Bobby Fischer.
Escucho mientras escribo So
what de Miles Davis. Está en su
mítico álbum Kind of blue. Pienso en si
merece la pena luchar por ser el número uno en algo. He leído hoy el artículo sobre el jugador español de ajedrez Paco Vallejo, campeón mundial juvenil a sus diecinueve años, pero
que abandonó el terreno de la competición máxima, contentándose con lugares
discretos en el ranking mundial cuando, a juicio de muchos, podría estar entre
los primeros ajedrecistas del mundo. Parece que en un viaje internacional encontró
un texto taoísta que le cambió el modo de estar en el mundo y le llevó a
relativizar la lucha por llegar a la cúspide. No merecía la pena hacerlo.
Algunos le arguyeron que cuando uno tiene talento tiene la obligación moral de
llegar a lo más alto, de desarrollarlo al máximo. Paco pensó tal vez que el
esfuerzo por ser el mejor no es sano. Uno recuerda al jugador Bobby Fischer que en la cima de su
carrera la abandonó en cierto sentido tras ganar el campeonato mundial y no
volvió nunca a competir, tras haber derrotado a Spassky. Seguí este campeonato en mi juventud con apasionamiento y
reproducía todas las partidas entre los dos genios del ajedrez.
¿Hay alguna ingenuidad mayor que intentar demostrar que se
es el número uno? Entiendo que haya algunos ofuscados que lo intenten, que logren
durante un tiempo serlo, hasta que alguien los desbanca. Siempre hay alguien
más rápido, más inteligente, más hábil, más ambicioso que lo que es uno.
Siempre hay un pistolero más rápido que el más rápido pistolero del far west. Y
te mata aunque sea a traición. El éxito es un veneno que embriaga, es transitorio y supone siempre el
esfuerzo de mantenerlo, de satisfacer las expectativas que otros se ocupan de
alimentar sobre ti.
Pero luchar por ser el número uno es inútil, otra cosa es
serlo y que se reconozca a posteriori. La competición es un terreno que solo
estimula a los espectadores que nutren las expectativas de los contendientes
para vivir de ellos, para aprovechar su esfuerzo, hacerlos subir y luego, si se
puede, hundirlos en la sima del fracaso, en la decadencia que inevitablemente vendrá.
Pero ¿qué droga más poderosa hay en intentar ser el mejor? El taoísmo nos
enseña, como le mostró a Paco Vallejo,
que el éxito y el fracaso son las caras de una misma moneda, que uno está
contenido en el otro, que uno no puede triunfar sin llevar implícita la
realidad de fracasar. Fracasamos inevitablemente por mucho que nos esforcemos
en triunfar, en perseguir el éxito y que tengamos talento para ello. El fracaso
es, no obstante, uno de los alimentos más estimulantes de la vida.
En mi carrera como profesor algún compañero me ha recordado
que durante un tiempo fui un número uno, pero luego la realidad me había ido
arrumbando en la mediocridad, en el fracaso, en una situación en la que ni siquiera los alumnos más brillantes veían
en mí ningún punto de referencia. Esto me abrumó, pero mirado en perspectiva me
ha enseñado mucho.
Es un error pugnar por ser el mejor, por intentar ser un
punto de referencia, es mejor la sensación de trabajar con honestidad, con
sentido común, con ganas... Sólo los tontos pretenden ser los mejores. Si
alguien lo es, no dejará el tiempo de mostrarlo. Me inquieta además el
sentimiento de autodestrucción de algunos de estos mejores. Pienso en El Perseguidor de Julio Cortázar, inspirado en la epopeya jazzística de Charlie Parker. Entiendo ese
sentimiento de autodestrucción que va asociado a la leyenda de los mejores.
Paco Vallejo,
este magnífico jugador de ajedrez, podría estar luchando por pertenecer a la
división de honor de este deporte intelectual. Pero leyó a tiempo un texto
taoísta que le enseñó el sentido de la moderación en la vida. Sólo los
inseguros, sólo los pobres, sólo los que están llenos de miedo, luchan tal vez
por ser los mejores para demostrarse algo a sí mismos. El que se siente seguro
de sí no lucha por ser el mejor. Es una lucha estéril que solo conduce
inevitablemente al fracaso tarde o temprano. Esto incluye la pugna por tener
razón, por demostrar que los argumentos de uno son los mejores y que invalidan
los del contrario cuando toda pugna demuestra que los dos lados de la polémica
cuentan con razones sólidas. A y B son contrarios pero los dos tienen razones de ser.
No merece la pena luchar por tener razón ni por ser el número
uno. Es una dependencia enfermiza la que nos lleva a ello. Si alguien pretende
tener razón con demasiada insistencia, con demasiada convicción, hay algo que
falla. Inevitablemente el que cree tener la verdad, se demuestra que se
equivocaba. Y el que lucha por la victoria termina fracasando, solo es cuestión
de tiempo.
Interesante reflexión. Me ha gustado mucho.
ResponderEliminarUn saludo.
La competitividad es a todas luces un agobio. Y cuanto mayor la necesidad de competir por demostrar que eres el mejor, mayor el número y el peso de las cadenas. No sé, dudo mucho que la victoria momentánea valga una vida entera. No sé si el perfil psicológico que has descrito se ajusta al de uno de esos number one. Pero no termino de verlo muy claro tal cual lo has pintado.
ResponderEliminarRecuerdo una vez que estaba viendo el ascenso de Edurne Pasabán al K-2. Perdió dos dedos de un pie por congelación. Al tiempo leí en un periódico que declaraba que si lo hubiese sabido, no habría subido porque una cumbre no los valía. Tiempo después leí que no fue tanto así, pero que había entendido que lo que no debía hacer era obsesionarse y agobiarse tanto. Según entendí venía a decir que llegado a un punto, el agobio es tanto, que no disfrutas realmente, de lo que más disfrutas.
Y por cierto, lo de la obligación moral de los que tienen un talento, me parece una de las mayores gilipolleces que he leído hace tiempo. Y no sé por qué, pero ese tipo de pensamientos me irritan, pero mucho mucho, Joselu.
Un beso.
Ser el número uno, una vez, vale, pero tener que demostrar que lo eres durante tiempo y tiempo es una carga demasiado grande para una sóla espalda.
