Imane es una alumna magrebí de un curso de primero de ESO,
un curso donde se agrupan los muchachos con más bajo nivel, con dificultades
graves de aprendizaje, falta de motivación y complicado comportamiento. La
mayoría se puede decir que no alcanza el nivel de primer ciclo de primaria. El
instituto les aburre. Pasar seis horas cada día encerrados es una tortura para
la mayoría que practican la resistencia pasiva o activa ante cada nuevo
conocimiento que los profesores quieren proyectar sobre ellos. No son malos
chavales, no, simplemente están hundidos en un nivel bajísimo y no soportan la
escuela, que no logra ofrecerles nada de lo que ellos querrían. Se comportan en
clase como un conjunto deshilvanado, problemático, juguetón, incapaces de
mantener el silencio. Continuamente discuten unos con otros, mucho más que con
el profesor.
Ningún sistema pedagógico parece funcionar allí. Su léxico y
ortografía es delirantemente bajo, sus grafías son infantiles, su ordenación
del espacio en la hoja de papel es caótico, sus ordenadores, los que lo tienen,
no tienen batería o carecen de contraseña válida. Es un fracaso con ellos el
sistema basado en el uso de ordenadores portátiles. Necesitan hoja de papel y
escribir, leer en voz alta, hacer dictados y corregirlos, conocimientos mínimos
para los que los libros digitales ofrecen niveles inabordables para ellos. La
clase es un tira y afloja continuo entre el caos mayúsculo y la desidia. El
profesor tiene la impresión de que nada de lo que sabe le sirve allí para nada.
Todo conocimiento les aburre, no tienen material (hojas de papel, bolígrafo,
lápiz), y lograr hacerles hacer algo es una tarea ímproba.
Pero Imane está allí seria y concentrada, intentando
trabajar entre las discusiones de sus compañeros y las broncas de los profesores
para que allí se logre hacer algo. Imane es una muchacha menuda, optimista, que
viene al instituto a aprender y a trabajar. Se lee los libros, hace los
ejercicios y las tareas, tiene el material disponible. Pareciera que el ambiente adverso apenas le influyera. Siempre
tiene una sonrisa en los labios y se enajena de los dislates y el griterío de
sus compañeros que se niegan a trabajar o hacer nada.
Me pregunto qué hacer, cómo hacer en este curso de nivel tan
precario y de comportamiento propiamente infantil. Es difícil hacerles ameno el
aprendizaje. La ortografía no es amena, el conocimiento de nuevas palabras no
es ameno o no les interesa para nada porque con las cien palabras (o cincuenta)
que saben creen que ya tienen suficiente, leer les raya por divertido que sea
el libro porque simplemente no entienden lo que leen. Solo saben decodificar
sonidos más o menos pero no va pareja la adscripción a unos significados. Leen
pero no entienden. Las palabras son un arcano para ellos fuera de las más comunes
de su lenguaje mínimo. Muchos son de origen inmigrante, están faltos de hábitos
de todo tipo, y la institución escolar les resulta insoportable si no fuera por
esos buenos ratos que pasan mofándose (sin mala intención, eso sí) del sistema
educativo y las intenciones de los profesores para que trabajen o hagan algo.
Tengo la impresión de que es un curso fallido, que
administramos la derrota del sistema frente a una realidad terca e insoluble.
Apenas podemos hacer nada o abiertamente nada, salvo tenerlos unas horas
intentándolos domesticar y haciéndolos adquirir algún hábito de trabajo que no
suele ser muy feliz.
Salvo Imane que pugna por aprender, que pugna por estar en
la institución escolar para algo y que sabe que es un privilegio hacerlo. La adversidad
parece estimularla. La voy a echar en falta porque el equipo docente del curso
ha decidido promocionar a tres alumnos a otros cursos en que puedan aprender
más. La política de clasificar a los alumnos por niveles para adaptarse a sus
peculiaridades entraña riesgos complejos al dejar a cursos enteros sin
referentes positivos para el aula al concentrar a los más desastrosos en una
misma clase. No reniego de ello. Es la práctica en la mayoría de institutos.
Crear cursos A, B, C y D para lograr dar un cierto nivel en los A y B, pero
dejando una bolsa de fracaso difícil de cuantificar en los C y D. Máxime cuando
vamos trasladando a los alumnos que sobresalen o que quieren promocionarse con
su trabajo o su actitud. Las aulas se convierten así en un desierto
intelectual, aunque me temo que esta palabra para referirse a lo que sucede
allí es demasiado ampulosa.
En circunstancias así hay que echar coraje porque siempre habrá uno o dos que recojan aquello que lanzas en clase. Desde luego, ni uno si no se pone entusiasmo por parte del profesor.
