Caminaba apresuradamente por uno de los pasillos del metro en el intercambiador de Plaza España. Iba pensando en el último relato de Cortázar que había leído, Las armas secretas. Pierre intenta alcanzar siempre a Michèlle, pero ésta se le escapa, y siempre acude a él la misma imagen, la de una escalera y una bola de cristal al comienzo del pasamanos... Me quedaban un par de páginas que terminaría en el trasbordo que tenía que tomar. Un músico tocaba el violín y pedía unas monedas. Era joven y tenía una larga melena rubia. Me lo imaginé como un estudiante del conservatorio que no encontraría trabajo en ninguna orquesta, o que tal vez estaba buscando un auditorio para su Canción de paz del poema sinfónico Finlandia del compositor finlandés Jean Sibelius. La reconocí en seguida porque es una de mis melodías preferidas. Me quedé un rato escuchándole disfrutando de la ocasión. El muchacho me miró agradecido. Todo el mundo pasaba rápidamente y nadie parecía prestar atención.
A su izquierda, a unos tres o cuatro metros había un hombre de unos sesenta años en el cual no había reparado. Ofrecía un aspecto desaliñado, con su americana de pana verde raída, sus pantalones vaqueros y sus zapatos deteriorados. Vendía libros. Tenía una treintena de ejemplares que me llamaron poderosamente la atención porque parecían de colecciones de hace veinte años, Bruguera y Alianza, con las famosas portadas de Daniel Gil. Pero aquel señor me resultaba familiar. Lo miré con atención mientras acababa la pieza de Sibelius. Me fijé en sus manos, extraordinariamente finas y expresivas. Colocaba los libros. Me acerqué y miré los títulos. Me parecieron todos del género policiaco. Uno de ellos era Cosecha roja de Dashiell Hammet, otro era El agente de la continental del mismo autor; más allá estaba El largo adiós de Chandler junto a títulos de Ross MacDonald, Richard Stark, Jim Thomson, Chester Himes, Horace McCoy... Eran libros que mostraban la pátina del tiempo y se los veía desgastados. Había un cartel que ponía que valían dos euros cada uno. El vendedor de joyas de la novela negra llevaba un sombrero tipo gran Gatsby. Tenía un paquete de Marlboro junto a los libros y un tetrabrik marca don Simón de vino blanco barato.
Me acerqué a él y me agaché para hojear algunos de los ejemplares. Me dijo entonces que cada uno de ellos había sido leído bastantes veces y que tenían una larga historia. Su voz era profunda y musical. Le dije que los conocía, que también para mí habían sido libros importantes. Me miró con un aire próximo a la desolación y a la vez pícaro. Sacó entonces de su macuto verde un vaso de plástico y me ofreció vino del que estaba bebiendo. Me sonrió y me lo pasó. Se lo acepté, y me senté junto a él. El violinista se puso a tocar otra pieza que me recordó a Mozart. Bebí de aquel pésimo vino blanco, y estuvimos charlando sobre novela negra. Hubo un tiempo en que siendo profesor en Berga planteé a mis alumnos un ciclo de lectura de las mejores novelas policíacas. Cada uno tenía que leer tres de ellas y hacer un trabajo monográfico. Recuerdo la experiencia como magnífica. Y ahora estaba sentado con aquel individuo cuando tenía que coger el tren hacia Cornellà. Me echó otro vaso de vino, y comenzó a hablarme de otros libros, de libros que a él lo habían marcado. Su voz me resultaba conocida, y su estilo claramente pedagógico. Me preguntaba qué hacía una persona como él sentado en un pasillo del metro. Me habló de Baroja, de Azorín, de Unamuno y de Valle, de la olvidada generación del 98 que, a su juicio, fue uno de los momentos estelares de la prosa española, tras las magníficas novelas de Galdós y Clarín. Entonces sacó un libro de su bolsa verde caquí y me lo enseñó. Era La lámpara maravillosa de Valle, me lo pasó y yo inmediatamente reconocí aquel libro de la colección Austral. Lo abrí sabiendo lo que iba a encontrarme en las primeras páginas bajo el título de aquella obra de estética quietista y panteísta del autor de Las comedias bárbaras. Estaba mi nombre, Joselu, y una fecha, julio de 1982. Bebí un sorbo de vino blanco y hojeé el ejemplar archiconocido por mí, igual que también me eran cercanos todos los títulos que había allí expuestos. Sus manos estaban gastadas por la vida, y sus ojos del mismo color que los míos, cansados por la desilusión, pero mantenían todavía el orgullo y la vivacidad. Me dijo que el libro era para mí. Le respondí que no podía aceptárselo, pero él insistió. Me levanté con La lámpara maravillosa en la mano y apreté la suya con fuerza. El se levantó también. Nos miramos cogidos de la mano, cuando comenzaba a tocar una pieza irlandesa el músico de al lado. La música era alegre y vital como una catarata. Nos pusimos a bailar y a reírnos, carcajeándonos de la vida. La gente pasaba y no entendía nada. El ritmo parecía llevarnos a los prados y colinas de Irlanda lejos de aquel metro ordenado y gris. Probablemente el vino se me había subido a la cabeza. Era la una del mediodía y no había comido nada. Bailamos y bailamos, y cuando acabó la canción, cogí el libro de Valle y mi ordenador portátil que había dejado junto a sus libros, le abracé y me fui por el pasillo rumbo a Cornellà.