ResponderEliminarPuedo comprender lo que tu ego puede sentir al sobresalir sobre los demás pero creo que es un esfuerzo baldío si sólo buscas el triunfo por eso. Lola
sola sin tilde, pido perdón. Lola
ResponderEliminarHace poco leí una entrevista en que un brillante ajedrecista cubano contaba que no tenía tampoco el menor interés en tener una vida más pobre por especializarse demasiado; decía que también quería salir con los amigos y pasar un día en la playa.
ResponderEliminarEl problema lo veo en la idea de competición, que nuestra sociedad defiende a toda costa. Lo humano es cooperar, pero se enseña a competir. Me parece que en la misma escuela, a través de la comparación constante entre los niños mediante los resultados discretos de las evaluaciones, se inicia este camino erróneo.
Otra cosa es el desarrollo de nuestras capacidades -que es vocación- y la búsqueda del conocimiento, que considero más que legítima. Querer tener razón a toda costa, por tenerla uno mismo, no es más que un pueblerinismo personal; pero no estoy tan seguro de que podamos prescindir del análisis de la realidad, hágalo Agamenón o su porquero. "Conforme". "No me convence".
Saludos cordiales.
Si te hace feliz y no haces daño a nadie, ¿por qué no?
ResponderEliminarLo más bello del mundo es ser el amado número uno para los que tu amas.
ResponderEliminarPero ese triunfo no es eterno. Son espacios temporales diferentes en la esposa, los hijos, los padres.. Esos momentos, semanas, meses , años, mientras duran...¿ no son los momentos más hermosos de la vida?
Ser un número uno para el resto de la humanidad también es bello, no nos engañemos, pero si no ha sido a costa de los demás o de uno mismo.
Digo yo, no sé.
Pues no, no vale la pena luchar por ser el número uno. Nunca he entendido que se admire a alguien por ser el primero en algo. Me parece estupendo que alguien dedique todo su esfuerzo a ganar o a ser el mejor en su campo, pero no admirable. Este chico es un sabio.
ResponderEliminarFran, me hubiera gustado saber por qué te ha interesado. Tal vez sea por mi naturaleza oblomoviana que me lleva a la inacción como supremo don de la vida. Pienso que luchar por llegar a ser y más el primero es una carga extenuaste, pero tal vez sea por mi naturaleza perezosa que solo se despierta en algunas ocasiones.
ResponderEliminarVero, ayer leía en la prensa declaraciones de una alpinista austriaca, Gerlinde Kartelbrunner, en que se destacaba que era la primera escaladora que había subido los catorce ochomiles sin oxígeno, mostrando que Edurne Pasabán lo ha hecho pero con ayuda suplementaria. Te dejo el enlace LA MONTAÑA EXIGE HONESTIDAD. La odisea maravillosa tal vez de Edurne se tiñe de incerteza. Competir es una inyección de adrenalina. Nos encanta competir y ganar, pero nadie es ganador definitivamente. Todo tiene sus peros. En cuanto a tus objeciones de que una persona que tiene talento tiene la obligación moral de desarrollarlo es una observación interesante que me hubiera gustado ver más desarrollada para saber por qué te irrita tanto. Es un buen debate.
Animal de fondo, totalmente de acuerdo en tus observaciones. Uno está acostumbrado a que países del norte nos reprochen nuestra baja productividad explicada como que a nosotros nos gusta la fiesta y el pasarnos el tiempo debajo de las palmeras. Y surgen las comparaciones sobre el nivel productivo teniendo en cuenta que son los más productivos quienes mantienen en buena medida a los menos productivos. Esta explicación me sume en el desconcierto. Creo que perdemos la vida intentando ser productivos, pero no lo tengo claro. Saludos cordiales.
Lola, estoy de acuerdo contigo. Tener que demostrar permanentemente que eres el mejor es demasiado pesado para una sola espalda. Cuando veo a Rafael Nadal que tiene que demostrar si es el número uno o no, y que nada le vale si no mantiene un nivel extraordinario en cada momento de su vida profesional, siento una cierta compasión. No creo que merezca la pena. Ha habido tenistas magníficos que se han cansado de ese estrés implacable y han dejado correr su carrera tenística.
Luis Antonio, nada que objetar si te hace feliz y no haces daño a nadie, pero no podemos dejar de observar lo que significa eso para el que es protagonista. Es hermoso ser el número uno y poderlo mantener. Ahí tienes al Barça disfrutando de su éxito en un momento dulce que para sí querría el Real Madrid carcomido por la angustia de intentarlo y no poder serlo.
Osselin, lo cierto es que cada idea plasmada supone una catarata de apostillas que van replanteando lo escrito. Ser el número uno para tus hijos, para tu mujer, para tus padres… es hermoso. También para tus alumnos. No deja de ser un ejercicio fascinante ser el mejor, sentirte el mejor. Ya lo decía El Lazarillo de Tormes: La honra cría las artes. Es el deseo de perdurar, de sobresalir el que crea el arte tal vez, y son generalizados los galardones que premian continuamente a las personas destacadas en algún campo. De hecho, buena parte de las noticias consiste en una sección de premios en todos los campos desde el municipal hasta el mundial. A nadie le desagrada ser premiado en algo que ha destacado. Sin embargo, una vez leí unas reflexiones de Thomas Bernhard en que decía con su proverbial acidez estimulante que los premios se dan porque los que lo conceden quieren cagarse en la cabeza del premiado. Es la sensación que tengo cuando veo tan múltiples y distintos premios que muchas veces me dan la impresión que tenía Thomas Bernhard, un autor que he de leer mucho más de lo que he hecho. No hay nada tan deprimente que ver a personas provectas, que han luchado siempre por ser personales, originales, auténticas, vendiéndose y recibiendo en su vejez premios de instituciones que lo que hacen es premiarse a sí mismas. Los premios halagan la vanidad y uno cuando es viejo es débil. Me gustaría ver más común el espectáculo de personas que rechazaran los premios. Hubo un famoso matemático, Grigori Perelman, que rechazó un premio dotado con un millón de dólares. Dijo lo siguiente: "“No quiero estar expuesto como un animal en el zoológico. No soy un héroe de las matemáticas. Ni siquiera soy tan exitoso. Por eso no quiero que todo el mundo me esté mirando.” Este es mi héroe, Josep, este.
ResponderEliminarCristina, ser el mejor es algo siempre controvertido. Depende quien lo considere. Ser reconocido como el mejor despierta inevitablemente rencores, envidias, malos sentimientos… y una permanente lucha por mantenerse en la cúspide. Los clásicos (Horacio) hablaban del áurea mediocritas, como el estado ideal de la vida humana, en que uno no se siente tentado por los extremos de la virtud o el exceso. Es una derivación del hedonismo epicureísta basado en el conformarse con lo que se tiene sin aspirar a nada en grado excesivo.
