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sábado, 25 de mayo de 2019

Paseo por la Bulgaria comunista



En una reciente visita a Bulgaria he tenido ocasión de tomar en consideración la evolución de los países del este de Europa, situados tras el Telón de Acero, durante unos cuarenta y cinco años. Por los acuerdos tomados por las potencias vencedoras en la Segunda Guerra Mundial, toda una zona de influencia quedó en el lado soviético y en estos países se impusieron las llamadas democracias populares que era la aplicación del socialismo soviético en sus sistemas políticos.

Bulgaria fue una aliada extraña de la Alemania nazi porque no quiso declarar la guerra a la URSS y pensó que una declaración de guerra a las potencias occidentales no le traería demasiadas consecuencias negativas, algo en lo que se equivocó totalmente pues sufrió importantes bombardeos por parte de los aliados. En Bulgaria había una monarquía encarnada en el rey Boris III, que pareció ser envenenado por Hitler, y murió a los pocos días del encuentro con él ya que Bulgaria se negaba a deportar a los judíos búlgaros –mayoritariamente sefardíes- a los campos de exterminio en Polonia. Es el único país que conozco en que hubo una reacción popular por parte de la población, la iglesia ortodoxa, instituciones como el parlamento y el diplomático español Julio Palencia, que se levantaron para impedir las deportaciones a los campos de la muerte.

El caso es que Bulgaria fue ocupada por las tropas soviéticas y quedó en el lado este de Europa. Se abolió la monarquía y se instauró una democracia popular hasta 1989 en que cayó el muro de Berlín y, por extensión, el resto de países derribaron el comunismo que había dominado sus sociedades durante más de cuatro décadas.

Ahí estaba yo, en mi visita al Museo del Arte Socialista en el barrio de George Dimitrov en que se amontonaban las estatuas de la época socialista que fueron quitadas de sus emplazamientos originales para ser llevadas a un museo al aire libre, abierto a los ciudadanos. Yo era el único visitante entre aquel vergel de imágenes del comunismo en que proliferaban los bustos de Lenin, Che Guevara, Dimitrov, otros dirigentes comunistas y, sobre todo, grupos escultóricos que representaban al pueblo en armas contra el capitalismo. Aquella era una orgullosa representación de lo que fue el socialismo en Bulgaria empezando por la estrella roja de cinco puntas que coronaba el impresionante edificio de la sede del Partido Comunista búlgaro de una gran belleza.

Todo esto había sido olvidado tras la época de los “cambios” en que se pasó de una economía planificada socialista y de un monopolio del poder político en manos del Partido Comunista a un poder democrático en manos de los partidos, el cambio de una moral colectiva a una moral individualista y egoísta. Ahora solo quedaban estas estatuas de un tiempo que dejó de existir junto con las medallas del orgullo socialista que se pueden adquirir en los mercadillos para turistas que quieren algo que les recuerde la época socialista.

Vi asimismo videos del periodo comunista en que multitudes pletóricas y entusiastas vitoreaban al camarada Dimitrov y a la labor del Partido Cömunista como dirigente del pueblo frente al capitalismo. Parecían felices y gozosos. Muchos niños ofrecían flores a los dirigentes, desfiles militares con cohetes nucleares, eran celebrados por las muchedumbres que parecían ardientes partidarios del sistema político. Era impresionante ver los vídeos.

Pero todo esto cayó en unos días, tal vez en un día. El sistema comunista se desmoronó por sus propias contradicciones en cuestión de horas, y la gigantesca estatua de Lenin en el centro de Sofía y la estrella de cinco puntas roja que estaba en el Largo, fueron retirados; esta fue desmontada y transportada por un helicóptero que se la llevó para desencanto de los sofiotas que vieron que era de vidrio o plástico y no de rubíes como parece que era la que estaba en Moscú. El comunismo cayó como un castillo de naipes.

Alguna explicación que he leído atribuye su desplome a la fragilidad de un sistema de nodo único en el que residía el poder, el Partido Comunista Búlgaro supeditado al de la URSS, frente a un sistema, el capitalista, de múltiples nodos de poder y descentralizado, el llamado poder en red que se ha impuesto en el mundo.

En los años sesenta, el mundo estaba en ebullición y parecía que la partida la tenía ganada el modelo comunista. Guerras en África, movimientos guerrilleros en América Latina, guerra en el sudeste asiático, movimientos poderosísimos prosocialistas en Europa… en el territorio de la libertad donde potentes partidos comunistas en Francia o Italia buscaban un cambio de sistema.