Adiós, Joselu, -le dije.
Adiós, amigo, -me contestó y se sentó nuevamente agitando la mano como despedida.
"Cuando mires tu imagen en el espejo mágico, evoca tu sombra de niño.Quien sabe del pasado, sabe del porvenir"
ResponderEliminar"En cada día, en cada hora, en el más ligero momento, se perpetúa una alusión eterna"
Frases de Valle Inclan del libro La lámpara maravillosa que hacen comprender tu relato que me ha encantado.
¿En qué pliegue del tiempo podríamos encontrarnos con alguna de las identidades que dejamos atrás, con una sonrisa o con una lágrima, o con rabia, o con alivio? Si quieres que te diga la verdad, este relato tuyo me ha dado miedo. Un escalofrío. Lo que quiere decir, a mi parecer, que es bueno, muy bueno.
ResponderEliminarsimplemente magnífico
ResponderEliminarse me han puesto los pelos de punta y la carne de gallina.
has conseguido que me emocione como hacía tiempo que no lo hacía. Tu relato es digno de guardarlo para toda la vida y así lo voy a hacer. Como uno de mis relatos preferidos que me han marcado en un día cualquiera.
Me quedo con las frases de Valle Inclan que nos propone "el cuaderno de poemas de ruben" y con la generación del 98 que lei con 19 años, cuando entraba en la universidad y que me dan ganas de volver a leer.
saludos
Y a mí que estas cosas no me pasan?
ResponderEliminarPanta, has entrado en un blog en que hay libertad para imaginar, y sí, estas cosas y muchas más pasan con alguna frecuencia. Es un problema de la mirada.
ResponderEliminarGenial Joselu. Da miedo y conmueve a la vez. Es un relato precioso. Las decisiones que tomamos van cerrando y abriendo puertas, y en las que cerramos se quedan prendidas vidas paralelas, sucesos que habrían podido ser y no fueron, imágenes tan bellas como la que has descrito.
ResponderEliminarUn saludo
In vino veritas
ResponderEliminarSupongo que muchos preguntarán todavía si el CSI encontró en el tetra-brick huellas de un individuo o de dos, sin darse cuenta de que la identidad no es más que literatura en prosa de la mala.
Enhorabuena por el relato.
De la mirada, o de la imaginación? En qué quedamos?
ResponderEliminarCuando te vi aceptar el donsimón empecé a preocuparme. Me alegra, sin embargo, saber que sigues bien.
ResponderEliminarDebías haberlo acompañado a su casa. A ver dónde vivía.
ResponderEliminarPanta, yo no veo contradicción en los dos elementos: mirada o imaginación. Yo no soy muy imaginativo, pero a veces acontecimientos aparentemente triviales se me cargan de simbolismo, y a ello sólo hay que añadirle unas gotitas de literatura. El otro día sin ir más lejos, mientras estaba en un bar comiendo un bocadillo, se me acercó un joven de unos treinta y tantos años y se dirigió a mí por mi nombre. ¿Te conozco? le pregunté. Sí. ¿Cómo te llamas? Igual que tú, me respondió. Tenía mi mismo nombre y apellido, y ello me llevó a una clase de tercero de BUP de 1988 donde el delegado se llamaba exactamente igual que yo. Pues este chaval, ahora crecidito, había terminado siendo profesor de lengua y literatura. O sea que tengo un doble en algún sentido, porque él se sintió marcado por aquellas clases de literatura que el calificó de abiertas e imaginativas. Este es el trasfondo del relato porque evidentemente es un relato en el que la mirada de un hecho casual se convierte en un poquito de literatura (con perdón).