ResponderEliminarDe tanto correr por ser el número uno hay gente que se queda sin aire. ¿Ser el número uno en qué? ¿Quién hace las listas?
ResponderEliminarHace tiempo que comprendí que cualquier carrera en este sentido agota su sentido en sí misma.
Dices que nos encanta competir y ganar ¿tú crees? porque yo siempre me he considerado cero competitiva. De hecho, contra la única que me gusta competir es contra mí misma, que igual es de lo más estúpido, pero un hecho también. Y puedo ser realmente asfixiante para mí misma. Me vuelvo obsesiva con esto. En fin, no sé, cada uno se entiende, supongo. O ni eso.
ResponderEliminarEl comentario con respecto a lo de la obligación moral con los talentos. Bueno, es que no es la primera vez que lo oigo, ésto. Tuve un conocido que tenía un amigo afectado precisamente de ELA -digo precisamente porque vi que comentábais sobre ella en el otro post-. Un día hablando sobre la esclerosis de mi padre, me dijo que él cuando iba a ver a su amigo salía reconfortado por el hecho de ver que su colega no se había hundido moralmente a causa de su enfermedad, y que eso era un ejemplo para cualquiera tal cual lo eran mi padre y su sonrisa permanente. Según me vino a decir, él pensaba que todas las personas en cualquier circunstancia, tienen algo que ofrecer a los demás. No estoy en absoluto en desacuerdo con ello sino todo lo contrario. Pero añadió que este chico, igual que mi padre, tenían la obligación moral de luchar para demostrar a los demás que a pesar de, la vida es algo que vale la pena, que tenían la obligación de ser un ejemplo que demostrase esto mismo. Entonces, como cuando lo leí en tu entrada, me molestó mucho esta forma de pensar. No pienso que una persona tenga una obligación moral sobre una cualidad que no ha escogido, por el simple hecho de ser positiva. El planteamiento es injusto. Otra cosa es que a una persona se le admire a posteriori por algo que hizo. Hacerlo antes de o después, supone el restarle la libertad a esa persona para hacer con esa habilidad personal, lo que quiera. Alguien que puede, no tiene por que tener que demostrar sí o también, que puede. Lo hará si le da la gana, pero no por obligación, ni moral, ni de ningún otro tipo.
No sé si me explico, la verdad :S
Sin leer los comentarios de los demás, para que no influyan sobre lo que me brota espontáneamente, diría que no está mal hacer brillar tus talentos si los tienes, pero el problema es cuando toda tu identidad se reduce a ser "el jugador de ajedrez número uno", "el mejor profesor", etc.
ResponderEliminarEs ahí cuando el éxito, así entendido y encauzado, agobia, pesa, se hace insostenible, porque anula a tu ser, a tu "yo", más allá del rol, más allá de ese talento que es uno de varios que te hacen quien eres, aunque seas excepcional gracias a ese talento, y que finalmente opaca a tu persona en su totalidad.
Mucha gente tiene esto con el "ser top" y trascender por eso: creo que notan que no son ellos en su integridad, en su totalidad, quienes trascienden. Y eso no puede ser vivenciado como éxito. Probablemente sientan que fracasan en muchas otras áreas vitales, importantes y trascendentes, aunque quizás más privadas.
No se si esto será lo que te sucedió a ti, es decir, el motivo por el que dejaste de luchar (¿fue así?) por ser el mejor en lo tuyo.
Un beso, y te agradezco que nos des la posibilidad de reflexionar más allá de la navidad, que ya me tiene un poco... ¿cómo te digo?... ¡harta!
Interesante reflexión, Joselu. Para una mayor profundización del tema, que indague en la naturaleza de esa autodestrucción a la que lleva la ambición desmesurada o en las necesidades que realmente hay detrás de esa ambición, recomiendo Acerca de Roderer, del escritor Guillermo Martínez. Magnífica novela.
ResponderEliminarVero, creo justa tu apreciación acerca de esa supuesta obligación moral que llevaría a las personas con talento a exprimirlo, a desarrollarlo al máximo. Tu argumento es contundente. Si uno partiera de la citada obligación moral, se le restaría libertad de ejercer la virtud o la capacidad para la que había sido dotado. Y es así en la realidad. Tener talento no significa demasiado, porque el talento por sí mismo no llega a ninguna parte que no sea fácil. El talento se alía profundamente al esfuerzo, la tenacidad, la convicción... Sin ellos, es simplemente una facilidad. El talento es arbitrario. Uno puede nacer con buena voz y con excelente oído (ya me gustaría a mí) pero no se llega a ser María Callas o Nina Hagen simplemente por tener talento. Y ahí interviene lo que es fruto de la libertad personal, y que es el factor decisivo. Es una estupidez decir que existe la obligación moral de triunfar en el caso de tener un talento respecto a algo. Supongo que es un argumento para motivar, pero es innecesario. Cada uno sabe qué ha de hacer con su talento. Y si no lo sabe, lo perderá. Fina y oportuna, Vero.
ResponderEliminarFer, yo no estoy harto de la navidad, tal vez porque no me meto demasiado en ella. La rozo, pero no me sumerjo. De hecho he decidido este año no abordar ningún tema navideño en el blog y ha sido por una pulsión que me salía. Es cierto lo que dices y que yo interpreto. Ser el número uno puede ser una pesada carga que uno se impone y que no deja de ser una esclavitud como otra cualquiera. Parece que se admira a los números uno, que suscitan unanimidad en su consideración... pero hay tanto de orgullo en ello si uno no está atento... No digo que sea obligado el orgullo, pero si uno tiene esa obsesión de ser el número uno, tal vez sea por ello. Es el orgullo una fuerza poderosa, terriblemente poderosa, pero a la vez muy peligrosa si se alía a la vanidad que revela una profunda inconsistencia personal. No sé si un día te dije que en mi paso por el zen un día, el maestro dijo en francés: Je suis le meilleur: c'est peur. El miedo está inevitablemente entorpeciendo nuestro terreno personal y fomentando nuestra vanidad, y no hay peor lastre para el crecimiento personal que la vanidad, y hay tantas vías para acrecentarla, para alimentarla...
Saludos y gracias por tu presencia.
