Páginas vistas desde Diciembre de 2005
miércoles, 5 de marzo de 2014
Recordando a Gloria Fuertes
Este el vídeo que hemos realizado sobre la poeta Gloria Fuertes. Los alumnos de Primero A y Primero B del instituto Maria Aurèlia Capmany de Cornellà de Llobregat contribuyeron con entusiasmo en la recitación de los poemas. No encontramos mejor y más entrañable persona que ella para inspirarnos. Al cabo de los días, los muchachos de primero se sabían sus poemas de memoria y buena parte de los alumnos de estos cursos quisieron participar en la recitación de los poemas. Nuestro compañero Mario tuvo la responsabilidad de elaborar el vídeo, y Sonia, mi compañera de departamento, se ofreció para ayudarme en la recitación de los alumnos. Todos ellos son una pléyade de chicos y chicas fáciles de implicar. Espero que surjan nuevos proyectos en donde proyectar su frescura todavía ilusionada. También realizaron individualmente glogs sobre Gloria, y algunos de ellos fueron muy interesantes. Me gusta trabajar con ellos, a veces tengo la impresión de que me motivan más intelectualmente que los mayores de bachillerato. Lo comparto con vosotros.
domingo, 2 de marzo de 2014
Nacido del reto y la dificultad
Como sabéis este año soy fundamentalmente profesor de Primero de ESO, un nivel que no había
impartido hasta ahora y que, de entrada, me causaba cierto temor por no conocer
su madurez evolutiva ni las claves de la psicología de niños de doce años.
Solía decantarme por muchachos de niveles posteriores porque pensaba que
hallaría en ellos mayor eco en mis propuestas de lengua o literatura. Sin
embargo, no siempre me he encontrado con esta respuesta y sí me he topado con
alumnos desmotivados y maleados por el sistema educativo que encontraban todo
tipo de artimañas para negarse al esfuerzo y a la maduración intelectual. No sé
qué hace mal el sistema educativo pero no contribuye al aumento de la
curiosidad ni a la implicación activa de los alumnos en desarrollar su
potencialidad cognitiva. Lo que me encuentro en cursos posteriores, incluso
bachillerato, son alumnos que no abundan en interés ni en actitud abierta ante
el conocimiento. Supongo que tiene que ver su estadio de edad, que topa con un
sistema que no estimula la idea de desafío intelectual y tensión creativa.
Me encuentro ahora con chavales de primero que llegan
frescos y todavía abiertos (eso quiero creer). Su actitud me parece más
comunicativa y afectiva, más directa, más personal. Advierto que en este
encuentro entre ellos y yo hay una posibilidad de abrir el campo de juego y
proponerles retos en que puedan desarrollar la elasticidad de la inteligencia. Sé que hay colegios bien en que se
presume de dar mucho programa y los alumnos que siguen escolarmente el sistema
que proponen se convierten en máquinas de empollar datos y memorizar temas que
se han de proyectar en los exámenes como conocimiento estereotipado no sometido
al examen de la inteligencia. Sé que muchos padres optan por la idea de que sus
hijos reciban programa, programa y programa. Sin embargo, no tengo claro
que sea la única opción porque esta vertiente pedagógica no enseña a pensar en
absoluto y los niños se convierten en máquinas de repetición.
Por el otro lado tendríamos la pedagogía progresista que
relativiza la adquisición de conocimientos y se dedica al aprender a aprender y así los alumnos aprenden jugando, sintiendo
agradable la praxis educativa o al menos eso es lo que pretenden los profesores
que se identifican con estas corrientes de hacer ameno el conocimiento para que
los alumnos se impliquen. He pensado mucho en esto y he observado la práctica
de muchos profesores que lo pretenden y he considerado la realidad de mis
alumnos, y no sé, tengo la impresión de que hacer del acto educativo un festín
lúdico, no responde a lo que yo deseo en mi modesta propuesta que llamaría de
“reto intelectual” y que llevaría a hacer del profesor un personaje que
sometiera a sus alumnos a desafíos cada vez más exigentes para hacerles del
proceso intelectual algo no necesariamente divertido
sino “interesante”. Prefiero la
palabra interesante a divertido.