ResponderEliminarQuerido Joselu: estoy tan emocionada de ver que has regresado a este espacio que siempre he valorado enormemente, que no puedo hacer otra cosa hoy que felicitarte y agradecerte. Mañana con tranquilidad leeré tu reflexión y, si cuadra, dejaré mi comentario habitual aunque te aburra. He abandonado la enseñanza no sólo por las dificultades del aula, sino por un sinfín de cuestiones que nada tienen que ver con mi amor por la enseñanza. Pero no viene al caso mi circunstancia. Seguiré acompañándote y sosteniéndote en la tuya como antes, como siempre.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo!
Fer
¡Es Joselu! ¡Sí! ¡Es Joselu que ha vuelto! No sabes lo que se te echaba de menos por estos lares virtuales...
ResponderEliminarBueno, pues eso, que estás aquí otra vez, y vuelves para volver a plantear cuestiones profundas. Bien, pues te diré que eso de poner alumnos en un aula u otra según sus intereses o niveles, es materia harto tratada y no resuelta. Cuando llegué al instituto, había una clase en donde había alumnos con problemas de aprendizaje. Fue un fracaso total. Años más tarde y olvidado aquello, hubo otro intento, también fue un fracaso. Y ahora lo que hacemos es meter a todos los alumnos en el mismo saco. Otro gravísimo error. Entonces... ¿alguien me puede decir cual es la solución a esta cuestión? ¿...Y si es un problema irresoluble?
Pues ya ves, querido Joselu. Nada, o casi nada he podido aportar. Mis muchos años de experiencia a penas dan para exponer alguna teoría al respecto. Tal vez todo resida en la capacitación profesional de quien esté al frente de alguno de estos alumnos "imposibles". Tal vez.
Un fuerte abrazo.
Me alegra verte de nuevo por aquí, siempre he aprendido mucho contigo.
ResponderEliminarTe escribe una persona que pertenecía a una de esas clases D, con más de 5 suspensos por año, condenado por parte del claustro profesoral a ser expulsado por mis malas notas. Ahora estoy aquí, debatiendo contigo, quizás porque alguien alguna vez no perdió la esperanza conmigo aunque no me considero ejemplo de nada.Faltaría más.
Un abrazo cordial
En primer lugar, Joselu, bienvenido, de nuevo, a "tu" espacio, que tenías deshabitado para desconsuelo de sus paseantes habituales, como mi menda lerenda. Que conste que el hábito me ha inducido a entrar cada día para saber si regresabas. Bien, ya estamos -y hasta somos- aquí. Se abre la veda de la inteligencia que caza la realidad y la expone ante nosotros para, aprovechando algún intersticio de los pocos que dejas, meter la cuchara, acertemos o no. ¡Qué familiar me es ese panorama! Tanto que, nada más aterrizar en el Insti me reciclé en profesor de castellano para extranjeros, estudios de postgrado por medio, para convertirme en lo más parecido a los voluntariosos english teachers que intentan sacar de nosotros una frase diferente de la famosa my taylor is rich, que debería ser algo así como una marca registrada, el nombre de un grupo de música alternativa o el de un grupo de teatro para escuelas. A pesar de los pesares, infinitos, los recursos para "atraerles", además de ensayar con ellos disciplinas castrenses, pueden ser variados. A mí me funcionan mucho las equivalencias en catalán: el otro día entre murciélago/*murciégalo y rat-penat, con su etimologia mediante, los tuve en suspenso durante casi un cuarto de hora; pero también me funcionan los libros de caligrafía Rubio, un ejercicio mecánico que convierte la clase en el silencio expectante que precede al ataque del primer compás de un concierto. Replantear nuestra función es indispensable. Después está la falta e motivación, a cierta edad, para tener ese dinamismo de castellano para extranjeros propio de profesores muy jóvenes, no de funcionarios como nosotros que hemos de "soportar" a quienes, coincido contigo, están ahí dentro sufriendo y haciendo sufrir. De hecho, estoy en proceso de inventarme algunas "manualidades" que tengan que ver con la lengua para tenerlos ocupados en algo que les sirva y les calme. A bote pronto se me ocurre recoger diarios viejos, muchos y que comiencen a recortar de todo para confeccionar el suyo, por grupos, cada uno con su nombre y las noticias que más les hayan llamado la atención, etc. En fin, cosas así...
