Sé que se han escrito decenas de libros sobre el hecho de
evaluar, sobre la evaluación como parte de un proceso pedagógico. Y me doy
cuenta de que todo lo que nos enseñan los libros no remedia nuestra confusión
real ante el hecho de tener que evaluar a alumnos reales en un tiempo concreto.
Nunca he sido un profesor que suspendiera mucho, a lo sumo
un 25 por ciento a final de ciclo o curso. Tal vez menos. En esta actitud hay
mucho de resignación ante la realidad. No es lo mismo dar clase en un colegio
de la zona alta de Barcelona, con alumnos con alto nivel adquisitivo que se van
de viaje de estudios a Boston y Nueva
York y en cuyas vidas naturalmente existen las bibliotecas, los viajes
internacionales, el teatro, el cine, la música, los idiomas... y una familia
que está delineando cuidadosamente el futuro del hijo para el que ya se está
haciendo un hueco en la élite... que dar clases en un instituto de un barrio
periférico en que domina la inmigración y los más graves problemas sociales...
Esto es algo de cajón, porque no pretendemos lo mismo con la
evaluación, y no hay libro teórico que considere el factor de clase social como
formante importante de este proceso.
Los profesores más dignos que conozco, entienden que nuestra
función social más relevante en entornos deteriorados es sacar a muchachos del
hoyo en que están hundidos, sin viajes a Boston,
sin cultura de élite, sin viajes internacionales que no sean lo que provienen
de su movilidad geográfica en busca de mejores horizontes.
¿Qué papel juega la evaluación en un contexto difícil? Es
complejo crear una teoría al respecto, pero entiendo que la evaluación debe
tener en cuenta el trabajo, la voluntad, el tesón, el esmero, la actitud...
tanto o más que los resultados objetivos en pruebas de nivel y con los que puede
haber una contradicción importante. A veces no, ciertamente. A veces se aúnan
el trabajo y los resultados, pero esto en el contexto en que me muevo es muy
raro. Tenemos que tener en cuenta muchas variables que terminan favoreciendo al
alumno. No podemos ser taxativos en cuanto a la exigencia y terminamos por
relativizar los resultados de las pruebas de nivel. Es como si la evaluación
jugara un papel de reequilibrio social, y que nuestra misión efectivamente
fuera la de reequilibradores de la desigualdad.
Hoy en una reunión se nos pedía coherencia entre nuestras
notas y los resultados de las pruebas de Competencias
Básicas de las que hablaba el otro día. Si yo fuera a tener en cuenta
dichas competencias, estarían
suspendidos el noventa por ciento o más; si yo fuera a tener en cuenta la
realidad de mis alumnos, el nivel de suspensos sería equivalente a lo que he
mencionado, un noventa por ciento que no debería promocionar el curso.
Pero esto no debe ser así. Hemos de introducir criterios
correctores y relativizadores, así como moderar expectativas siendo conscientes
de dónde estamos y sobre todo por qué estamos allí, para qué estamos allí, cuya
respuesta es la que he enunciado arriba: para sacar, para intentar sacar, a
muchachos del hoyo social en que están, y nuestra evaluación es en gran manera
política y no solo intelectual dado que nosotros damos clase a muchachos
seleccionados socialmente, destinados al fracaso, que tienen cartas marcadas,
que son como sostenía Toni Solano, “juguetes rotos”.
No sé si nos equivocamos. Estas consideraciones vamos a
llamarles benévolas han solido
acompañarles desde bien pequeños, y han pasado con escaso esfuerzo, con mínima
preparación intelectual, y arrastran un desfase entre la edad y los
conocimientos que se les deberían suponer. Tal vez esa consideración favorable
ante la desigualdad les haga más frágiles y dependientes, menos preparados para
el futuro. No sé. Evaluar es un proceso muy complejo, el más complejo del
profesor y debe introducir en él, criterios que ayuden a la promoción y no
subrayen el fracaso social de que se parte.
Tal vez se genera una pedagogía de la precariedad... cuyo
alcance es incierto, tal vez se refuerza la dependencia con estos criterios
correctores favorables, tal vez les estamos haciendo creer que el mundo
funciona así y viven estos años engañados y esperando tal vez un mundo en
consonancia con nuestra pedagogía y nuestra evaluación.
Pero que no se engañe nadie, no. Evaluar es un acto político
además de pedagógico. Más de lo primero que de lo segundo.