ResponderEliminarAntonio, me lo imaginé viviendo en una sórdida pensión o en un pisucho destartalado pasando agobios y estrecheces. En algún sentido en este personaje, un profesor sin duda, caído en desgracia, tanto que sólo le queda dar clases en el metro hablando de la generación del 98, se proyecta mi desasosiego como docente al que se le ha cercenado el objeto de su pasión, la literatura. Ya hemos hablado muchas veces de ello. La literatura ha perdido totalmente su lugar en el sistema educativo. Me imaginé a un profesor alcohólico, con una mísera jubilación porque no había sabido cumplimentar bien los papeles o porque había caído en procesos de depresión, y cuya única esperanza era poder hablar de literatura en el metro a quien quisiera oírle. En este desdoblamiento se articula el relato. En una pensión probablemente viva ese Joselu.
ResponderEliminarSerenus, cuando hay calor da igual que sea donsimón o El baturrico. Y de calor se trata en ese encuentro que puede ser reflejo de otros con esas personas que están en el metro tocando algún instrumento o vendiendo alguna cosa, si les deja la policía claro está. Y estas personas tienen una historia detrás, una historia y unos sentimientos.
ResponderEliminarAntonio, me ha gustado eso de que la identidad es literatura en prosa de la mala. ¡Cómo se nota tu profesión de lector! Borges nos hace por aquí un guiño lejano.
ResponderEliminarElena, más hermoso que el relato son tus palabras. Me alegro de que esta historia haya podido nada menos que conmover y dar miedo. No cabe duda de que algunas personas vivimos en y para la literatura como apasionados lectores y a veces como modestos creadores, haciendo guiños a los que de verdad lo son.
ResponderEliminarEloi, lo más estimable del relato es la figura del profesor alcohólico que habla de la generación del 98 bebiendo donsimón a quien quiera oírle. El que ha sido profesor de literatura urde cien mil estratagemas para seguir siéndolo, para poder seguir hablando de los que le han formado. No olvidemos nunca a estos grandes hitos que fueron los citados. Me alegro muchísimo de que te haya gustado. Gracias por tus generosas palabras.
ResponderEliminarClares, cuando yo lo escribía en una biblioteca pública conectado al wifi también sentía escalofríos al intentar dar forma de modo breve a una intensa intuición que me produjo un encuentro que antes he explicado a Pantagruel. Un abrazo.
ResponderEliminarel cuaderno de poemas de ruben, me alegro infinito encontrar a alguien que conozca este texto al que Valle otorgó el número uno de su Opera Omnia. Y en él se plantea claramente el problema de la identidad y la relación entre realidad y ficción. Un libro espléndido para los que hemos devorado a Valle, uno de los grandes en nuestras letras.
ResponderEliminarJo! yo me veo encontrándome en una residencia de Benidorm jugando al cinquillo... Eso sí, mirando al mar :D Mi imaginación no me da para más, tengo un problema con ella. Por suerte están la tuya, y la de aquel, y la de aquel otro...
ResponderEliminarMuy bonito el relato, mucho :)
Saludos.
Precioso post, Joselu. Todos somos unos y varios a la vez y puede que en algún lugar esté nuestro doble. Yo encuentro el mío en mis sueños: eso de verse "desde fuera" es una experiencia a veces apasionante, aunque sean pesadillas. Estoy en dos sitios al tiempo y soy dos personas ¿diferentes?
ResponderEliminarOjalá pudiéramos de verdad pararnos a hablar con esos artistas ambulantes que nos alegran brevemente el camino. Pasamos a su lado con prisa y con indiferencia y siempre me quedo con ganas de entablar alguna coversación con ellos.
Libros antiguos a dos euros... Por menos se encuentran en muchos mercadillos. Glorias pasadas para obras inmortales, páginas amarillentas, bordes gastados... vida que se fue y renace cada vez que releemos sus palabras. La grandeza de la literatura, hoy arrinconada, como bien amargamente te quejas. No desmayes, siempre se puede hacer algo. Ya ves, yo encontré el otro día un episodio de aquel serial de la SER "Periquín y sus amigos" , se lo llevé a mis alumnos y les encantó. Y aprovechando otra lectura les he dado "La canción del pirata" y la han escuchado de labios del mismísimo Dicenta, todo un lujo. Son detalles, hachazos para cortar la maleza de la indiferencia y la desgana, la mediocridad que nos quieren imponer.
