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miércoles, 23 de abril de 2014

La fiesta de la rosa y el libro



No me resisto a la tentación de escribir un artículo en fecha tan señalada que aparecerá en la cabecera de mi blog en un veintitrés de abril de dos mil catorce. Y precisamente hoy hablaré de los libros y yo en este aniversario al parecer benéfico que conmemora la muerte de dos genios de la literatura. Además en mi amada Catalunya es una fiesta patriótica en que se funden los libros y las rosas en una tradición singular que tiene una especial atracción para el ciudadano medio que en este día repara en el valor de los libros y compra las últimas novedades editoriales mientras los libreros y editoriales gimen de placer.

Los libros y yo. ¡Qué extraña fantasía hablar de los libros y yo! O de la literatura y yo en otro sentido pues no leo sino literatura. ¿Amo la literatura? No lo sé. Ha formado parte de mi vida conformándola en su propia entraña desde aquel niño triste que fui y fueron los libros precisamente los que lograron rescatarme del dolor de vivir. Probablemente hubiera podido decir que la vida no me gustaba pero sí los libros que fueron cayendo poco a poco en mis manos abriéndome distancias nuevas. La literatura se convirtió en una especie de amante a la que me entregaba en escenas barriobajeras de sexualidad turbia. Pero miraba las cosas a través de esos libros cuyos personajes se adueñaban de mi ego frágil. Y así fui uno y otro buscando claves de vida para lograr interpretarme a mí mismo en una búsqueda incesante de identidad. Pronto me di cuenta de que yo no era nada en mí mismo. Era un sujeto cambiante, oscilante, que se adentraba en el mar de la literatura buscando un asidero que me ayudara a vivir. No leí solo por placer sino por sostenerme en pie como atado al mástil. Aquel adolescente extraño que fui creaba sus propias escenas de erotismo en su mente y  los libros fueron compañeros de aquel agotador onanismo de mis catorce años junto a las canciones de los Beatles.

Hoy, mucho tiempo después, me doy cuenta de que la literatura sigue siendo una amante con la que comparto confidencias, que me sigue seduciendo a pesar de lo ajada que está pues ha envejecido a la par que yo. A veces me acuesto con ella y realizamos prácticas inverosímiles que no puedo confesar. La llamo puta porque sé que a ella le gusta. Es mi otro lado. Y no puedo sino amarla y odiarla a la vez porque permite que salga mi lado oscuro. Sueño con abandonarla, la  miro con desdén, con resentimiento preguntándome cómo hubiera sido mi vida si aquel niño triste en lugar de ser torpe con el balón y querer sentarse siempre con las niñas en clase, hubiera sido un crack de la pelota y hubiera podido resarcir su identidad con el éxito en el fútbol que me estuvo vedado. ¿Qué hubiera pasado si yo hubiera disfrutado con aquellos cánticos sobre el equipo de mi ciudad? ¿Qué hubiera pasado si yo hubiera metido alguna vez un gol? Pero no. Solo me quedaron los libros a los que me aferré por mi inutilidad ante la vida. Me encadené a ellos y ellos me crearon de nuevo en un magma confuso de identidades múltiples. No me sentí nunca de un sitio u otro. Nunca he tenido creencia en una pertenencia patriótica. Cuando intuyo un patriota hablando conmigo, presiento que estoy hablando con un hombre afortunado pues esa pertenencia le da claves de existencia. Anhelo estar cubierto por una bandera. Aquí en Catalunya abundan por todos los lados, pero yo no lo entiendo, no entiendo estar identificado con una bandera, con  un club de fútbol, con una identidad central. Con una virgen. Con unas tradiciones. ¡Que existencia más sencilla la que encierra todo eso! No sé si sencilla o simple. Yo no puedo en este amor atormentado que me liga al veneno de esta puta que me arrastra y me lleva siempre a la sala de los espejos donde más nos gusta representar ese juego de identidades donde soy un extraño y atónito amante lésbico o un marino que pierde la gracia del mar, o el capitán Ahab, o el tuberculoso en una montaña mágica, o la polla de José Arcadio Buendía. No sé, en definitiva. Me hice al final profesor de literatura. Era mi única opción y mi condena final. He de llevar a estos muchachos desnortados y enemigos de la lectura a la literatura, pero he de confesar que detesto ese papel. No considero que la literatura sea una buena cosa en la vida de uno. Y esta fiesta de rosas y de libros me produce una sensación ominosa. Hoy casi he vomitado viendo la cadena de rosas que invade todas las calles y que se venden o regalan. Ese literario símbolo que es la rosa convertido en tópico y manido símbolo de patriótico diapasón. La rosa es fugacidad, es camino hacia la muerte. Su belleza nos revela la proximidad de la muerte, y las rosas de ahora no tienen siquiera aroma. Son rosas de postal de libro de autoyuda pero he comprado casi una docena y las he puesto en un jarrón en la cocina. No sé por qué lo he hecho si este acto inconfesable para mi fe me produce aversión. Tal vez sea por mi afán de sufrimiento que aprendí con esa amante cruel que es la literatura. Identifiqué dolor con placer. Y esta mujer sádica y cruel que es la literatura, para que no me escape, sigue teniéndome en sus manos que me acarician y me cortan con cuchillas y me sume en visiones de imágenes oscuras que no puedo olvidar. Ni quiero olvidar.