Feliz Navidad, Joselu. He leído el enlace que me dejaste sobre Jesús de Nazaret. está muy bien y, en efecto, hay coincidencias entre tu entrada y mi cuento, de lo cual me alegro. Por cierto, hace un par de días hablaba yo también de "Kind of blue", ese disco mítico.
ResponderEliminarUn abrazo, Javier
Gracias. Lo he leído mientras escuchaba So What.
ResponderEliminarSer el número uno, el mejor, debe ser siempre una dignidad conferida por los demás.
ResponderEliminarAquel que se cree saber el mejor en algo -nunca llega o- deja de serlo, pues su talento y virtudes se convierten en vanidad.
Aceptado el juego -y teniendo en cuenta que la dignidad de la excelencia es transferida por terceros- hay que considerar, como señalas Joselu, una cuestión de número -la cantidad de "rivales"- y de tiempo: la perfección es un instante. La suma de los dos factores convierte el hecho de convertirse en el mejor en algo prácticamente irrelevante.
Claro que mis palabras son las del aprendiz de todo y de uno, además, que cree firmemente que los instantes de perfección por los que vale la pena hipotecar una vida son algo mucho más mundano: un beso a la persona amada, un abrazo a un hermano, ayudar a un amigo en apuros.
Por otro lado. A mí, como a casi todos, me gusta entrar en juego y desde una práctica sana, competir mediante un uso honrado de mis habilidades (esto es, sin pisar a nadie). Me gusta ganar, no me gusta perder... Pero aun más, me gusta jugar bien. Y hacerlo cada vez mejor. Superarme, porque soy consciente de que mi mayor rival soy yo mismo.
Mientras el juego está en marcha somos como el gato aquel de la caja cerrada -el que está vivo y muerto al mismo tiempo- ganadores y perdedores potenciales. Por eso, no sólo saber ganar es un arte, sino también saber perder (y el que aprende y sabe perder ya ha obtenido su primera victoria sobre sí mismo).
Pero, ah! Cuando suena el pitido final, debemos recordar que sólo era un juego.
Lo último que quiero comentar es sobre la Obligación Moral. Si no he interpretado mal a V, yo pienso como ella: mezclar los conceptos "obligación moral" "habilidades personales" y "ser el mejor" es una estupidez. Sobretodo si eso implica superar a los demás. Nadie está obligado de ninguna manera a ser mejor que otro. En un extremo, la única obligación personal sería la de mejorar uno mismo cada día.
Todos en algún momento hemos sentido "la necesidad en nuestros actos o decisiones" o una "obligación moral" al tomarlas. Decía alguien sabio que cuando aceptamos la necesidad en nuestros actos renunciamos un poco a nuestra humanidad y aun, a nuestra libertad.
Lo seguiremos haciendo, pero por favor, no caigamos en el error de convertir la competitividad con el resto en una "obligación moral". Creo que ha habido una mezcla desafortunada de ideas y conceptos.
Yo seguiré el camino de mejorar cada día, nunca seré el mejor, sólo seré la mejor versión de mi mismo, siempre.
Lo malo de todo esto es que todos nosotros hemos estado pendientes, en algún momento de nuestra vida, del ranking. Y me temo que, frente a lo que manifiestan muchos, algunos se empecinan (nos empecinamos) en ser, tambien, los números uno de la clasificación de todos aquellos que han (hemos) decidido ser el número uno (valga la paradoja).
ResponderEliminarYo he escuchado a muchos jactarse de haber sido (o ser) el número uno para, en el momento en el que se mencionan "clasificaciones", negarlo y abominar de esa lucha que les ha mantenido el ego.
En cualquier caso, como dices, es bueno que alguien se desmarque de la competición y quiera ser bueno, pero no el mejor (y, desde luego, no obsesionarse con ello). La vida está llena de un tupido encaje de números "secundarios" que, probablemente, son los que sostienen el mundo.
Competir... intelectualmente siempre fui, soy y seré bastante mediocre así que en esa faceta nunca me lo plantee. En lo deportivo al contrario si destaqué pero la competencia siempre fue un divertimento, un algo momentaneo para hacer más simpático ese rato. Siempre competí por divertirme, no para ser el mejor, nunca comprendí ese sentimiento y alguna vez fui el mejor pero no, nunca fue algo que me llenase como para intentar mantenerlo, tal vez fuese que siempre fui pelín vaguete... o partidario de la ley del mínimo esfuerzo...
ResponderEliminarLo olvidaba Joselu, la Ayahuasca puedes "encontrarla" en las Iglesias del Santo Daime. Si tienes alumnos brasileños...
ResponderEliminarEstoy más que convencido de que, incluso si tuviera el talento necesario, no tengo la voluntad, la tenacidad ni la motivación necesaria que requiere llegar a ser número uno en algo. No quiere decir que no haya fantaseado de vez en cuando con la idea. ¿Será porque el mundo rinde culto a quienes son número 1 en algo, y lo hace parecer un lugar deseable?
ResponderEliminarSí creo que es positivo que cada uno se esfuerce en mejorar cada día, y en dar lo mejor de sí para su propio beneficio y el de los demás... Aunque no me atrevería a decir que es una obligación moral. Si lo es, voy mal, porque la respaldo siempre desde mi discurso, pero no tanto desde mis acciones.
Saludos,
Pablo.
Perdón, en mi comentario anterior, léase "motivación necesaria..." o "motivación que requiere...", y no "necesaria que requiere". Dado que aquí en Argentina estamos en pleno verano, le echaré la culpa al calor...
ResponderEliminarPablo.
Luchar por mejorar: sí, siempre. Obsesionarse con alcanzar el podio: no. Ser el número uno en un aspecto: insuficiente y temporal. Intentar ascender escalafones: motivador y necesario. Los demás actúan como punto de referencia, compararse es inevitable así que mejor luchar por ser el número uno (buscando el equilibrio entre áreas de la vida y sin pisar al resto) que ceder al conformismo y la mediocridad.
ResponderEliminarEstoy en un sitio sin demasiada cobertura y no sé si podré contestar como querría a los que habéis escrito. Viene y se va. Lo intentaré.
ResponderEliminarEsteve, creo que tu intervención es lo suficientemente clara y oportuna que no necesita ninguna matización.