Cuando enfrento a mis alumnos de doce años a pruebas
complejas de lectura e interpretación de textos largos y difíciles los veo
estar al límite durante cincuenta minutos hasta que algunos se dan cuenta de
que detrás de la propuesta hay un reto intelectual y que para el que halle el
camino habrá una recompensa en forma de satisfacción personal y una iluminación
íntima. No todos lo consiguen, pero me niego a hacer una carrera de
mentirijilla en que han de correr con vallas arregladitas para que ninguno se
quede atrás. Sé que todos no han de llegar. Pero quiero ver el intento de la
mayoría por comprender lo que se les expone de forma compleja como desafío.
El último texto que les propuse fue el genial cuento de Richard Matheson Nacido de hombre y mujer. No les di el nombre del autor, solo el
título, y tras el cuento de unas mil palabras les hacía veinte preguntas sobre
la interpretación del texto advirtiéndoles reiteradamente que tendrían que
leerlo varias veces antes de empezar a contestar. Ellos tenían un PC a su
disposición, es su portátil, una herramienta formidable para ayudarles.
Inmediatamente averiguaban quién era el autor del cuento, ese cuento que les
desubicaba tanto y lleno de enigmas que llevarían a la confusión a mis alumnos
de segundo de bachillerato. ¿Qué quería decir Richard Matheson con esa extraña historia expresada como diario de
un niño de ocho años encadenado en el sótano y al que sus padres golpeaban
salvajemente? La primera impresión es que no entendían nada y sentí entonces su
desaliento y la renuncia de alguno a seguir adelante. Yo los fui animando
personalmente. Era un desafío ¿Hasta dónde podrían llegar? La tensión se
palpaba en el aire, la tensión y la concentración intensa. Internet les daba
claves de interpretación y les traducía en forma accesible el sentido del
relato. Solo había que saber buscar y reconstruir las piezas que estaban ante
ellos. Pero eso suponía concentración intensa y deseo de comprender. Tengo la
impresión de que lo fácil es reconfortante y hay que utilizarlo con medida. A
ellos les gusta. Lo utilizo, pero también sirve como resorte el enfrentamiento
a discursos complejos, ayudados eso sí por una herramienta prodigiosa como es
un portátil. Una sesión de cincuenta minutos fue insuficiente, así que decidí
ampliar a una segunda sesión la resolución de las preguntas planteadas. Tienen
esta semana para investigar el relato. Yo tengo los ejemplares de los
cuestionarios que empezaron a responder, pero ellos, si quieren, pueden
adentrarse en el misterio del cuento. ¿Lo harán? No lo sé. Sinceramente no lo
sé, pero la esperanza de que haya alguno que lo haga me motiva. La dificultad
del texto puede ser un acicate. Espero la segunda sesión con impaciencia, y la
misma impaciencia tengo para empezar a corregir lo que escribirán. Corregir
exámenes de memorización me hastía porque entre otras cosas no lo memorizan
porque no están habituados a estudiar, pero corregir pruebas en que ellos han
tenido que enfrentarse a un reto mayúsculo y saber adónde han llegado me
estimula y me interesa, el mismo sentimiento que quiero que tengan ellos y que
al final el texto les guste porque les ha interesado, y no solo les ha
divertido. No quiero divertirles, quiero interesarles.
viernes, 21 de febrero de 2014
Sin rendirse a las circunstancias
Sé que una parte del alumnado es renuente a cualquier tipo
de exigencia académica por los motivos que sean. Hay alumnos inteligentes que
son alérgicos al aula y aparecen por ella para intentar desestabilizarla, otros
son simplemente perezosos y enemigos del esfuerzo, otros van a pasar el rato.
Yo me pregunto cómo evaluar y me doy cuenta que me he
convertido por obra y gracia de Idoceo (aplicación de libro de notas para el
iPad) en un obsesivo de registrar todo y cada uno de los actos académicos que
tienen lugar en el aula de modo que posea una radiografía total del alumno.
