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domingo, 12 de mayo de 2013

Subiendo el Pedraforca el 12 de mayo de 2007



Doce de mayo de 2007. Iniciaba con mi cuñado Iván mi cuarta o quinta ascensión del Pedraforca, una montaña singular de 2600 metros en la comarca catalana del Berguedà. Es una montaña que ha jalonado mi historia vital. Y pretendo que lo siga haciendo, pues deseo ascenderla de nuevo en cuanto tenga oportunidad.

Aquel 12 de mayo tomamos una vía que no era la que he hecho en otras ocasiones. No. Decidimos, pese a la nieve abundante, subir por el Coll del Verdet que se hacía menos árido que por la Tartera que no es sino una subida continua por el cuello de la montaña hasta que se asalta en último lugar el ascenso a la cumbre. Nos habían advertido que el Coll del Verdet era más peligroso y que habría mucha nieve. Aun así nos decidimos por esa vía que, efectivamente, era mucho más hermosa y variada. La mañana era clara y el sol y la luz nos sonreían. Iván iba delante y yo detrás pasando los neveros en los que nos hundíamos hasta más allá de la rodilla.

En un momento el panorama cambió y hubo que trepar por rocas verticales. Íbamos varios en fila, unos detrás de otros, pero a cierta distancia. Yo no era consciente de quién iba detrás de mí y veía a Iván mucho más arriba. Empecé a escalar buscando puntos de apoyo con mis manos y mis pies. Había que tener mucho cuidado y articular con precisión los puntos de sutura con la roca. Y así hubo un momento en que la ascensión fue de varios metros de altura sobre el vacío.

Entonces, recuerdo, iba ascendiendo y trepando con alguna facilidad. En ningún momento fui consciente de que podía haber peligro. Estaba tan concentrado en mis manos y mis pies que solo prestaba atención al instante presente. El mundo se iluminaba en ese aquí y ahora que, cuando ocurre, el ser se trasfigura y adquiere ligereza y sentimiento de plenitud.

Seguía trepando por las rocas, hasta que en una milésima de segundo en que había alzado mi pie derecho y subido mis manos para alcanzar otros puntos fiables de apoyo, advertí con sorpresa que mi pie derecho había quedado sin sostén y estaba en el aire, completamente en el vacío. Fueron milésimas de segundo en que advertí que mi equilibrio sobre la pared era imposible y que iba a caer hacia atrás contra las rocas que había debajo a varios metros. No sentí miedo, solo sorpresa ante lo que sería sin duda mi final sin remisión. Me despeñaría contra las afiladas rocas. Fueron microsegundos que aun tengo en mi conciencia y no puedo decir que toda mi vida pasara por mi mente, pero sí que no sentí pánico en un nanoinstante en que mi vida estaba a punto de acabar.

Iba a empezar a caer.

Sin embargo, en ese nanosegundo de impasse en que yo era consciente vívido de mi caída y contemplaba admirado la situación, una mano vino por detrás con energía y me sujetó a la roca en el preciso instante en que iba a empezar a despeñarme. Alguien que venía detrás de mí, no sé cómo, había sido consciente de la situación y con una velocidad de vértigo tomo la decisión instintiva de abalanzarse sobre mí y sujetarme el tiempo suficiente para que yo pudiera tener otra oportunidad y buscar puntos de apoyo para agarrarme a la pared, como así hice. Aquella persona era un joven que llevaba la camiseta de la selección argentina. Me preguntó cómo estaba. Yo le dije que bien. ¿Necesitas ayuda? No, estoy bien, y seguí ascendiendo. Mi compañero Iván no fue consciente de nada. Todo aconteció en un microsegundo en que el universo entero giró en torno de mí. Aquel muchacho me había salvado la vida. La idea me perseguía y no me explicaba cómo había podido ser. ¿Cómo había podido estar tan consciente de mi situación cuando la ascensión era tan comprometida y exigente que uno tenía que estar pendiente de sí mismo? ¿Cómo había reaccionado a velocidad de vértigo para sujetarme? ¿Cómo iba tan cerca de mí cuando yo no me había dado cuenta de tener a nadie tan próximo?

Al llegar a la cumbre lo vi y fui a saludarlo. Iba con otro compañero. Nos miramos fijamente y le di las gracias con una profundidad extraña. Él me dijo que no había sido nada, que tal vez él había estado en mi destino aquel día. No supe qué decirle. Le di la mano y fui a fotografiarme en la cumbre aquel doce de mayo que pudo bien bien ser el último de mi vida.

Los días siguientes repasaba todos esos instantes intentando buscar algún sentido a lo ocurrido. Era por un lado inimportante y a la vez revestía la diferencia que existe entre la vida y la muerte. Yo no debía estar allí para contarlo, pero estaba. Había tenido una nueva oportunidad. ¿Qué significado profundo guardaba aquello?