Un abarzo, colega.
Joselu, podemos admitir ambos que sensu strictu la mirada ve lo que hay y la imaginación distorsiona e inventa. Ambas son capacidades y cualidades muy notables del cerebro humano, que todos más o menos utilizamos. Quizás no te he entendido bien, pero me ha parecido que afirmas que yo limito o tengo limitada mi libertad para imaginar -"has entrado en un blog en que hay libertad para imaginar, y sí, estas cosas y muchas más pasan con alguna frecuencia. Es un problema de la mirada."- porque a mí no me pasan esas cosas, como por ejemplo encontrarme sosias en los que ha acabado por germinar mi tendencia a la autodestrucción, o lo que sea. La clave no está ni en la mirada, ni en la imaginación, sino en lo que tu dices: la resolución de hacer literatura a partir de lo que uno mira o imagina, como tú mismo reconoces que es el caso. Y que conste que a mí no me parece mal que se haga literatura, o incluso que se viva de ella. Hay quien lo hace con menos merecimiento que tú :-)
ResponderEliminar¡¡¡Con lo romántico que puede ser un viaje en el tubo, como ha sido tu caso, y yo, para una vez que monto, el otro día y porque no me quedaba otra, van y me meten mano¡¡¡ Si es queeeeeeeeeeeeeeee
ResponderEliminarVero, no conozco Benidorm, pero lo que he oído de él, no creo que sea donde tenga mi retiro. No me desagradarían las islas Canarias. En Tenerife hay un pueblito llamado La punta del hidalgo en que cada mañana a las ocho podría nadar en el mar desde un malecón. En esa imagen me recreo. Ojalá que la imaginación pudiera ser estimulada mucho más de lo que es, sometida al bombardeo de millones de estímulos de imágenes que nos agotan y estrechan nuestros límites. La superabundancia es una enfermedad como lo es la carencia de lo imprescindible. Un abrazo.
ResponderEliminarYolanda, creo que el metro es un buen espacio literario. Tiene a su favor su carácter laberíntico, y también el ser un pequeño zoco donde aún te puedes encontrar a artistas tocando el violín o cantando o vendiendo libros. Cuando camino por los pasadizos del metro voy atento a estos estímulos y muchas veces me quedo con las ganas de de entablar un diálogo con estas personas, en muchos casos, castigadas por la vida. El tema del desdoblamiento, de la relación con los otros yoes me resulta especialmente atractivo, y este relato no deja de ser una especulación sobre ello. Un abrazo, colega.
ResponderEliminarPantagruel,eres un lector sagaz porque has detectado efectivamente que en el viejo profesor que bebe donsimón ha germinado una tendencia a la autodestrucción latente. Me asombra de lo literario la posibilidad de realizar lecturas distintas sobre el mismo texto. Fíjate en Hamlet o Don Quijote. Se ha reflexionado sobre ellos infinidad de veces, pero cada vez que leemos sus textos, nos aparecen personajes diferentes. He leído don Quijote cinco o seis veces y no me he encontrado al mismo ente literario. Quizás porque el que había cambiado era yo y mi lectura era diferente. No quiero sugerir que carezcas de imaginació en absoluto. Creo que la tienes en alto grado, prueba de ellos son tus escritos, pero en mi caso la racionalidad es una barrera que me esfuerzo por traspasar siempre que puedo. Si yo hubiera tenido talento (y método)habría dedicado mis esfuerzos a la realización de universos narrativos o poéticos paralelos. En todo caso me queda este blog, que está muy bien como posibilidad. Es también, como el tuyo, polimorfo, y de los temas estrictamente académicos se pasan a otros muchos que no tienen que ver con las aulas, y veo que me gusta especular con ese personaje inventado que es Joselu, al que no le faltan, como bien dices, tendencias autodestructivas. Un abrazo.
ResponderEliminarAy, Joselu, que el vino peleón es mu malo, que hace ver cosas que no son, jajaja.
ResponderEliminarUn abrazo.
Se me han puesto los pelos de punta. No te puedo decir otra cosa, amigo. Bueno, sí, guárdame un vasito de plástico con algo (poco) de vino peleón.