Reflexionando contigo, quiero pensar en la cantidad de casos que en el mundo de la ciencia, el deporte, la literatura... han llevado a una competencia por ser los considerados número uno, los que antes llegaron a la solución de un problema con el reconocimiento internacional. Pienso en la polémica sobre el descubrimiento del virus del SIDA que enfrentó al instituto Pasteur dirigido por Luc Montagnier y el investigador americano Robert Gallo que pretendió atribuirse el mérito del primero. El caso es que la persecución de la "gloria", del reconocimiento de terceros, de la primacía en la investigación llevó a los mejores virólogos del mundo a competir por el descubrimiento. Supongo que esto es habitual en todos los campos. Competición entre institutos, entre universidades, entre centros de investigación, entre hospitales es un panorama real. Y lo hacen supongo que por el bien de la humanidad pero también por la vanidad de ser los primeros. ¿Cuántos descubrimientos habrán sido conseguidos motivados por dicha vanidad o ansia de reconocimiento? Los aventureros que llegaron al corazón de África para que la Royal Society los considerara los primeros, los que pusieron las banderas de sus países en la conquista de la Antártida, la carrera espacial entre la URSS y USA que llevó a que un grupo de hombres pusiera la bandera americana en la luna... son ejemplos de que la lucha por recibir la gloria del reconocimiento supone una pugna frenética y que muchas veces redunda en beneficio de la humanidad. Y la vanidad es el resorte fundamental. Sin la vanidad no se hubieran logrado la mayoría de avances en la historia humana. Otra cosa es que alguien se orille de esa lucha porque no quiere entrar en el juego de la vanidad, y las maniobras muchas veces poco elegantes que necesitan el triunfo. Pensemos en el dopaje, pensemos en el espionaje científico e industrial, pensemos en las maniobras sucias que buscan eliminar a posibles competidores...
Raúl, me ha gustado la aportación que haces especialmente a la referencia a la importancia de los actores secundarios y que probablemente sean los que mantienen el mundo. Probablemente es esos secundarios, en esos papeles poco lucidos, aparentemente grises, se halle la entraña más humana. Hay unos que se llevan la gloria, que son reconocidos como los números uno... pero sin la aportación de infinidad de secundarios no hubiera sido nunca posible dicho triunfo. Pienso en que la mayoría de descubrimientos o momentos de gloria en todos los terrenos han sido protagonizados por el género masculino. Hay pocas mujeres que hayan sido aupadas a la gloria, a ser reconocidas como números uno. Se ha dicho que aceptan un papel secundario y que ello permite la gloria de sus compañeros. ¿Es la vanidad que lleva al triunfo una cualidad o defecto típicamente masculina? Porque el mundo no sería, o sería imposible sin la aportación de esos personajes aparentemente secundarios que son las mujeres y que no han brillado como números uno. Tal vez porque la historia se cuenta en función de los triunfadores y los números uno. Es una forma de hacerlo, pero no la única posible.
ResponderEliminarMalo, la vocación de este blog es oblomoviana. Escribi un post sobre él, pero no lo puedo enlazar porque no tengo cobertura y temo perder lo escrito. Hay una posiblidad de riqueza en la acción, en el esfuerzo, en la competencia... pero hay posibilidades a explorar también en la inacción, en la contemplación. Hay seres activos que luchan por el honor, por ser reconocidos, quizás porque tienen talento y quieren desarrollarlo. Pero hay otra actividad que es la interior que puede ser confundida con la pasividad, y que nunca será reconocida. Estamos los que nunca lucharemos por ser el número uno. Nunca se sabrá si es porque nos falta el talento lo que es posible (y probable) o porque miramos al interior de las cosas. O tal vez somos perezosos como Oblomov.
ResponderEliminarPablo Demarchi, qué bien que en Argentina sea verano. Yo estoy helado. Me he quedado en la galería y el frío de la noche se me ha metido en los huesos. Es sorprendente para mí, la importancia que han dado los comentaristas a la supuesta obligación moral de aquellos que tienen talento que les llevaría a desarrollarlo por cierto imperativo. Tú señalas la escisión que se da en ti entre tu defensa de esta idea (soy enseñante y tengo que defenderla cuando veo a alumnos dotados que se hunden en la pereza) y tu realidad en que renuncias en tu vida practica al ejercicio de dicha opción. Me temo que coincido contigo. Debería marcarme metas más altas, más ambiciosas...pero mi carácter me lleva a una limitación de mis objetivos. Creo en definitiva que mi pasión es mi blog. Vivo para pensar en él, aprender y mostrar mi experimentacón docente. Entiendo esa discordancia.
ResponderEliminarEduideas, introduces temas nuevos:la comparación inevitable que lleva a dividir a las personas entre aquellas que tienen espíritu de superación y los que se conforman. Como docente, está claro que potencio la primera actitud. Son necesarios los que quieren progresar, y algunos ansían ser de los mejores, si no los números uno. Este espíritu va unido tal vez a un cierto sentimiento de superioridad que he detectado a veces. Sentirse mejores es una ayuda para sobresalir frente a los que se hunden en el conformismo y la mediocridad, aunque esto también son peligrosos. Animal de fondo pone en cuestión las calificaciones escolares por fomentar la competitividad y no la colaboración. No desestimo abrir un debate al respecto.
ResponderEliminarInteresante reflexión, Joselu, llena de lucidez y claridad. Vivimos en la era del capitalismo bestial que aúpa a los mediocres que han llegado a ser el número uno en lo suyo al menos una vez en su vida. Ya ves cuántos famosetes nos rodean, ídolos con pies de barro, fracasados y marginados porque nadie quiere a los perdedores. Pienso en Michael Jackson, por ejemplo, víctima de sí mismo a pesar de ser un genio según algunos, o en Amy Winehouse, que tampoco supo digerir la fama que le proporcionó su maravillosa voz. Campeones olímpicos, tenistas, golfistas y futbolistas millonarios durante un tiempo y luego arruinados y olvidados. El mismo Nadal necesitado de tratamiento psicológico, pobre muchacho, tanto éxito para qué... Políticos defenestrados por sus antiguos seguidores, reyes ejecutados sin ningún miramiento, Hitler suicidado, Mussolini colgado cabeza abajo, Julio César asesinado...
