallado la luz y explicas cómo. Conozco a una compañera que está sufriendo lo que describes al principio y le iría bien tener unas pautas. Está en tratamiento psicológico pero no puede avanzar, no trabaja, no sabe cómo reaccionar, va pasando el tiempo y esa situación se eterniza. Yo ya no sé qué más decirle, puedo escucharla y animarla pero no más.
ResponderEliminarNo hay secreto, creo yo. Fundamentalmente ha sido el tratamiento antidepresivo, y, por otro lado, un tiempo de alejamiento en que he podido escribir dando salida a mis fantasmas educativos, y mucha lectura. Si uno se contempla como profesor puede ser consciente de una radiografía de sí mismo como docente. El que quiere ser y poderlo sacar con ilusión. Pero no sé, cada uno es un mundo. En todo caso es uno mismo el que ha de salir del hoyo. A veces los procesos son muy largos. El poderlo compartir, poder sincerarse podría ser una buena terapia. Pero no sé. Un cordial saludo.
EliminarHola a todos, ánimo y felicidades a joselu por su mejora existencial.
ResponderEliminarYo también he sido profesor. He sentido el desaliento, la frustración y la sensación de que no servia para nada lo que yo hacía y que nada tenía sentido, y que lo que mejor podía hacer era irme.
Entiendo que hoy vivimos una crisis profunda del mundo educativo. Las razones son varias y creo que ser profesor hoy es de una gran dificultad y complejidad. No se cual debe ser el camino para mejorar la situación. Si habría que tirar todo el edificio o construir algo nuevo sobre la ruinas de lo que tenemos . La realidad que comentas, es la norma, los profesores se sienten impotentes ante tanta desolación. No sabemos muy bien que pasa pero algo grave pasa. Creo que la solución no es simplemente individual, hay que buscar causa profundas, buscar soluciones y ponerse a trabajar sin miedo, con valor. Apostar por cosas novedosas, arriesgadas, leer y aprender de los mejores, y buscar el modo de transformar el desastre educativo que hay. Un saludo.
Manuel, estoy de acuerdo contigo. El problema puede tener en un momento determinado una situación individual, pero también tiene sin duda una dimensión colectiva, y es ahí donde las cosas son más complicadas porque no es fácil compartir expectativas en un colectivo tan diverso y de actitudes tan variadas. Yo, de momento, estoy saliendo a flote a nivel personal lo que no es poco. Ello me predispone al optimismo, tan raro en mí. En los últimos días he recibido ayuda inestimable por parte de dos compañeros que colaboraron conmigo en un proyecto de recitación poética por parte de mis alumnos de primero de ESO. Agradecí no sabes cuánto dicha ayuda y apoyo. Sin embargo, se me escapa la dimensión institucional del desastre colectivo, especialmente porque a la hora de proponer soluciones estás son de lo más variado, y además a los que dirigen la educación, tanto en Cataluña como en el resto de España, ésta les importa bien poco más allá de hacer política con ella.
EliminarUn saludo.