Una de las sesiones más prolijas y burocráticas que preceden al comienzo del curso es aquella en que intentan fijarse las normas del RRI (Reglamento de Régimen Interno) que fundamentan la convivencia del Centro. El que esto firma no suele intervenir públicamente porque prefiere actuar antes como cronista que como protagonista dialéctico.
La Junta directiva va desgranando ante el claustro reunido en pleno las normas básicas del RRI y mi impresión es que la discusión parece extraída de una película de los Hermanos Marx en aquel film memorable que es Una noche en la ópera: La parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de la primera parte… En efecto, no hay norma escrita que considerada cabalmente no termine por resultar absurda e inaplicable en la práctica. Los profesores desmenuzan todo el reglamento de régimen interno y se dan cuenta de las sutilezas del lenguaje. Todo, en el fondo, si bien se observa, es objeto de relativismo y casuística. No bien el Coordinador pedagógico, un personaje melifluo que podría ser miembro de una ONG dedicada a auxiliar a los pueblos oprimidos del planeta, enuncia una norma, un montón de manos se levantan decididamente. Él, que tiene asumidos los hábitos democráticos a fondo y es partidario de la cordialidad y el entendimiento, da la palabra a los que se manifiestan como disidentes. Entre todos terminan por machacar el enunciado objetivo de la norma en cuestión y todos nos decimos entre nosotros que está en los límites del absurdo y es inaplicable. La discusión gira en redondo, y los argumentos de una parte del profesorado son cuestionados por todas y cada una de las intervenciones que siguen. Cuando todo está patas arriba, una nueva palabra desvía la discusión a otros términos que nadie hubiera sospechado. Entonces se produce el guirigay gozoso del claustro que, incapaz de llegar a una solución objetiva, decide tomarse tomarse las cosas con sentido del humor. De pronto, unas palmadas llaman al orden al profesorado y se intenta reconducir la situación que, sea la que sea, termina por ser pospuesta para una reunión posterior sin fecha. Así sucede con todos los artículos del Régimen Interior. El lenguaje, como denunciaron las obras del teatro del absurdo, empezando por La cantante calva de Ionesco, es un importante factor de incomunicación y llevado a sus últimas consecuencias es realmente insólito y delirante.El Jefe de Estudios luce su larga cabellera desplegada al viento. Hoy lleva una camiseta con la figura del Thor el dios del Trueno, el dios de Asgard. En sus manos levanta el famoso martillo Mjolnir –hecho por los enanos en las cavernas subterráneas- que hace de este dios uno de los más conocidos del Olimpo de la mitología Nórdica y que ha sido acercada a las recientes generaciones por la versión de los Marvel Comics. El representante de Thor y del orden académico alza la mano serenamente ante las reiteradas y malévolas alusiones a la deficiente disciplina del centro. Todo es relativo, viene a decir. No pueden aplicarse mecánicamente las normas de de incoación de expedientes por la disparidad de criterios con que los profesores expulsamos a los alumnos díscolos. Los hay, sin ir más lejos, que expulsan por no traer el libro a clase mientras que otros más pacientes, sólo lo hacen cuando un alumno le está metiendo el dedo en el ojo. Hay que buscar un término medio, que carajo. Hay que contextualizar, dice agitando a Mjolnir en el aire.
La profesora tutora de mediación apela a nuestras conciencias para que no expulsemos sin antes haber dialogado profundamente con los alumnos. Han de sentirse escuchados, y no como enemigos de nadie. Es necesario, pues, que funcionen los puentes de diálogo y no los de enfrentamiento. La escuchamos arrobados a punto de entrar en éxtasis cuando argumenta que no podemos recoger por escrito los motivos por que debeberíamos expulsar a un alumno de clase. Es necesario, dice con voz delicada, aplicar el sentido común. El martillo de Thor, Mjolnir, ha de ser mesurado y darle antes una oportunidad al entendimiento, a las manos enlazadas por la concordia y no al gesto agrio e intemperante.
No todo el claustro coincide con tan benévola interpretación de los hechos. De hecho, desde muchos angulos se denuncia la falta de eficacia en la aplicación de las normas de disciplina y se discuten a propuesta del director medios que puedan ayudar a redirigir las situaciones conflictivas sin llegar a la amonestación -terriblemente complicada y liosa para el profesor en su aplicación según explicaremos algún día-. Varios profesores exigen un claustro que tenga como tema monográfico la disciplina pues se considera un asunto sin cerrar y que las medidas cautelares sean más abundantes y efectivas. Los puntos de vista son difíciles de conciliar.
Obvio otros múltiples temas de debate puesto que en casi ninguno hemos llegado a un acuerdo consensuado… y es que la naturaleza humana es compleja y los reglamentos muy relativos e incapaces de contener la infinidad de matices que tiene el ser humano. En todo caso, un claustro es divertido si uno ha de resumirlo posteriormente para los lectores del blog.