ResponderEliminarMe alegra leerte de nuevo, Joselu, aunque no tanto comprobar que los viejos problemas siguen ahí. No puede ser de otra manera, dado el sistema (des)educativo que tenemos, pero, ¿es el que merecemos? Parecería utópico, si no fuera tan esperpéntico, pensar que los alumnos están ahí para aprender. Nadie, salvo quizá un puñado de héroes de la docencia, daría un céntimo por ellos. El sistema lo sabe, los chavales lo saben y nosotros lo sabemos. Entonces, ¿dónde está el problema? Sin duda la solución es política, como en casi todo, pero, ¿realmente interesa formar correctamente a los ciudadanos, o es preferible seguir manteniendo a amplias capas de la población en un estado de semiinconsciencia intelectual, haciéndoles creer, al mismo tiempo, y por parte, también, de no pocos padres cretinos, que son unos campeones?
ResponderEliminarAl final, la educación pública (pero también la concertada, ojo, que es menos exigente en realidad aunque la imagen que dan sea rigurosa y de calidad) es un gran redil donde hay borregos, pastores... El lugar de cada uno de nosotros allí solo es circunstancial.
Un abrazo.
Un placer volver a leerte. Que sea por mucho tiempo. Creo que alguna vez ya lo comenté, trabajo en un centro rural con bajísimo nivel y un elevado número de alumnos desmotivados en un contexto totalmente alejado del interés por la cultura. He leído tu entrada y no lo he hecho en el mejor momento. Desde hace algún tiempo en que esto se me hace cada vez más cuesta arriba y no acabo de encontrar medios razonablemente eficaces para abordar el problema. Me encuentro sin fuerzas y energías. Siempre pensé, cuando empezaba, que la experiencia me daría más herramientas, y quizás lo ha hecho. Pero también me ha agotado, después de casi dos décadas dejándote la piel en el aula, faltan fuerzas. No sé a donde vamos pero hoy mi principal objetivo es conservar la ilusión que me queda y encontrar en las pequeñas victorias un asidero. No son buenos tiempos para nada.
ResponderEliminarMe alegra volver a leerte, Joselu. Parece que no ha pasado el tiempo, entiéndelo como un piropo, que lo es, o como una resignada constatación de "la vida sigue igual". Los mismos problemas, los mismos alumnos, el mismo cansancio entre los docentes y los alumnos. Hemos llegado a una situación tal que la única salida (falsa) es la resignación, seguir trabajando por inercia, intentar salvar el día a día lo mejor posible. En cuanto nos planteamos algo serio topamos con un muro: la Administración nos corta las alas y los chavales pasan de nosotros, salvo excepciones. Ya no sabemos qué hacer para motivarles, para animarles a aprender a expresarse, a adquirir nuevos conocimientos sobre el mundo que les rodea. Escribimos en el agua, y muchos días me pregunto qué nos ayuda a seguir adelante. Ya no sirve apelar a la vocación, no podemos permitirnos al lujo de seguir siendo tan altruistas. Muy de vez en cuando surge algo,o alguien, como esa alumna tuya, bendita sea, que hace que merezca la pena enfrentarse a un grupo de muchachos indolentes y apáticos. No sé hasta cuándo aguantaremos. ¿Soluciones? Nadie quiere escucharlas, no interesa sacar a este país del desastre en que está sumido. Ya hemos probado los desdobles, los grupos paralelos, los apoyos, todas las formas posibles de agrupamiento. Unas han dado resultado, otras no, otras según y cómo. No hay soluciones mágicas, nunca las ha habido. Sólo puedo desearte mucho ánimo para volver cada día a tu aula, a intentar dar a tus alumnos algo de tu saber. Lo malo es que nos vamos dejando algo de nosotros en ese empeño, y nos cansamos, vaya si nos cansamos... Te lo digo y me lo digo a mí misma: hay que seguir.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo, colega.
Voy a enlazar dos citas de tu post: "No soportan la escuela, que no logra ofrecerles nada de lo que ellos querrían" (...) "Crear cursos A, B, C y D para lograr dar un cierto nivel en los A y B, pero dejando una bolsa de fracaso difícil de cuantificar en los C y D."
ResponderEliminarEso es lo que llevo viendo desde que estoy en este mundo. Los currículos parecen diseñados para quienes van a seguir en Bachiller o con estudios universitarios. La sintaxis no tiene sentido para esos grupos D, E, y mucho menos la historia de la literatura. Desde que asumí como propio ese desencanto y fracaso, he tratado de darle la vuelta y ofrecer tareas con sentido y un ambiente de clase agradable. No funciona con todos, claro está, pero cuento con que se pueden salvar cinco o seis de cada grupo. No podemos luchar contra el fracaso escolar como si fuese un gigante enfurecido, pero tenemos todo el derecho (y el deber) de mitigar en parte sus zarpazos.