Corregir un examen de diez alumnos de bachillerato humanístico y social es una tarea apasionante. El examen versaba sobre la narrativa del siglo XVI y El Quijote. Podían tener el libro de El Quijote encima de la mesa, pues les pondría un par de capítulos a comentar para que escogieran uno. No se los revisé para ver si en sus páginas –libros voluminosos- había material prohibido. Preferí confiar en su honradez y no mostrarme como un profesor desconfiado que va buscando motivos por los que suspender a sus alumnos. Parece ser que la última moda de copiaje en el instituto es mediante un auricular y un reproductor de MP3 o MP4. Se graban el contenido del examen y las chicas con su pelo largo ocultan sus pinganillos.
No los revisé, ni les hice a las chicas ponerse el pelo recogido. Estuve toda la clase paseándome arriba y abajo. Vi alguna maniobra de tener los apuntes abiertos debajo de la mesa, para aprovechar algún despiste del profesor, pero creí que con mis paseos lo impediría.
El examen era facil, previsible. No quise hacer sangre y tuve en cuenta el nivel medio de la clase, del barrio, de sus circunstancias culturales y ambientales. Apretar las tuercas supone un elevado número de suspensos. Y todo el planteamiento del sistema educativo pone esa opción como fuera de lugar.
Pero ¿cómo medir realmente lo que han asimilado en un examen de literatura? Está claro que el conocimiento del tema y el enfoque personal son esenciales, así como la conexión entre las ideas, el uso de una terminología adecuada, la capacidad expresiva, la relación de las ideas con el texto que han leído…En clase se han dicho muchas cosas, ha habido un dossier en que se ha desmenuzado cada tema, las lecturas se han comentado ampliamente, ellos han hecho exposiciones orales.
El resultado es significativo porque revela actitudes diferentes ante la vida. Otra cosa es la calificación que es un asunto más delicado.
Ha habido varios alumnos que han copiado descaradamente. Su examen era una transcripción literal del dossier, palabra por palabra, sin una sola reflexión personal, sin una gota de originalidad o aporte individual. Alguno de estos era una alumna de la que esperaba mucho pero su realidad se ha desinflado. Alguno era muy limitado y ha visto en la copia una posibilidad de remediar sus posibilidades, truncadas por su falta de estudio y la dedicación a otras actividades. Estudiar le aburre, se nota por su actitud en clase. Otra alumna, absentista, ha fusilado el dossier. Alguno podría argüir que lo que pasa es que se lo han aprendido de memoria, pero me sonrojo ante esta posibilidad por lo ingenua que parece, además de no ofrecer mayor esperanza, porque ser tan estulto como para memorizar palabra por palabra sin entender, es casi peor opción.
Ha habido un alumno de suspenso claro, pero sin intento de copia. En su examen había lo que había. Ha sido al menos honrado. Otra alumna ha sacado una buena nota y su examen parecía fruto de una cierta elaboración. No estaba desde luego copiado. Otro alumno, repetidor, ha hecho un buen examen. Se nota en el enfoque personal a pesar de su letra espantosa y falta de margen. Otro examen era especialmente pobre, pero no había copiado. Sin embargo, hay un examen de un alumno que fue tremendamente conflitivo en la ESO que revela proceso de comprensión y elaboración interesantes. Suspendió el primer trabajo, pero ha ido hacia arriba. Para mi sorpresa, este alumno, que ha dado un cambio radical en su trayectoria, ha manifestado su propósito de estudiar filología hispánica.
Hay otro caso aparte de una alumna tremendamente maleducada y ofensiva cuyo examen es liado, lleno de errores y múltiples faltas de ortografía, pero al menos no ha copiado.
Sólo hay tres que merecerían aprobar, quizás cuatro. Pero no es tan fácil emitir juicios calificativos. Lo que sí es cierto es que hay varios de ellos que admiten que se puede hacer trampas para conseguir objetivos; otros, no. Se ofrecen a pecho descubierto, en su desinterés, limitación o circunstancias. Pero es difícil hacer ver o demostrar que corregir un examen es además de un juicio intelectual (lo que es muy complicado si no se hacen exámenes tipo test) un juicio también moral.
La necesidad de objetivar las notas es uno de los problemas más complicados que existen. Un profesor detecta instintivamente un buen examen, pero esto no basta. Hay tantas cuestiones que hay que tener en cuenta (desde el origen social de los alumnos, la sostenibilidad del bachillerato en el centro, la resignación a las circunstancias adversas, la presencia de actitudes innobles o tramposas, la falta de estudio o de capacitación para el mismo, la realidad del sistema educativo…) que el profesor suda cuando ha de emitir una nota.
Mi psicoterapeuta me dice que si se logra salvar uno, está todo bien justificado. Pues eso. Ya los suspenderá la vida (o aprobará). Me reservo mi opinión. Sólo tengo que emitir una nota objetiva que mide lo que de ninguna manera es objetivable.