ResponderEliminarTu relato no ha dejado de recordarme una de las secuencia iniciales de "Fresas salvajes", la pesadilla del viejo profesor, que mientras pasea por la ciudad solitaria con un sol intenso, que solo forma sombras sin penumbra, con unos relojes sin agujas, ve pasar desbocado un coche de caballos fúnebre del que cae la caja, que queda en el suelo, semiabierta. Se acerca aterrado para comprobar que quien va en el ataud, quien saca las manos para aferrarle, es él mismo. Pero también Miguel de Mañara, crápula del primitivo barroco sevillano vió pasar su propio entierro. Esto de los desdoblamientos macabros no solo es cosa de profesores... Un abrazo.
ResponderEliminarNovicia Dalila, me encantan los pasillos de los metros donde a veces se encuentra uno a artistas, kioskos, bares entre estaciones, libros de segunda mano, gente deambulando. Hubo un tiempo en que la vida del metro era intensa, semejante a la de un zoco árabe, pero las tendencias racionalizadoras vinieron a imponer orden y limpieza, pero no sé si me gusta tanto atildamiento. Pero sí, aún es posible vivir una historia imaginativa dentro de esos corredores interiores que son semejantes en algún sentido a los corredores o las galerías de nuestra alma.
ResponderEliminarUn profe cualquiera, si el vino peleón es capaz de hacerme ver cosas que no son, ¿qué de malo tiene? Estoy saturado de las cosas que son y me interesan las que podrían ser. Joselu se adentra en esos escenarios de vez en cuando y se escapa de esa realidad opresiva y gris a la que se llama Realidad, pero no es más que una ficción, eso sí muy ordenadita pero nauseabunda. Ahora sí, me río contigo con un vaso de vino peleón, ja, ja, ja.
ResponderEliminarSimalme, me hace sentir dichoso el haberte puesto los pelos de punta. Hoy he estado viendo una exposición del artista brasileño Cildo Mereiles y he caminado por un suelo de cristales rotos y metido mis pies descalzos en un mar de talco. Creo que el verdadero arte es el que no te deja indiferente, que aún es capaz de conmovernos a pesar de tantos reclamos publicitarios que padecemos todos los días cargados de todas las técnicas de conmoción conocidas. Si mi relato es capaz de hacer eso, es que tiene unas gotitas de verdad literaria. Que Valle me perdone por haberlo citado, quizás en vano. Un abrazo.
ResponderEliminarPantagruel, sabes de mi admiración por Bergman. Fue una de las primeras cuestiones que observé en tu perfil personal. He visto casi todo Bergman y ese comienzo de "Fresas salvajes" que conozco bien es extraño y sobrecogedor. Quizás escriba algo tomando como base esa idea y haciéndole un guiño a ese gran director. El sólo hecho de que lo relaciones con él me emociona. Son curiosas y fascinantes las posibilidades humanas y artísticas que abre un blog para dialogar con otras personas que no encuentras en tu vida cotidiana. Es por ello que celebro que no te hayas ido. Supongo que como yo te das cuenta de que este es un universo absorbente pero maravilloso. Los debates en tu blog son suculentos. En este, ya ves, somos más serios o menos ocurrentes e ingeniosos. Pero algún día escribiré algo cómico, me lo propondré.
ResponderEliminarEl problema de que estas cosas pasen es que luego no dejan de pasar
ResponderEliminar(... hay un bucle cerrado:)
Saludos.
¿Qué fuimos,somos o seremos...? ¿qué tal si aquel día en vez de... hubiese...? ¿Somos lo que creemos ser o imaginamos ser para creer lo que somos? Literatura o vida, sólo vemos el reflejo; ¿de qué lado estamos y cómo distinguirnos de la imagen?... Hermoso relato.
ResponderEliminarno, si que me ha gustado lo que has dicho porque es una verdad como un templo, pero lo he visto más como para desahogarse de un sistema educativo un tanto malo. y que los niños no estudian dado que viven en una zona un tanto peculiar. pero bueno tampoco pillo mucho las cosas. xD otro saludo
ResponderEliminarEnhorabuena por el relato, Joselu. ¡Sencillamente espléndido!
ResponderEliminarNo sé si conoces un dibujo de Tintín cincuentón, con una hermosa barriga, con barba de varios días, apostado en la barra de un bar, solo, con un vaso de whisky en un mano y un cigarrillo en la otra... No sé, quizá no tenga nada que ver, pero tu imagen visionaria me la ha recordado y se me ha hecho muy nítida en mis recuerdos...