¿Cómo podría expresar a mis alumnos este sentimiento de dolor que experimento? ¿Cómo puedo aspirar a que lean? Me repele este papel de docente que ha de defender que los libros son inspiradores de nuestra imaginación. Quia. Si alguien quiere encontrar el camino a los libros, lo encontrará por sí solo. Yo solo soy un farsante que elude su misión salvífica. Detesto esta fiesta de los libros y de las rosas. Y esta euforia que reina en las calles como si la literatura fuera a dar claves de nada. Bah.

sábado, 19 de abril de 2014

La poesía al alcance de los niños (por GGM).



Este artículo de prensa de Gabriel García Márquez fue publicado por El País en 1981. Lo leí entonces y no lo he olvidado nunca. Leedlo y sabréis por que´. 
***
"Un maestro de literatura le advirtió el año pasado a la hija menor de un gran amigo mío que su examen final versaría sobre Cien años de soledad. La chica se asustó, con toda la razón, no sólo porque no había leído el libro, sino porque estaba pendiente de otras materias más graves. Por fortuna, su padre tiene una formación literaria muy seria y un instinto poético como pocos, y la sometió a una preparación tan intensa que, sin duda, llegó al examen mejor armada que su maestro. Sin embargo, éste le hizo una pregunta imprevista: ¿qué significa la letra al revés en el título de Cien años de soledad? Se refería a la edición de Buenos Aires, cuya portada fue hecha por el pintor Vicente Rojo con una letra invertida, porque así se lo indicó su absoluta y soberana inspiración. La chica, por supuesto, no supo qué contestar. Vicente Rojo me dijo cuando se lo conté que tampoco él lo hubiera sabido.Ese mismo año, mi hijo Gonzalo tuvo que contestar un cuestionario de literatura elaborado en Londres para un examen de admisión. Una de las preguntas pretendía establecer cuál era el símbolo del gallo en El coronel no tiene quien le escriba. Gonzalo, que conoce muy bien el estilo de su casa, no pudo resistir la tentación de tomarle el pelo a aquel sabio remoto, y contestó: «Es el gallo de los huevos de oro». Más tarde supimos que quien obtuvo la mejor nota fue el alumno que contestó, como se lo había enseñado el maestro, que el gallo del coronel era el símbolo de la fuerza popular reprimida. Cuando lo supe me alegré una vez más de mi buena estrella política, pues el final que yo había pensado para ese libro, y que cambié a última hora, era que el coronel le torciera el pescuezo al gallo e hiciera con él una sopa de protesta.
Desde hace años colecciono estas perlas con que los malos maestros de literatura pervierten a los niños. Conozco uno de muy buena fe para quien la abuela desalmada, gorda y voraz, que explota a la cándida Eréndira para cobrarse una deuda es el símbolo del capitalismo insaciable. Un maestro católico enseñaba que la subida al cielo de Remedios la Bella era una transposición poética de la ascensión en cuerpo y alma de la virgen María. Otro dictó una clase completa sobre Herbert, un personaje de algún cuento mío que le resuelve problemas a todo el mundo y reparte dinero a manos llenas. «Es una hermosa metáfora de Dios», dijo el maestro. Dos críticos de Barcelona me sorprendieron con el descubrimiento de que El otoño del patriarca tenía la misma estructura del tercer concierto de piano de Bela Bartok. Esto me causó una gran alegría por la admiración que le tengo a Bela Bartok, y en especial a ese concierto, pero todavía no he podido entender las analogías de aquellos dos, críticos. Un profesor de literatura de la Escuela de Letras de La Habana destinaba muchas horas al análisis de Cien años de soledad y llegaba a la conclusión -halagadora y deprimente al mismo tiempo- de que no ofrecía ninguna solución. Lo cual terminó de convencerme de que la manía interpretativa termina por ser a la larga una nueva forma de ficción que a veces encalla en el disparate.
Debo ser un lector muy ingenuo, porque nunca he pensado que los novelistas quieran decir más de lo que dicen. Cuando Franz Kafka dice que Gregorio Samsa despertó una mañana convertido en un gigantesco insecto, no me parece que eso sea el símbolo de nada, y lo único que me ha intrigado siempre es qué clase de animal pudo haber sido. Creo que hubo en realidad un tiempo en que las alfombras volaban y había genios prisioneros dentro de las botellas. Creo que la burra de Ballam habló -como lo dice la Biblia- y lo único lamentable es que no se hubiera grabado su voz, y creo que Josué derribó las murallas de Jericó con el poder de sus trompetas, y lo único lamentable es que nadie hubiera transcrito su música de demolición. Creo, en fin, que el licenciado Vidriera -de Cervantes- era en realidad de vidrio, como él lo creía en su locura, y creo de veras en la jubilosa verdad de que Gargantúa se orinaba a torrentes sobre las catedrales de París. Más aún: creo que otros prodigios similares siguen ocurriendo, y que si no los vemos es en gran parte porque nos lo impide el racionalismo oscurantista que nos inculcaron los malos profesores de literatura.
Tengo un gran respeto, y sobre todo un gran cariño, por el oficio de maestro, y por eso me duele que ellos también sean víctimas de un sistema de enseñanza que los induce a decir tonterías. Uno de mis seres inolvidables es la maestra que me enseñó a leer a los cinco años. Era una muchacha bella y sabia que no pretendía saber más de lo que podía, y era además tan joven que con el tiempo ha terminado por ser menor que yo. Fue ella quien nos leía en clase los primeros poemas que me pudrieron el seso para siempre. Recuerdo con la misma gratitud al profesor de literatura del bachillerato, un hombre modesto y prudente que nos llevaba por el laberinto de los buenos libros sin interpretaciones rebuscadas. Este método nos permitía a sus alumnos una participación más personal y libre en el prodigio de la poesía. En síntesis, un curso de literatura no debería ser mucho más que una buena guía de lecturas. Cualquier otra pretensión no sirve para nada más que para asustar a los niños. Creo yo, aquí en la trastienda".
Copyright, 1981, Gabriel García Márquez /ACI.