Han pasado seis años y hoy vuelvo a ello, rememorando el instante en que mi biografía pudo estar acabada y todavía no he encontrado una respuesta que me aclare el porqué de aquello. Nunca más volví a ver a aquel muchacho que llevaba una camiseta albiceleste, aunque me dijo que iba a participar en la clásica caminata a Montserrat que hacemos cada año. Se desvaneció en al aire, tal como había llegado. 

14 comentarios :

  1. Tenía que ser un ángel de camiseta albiceleste quien te permitiera seguir caminando, escalando y ascendiendo... Todo un signo!!!

    Gracias por compartir tus aventuras fuera del aula también, querido Joselu.

    Te cuento que ayer les hablé a mis padres, que visitaron España de punta a punta, sobre tus caminatas y tu vinculación con Viveiro. La próxima vez que andes por allí, fíjate por favor que hay una estatua de mi bisabuelo, padre de mi abuela, Maruja Latorre, Don Juan Latorre Capón, creo que en el casco histórico, vinculado con la Escuela de Música de Viveiro. He estado buscando y encontré varias referencias a él en internet y fotos. Una dice:

    "...a primera banda que acompañó a la procesión del Santo Entierro la dirigió el señor Martínez. A partir de 1880 fue la Banda de Exploradores a cargo de don Juan Latorre Capón."

    Otra aparece en La Voz de Galicia...

    Me he quedado sin aire para seguir escalando de la emoción.

    Y hasta me he encontrado con un video en youtube donde se ve esa estatua fugazmente y de espaldas, que ya he de publicar.

    Tú escalas montañas inmensas, ya que 2.600 metros de altura no es moco de pavo, como decimos acá. Yo trepo las ramas de mi árbol genealógico para llegar a divisar mi historia desde la cima más alta que pueda alcanzar. Aventuras existenciales que valen la pena vivir para contar tan bien como lo haces, aunque los elogios no te agraden.

    Un beso!

    Fer

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    1. Contestando a Fer: yo vivo a ciento y pico de kilómetros de Viveiro y si quieres investigo su historia y hasta le echo una ojeada cuando vaya por allí. Sé que hay muchos Latorre por aquella zona como el fundador de La Voz de Galicia, el diario de más venta en estas tierras, Juan Fernández Latorre.

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    2. Te prometo que la próxima vez que pase por Viveiro procuraré descubrir la estatua que mencionas. Imagino la emoción que te debe embargar cuando descubres restos de tu pasado genealógico. El mío se acaba pronto y nunca he deseado rastrearlo. Lo intuyo sin ningún interés, sin ninguna migración, sin nada que me impela a saber… Por no saber no sé siquiera de mis padres en exceso salvo lo que ellos me contaron que no sé si se ajustaba mucho a la realidad, tal vez sí de la soñada.

      En cuanto al detalle de la camiseta albiceleste sabía que tú lo advertirías. Lo subrayé porque sabía que sería así.

      Un abrazo.

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    3. ¡Gracias a ambos, queridísimos y respetados amigos!

      Sí, estoy metida en esto de rastrear mis antepasados, no sé bien por qué razón me ha llegado la hora de reconstruir mi historia para plantar sobre ella mi propia identidad.

      Hoy me pasé media mañana viendo fotos de Viveiro: ¡bellísimo! La playa de Covas, donde se bañaba mi abuela: un sueño. El casco histórico, la puerta de Carlos V, esas casas tan bellas y tan antiguas, la iglesia de Santa María donde mi abuela se casó... Mucho, demasiado para una mañana.

      Esa estatua puede ser de otro, pero tiene una barita de conductor de orquesta en su mano, mi padre tiene la de mi bisabuelo en su casa y se la he pedido, porque era un buen músico, reconocido en Viveiro, aunque no un buen padre de sus hijos y él tampoco quiere saber mucho de su abuelo.

      Ví la casa natal de mi abuela en la esquina de la Farmacia de un tal Celso Varela sobre la calle Pardiñas, primo hermano de mi abuela Maruja y se me han caído los mocos...

      Daría años de mi vida por ir y sobre todo ir con mis padres, que ya están grandes y han ido varias veces, pero sería sumamente sanador para el vínculo un tanto conflictivo que siempre he tenido con mi viejo, como yo le llamo.

      En esa caminata estoy. Si en algo me pueden guiar, se los agradeceré de mil amores. Viveiro es simplemente soberbio para mí, como lo es Barcelona, que sí visité, y donde no olvido una cena al aire libre en una especie de patio interno donde comí una cazuela exquisita. Pero era muy joven para registrar todos los detalles y nombres. Y el Mediterráneo, con su color único y unos viejos en pleno invierno en la playa hablando en el galego que hablaba mi abuela... Comimos un jamón serrano y bebimos una copa de vino sobre la arena que jamás olvidaré.

