Uno de los efectos más corrosivos y peligrosos de esta
crisis moral y política es que se ha perdido completamente el pacto de
confianza entre los ciudadanos y los administradores de la cosa pública, es
decir, los políticos que sirven a intereses de distintos partidos hegemónicos en
virtud de nuestros votos secuestrados. Y ello es doblemente preocupante porque
los habitantes de un país se sienten humillados y estafados por una clase política atenta solamente a sus intereses más
o menos espurios, a sus privilegios y a sus chanchullos investidos antiguamente
por la idea de bien común.
Hoy, sin ir más lejos, he ido a los contenedores de basura
reciclable. Son terriblemente incómodos. En el amarillo hay una apertura mínima
por la que hay que pasar las grandes bolsas de basura (briks, plásticos,
aluminio...) y terminas muchas veces pringado al apretar la bolsa para
conseguirla meterla en dicha mínima ranura. Siempre he sido un fundamentalista
del reciclado, pero hoy me he dicho que no tenía por qué pasar un mal rato
metiendo la basura en tan incómodo lugar, a todas luces mal diseñado, y he
tirado toda la basura al contenedor general. Ha sido un pequeño acto de
rebelión contra la desidia de la administración en la que no me siento
representado ni veo que en ningún caso cuente con nosotros. Me noto olvidado a
todos los niveles. Y cuando pienso en los niveles superiores percibo una
especie de burla de la clase política atenta solo a sus intereses y a sus
prebendas.
Hubo un tiempo en la transición en que sentía un respeto
reverencial por los políticos que aparecían en la páginas de la prensa de
información general como Cuadernos para el diálogo, Triunfo, Cambio16,
entre otras. Se me aparecían investidos de una luz especial que me los hacía
respetables y dignos. Treinta años después veo un panorama estragado y quemado
para la conciencia ciudadana. La clase política está en el peor de sus niveles
y recibe el desprecio generalizado de los ciudadanos. Entiendo el fervor que
despierta la antipolítica que ha llevado a los italianos a votar por Beppe Grillo en las últimas elecciones.
El problema de su éxito es ahora grave: ¿Qué hacer con ese poder
representativo? ¿Con quién pactar? ¿Qué política defender? Porque ahora se
trata de hacer política. Hacer antipolítica es divertido. Hoy, arrojando mi
bolsa en el contenedor general, he contribuido a la antipolítica y me he
sentido aliviado. Cuando salimos a la calle en distintas mareas, rechazamos en
bloque a la clase política a la que consideramos en general enfangada y
putrefacta, y con buena razón los pensamos responsables de esta crisis y de
la corrupción que parece dominar todo el sistema. Al rey, a sus yernos, a los
partidos políticos hegemónicos, a los representantes municipales, a los bien
pagados representantes en las diputaciones provinciales... Todos se nos
representan como una plaga infecta con la que no sabemos bien qué hacer ni cómo
librarnos de ella... porque tarde o temprano nos volverán a reclamar a las
urnas y sentiremos la misma aversión ante el hecho de votar sin saber adónde
orientar nuestro voto, percibiendo que, hagamos lo que hagamos, será utilizado
para lo último que nosotros hayamos anhelado y seremos olvidados totalmente
hasta que vuelvan a necesitarnos en unas nuevas elecciones en las que tendremos
que decidir si no votar (antipolítica), votar en blanco, nulo, o a opciones
marginales para intentar hacer algún daño a los partidos que nos tienen
secuestrados para luego, en virtud de los resultados, burlarse acremente de los
necios de los votantes que van allí a darles su voto. Eso sí, en las elecciones
saben bien cómo dramatizar la situación para sacarnos de nuestra rabia y
nuestra apatía que nos lleva a desear que se hundan en la miseria. Dramatizan,
nos hacen creer que lo que se está jugando es fundamental y que buscan nuestro
bien, y nos prometen lo que luego no cumplirán, amparándose éticamente en que lo
que se promete no hay que cumplirlo porque el deber está por encima de las
promesas, lo que implica que saben -y sabemos- que cuando nos reclaman nos están mintiendo
descaradamente, sin ningún sonrojo, porque ellos son políticos y tienen el
estado en su cabeza y nosotros no sabemos nada. Y hemos de entender que la
corrupción ha de formar parte de los partidos como cosa natural, y hemos de
comprender que los jueces no podrán hacer nada contra ella, y que los
ciudadanos ya nos podemos cansar protestando y gritando y haciendo pancartas
porque ellos saben, y nosotros también, que no servirán de nada. El estado y
sus complicidades están por encima de nosotros. Nosotros solo somos una
coartada a la que hay que respetar solo formalmente... cuando se nos pida el
voto. Y luego nada.
Cuando pienso en la política se me viene un sabor agrio y
vomitivo a la boca... Son tantas las complicidades entre el poder político y
las grandes empresas, es tanta la
desfachatez de los que un día están aquí y al día siguiente están allí, es
tanta la lasitud contra la corrupción cuando proviene de los nuestros que hasta
los partidos de izquierda olvidan latrocinios perpetrados por corruptos conspicuos
para sacar sus políticas adelante. Si no, ahí tienen a ERC vetando en el Parlament junto
a CIU la investigación sobre el caso
Palau en sede parlamentaria. Y ahí tenemos al autor de aquel robo sistemático, Felix Millet, tranquilamente en su casa, riéndose porque
sabe que aquí en Cataluña rige la ley del silencio cuando los que roban se cubren con la senyera. Pero Cataluña no es algo aparte, en todas
las comunidades existen complicidades y corrupción ante la que los ciudadanos
se saben impotentes no sabiendo qué hacer en manos de formaciones políticas
endogámicas que mienten a sabiendas y se protegen cuando salen a la luz los
casos de corrupción que les son suyos.
Hoy no he reciclado bien, harto de mi ayuntamiento, de la
política, de todo aquello que me dicen que forma parte del bien común... porque
sé que es una mentira. Imagino que muchos ciudadanos deben sentir algo parecido
y no saben bien qué hacer, qué pensar o cómo comportarse. Yo tampoco, pero
estoy harto.