miércoles, 16 de abril de 2014

El enigma de la contemplación del arte



Ayer pasé por una de las pruebas más agotadoras que conozco. Visité –para mi pesar- durante unas horas el Museo del Prado. Veo con enorme inquietud el hecho de recorrer frenéticamente museos y contemplar las obras artísticas geniales que hay en ellos. Recuerdo con horror mi visita al Museo Vaticano hace muchos años. Tuve que recorrer infinidad de galerías interminables llenas de obras maestras de lo mejor del Renacimiento italiano para llegar a la capilla Sixtina que es lo que yo quería ver. Un museo es una tortura para el alma. Una visita apresurada de dos o tres horas corriendo, pasando de obra en obra sin ver nada en realidad me parece abominable. Añádase el ambiente multitudinario en que miles de personas recorren contigo en igual apresuramiento esas muestras de belleza encapsuladas en esas paredes. La vorágine hace que algunas de esas pinturas sean rodeadas por un enjambre de visitantes. Todos los turistas del arte que vamos a esos recorridos parecemos poseídos por una euforia de querer poseer todo y no ver nada en realidad. Nada. La mirada hacia el arte ha de ser necesariamente lenta, para sentirnos penetrados por él, para intentar entrar en ese código enigmático que nos transmite una pintura de hace cientos de años. ¿Por qué Las Meninas es un cuadro tan singular? ¿Por qué El cardenal de Rafael nos atrae poderosamente? ¿Por qué las pinturas negras de Goya son tan perturbadoras? No es posible entrar en ese diálogo en un museo en que todo es prisa y fiebre por ver todo. Pero uno tiene dos horas para ver el Museo del Prado, una hora y media para ver El Reina Sofía y otras dos horas para recorrer la colección Thyssen, la temporal dedicada a Cezanne y la permanente.