ResponderEliminarHoy he visto una patética imagen de Anita Ekberg, vieja y necesitada de muletas, arruinada y sola, ella que fue el símbolo sexual de toda una generación, inolvidable en aquel baño en la Fontana de Trevi con un escote de vértigo. ¿Merece la pena dejarse la vida (literalmente en muchos casos) para lograr la cima? Yo creo que no. Hay chavales que sacrifican su infancia y juventud para llegar a conseguir un oro olímpico, y ya ves lo que dura su vida deportiva de élite... Induráin supo hacerlo bien, se retiró a tiempo, como otros, pero no todos lo hicieron. Urtáin acabó estrellado contra el suelo convertido en una piltrafa física y moral. El éxito se cobra un alto precio. Billy el Niño murió tiroteado por quien deseaba hacerse famoso a su costa. No pocos actores y actrices mueren en el olvido tras perder fortuna y dignidad, qué bien lo retrató Billy Wilder en "El crepúsculo de los dioses". Ejemplos vergonzosos como Mario Conde, chorizo convicto que subió a lo más alto como ejemplo de gran triunfador, investido Doctor Honoris Causa, manda narices, reconvertido ahora en contertulio en una cadena infumable y que incluso se ha permitido el lujo y la caradura de escribir un libro asegurando que sabe cómo salir de la crisis. La osadía y la desvergüenza no conocen límites. Pero ya ves, parece que no hace falta valer mucho para llegar a ser número uno en lo que sea al menos brevemente.
Odio la competitividad, la rivalidad insana, la lucha innoble para llegar a la cima a cualquier precio. ¿Cómo se sabe cuándo parar? No lo sé, nunca me he visto en esa tesitura, y espero no hacerlo. Mis ambiciones son mucho más modestas. Un fuerte abrazo, colega.
Hola Joselu, me gusta esta nueva iniciativa de comentar noticias, o sensaciones que te abordan cada día. Gracias por seguir escribiendo aquí.Saludos y te deseo un 2012 lleno de humildad.
ResponderEliminarYolanda, la cobertura me viene y se va, espero que aguante para concluir esta respuesta a tu comentario. Es sorprendente la cantidad de enfoques que tiene esta sencilla cuestión: ¿Merece la pena luchar por ser el número uno? Nos podemos preguntar por la formulación de la pregunta: Primero ¿qué es luchar? ¿qué es ser el número uno? Tú lo has centrado en el hecho cierto de que vivimos un tiempo en que multitud de sujetos consiguen su minuto de gloria convirtiéndose en famosetes que aparecen en las tertulias o en las revistas de famoseo que alimentan los bajos instintos de masas que se regodean con su subida y su descenso. Tanto venden sus gozos como sus desgracias y más éstas últimas. No hace falta mucho para ser un personaje famoso que va unido a un plus de vulgaridad en grandes cantidades. Quizás alguno te podría argüir que estos no son números uno, que cuando nos referimos a números uno, queremos hacer referencia a personajes que destacan en su campo intelectual o científico. Pero yo estimo que esa lucha por destacar, por ser reconocido, por alcanzar la gloria, conlleva algo insano en su misma concepción. Otra cosa es que sea fruto de un trabajo serio y concienzudo y que haya llegado como colofón a un proceso de investigación. Pienso en el investigador que descubrió que la úlcera de estómago, contradiciendo cualquier interpretación anterior, esra una infección bacteriana que podía ser tratada con antibióticos. Esto me salvó la vida. No sabes los años de dolor que tuve antes de este descubrimiento...
ResponderEliminarLa metáfora de Rafael Nadal es oportuna. El ajedrecista Paco Vallejo afirma que no quiere ser el Nadal del ajedrez español. Luchando cada semana, por mantener su puesto en el palmarés, sufriendo, y nunca obteniendo nada definitivo, porque por más que gane y triunfe, todo se desvanece antes sus derrotas ante Djokovich... y termina descolocado anímicamente. Ha habido grandes tenistas que han desistido de esa carrera inhumana de tener que estar demostrando siempre que se es el número uno. ¡Qué angustia! Es una alivio no tener que demostrarlo y ser un personaje común que intenta hacer cosas con honradez y con alguna sabiduría, al menos en la pretensión, y así no tener que demostrar nada para mantener el lugar en el hit parade del triunfo.
El que cae en ello, sucumbe a un mal muy peligroso. Has hablado de Anita Ekbert, la inmortal Anita de La dolce vita. Leí también que Laura Antonelli, otra sex simbol de los años sesenta, vivía en la pobreza más dura, deteriorada y sola. Solo pedía que la dejaran el paz y prescindía de pretendidas ayudas que algún organismo quería prestarle. La imagen de Laura Antonelli me llevó a aquello de la vanidad de la belleza, del triunfo efímero...
César, espero poder publicar el viernes. Estoy pasando unos días frente al mar. Ahora lo estoy viendo. Al frente la bahía de Castellón desde Benicàssim. Hace sol, oigo a los pajaritos, escribo y pienso en esta entrada que está dando tanto de sí. No hay nada como formular algo que tiene una respuesta compleja pero interesante. ¿Marece la pena luchar por ser el número uno? La pluralidad de enfoques es riquísima. Gracias por tu presencia y tus deseos. Esperemos aprender mucho de esto: de la importancia de la humildad, aunque es algo de lo que tampoco hay que hablar mucho. La paradoja es que uno no puede decir: miral lo humilde que soy yo. Algún día hablaremos de ello, o mejor no hablarlo. Feliz año, César, lleno de sabiduría.
ResponderEliminarNo creo que el Miles, Fischer o Vallejo sean propensos para ser los números uno, en cambio lo fueron. Pero ser el número uno, como bien dices, es una cuestión temporal y es que aquí el tópico se repite: siempre habrá alguien mejor, mas fuerte, mas sabio, mas joven, etc.
ResponderEliminar¿Podríamos captar la condición "número uno" como un resquicio pequeño en el tiempo? Es decir, como una cosa que solo pasa una vez pero múltiples veces. Por ejemplo, todos hablan de Leonardo y su obra, pero pocos recuerdan que acabó haciendo estructuras militares en Francia, o a la gente le gusta recordar también la fantástica obra de Bécquer pero y ¿esa vida que se acabó tan pronto en el frío, la soledad y la pobreza? Un número uno perfecto tendría que tener una vida plena hasta su propia muerte, sería algo así como una especie de Dios en lo suyo.
Pero entonces hay un dilema, ¿Dios? no no señor mío, hasta las estrellas mueren. ¿Merece la pena ser el número uno?, yo contesto preguntando ¿lo ha sido alguien, alguna vez?