      Tienen allí, mis señores y hermanos españoles, tan entendiblemente alicaídos últimamente, un tesoro invaluable que nadie les puede recortar, ni devaluar, ni acorralar: ¡por favor, no lo olviden!

      Mil gracias a ambos y besos!

      Fer

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    4. ¡Ay, señores míos!

      Miren dónde me vengo a mandar semejante horror de ortografía: "barita" por "batuta"... Ni que el viejo hubiese encontrado la piedra filosofal o tuviese algo similar a la "varita" de un mago, que nos dejó a todos pelados y se patinó toda la guita en casinos y relaciones extramatrimoniales con hijos incluidos. Por eso mi señor padre no le quiere nada...

      Esto me pasa por trasnochar. Me pasó en clase el otro día, en el pizarrón, confundiendo el spelling de "coach" y "couch"... Pero siempre está lo que aprendí de Noam Chomsky para tapar esos agujeros negros frente a mis alumnos, que me saben humana y falible. Le regalo un caramelo a quien me pesca en uno de esos, por corregir a la profa y hacerme de profesor y todos contentos.

      Bueno, disculpas, profesor. Era casi la una de la mañana de lunes, pero sé que no hay excusas y que me has aplazado en ortografía castellana y me darás un dictado sin corrector de por medio...

      Otro beso!

      Fer

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    5. Ja, ja, ja, Fer… Has reconocido el error y estás exonerada de pasar la prueba. A todos se nos escapa algún gazapo, a mí el primero y en alguna ocasión he tenido que ser corregido por algún amable y atento lector. En ello influye la atención y a veces zonas de incertidumbre ortográfica que se nos hacen difíciles. Habría muy pocos, pero muy pocos, que pasaran un examen de ortografía en serio. Pero en este caso, el tuyo, era un auténtico despiste por confusión de varita y batuta que se te trabaron en los dedos que tecleaban. Doesn't matter, my friend. Saludos.

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  2. Quizás en aquel momento te diste cuenta de la mínima línea que separa la vida y la muerte y de como el destino decidió jugar contigo con ayuda ajena. Ese tipo de situaciones que te ponen en los bordes cuando menos lo esperas le dan espesura a la vida. Por eso tanta gente se "droga" con deportes y actividades de alto riesgo y ven lo rutinario y común, esa que en tu última entrada decías que debía mantener el profesor frente a los alumnos, como algo artificial y descafeinado.

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    1. Sin duda, la práctica de ciertos deportes que te ponen al límite físico (cada uno tiene el suyo) son una fuente importante de endorfinas. Yo no suelo practicar el montañismo, probablemente porque no tengo un grupo aficionado con el que participar. En tiempos lo hice. Tenía dieciocho años y recorría el Pirineo en ascensiones que aún recuerdo con emoción. Entiendo la pasión que entraña el montañismo y ciertos deportes que nos sacan de nuestra cómoda rutina y nos llevan a estados casi místicos en que se aunan mente y cuerpo.

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  3. Nunca me ha llamado el montañismo -sí el senderismo-. Quizá para no resultar enganchado como dicen que pasa...

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    1. Yo también soy más aficionado al senderismo que al montañismo, tal vez por falta de oportunidades sociales de practicarlo.

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  4. Es un relato emocionante y enigmático. ¿Sería un ángel, tu ángel de la guardia que se materializó...?

    Un abrazo.

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    1. Lo he pensado, y lo pienso. No he querido decirlo, pero queda en el aire… Un abrazo.

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  5. Te he comentado, mi querido Joselu, en alguna otra parte donde ví y leí este post (facebook creo) que sería tu angel de la guarda (¿existirán de verdad?) el que te salvó de la muerte. Yo tuve una experiencia hace muchos años en el mar y no muy lejos de la orilla. De momento dejé de hacer pié y ,aunque siempre he nadado muy bien, me dio un ataque de pánico que no podía controlar y me faltó un pelo para palmarla...yo no tuve angel y nadé descontrolada hasta llegar a hacer pie.
    Yo no me había vuelto a acordar y con tus palabras lo he revivido. Un beso.

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    1. Leí tu comentario en facebook y éste de hoy. Pienso que nos enfrentamos a situaciones en las que el misterio es esencial. Lo que pasó en el Pedraforca no tiene explicación lógica, yo entiendo que por allí pasó una línea fundamental de mi vida y sobreviví, todavía no entiendo cómo ni por qué. Me ha gustado rememorarlo en estas líneas que no significan mucho para el que las lea, pero para mí son una especie de revelación de algo que pasó y que implica que esté aquí en lugar de no estar. La diferencia sería mínima, pero para mí es máxima. Sin embargo, ¡qué trivial es todo! Un beso.

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