¿Qué hay que mirar? ¿Cómo hay que mirar? ¿Cómo ha de formarse uno para mirar una obra de otro tiempo en que existían otros valores que no tienen nada que ver con nuestro mundo? No basta con que estas obras estén bien hechas, que sean perfectas. Hay muchas obras perfectas que no son geniales obras maestras. De hecho la perfección puede ser un inconveniente. Hay pinturas no acabadas o mutiladas como El perro de Goya que son más enigmáticas que si hubieran sido redondeadas y pulidas. Hay que estar muy formado para ver con fundamento una obra artística. Desconfío de los que piensan que si una obra te gusta es suficiente como espectador. No me fío del gusto. Hay pintores mediocres que encandilan a las masas dándoles lo que ellas desean. Visité con espanto la muestra de Sorolla de la Spanish Society. Tuvo en Barcelona y en las ciudades en donde estuvo un éxito apoteósico. Las salas reunían a cientos y cientos de admiradores de aquellas pinturas cursis sobre las regiones de España que reunían todos los tópicos imaginables. No había ningún riesgo en aquello. Sorolla pintaba muy bien pero tuvo un encargo comercial y lo cumplió. Reunir todo el folklorismo de España. 

Es difícil contemplar el arte. Cuando vamos al Prado ya sabemos de antemano que hay algunos que nos han dicho que Las Meninas o Las Hilanderas son obras maestras. Hay catálogos en que nos dicen que estas obras son geniales. ¿Por qué? ¿Qué tienen? Me temo que la inmensa mayoría de los visitantes, como yo, no tienen ni idea de qué tienen y las vemos en un lapso de treinta segundos sin ver nada, y pasamos a otra obra maestra.

Ver una obra artística tiene algo de sagrado. Uno no puede ver demasiada belleza junta para no distorsionar la contemplación y la conmoción que puede suponer. Pero ¿hay algo que nos conmocione en esta época de vértigo y superficialidad en que las masas tenemos a nuestro alcance el AVE y la posibilidad de recorrer tres museos en dos días pasando de la pintura medieval al Guernika con el intervalo del Cezanne. ¿Cómo adaptamos nuestros ojos a distintos tipos de belleza y medida? ¿Cómo sabemos qué es lo esencial?

Tuve ocasión en este último verano de ver sin prisa una muestra de la pintura de Camille Pissarro en la Fundación Thyssen. Disfruté sumergiéndome en su mundo pictórico. Busqué un punto de referencia que era la convivencia de la modernidad con el mundo idílico de su refugio campesino. En sus cuadros aparecían chimeneas que reflejaban la transformación del mundo rural. Sentí esa transición de siglo entre la sociedad estática del campo y la llegada de la industrialización y percibí el hondo malestar y a la vez fascinación por esa metamorfosis de Pissarro. Miré uno a uno sus setenta cuadros buscando entender sus reflexiones sobre el tiempo que le había tocado vivir, un mundo que iba a llevar a la desaparición del paraíso rural. Cada cuadro era un instante, un latido de la existencia del pintor y el espectador lentamente podía entrar en esa maravilla que es la percepción del tiempo. Pero esto me agotó al cabo de dos horas. Mi mente estaba saturada de belleza. Y mi visión, todo lo relativa que pueda considerarse, me había producido un hondo placer que aún retengo, igual que recuerdo mi recorrido por el templo budista de Borobudur en Java. La contemplación de una obra artística es misteriosa, no sabemos por qué algo nos conmociona aunque busquemos interpretaciones racionales.

El espectador de arte necesita tiempo y silencio para lograr aislarse en la contemplación de algo que representa arte y tiempo. Por eso solo quiero ver pequeñas muestras artísticas no demasiado solicitadas y en soledad. Una mañana sería corta para mirar un cuadro de El Bosco, una pintura de El Greco. El turismo masivo nos puede llevar a ver ochocientas obras artísticas en cinco horas pero la mente no puede retener nada, no hay nada detrás de ello. Es puro consumismo del hombre moderno que va  a todos los sitios con prisa y no ve nada. Es una contradicción del hombre urbano que vive en ciudades esencialmente feas y en entornos degradados o sumergido en artefactos tecnológicos que lo absorben y que no le dejan recuperar ese tempus lento necesario para ver algo.


Así que cuando llego a una ciudad prefiero recorrer sus tabernas antes que sus museos. No me encuentro preparado para ello.

viernes, 11 de abril de 2014

No te rindas (A Mario Benedetti).