Planeo pruebas y exámenes (me da igual el nombre) todas la semanas, lo que hace
que un 33 por ciento del tiempo lectivo mis alumnos se lo pasan resolviendo
pruebas que desafían su inteligencia, su capacidad de atención y su voluntad.
Casi nunca es preciso estudiar. Los exámenes los cuelgo en Edmodo para que
sepan exactamente a qué se van a enfrentar. Depende de cada uno que se los
prepare o no. Y lo cierto es que el hecho de saber qué va a salir no supone
mejores calificaciones en conjunto. Los suspensos son constantes.
Cada semana les hago una prueba de comprensión lectora de textos muy largos y
complejos (hablo de alumnos de primero de ESO) sobre los que han de contestar
preguntas múltiples y que presuponen la comprensión del texto que no
necesariamente es fácil. Los que lo consiguen suelen pasárselo bien realizando
estas pruebas. Otras veces les leo un largo texto de más de mil doscientas
palabras sobre un tema. Pueden tomar apuntes todos los que quieran. Les animo a
utilizar abreviaturas y a que se enfrenten al hecho de tomar notas sobre
cuestiones fundamentales. No les dicto y no repito nada de lo que leo. Voy a un
ritmo lento pero continuo. La lectura puede durar diez o doce minutos. Ellos
escuchan y toman notas. A continuación deben abrir Edmodo y realizar un test
sobre lo escuchado para el que pueden utilizar todas sus notas. Entonces se
verá si han sido efectivas o no. El aprobado está en contestar correctamente un
73 por ciento de las cuestiones. Bastantes lo consiguen y disfrutan con este
tipo de pruebas en que pueden contestar cuestiones con tres opciones, o
Verdadero/Falso o escribiendo un texto que presupone la comprensión de lo oído.
A mis alumnos de primero de ESO les pongo pruebas que
desbordan su supuesta madurez evolutiva y lo bueno es que muchos llegan más
allá de lo que se espera de ellos. Y a veces son los alumnos menos académicos,
los más callejeros, los más disruptivos. Por supuesto esto no es todo porque también
evalúo las tareas constantes que han de hacer tanto en el aula como en casa:
ejercicios, redacciones, libros de lectura, repaso de conceptos básicos.
La clase de lengua es un ejercicio de desafío permanente. No
hay lugar a la distensión. Se exige una actividad continua, y me doy cuenta de
que algunos están dispuestos a seguir el ritmo, a hacer las tareas, a empeñarse
en el ejercicio de exigencia. Solo los más dispuestos a seguir el ritmo de la
carrera lograrán llegar a la meta. Eso no impedirá que el profesor felicite
parcialmente a alumnos que no van a aprobar pero que tienen una buena base de
inteligencia y agudeza ante cuestiones de rápidos reflejos. Luego hay sistemas
de subir nota como participar en alguna actividad creativa. Hemos realizado un vídeo
con recitado de poemas de Gloria Fuertes en que han participado una buena parte
de alumnos de primero de ESO. La participación es un elemento importante y que
tendré en cuenta para elaborar la nota que recogerá la complejidad de todo lo que ha pasado en el aula que es evaluado de
modo exhaustivo reconociendo el esfuerzo real de cada alumno.
Disfruto corrigiendo porque sé que es una pieza fundamental
del aprendizaje. Cada nota es un elemento del puzzle evaluativo que va formando
en Idoceo un cuadro que recoge colores que revelan el rendimiento y la actitud.
Después hay distintos sistemas de calcular las medias de modo proporcional o
acumulativo. Cuando algún alumno ha dejado de entregar un ejercicio del tipo
que sea le envío un correo electrónico recordándoselo y ampliándole el plazo de
entrega que ya será inexorable. Si no lo entrega, delante de él le pondré el
rojo correspondiente a una nota abiertamente negativa. Su perfil de color es
inequívoco. Como decía, hay alumnos que sacan unas notas brillantes en
Comprensión Lectora pero que no hacen las tareas. Reconozco delante de todos
este éxito y los felicito en Edmodo, pero puede ser que la evaluación, que es
una nota compleja, quede suspendida. Quiero que todos los que quieran tengan su
minuto de gloria. Hay algunos cuya nota es tendente a lo negativo pero que han
hecho un glog sobre Gloria Fuertes imaginativo y creativo.
