Comienzo de nuevo mi aproximación a El Quijote a los alumnos de segundo de bachillerato como hace más
de quince años puesto que es lectura obligatoria per saecula saeculorum. Es una lectura difícil para este tipo de
alumnos cuyo dominio del idioma es escaso -muchos son de origen inmigrante- por
su propia pobreza de léxico y carencia de ingeniosidad verbal para entender los
juegos lingüísticos de la obra. Explicar El
Quijote quince años seguido puede ser demoledor para el profesor pero que
no cunda el pánico. El profesor intenta cada año enfoques distintos que le
permitan disfrutar con la obra nuevamente. Este año, para mi sorpresa, hablando
de los géneros literarios que están en el origen de la novela y citando la narrativa
sentimental y de caballerías, ha salido a colación el personaje de Dulcinea del Toboso, la dama que se
inventa Alonso Quijano el Bueno a
partir de una labradora de pelo en pecho que conocía y de la que anduvo
enamoriscado. Don Quijote no existe.
Primera conmoción entre los receptores. ¿cómo que no existe? Dulcinea no existe. Segunda conmoción
entre los alumnos. Nos has quitado la
emoción de la novela. Me dicen. No existen, les repito.
La historia es la de un hidalgo cincuentón que, aburrido, se
dedica a leer novelas de caballería, un género popular en aquel momento. Su
vida es tan ociosa que urde la extraña y ridícula idea de hacerse caballero
andante como imitación de aquellos libros que leía. Para ello necesitaba unas
armas, una armadura, un caballo y una dama. Y que lo ordenaran caballero. Todo
eso lo consigue. En el desván tiene unas armas llenas de óxido, una celada como
casco, que arregla con cartones y cintas, un caballo viejo al que llamará de
forma altisonante Rocinante. Su
aspecto es grotesco. Cualquiera que leyera la novela (o que la oyera) en su
tiempo se partiría el culo de lo mostrenco que era ese hidalgo que se da así
mismo el nombre de una pieza de la armadura, la que cubre en muslo, el quijote y luego le añade el de su
comarca, La Mancha, como hacían los
caballeros de los libros. Su nombre sonaría algo así modernamente como Don Calzoncillo de Cornellà. Pero
además necesitaba a una dama. Todo caballero tenía una para dedicarle sus
hazañas y que le sirviera de inspiración en ellas. Como he dicho antes, Alonso Quijano había tenido un amorío
con una labradora del Toboso, amorío
blanco de madurez en que no había dicho nada a la citada lugareña llamada Aldonza Lorenzo, que no era nada
refinada ni femenina y sí forzuda como un zagal. Olía a ajo que echaba para
atrás. La realidad de El Quijote es
vulgar como una mala película de los años sesenta de Antonio Ozores en sus papeles peores.
Pero este caballero decadente y viejo decide trasmutar su
mundo de vulgaridad aplastante en un mundo superior y literario. Decide que su
imaginación sea la que a partir de entonces cree el mundo en que va a vivir. Él
será, por obra de su soberana imaginación, Don
Quijote de la Mancha y la fuerza de su imaginación será tal que ha
conseguido encarnarse en la mente de millones y millones de lectores que le
conceden realidad y creen efectivamente que existió, como mis alumnos. Y no
solo eso sino que convierte a Aldonza
Lorenzo en la dama más hermosa y delicada, soberana de sus sueños, de la
que se convertirá en su más fiel servidor. Dulcinea
es por obra de su imaginación un ser real que existe para nosotros y todo el
desarrollo de la segunda parte expresa la disolución de ese ser que se va
desvaneciendo, para nuestra congoja y la del caballero, hasta convertirse en
una liebre como malum signum cuando
el hidalgo, derrotado, vuelve a su aldea a morir. El caballero existía porque
existía Dulcinea. Cuando esta,
problematizada en su realidad, va desmoronándose, don Quijote a su vez pierde la razón de ser y también se difumina
hasta morir efectivamente.
Como telón de fondo está el
amor cortés y el servicio de amor a una dama. Yo les preguntó si sería
posible hoy una relación como la que plantea dicho amor, combinado con la
imaginación quijotesca. ¿Sería posible el servicio de amor a una mujer real
convertida en una inspiradora imaginaria de las hazañas de un hombre? ¿Sería
posible un servicio de amor -sin
realización física- pero con alto nivel de erotismo como juego compartido?
La cuestión interesa vivamente a mis alumnos, a mis alumnas
sería más exacto pues los varones en esta clase están fuera de línea. Expresan
su sorpresa y su negativa rotunda a que pudiera existir en este tiempo una
relación caballeresca que es propia, según dicen de otro tiempo. ¿Por qué iba a
existir? Lo normal en este tiempo es que las cosas se lleven a cabo, que el
amor se realice. No es posible esa
concepción del amor, si es que eso puede ser llamado amor sino más bien
sadomasoquismo. ¿Por qué lo iban a hacer? Imaginad que los dos son casados
y la relación surge como distracción de la aridez conyugal. Se quedan
perplejos. ¿Quién iba a buscar algo que no se consuma y que solo busca la
intensificación del deseo que nunca se lleva a término? Eso es literario dice una de ellas con gran
acierto. ¿Podría darse en el territorio de la imaginación una relación literaria de dos personas reales que
adquirieran identidades fantásticas como juego altamente erótico? Internet es un mundo de identidades
problemáticas como bien saben todos y en la
red de redes son posibles intercambios de personalidad de forma engañosa o
concertada. ¿No existió una aplicación exitosa en su momento que se llamaba Second Life en que cada participante
adquiría la identidad elegida, no teniendo que coincidir con su sexo o
condición social o real? ¿Sería posible una relación amorosa –el amor es
siempre una entidad difusa y ambigua- en que dos seres se amaran en reinos de
ficción y creyeran a pies juntillas en su mundo imaginario? Pues es lo que hace
don Quijote de la Mancha: trasmutar la realidad gris de su aldea en que no pasaba
nada en un universo literario y a esa labradora experta en salar puercos en la
princesa más alta y maravillosa que ha existido en todos los tiempos.
En El Quijote no
se plantean relaciones eróticas mentales entre los dos seres conectados por la
imaginación, pero podemos suponerlas. La inspiración es una fuerza lúbrica muy
potente. Y Dulcinea existe, ya lo
creo que existe, por obra y gracia de la imaginación de su amante cuya
principal fuerza era el aburrimiento y las ganas de jugar en el terreno de la literatura
de caballerías, un mundo lleno de circunstancias mágicas que pronto van a
implicar a nuestro héroe en aventuras tan oníricas como se quiera conceder.
Todo es cuestión de imaginación en cuyo reino lo gris se convierte en
multicolor. Y lo multicolor en esa dualidad apasionante que es el blanco y
negro. Hemos partido de la tesis de que Dulcinea
no existía en la realidad, pero sí en la imaginación. ¿Qué es más poderoso? Mis
alumnas se quedan confundidas y empiezan a entrar en el juego de El Quijote. Y este profesor, una vez más,
ha disfrutado, reelaborando el juego cervantino para solaz y contento de su
propia imaginación.
La foto es de Josep Koudelka de su libro Gypsies.