Siguiendo con tu planteamiento, o lo que considero que has planteado pues me he ido un poco por las ramas, no creo que las personas deban aspirar a ser números uno, perfectas figuras. Si tienen cualidades brillarán, pero no debemos creernos la ilusión del tiempo, todo acaba. Con esta última frase aludo a lo más físico (la propia existencia) y lo más filosófico (el fin del pensamiento, el momento en que no haya nadie para pensar).
Vivir bien, mezclando todo lo que nos pueda dar la vida es una meta mucho mas placentera que solo afrontar una pizca de la inmensa realidad.
Un abrazo, y magnífico post para pensar.
PS: También escucho la magnífica So what para poder por completo centrarme en tus sensaciones.
ResponderEliminarEspléndidas reflexiones.
ResponderEliminarHe llegado aquí por recomendación de Frikosal, al cual no tengo en los altares por que el no vale para eso y desde luego debo decir que me he quedado maravillado no sólo de la entrada. También de los comentarios. Por cierto, he llegado el " ultimo" pero he llegado... Y ha merecido la pena.
ResponderEliminarEnhorabuena
¡ Feliz Año!
Saludos Joselu. Muy interesante reflexion. La experiencia me lleva a compartir este pensamiento que anida en alguna neurona por ahi escondida. Creo firmemente, que no es la competencia, o la inteligencia, o la energia o posicion social la que determina ser numero uno... es la autentica intencion de querer mejorar el mundo que todos juntos habitamos. Todos estamos aqui por una razon especial!
ResponderEliminarSer bueno, cada uno en lo suyo, es una meta razonable que da ocasión a disfrutar de muchas satisfacciones.
ResponderEliminarSer el mejor tiene tantas "contraindicaciones" que me temo que es un objetivo absurdo.
Seamos buenos, y si tenemos talento, incluso muy buenos. Es suficiente.
José Antonio, es cierto que detrás de los que consideramos hitos en la historia, hay mucho sufrimiento y penalidades económicas que no nos han llegado. Tú has tomado el término número uno identificado con el genio y las incógnitas que encierra. Es posible que en su momento no fueran considerados en su dimensión. Es la perspectiva quien hace grandes a las figuras de referencia. Marcan con sus aportaciones los límites del conocimiento. Aunque es su época fueran figuras secundarias o desconocidas. O no.
ResponderEliminarFrikosal, escucho Back to the black mientras te saludo y te deseo un denso año que empieza dentro de poco.
Unsui, soy el primer sorprendido por la calidad de las aportaciones que ha tenido este post. Se ha enriquecido con múltiples perspectivas la idea original, todas completamente válidas y que expanden las aristas del post original. Bienvenido al blog.
ResponderEliminarSilvia Porras, me gusta tu interpretación de que número uno es todo aquel que intenta mejorar el mundo. En algún sentido, todos podríamos ser números uno, aunque no seamos más que seres anónimos. Todos estamos por algún motivo. Una hermosa idea.
Erelea, creo que me siento mejor después de leer la larga serie de comentarios que van evolucionando en sus puntos de vista según una secuencia lógica. De lo más amplio a lo más práctico y personal. Todos podemos ser buenos en algo, tal vez muy buenos. Gracias por tu presencia.
ResponderEliminarJoselu estás en Voramar!!
ResponderEliminarEspero que te traten de maravilla.
Estamos muy cerca, igual nos hemos cruzado por el paseo de las Villas.
Feliz descanso.
Beatriz
Así que estás en Benicàssim... esto quiere decir que te gustó este rincón. Me alegro. Yo acabo de llegar de Andorra. Hemos pasado unos días allí en los Pirineos. Todos lo años vamos.
ResponderEliminarBueno, a lo que íbamos, al tema del post. Yo opino que hay algo en el ego de las personas que, llegados a un determinado punto explota. Y se echa a perder todo lo conseguido. Como si las personas tuviéramos un tope. Como si los dioses nos hubieran hecho de forma que no nos pudiéramos llegar a sentir como se sienten ellos. Tal vez sea eso por lo que surge el sentimiento de autodestrucción una vez se está en lo más lato.
Un abrazo.
Merece la pena luchar por ser mejor, no por ser el primero, ya que esto es una cuestión de perspectiva. Cuántas veces hemos destronado líderes, cuántas veces nos hemos equivocado considerando mejor a quien solo era el más aprovechado o al que más adulaban. Tengo muy claro que uno no puede encabezar nada durante mucho tiempo, pues el liderazgo acaba pasando factura. En el caso de la política, sirve para generar una burbuja de adulación que impide ver la realidad; en el deporte imagino que supone un desgaste energético imposible de mantener; en actividades intelectuales, ser el mejor no tiene mucho sentido, ni siquiera en el campo de la ciencia, pues mantener mucho tiempo esa 'pole' significa que el tiempo no avanza.
ResponderEliminarPor último, quisiera destacar que existe toda una legión oculta de envidiosos, trolls, falsos, calumniadores, etc., deseando que alguien encabece una determinada disciplina para arrojar sobre él o ella paletadas de bilis. Y eso también desgasta incluso al más estupendo.
Qué buen post Joselu!
ResponderEliminarTal como escribiste: el éxito y el fracaso, distintas caras de la misma moneda o el negativo y el positivo de una fotografía, coexisten.
¿Estaremos educando a nuestros chicos para irse a los extremos? Desde mi óptica querer ser el primero o el mejor es irse a un extremo, no guardar armonía....Muy sabio el texto taoísta que no leí, pero sí he leído a Aristóteles y no mucho más que eso nos enseña en su Etica a Nicómaco: hallar el medio siendo equidistante de cada extremo. Joselu: si intentas que tus alumnos aprendan a separarse de los extremos y lograr la armonía, qué gran maestro sos!!!
Un abrazo
María ha dejado un nuevo comentario en su entrada "El sentimiento del vacío":
ResponderEliminarSinceramente JOSELU, dudo muchísimo que quienes han sido “verdaderos” números uno en lo que sea, se hayan planteado eso como una meta en sí misma. Creo que la grandeza de los grandes, es precisamente que han estado por encima de la vanidad mundana de hacer lo que sea que haya hecho, para ser colocados en un ranking ¿quien medianamente inteligente va a dedicar su vida a trepar por una lista?