Los felicito delante de todos. Otra cosa será la calificación final. Quiero que
lleguen al umbral muchos, pero sé que no serán todos. Para aprobar la
asignatura es necesario hambre y tensión académica: la nota será justa y
recogerá lo que ha sido cada uno considerado como un conjunto de diversos
impulsos y el alumno recibirá un informe personal con todos los elementos que
implica su evaluación, nota a nota, tarea a tarea, prueba a prueba con sus
elementos positivos y negativos.
No habrá en la nota el mínimo conformismo ni resignación a
las circunstancias ni compasión alguna. Mis alumnos pueden en su inmensa
mayoría, pueden mucho más de lo que pensamos o nos hemos resignado a esperar de
ellos.
domingo, 16 de febrero de 2014
La paradoja del profesor
Mohamed es un
muchacho vivo e inteligente que cuenta ya con suficientes años en España como
para estar totalmente adaptado a esta realidad. Lo detecté en un curso de bajo
nivel (o ritmo lento) a principio de curso. Su agilidad mental contrastaba con
la de la mayoría de los otros alumnos. Varios de ellos fueron cambiados de
clase porque se esperaba de ellos rendimientos superiores en un proceso de
readaptación académica que busca ofrecer entornos adecuados a las distintas
personalidades y capacidades. Pero Mohamed se quedó en su curso para desesperación suya ya
que es consciente de su agudeza mental. El problema es que es un alumno
conductual y conflictivo. Ha tenido varias expulsiones, y destaca por su
carácter complicado y potencialmente agresivo. Yo he tenido diversos conflictos
en el aula con él y he tenido que expulsarle en alguna ocasión en que me he
sentido desafiado ante toda la clase por su actitud.
Nuestra relación ha tenido diversas fases desde que comenzó
el curso. Enfrentamientos, retos verbales, expulsiones... En algún caso he
llegado a decirle, tras llamar a su casa, que hablaría con el imán de su
mezquita para comentarle su comportamiento. En algunos casos es clara su
intención provocadora.
Sin embargo, me doy cuenta de que es un muchacho que
necesita reconocimiento de su capacidad para que él se centre en su trabajo. Es
necesario ese reconocimiento y a la vez mantener un tono autoritario que
subraye el poder del profesor que debe ser ejercido sin dudas y sólidamente.
Cuando me he sentido débil en el aula, este muchacho se me comía y me
desafiaba. A medida que me he ido consolidando y reforzando personalmente he
podido ejercer la autoridad con firmeza y sin estridencia, lo que ha supuesto
la mejora de mis relaciones con Mohamed
que precisa un modelo sólido al que seguir, y que le sirva de pauta. En las
últimas sesiones de lengua, ha trabajado el triple y mejor que cualquiera de
sus compañeros de aula, con una caligrafía esmerada, una atención intensa y una
dedicación al trabajo importante que él ha visto reconocida y probablemente lo
habrá sentido con orgullo. Yo era el pivote fuerte al que él quería estar
sujeto, porque no hay peor drama para Mohamed
que saberse ignorado o no reconocido. Su carácter disruptivo le traiciona, su
extremado orgullo le lleva a chocar. Solo puede funcionar si se somete ante
alguien que para él merezca la pena. Si he estado frágil o dubitativo, me ha
intentado machacar. Cuando he logrado estar firme, he logrado reconducirlo y
dejar que se convirtiera en el mejor alumno de clase, el que trabaja con más
ahínco y mayor inteligencia.
El viernes pasadas las dos y media de la tarde, le hice
volver a clase para buscar una redacción que no me había entregado aunque yo
sabía que él había hecho. Subió sin protestar y a los diez minutos me la trajo
con una caligrafía esmerada. No la he leído todavía. Le deseé un buen fin de
semana y él, satisfecho de mi reconocimiento, me dijo que me lo deseaba también
él a mí.