Hace cinco años que murió Mario Benedetti, concretamente el 17 de mayo de 2009. Junto a Ángel González, que había fallecido poco antes, desaparecía un poeta de la comunicación cuyos poemas se habían esparcido por el mundo llegando al corazón de miles y miles de lectores u oyentes de su poesía. Inicié un homenaje digital en Nirewiki, alojador de wikis, en que participaron muchos amantes de su poesía. Fue un gesto hermoso que proyectó sus palabras por medio de lectura pública de sus poemas en el espacio de la blogosfera. Recuerdo con afecto a los que contribuyeron con entusiasmo a dimensionar su poesía en aquel encuentro espontáneo.

Para mí la figura de Benedetti es especialmente entrañable porque en mis inicios como actor aficionado hacia 1987 tuve la ocasión de representar su obra Pedro y el Capitán durante un invierno y una primavera en una sala teatral de Barcelona. Yo representaba al capitán. Dicha obra no tuvo una gran difusión en el teatro de la Riereta pero llegó a unos cuantos centenares de espectadores que tuvieron ocasión de verla. Asimismo la llevamos con gran éxito a institutos de enseñanza media y de formación profesional, además de una representación en la cárcel Modelo de Barcelona un 23 de septiembre de 1987.

De una forma u otra mi relación con Benedetti ha sido extrañamente fecunda y decisiva en diversos momentos de mi vida. No quiero perder la ocasión de volver a su poesía esta vez como profesor en mi instituto. Tras la semana santa llevaré adelante en los cursos de primero de ESO un proyecto muy intenso sobre su obra que culminará en un vídeo de mis alumnos recitando sus haikus, añadido a la semana de su aniversario en que llenaremos el instituto de poemas suyos. Con seguridad los haikus que escribió Benedetti no lo eran propiamente aunque en la forma respetaran la estructura versal de la composición japonesa. Él tomó el formato del haiku (tres versos sin rima de cinco, siete y cinco sílabas) para contener pequeños poemas impregnados de vida y calor humano.

Ha habido una reacción muy positiva por parte de los muchachos de primero de ESO y se puede decir que se han apuntado para participar en el homenaje más de un setenta de los chicos y chicas de dichos cursos. La recitación del poema No te rindas ha sido decisiva para atraerlos a su lado y para que comprendieran la temperatura cordial y la belleza de su poesía que en seguida les ha llegado al corazón igual que les inspiró Gloria Fuertes hace un par de meses.

Estoy muy ilusionado en poder impulsar este proyecto que cuenta con la simpatía de muchos profesores que están empezando a escribir haikus, un tipo de composición que era desconocida para muchos de ellos. Paralelamente realizaré con los alumnos talleres de haikus para que puedan escribir sus poemas que publicaremos en un blog que habremos de crear.

He propuesto a algún alumno la lectura de La noche de los feos, un relato magistral de Benedetti, que espero también dramatizar si mi propuesta es aceptada. Y espero que una alumna que recita muy bien pueda decir su maravilloso No te rindas.


Estoy muy contento. La poesía, como decía Gloria Fuertes, une. Hace cinco años varias decenas de entusiastas de los versos del poeta uruguayo nos unimos para hacer un homenaje que nos desbordó emocionalmente. Espero que también este año con estos muchachitos de doce años, la poesía conmueva y arrastre sus jóvenes espíritus para intentar ser mejores en todos los sentidos, porque al final, tras leer o escuchar a Benedetti, uno se queda con eso: con la entraña humana que vertebra su literatura, esa aspiración a la belleza, la justicia y la humanidad. Y  es que Benedetti además de ser un buen poeta nos lleva a buscar un mundo más justo y a comprometernos en ello. Siempre que he tenido a Benedetti en mi mundo me he visto sumido en pensamientos complejos, en juicios internos sobre mi persona. Aquel capitán que interpretaba en el teatro de la Riereta, un torturador que no se quería manchar las manos, produjo una honda conmoción en mí, y sus palabras resuenan todavía impeliéndome a no dejarme derrotar por la resignación, el miedo, la capitulación de los ideales o esas miserias que nos acompañan a los seres humanos y nos conducen a la aceptación de nuestro lado más gris y tenebroso. No sé por qué hay palabras que resuenan con fuerza en nosotros a pesar del tiempo pasado. Así son las palabras de Benedetti, expresión de fuerza, de luz, de aspiración a la libertad y al coraje humano.

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