Hay almas piadosas y llenas de espíritu
crítico que hablan de la pseudodemocracia que tenemos, de la vil transición de
1977 en que se claudicó frente al franquismo y se rebajaron las exigencias
democráticas para no irritar el ejército. Puede ser. Pero yo querría hoy poner
el foco en lo que fue la transición en realidad. Para ello, nada mejor que ver el documental
de Iñaki Arteta (Bilbao, 1959) “1980” que centra su foco en ese año y en
el País Vasco. Fue un año que formó
parte de aquella transición tramposa a que se refieren en que la sociedad
española despertaba con euforia a la nueva situación de libertad tras cuarenta
años de dictadura. Nuestro sistema político estaba cogido con alfileres.
Gobernaba la UCD de Suárez. Fueron años inolvidables para
los que los vivimos. Alegres y terribles. En 1980, la recién nacida democracia
se enfrentaba a la involución de los militares y a los atentados de ETA que querían precisamente provocar
un golpe de estado para propiciar un levantamiento popular en el País Vasco. ETA asesinó aquel año de 1980 casi a cien personas y hubo 22
secuestros. Casi a diario aparecían en las noticias acciones de ETA asesinando a policías, guardias
civiles, trabajadores, personas que eran señaladas como no nacionalistas y, por
tanto, enemigos de Euskadi. El tiro
en la nuca era noticia día sí, día también a la vez que emboscadas cada vez más
audaces. La sociedad vasca vivía un estado próximo a la alucinación entregada a
los delirios de ETA. Existía un
terror a significarse, a que alguien viera algún gesto tuyo que pudiera ser
sospechoso, se observaba con quién hablaba cada uno, y una conversación podía
ser la condena a muerte. Se salía del franquismo y desde el nacionalismo
dirigido por ETA se consideraba que
ni la constitución votada, ni el Estatuto
de Gernika, ni la amnistía general a todos los presos etarras, valía nada.
Era simplemente la continuación del franquismo.
ETA contaba con un ejército de doscientas mil personas (Herri Batasuna) que en principio
apoyaban su lucha armada, que eran un brazo extensivo y omnipresente en toda la
sociedad vasca que optó por mirar a otro lado, ocultándose los pensamientos
incluso a sí mismos. Ser considerado no nacionalista podía ser una cierta
muerte. Lo mejor era no hablar con nadie. Las víctimas de ETA morían en el desprecio y la soledad total. Apenas nadie iba a
su funeral y sus familiares tenían que arrostrar la culpa porque si lo habían
matado sería por algo. Hubo madres que vieron morir a su hijo o hijos que
vieron morir a sus padres sin que nadie fuera a darles el pésame, y lo más
estremecedor es que tenían que decir que era mentira, que su padre o su hijo no
era confidente de la policía. Las víctimas estaban totalmente solas con su
dolor y el desprecio de la sociedad que les mostraba su rechazo y odio o,
peor aún, su indiferencia.
Hubo muertos de todo tipo. El documental
de Iñaki Arteta es estremecedor. A
la vez operaba el Batallón Vasco Español
que asesinaba también a abertzales produciendo una escalada de violencia que
amenazaba con sumergir a España en el abismo, especialmente porque muchas de
estas muertes tenían como objetivo el propio ejército: fueron asesinados
generales, coroneles, altos mandos, simples oficiales. Se entendía por gran
parte de la izquierda española que la lucha de ETA era justa y tenía sentido y se ocultaba o se tardó en ver el
proyecto totalitario que había detrás. Uno de sus jefes –Peixoto- sostuvo que solo la sangre haría invertir el signo de la
historia. No había límites en la crueldad. Cualquiera podía ser blanco de la
banda que operaba con total impunidad en el sur de Francia donde estaba su
cúpula dirigente y que servía de santuario de todos sus comandos que se
replegaban tras una acción terrorista. Josu
Ternera dio pistas sobre qué querían para Euskadi: un país como Albania,
la dirigida por Enver Hoxa,
probablemente será una incógnita para muchos que nacieron con la caída del muro
de Berlín. Albania era un país totalitario, pequeño, algo así como Corea del Norte actualmente. Eso
querían para el País Vasco.
La iglesia vasca fue anticristiana y se
desentendió de la piedad para las víctimas y colaboró con la banda armada. Los
policías eran txakurras (perros), los
colaboracionistas, cipayos, o simplemente
coreanos o maketos, a los que había que echar de esa tierra o matarlos. El
pueblo vasco, esa entidad abstracta, era ensalzada y se la consideraba
depositaria de todos los derechos que eran ejercidos por el ejército popular
que era ETA que podía y debía
ejecutar a todos los enemigos. La extensión del terror era el procedimiento
imprescindible. ¿Quién se iba a atrever a decir que no era nacionalista?
Lo terrible es que estos años de plomo se
vivieron con total normalidad. Las fiestas continuaron celebrándose, las
charangas no enmudecían cuando había seis guardias civiles asesinados por la
espalda. Se ignoraba el sufrimiento en soledad de las familias de los
asesinados que se tenían que sumir en el silencio y las miradas de odio a su
alrededor porque algo habrían hecho. Habían sido juzgados y condenados.
Se tardó mucho en salir del armario y
atreverse la sociedad vasca a decir algo sobre aquella violencia brutal que
parecía normal. “1980” es un documental que cabría verse colectivamente. Yo
tengo intención de pasarlo a los profesores de mi centro. No sé si vendrá
alguno. Tal vez no. Tal vez nadie quiera recordar o saber. Tal vez muchos
nacionalistas e independentistas seguirán pensando que la lucha de ETA era justa.
Para mi desolación recuerdo que en 1980
yo acababa de llegar a Cataluña y
era mi primer año en la enseñanza. Las noticias de asesinatos eran, como he
dicho, diarias, pero eran un telón de fondo al que nadie prestaba demasiada
importancia. Se vivía con alegría, con ansia de devorar la libertad recién
ganada, había demasiada adrenalina en las calles llenas de contracultura, de
euforia, de fiesta, de ganas de cambiarlo todo y lo que pasaba en el País Vasco era un pequeño detalle que
no iba a amargarnos la fiesta. Poco después, el 23 de febrero de 1981 recibimos
un fuerte aviso que afortunadamente no cuajó, pero por poco. Era lo que ETA, el GRAPO, el FRAP (otros
grupos terroristas) esperaban: la involución, otra guerra civil o tal vez la
revolución marxista leninista.
La transición fue todo menos pacífica.
Hay que poner el objetivo en un punto de la misma. 1980 fue un año
paradigmático en que la vesanía terrorista alcanzó su punto más alto. Hablar de
que aquello fue una estafa sin más es olvidarse de lo que realmente pasó allí.
El documental se puede alquilar por cinco días o comprarse. Yo lo he comprado.
No lo lamento.
Hay que mirar adelante, pero no olvidar.
ETA asesinó a casi novecientas personas y dejó heridas a miles. Decenas de
miles de personas tuvieron que abandonar el País Vasco por el terror con que se
vivía.
1980 es un documental mesurado y respetuoso con las víctimas. Recupera una parte de la historia que nadie todavía,
increíblemente, ha contado.