Es curioso que la figura de Adolfo Suárez, ahora que está en situación crítica, sea objeto de
tal cúmulo de epítetos admirativos y de tan alta consideración hacia su
participación en la política del siglo XX. Es sorprendente porque este hombre
venido de abajo fue mirado en su tiempo como un advenedizo, como un mindundi, como un chisgarabís adulador que había crecido a la sombra de un prohombre
del Régimen franquista, Fernando Herrero
Tejedor. Su primer gobierno, formado en buena parte por catedráticos, fue calificado
como gobierno de penenes por su falta
de peso político frente a otras vacas sagradas como Fraga o Areilza que lo
miraban con abierto desprecio.
Sin embargo, este hombre fue el encargado de encabezar unas
cortes constituyentes (junio de 1977) que elaboraron la Constitución, fruto del
consenso de las principales fuerzas políticas, de llevar a cabo los pactos de
la Moncloa para intentar estabilizar
la tremenda crisis económica en que España
estaba hundida con una inflación del 15 %. Por otro lado, el ejército odiaba a Suárez por su legalización del Partido Comunista a escondidas en una
semana santa (1977) cuando todo el mundo estaba desmovilizado. Suárez fue perdiendo apoyos
progresivamente y su propio partido, la UCD, contribuyó a acuchillarlo desde
dentro, tras ganar de nuevo las elecciones en 1979. ETA asesinaba a alguien cada sesenta horas. En 1980 hubo más de 140
asesinatos por parte de ETA. La
tensión en los cuárteles era inmensa. El Partido
Socialista presentó una moción de censura en 1980 en la que a Suárez se le dijo de todo menos bonito.
Aún se recuerda el discurso de Alfonso
Guerra en que lo calificó de “tahúr
del Mississipi” y se le trató de bandido entre otras lindezas. La oposición
del PSOE fue feroz considerando a Suárez
como un remanente del fascismo.
Su propio partido, formado artificialmente, era un
conglomerado unido exclusivamente por su figura. Adolfo Suárez terminó solo, traicionado por la mayor parte de los
enemigos que tenía dentro de su partido, la oposición frontal del PSOE que ya olía el poder, las
tensiones en el ejército, las acciones de ETA, el abandono por parte
del rey que lo descalificaba públicamente en sus conversaciones con los
militares lo que pudo dar lugar a equívocos (o no) al general Armada que era una especie de preceptor
suyo. Además de estar solo sufría intensísimos dolores en la boca que le
llevaban a tener que tomar continuamente analgésicos. La prensa lo masacraba
desde la derecha y la izquierda. El caso es que a la altura de 1980 se le había
perdido el respeto desde todos los ángulos. Suárez tenía un gran coraje pero no era un buen parlamentario. Era
muy bueno, excepcional, con un discurso escrito, pero temía el parlamentarismo
de las réplicas y contrarréplicas. Por ello temía ir al Congreso y lo evitaba. Suárez
estaba radicalmente solo y lo sabía. Por ello, falto de apoyos políticos dentro
y fuera de su partido, dimitió por sorpresa el 29 de enero de 1981 en un
discurso de doce minutos que mostraba su grandeza y su sentido del estado. Suárez estaba hundido y roto, pero no
se fue por la amenaza militar. Todos los que lo conocieron opinan que si él
hubiera sabido lo que se preparaba, no hubiera dimitido. Hasta sus mayores
enemigos le reconocen un gran coraje personal y político como se mostró en el 23F cuando el congreso en la sesión de
investidura de su sucesor, Leopoldo
Calvo Sotelo, fue tomado por una partida de facciosos que dispararon sus
armas contra las paredes y techos lo que provocó el pánico entre los
congresistas que se echaron al suelo. Solo hubo tres personas que no se tiraron a tierra. Uno de ellos fue Adolfo Suárez,
otro Santiago Carrillo y otro, el
teniente general Gutiérrez Mellado
que fue zarandeado por aquella recua cuartelera.
Hoy, vemos su figura engrandecida. Más de treinta años después la opinión
generalizada es que fue una especie de héroe al que se le dedican estos días
los mayores elogios. Esperemos los que le vendrán cuando fallezca lo que
parece inminente dado su estado crítico. No sé si es su desaparición de la
escena pública en los últimos años, aquejado de alzhéimer, lo que ha llevado a
que este político enormemente seductor en su tiempo, atractivo para las
mujeres, venido de abajo, no haya sufrido este proceso de degradación que han
experimentado todos los otros participantes en la realidad de aquel tiempo
convulso. Para nosotros, los que votamos socialista y contribuimos a aplastar a
Suárez, la figura de un Felipe González que fue mítica, se ha
cargado de grasa y desolación viendo su evolución como protegido de los grandes
multimillonarios latinoamericanos, sus sueldos de las energéticas así como su
propensión al lujo, tan alejados del espíritu socialista que encarnaba en aquel
tiempo.
La democracia española ha envejecido, el rey ha envejecido y
degradado, la Constitución, que es fruto de la era de Suárez, parece haber sufrido también un proceso de desgaste brutal y
los que ayer eran enemigos de ella, hoy son los que defienden su carácter
inalterable y monolítico.
Hay mucha hipocresía por parte de todos los que ahora
elogian a Suárez, pero en cierta
manera su historia seduce, sigue seduciendo. Ese chisgarabís, que llevaba el café a Herrero Tejedor, hoy nos parece alguien que tuvo dignidad y valentía,
además de enorme audacia. Hizo lo que parecía imposible demoliendo el régimen
franquista. En cierta manera aquel hombre al que no se respetó en su tiempo por
parte de todos los que hoy lo enaltecerán y elogiarán, nos parece alguien con
unas cualidades que añoramos en la política gris y mediocre de nuestro tiempo.
Me hubiera gustado que alguien como Suárez
pudiera dirigir la respuesta del estado a una situación de emergencia como la
cuestión catalana. Hoy más que nunca es necesaria la audacia y la imaginación
aun a costa de dar saltos en el vacío como los que dio él.