Viendo el Museo de Arte Socialista uno puede sentir la fuerza de aquel tiempo, la fuerza y la belleza magnética. ¿Acaso Ernesto Che Guevara no sigue siendo un referente universal de lucha contra el capitalismo, acaso Lenin todavía no ofrece una imagen potentísima de una revolución triunfante frente a la Rusia zarista y la implantación del comunismo en la URSS?

Todo cayó porque era rígido y burocrático, además de despótico y represor. Y, sobre todo, no podía competir contra el modelo capitalista en red, mucho más exitoso y descentralizado.

lunes, 6 de mayo de 2019

El estatuto de víctima




¿Quién no es víctima de algo? Que levante la mano. La historia, especialmente la reciente se edifica sobre el concepto de ser y considerarse víctima. No hay nada tan atrayente como sentirse víctima para justificar una cierta actitud o una exigencia abierta de compensación justificada por el hecho de haberlo sido. Ser víctima te da fundamento y abre dinámicas terriblemente peligrosas. La URSS se sentía víctima del capitalismo internacional y eso llevó a Lenin a aplicar políticas de represión como nunca se habían experimentado. Stalin continuó su obra, frente al capitalismo internacional, con una represión todavía más feroz si cabe. Era víctima. Hitler convenció a la sociedad alemana de que era víctima del semitismo y llevó a cabo una guerra de exterminio de la población judía de Europa en la convicción de que Alemania era víctima. Los mayores genocidios se han cometido desde la convicción de que se era víctima.

Hoy día no hay nadie que no tenga en su programa la idea de ser víctima: las mujeres, los homosexuales, los palestinos, los judíos que huyen a Israel por la persecución en Europa, los kurdos, los turcos, los tibetanos, las víctimas de abusos de los sacerdotes durante décadas, los indígenas, los granjeros del medio oeste norteamericano que se sienten aplastados por la alianza progresista demócrata, los mexicanos, los latinoamericanos, los norteamericanos, los inmigrantes que llegan a Europa por tierra, mar y aire, los musulmanes y la islamofobia, los europeos que temen una invasión masiva musulmana, los jóvenes y las discriminaciones, los ancianos y su postergación social, los padres que se sienten avasallados por los hijos, los minusválidos, los catalanes aplastados por el inicuo estado español, los españoles de Cataluña aplastados por el xenófobo nacionalismo catalán, los vascos, los africanos por el criminal esclavismo, los trabajadores frente al capitalismo, los ciudadanos frente a los bancos, los descendientes de españoles en Latinoamérica que exigen una petición de perdón de España por el colonialismo, los hombres aplastados por el lobby feminista y gay, hijos frente a madres diabólicas… La lista podría seguir porque el mundo está lleno de víctimas en todo los lugares y circunstancias.

Ser víctima da derechos y explica una determinada interpretación de las cosas. Nada hay que describa mejor una situación en el mundo y en la vida que tener el estatuto de víctima. Uno se siente absuelto y con derecho a la revancha, a cambiar el status tradicional o sobrevenido. Da igual que el tiempo ominoso haya pasado, porque se trae al presente el pasado de siglos y milenios que justifican el estatuto de víctima. Y si se es víctima, se es esencialmente inocente. Y si se es inocente, uno está relevado de responsabilidad y es sujeto solamente de derechos. El reino de la víctima es arcádico, anterior al tiempo histórico, Y las víctimas tienen derecho al orgullo por haber sido aplastadas y a la venganza y la crueldad por el tiempo anterior. No hay nadie que pueda discutir el estatuto de víctima; si un determinado colectivo accede a dicho estatuto se hace indiscutible, se convierte en inocente e irresponsable ante la historia porque todo se le debe. Almacena el dolor de generaciones pasadas en su haber, aunque el presente no tenga nada que ver con el pasado. Y puede ejercer la violencia contra los antiguos opresores.

Sin embargo, esta pulsión de ser víctimas lleva a situaciones contradictorias y complejas. Se está empezando a cuestionar la irresponsabilidad de las víctimas y su exigencia de compensaciones. Considerarse víctima no debería llevar a tener más derechos y razones. No se debería poder vivir a costa de ser o considerarse víctima. Se construyen misticismos políticos en base al estatuto victimario para poder arrogarse el derecho a la compensación aún en circunstancias alejadas del pasado.

Todos somos víctimas de algo, pero eso no debería dar lugar a un existencialismo en que uno se considerara, en tal caso, inocente. Nadie es inocente. Las víctimas tampoco. No hay mayor crueldad ni fanatismo que el de las víctimas. En todas las direcciones o sentidos.


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