Los grandes se entregan a lo que sea que hagan por pura necesidad vital, no creo que compitan con nadie más que con ellos mismos. Es su afán de superación personal, de alcanzar el grado de perfección que necesitan por lograr lo que sea que se propongan, lo que les hace luchar incansablemente con lo que sea que hagan. Creo que lo necesitan para sentirse bien, satisfechos y a gusto con ellos mismos, de hecho creo que los grandes genios de la humanidad en casi todas las facetas sufren muchísimo porque son conscientes que la perfección absoluta, el dominio íntegro de lo que sea, es imposible de alcanzar y a en esa lucha es en la que se dejan la vida.
Creo que sólo a este nivel de entrega se llega a lo más alto y sólo se hace cuando no puedes evitarlo, aunque por el camino renuncies a casi todo lo demás. Por eso, siempre he pensado que debe ser terrible la vida de los genios. Uno no decide ser un genio, lo es o no lo es.
Otra cosa son las competiciones deportivas, los top ten, las listas de audiencia, de popularidad, de ventas etc...creo que eso son inventos de los humanos para sacar un beneficio económico la mayoría de las veces, para incentivar el morbo de los seguidores, de los fenómenos fans y tonterías por el estilo, que no dejan de ser en mi opinión intentos infantiles de clasificar y etiquetarlo todo.
Bobby Fischer, como otros grandes, seguro que ni tuvo ni la necesidad de demostrar nada a los demás, porque ya lo había hecho así mismo, ni el espíritu competitivo necesario para sacrificar su vida en esa lucha.
Desde luego, quien dedica su vida a estar en una lista, a competir para demostrar a los demás lo bueno que es en lo que sea, a mi no me inspiran más que pena, entre otras cosas porque cualquiera por simple que sea, sabe que las clasificaciones siempre son temporales y efímeras. El éxito que viene de fuera, es tan vicioso, como insatisfactorio, no hay más que ver la de muñecos rotos que van quedan por el mundo cuando tras probarlo, no saben vivir sin él.
Creo que no hay error más grande que quien olvida que salvo que por dentro estés bien, todo lo que te venga de fuera, dura lo que dura y nada más.
Beatriz, no te he contestado antes porque no tenía cobertura con mi iPad. Sí, hemos estado tres días por allí. No hemos ido al Voramar. Estuve hace un mes, pero sí que he paseado por el paseo de las Villas al que llegué desde Porto Cala. Un placer.
ResponderEliminarMiguel, pues sí este sitio nos ha gustado mucho. Entiendo que tú en junio cojas los bártulos y te traslades todo el verano a Benicàssim. Todo un lujo. Nos queda algo lejos (a dos horas y media desde casa) pero es un lugar fabuloso. Quiero, si volvemos hacer senderismo por las cercanías.
En cuanto a la autodestrucción que acompaña a la genialidad, tengo que pensar en ello. El genio es consciente a su vez de su limitación mucho más intensamente que las personas normales. Mozart con todo su virtuosismo, sabía que la música era un lenguaje sublime al que solo se podía acercar por aproximación. Es la distancia que nos separa del infinito. Esta tensión puede dar lugar a un intenso deseo de aniquilación, pero no lo tengo muy claro. Un abrazo.
Antonio, ciertamente la política crea una burbuja de adulación que estraga. Solo hay que ver los rostros y las risas que rodean estos días a Rajoy que es caballo ganador de momento. La adulación le llega por todos lados, pero sabemos que no fue siempre así. Algunos de los que le adulan hoy le lanzaban sus más ácidos dardos no hace mucho. A Zapatero no se le acerca nadie, está proscrito por la derrota. Tienes razón en que ser un número uno es circunstancial y está sometido a continuos cambios, más en el terreno intelectual. Uno pasea por una librería de cierta calidad y se ve rodeado de miles de libros de auténticos genios, algunos más y otros menos. Es tan alto el nivel que abruma, o por lo menos me pasa a mí. Sin embargo todos son incapaces de entender el misterio de la muerte, que está más allá de lo que fueron ellos en vida. Quiero decir que el genio puede ser muy algo, inconmensurable, pero frente a la dimensión de la vida y la muerte, todo son balbuceos. ¿Qué es ser genio? ¿Qué es ser número uno en el terreno intelectual o artístico? En el terreno deportivo supone un desgaste como comentas imposible de mantener. En cuanto se llega al cenit, llega el declive. Esto nos pasa a todos los seres humanos.
Ana, yo he de preparar a mis alumnos para que sean capaces de luchar por sus objetivos para lo cual es necesario que tengan objetivos. Primero será cuestión de descubrirlos, de definirlos, de anhelarlos… Está bien que apunten a lo más alto, que busquen ser mejores… pero dentro de esto es cierto que tiene que haber un equilibrio anímico, psicológico, moral, ético, personal en que se compensen los extremos. Me gustaría ser mejor profesor para ser capaz de explicar esto.
María, ser genio es algo que no se elige, tienes razón, es un don, un don complejo porque va unido tal vez al dolor. Son genios quienes llegan adonde los demás no podemos llegar, y sienten la soledad más extrema porque nadie les puede acompañar. A la vez son conscientes de su imperfección aunque respecto a las personas más dotadas e inteligentes sean como cumbres inescalables, no digamos respecto a los seres humanos normales que somos la mayoría. Son conscientes de su imperfección frente a la infinitud. Pienso en un Einstein que sabía que desconocía todo en el campo de la física y era consciente de que lo nuestro eran meros balbuceos, aunque él hubiera abierto caminos nuevos. Pienso en Bach enfrentado al sentimiento de lo sagrado en el que su música era un maravilloso pero insuficiente remedo de lo inefable, pienso en Miles Davis… Esa soledad es estremecedora e inexplicable. Y tienes razón que estos hitos en la historia humana no hubieran estado nunca pendientes de si eran números uno. Estaban infinitamente más allá de una clasificación que para ellos hubiera sido fruto nada más ni nada menos que de la vanidad. Las listas alimentan eso, la vanidad de los seres humanos normales, algunos más listos que otros, pero quien es verdadero genio, está en otra dimensión y se sabe pequeño. Solo los diminutos se tienden a creer grandes, y los auténticamente grandes se ven pequeños, polvo de estrellas.
ResponderEliminarUn gran post, no por mi aportación sino por todo lo que ha sugerido y despertado. Estoy asombrado como he repetido en varias ocasiones.
Besos.
Lo peor no es que yo tenga razón, sino que la razón llegue a tenerme a mi, porque entonces ahí sí que se acaba su fecunda historia...
ResponderEliminar¡Felices razones en dos mil doce al anfitrión y a los huéspedes y huéspedas de este ágora!
gracias!
ResponderEliminars@lut