Tanto una como otra son dos imágenes que -efectivamente- producen escalofríos y que esconden -a buen seguro- más de una derrota y más de mil confidencias...
Ha sido éste un relato excelente. Un relato donde se junta la bohemia con la sensatez, y las maneras no tienen importancia sino los fondos. Y tú fuiste feliz, con tan poco... una lección para saber vivir.
ResponderEliminarUn saludo
que historia mas curiosa, en un mundo donde la sociedad de hoy en día nisiquiera escucha ni ve a esta gente ya sea por ignorarlos, por las prisas o simplemente porque piensa que tiene cosas mejores que hacer. tu les dedicaste un tiempo de tu vida. porcierto quien era al final el señor de los libros?
ResponderEliminarme dejaste con la intriga. xD
Aaaa ahora lo entiendo todo, ves como no pillo las cosas. xD yo pensé que era un estudiante tuyo de Berga. xD [ :) no es broma]
ResponderEliminaren relacion a lo otro, me enorgullece saber que aún guardas la moneda xD referente a lo del ruso empiezo siempre y a las 2 semanas me canso, no tengo fuerza de voluntad. necesito horario estricto y obligatorio. (plan escuela).
До встречи/Hasta pronto. xD
Aaaa se me olvidaba, no es que tenga aficion por lo ruso. Que también, es que tengo aficion por los paises socialistas (no de america) CCCP Corea del norte etc...
ResponderEliminarWrailito, lo cierto es que a veces suceden cosas como estas y más sorprendentes todavía, no sé si en forma de bucle cerrado o espiral abierta. Yo me quedo con la espiral. Saludos.
ResponderEliminarYolanda, literatura o vida, yo pienso que literatura y vida, las veo tan mezcladas que no sé dónde empieza una y acaba la otra. Creo que esto da lugar a un subgénero en el blog, que es el de las aventuras oníricas de Joselu.
ResponderEliminarMarcos, me gusta ese Tintín cicuentón con barriga y bebiendo whisky, curtido por la derrota, y charlando una noche en un pub hasta altas horas de la madrugada. Luego nos iríamos a comer churros de madrugada. Sería tiempo de confidencias. Un abrazo.
ResponderEliminarMiguel, tener la oportunidad de escribir y compartir con vosotros es un espléndido aliciente comparable a pocas cosas. No seremos Javier Marías, pero también -a nuestra medida- intentamos vivir la literatura. Un abrazo.
ResponderEliminarEl-Krasabitsa, me encanta tu paso por este blog, y que descubras a tu antiguo profesor en otras facetas que no se pueden proyectar en las aulas. Yo también te sigo, te animo a dar continuidad a tu blog. Un abrazo.
ResponderEliminarTú lo has dicho, "vivir la literatura", y no "vivir de la literatura". Ayer vi Factótum, sobre una novela de Bukowski, de carácter autobiográfico, y comprendí que lo esencial es ser esclavo de la alfaguara interior que no cesa de proveernos de palabras, ese discurso incesante que nosotros tratamos de embridar, aunque no siempre conseguimos hacerlo para decir nosotros, en vez de decir él.
ResponderEliminarEl desdoblamiento, como en el olvidado El estudiante de Salamanca, por ejemplo, es tema noble, ancestral. El ejemplo tuyo de hoy, en escenario suburbano, casi de Dostoievski, es un anticipo de lo que está por venir, de lo que, al menos yo, espero con la impaciencia de quien sabe que ejerce de profeta con truco.
Por otro lado, ¡qué curiosa costumbre la del ex-libris!, aunque sea el modesto nombre y la fecha: a eso se le llama voluntad autobiográfica. Yo carezco de ella, al parecer. Raro será el ejemplar de mi biblioteca que lleve mi nombre o la fecha. Pero nunca he dejado de pensar en mi ex-libris, un sello en el que se dibuja un arco y una flecha con la leyenda: "Ir a Mas".
Bienvuelto al discurso literario, del que nunca te has apartado, en realidad. Lo que ocurre es que los géneros se quedan chicos y los blogs, a medio camino entre los Dietarios, los Diarios íntimos, y las memorias, constituyen uno nuevo y en permanente expansión.
Precioso relato: ciclo, bucle cerrado y eterno retorno a lo que somos en realidad.
ResponderEliminarMe gusta cómo escribes, amigo, tienes, sin duda, un don :)