La mayor y mejor virtud de un profesor es su fuerza mental,
su equilibrio, su dominio de la situación. Es indiferente si opta por una
pedagogía tradicional o más innovadora. Los muchachos necesitan tener frente a
ellos a alguien fuerte a quien admirar o detestar. No hay peor problema en el
aula que un profesor débil que, debido a su debilidad, se convierte en
defensivo y arbitrario. Los muchachos entonces se unen para devorarlo como
jauría excitada por la sangre. No hay piedad. En el aula solo hay piedad desde
el ejercicio de la autoridad firme y convincente en que estén marcadas las reglas
del juego y se cumplan a rajatabla.
La postura dialogante y tolerante no es suficiente como
punto de partida si no está refrendada por la autoridad previa. Cuando se da
una orden a un alumno para que se cambie de sitio, para que trabaje o para que salga
del aula no debe acompañarse de un debate abierto con él cuando interrogue al
profesor que por qué le dice eso, que por qué tiene que cambiarse de sitio o
por qué le expulsa. Sencillamente es una orden que no debe entrarse a debatir
en el aula. Otra cosa es el plano posterior privado en que puede abrirse paso
la consideración de los motivos que han llevado a la orden del profesor.
Sin embargo, algunos padres que desconocen la realidad de
las aulas ante la discrepancia entre las razones de sus hijos y la versión del
profesor optan por algo totalmente erróneo: confrontar en el mismo plano la
versión interesada (y frecuentemente sesgada o mentirosa) de su hijo y la del
profesor. Me he encontrado con esta situación en un par de ocasiones en los
últimos días en que me he tenido que confrontar con la obstinada dialéctica de
madres que ponían en el mismo nivel las dos ópticas (una alumna copiando con
una descarada chuleta tapada por su mano encima de la mesa, y otra madre que
negaba que hubiera habido motivos para expulsar a su hija de clase).
La posición del profesor no es nada fácil. Por un lado
treinta adolescentes deseosos de sangre y de autoridad para sentirse aplacados,
los padres muchas veces condescendientes y crédulos que no desaprovechan la
ocasión de minusvalorar al profesor o desprestigiarlo, su propia situación
anímica y su real indefensión ante la administración que lo considera una pieza
lábil y potencialmente sustituible... Todo ello hace que la autoridad del
profesor navegue por mares procelosos e inciertos y abierta a los más variados
desafíos antes los cuales, sin embargo, como nos muestra el caso de Mohamed, es
imprescindible que sea segura y firme.
Diderot escribió La paradoja del comediante, uno de los
mejores libros sobre teatro, pero podríamos hablar también de la paradoja del profesor cuando
consideramos su poder fugaz e inestable en el aula, y a la vez totalmente necesario
para cumplir sus objetivos siempre que sea un poder justo y reglado, sometido a
medida.
Y pobre del profesor que no posea esa fuerza mental por el
motivo que sea.
viernes, 7 de febrero de 2014
Una praxis educativa comprometida
La praxis educativa está mutando profundamente. Lo veo día a
día. Soy profesor de primero de ESO
en la mayor parte de mi horario. Les he introducido en EDMODO, una aplicación educativa prodigiosa que permite la comunicación directa de los
alumnos con el profesor cuya interfaz se parece a Facebook. En su muro les cuelgo toda la secuencia de tareas,
exámenes, materiales de estudio, vídeos, libros en pdf, etc. Los exámenes son sumamente exigentes respecto
a la materia impartida, pero dichos exámenes se los cuelgo en Edmodo días antes para que los puedan
preparar individualmente o en grupo. Por otra parte les hago pruebas de
Comprensión lectora de textos muy largos y con cierta complejidad narrativa. He
descubierto al narrador norteamericano O’Henry
cuyos relatos son perfectos para que los alumnos estén una hora echando humo
intentando desentrañar su sentido en el que nada es lo que parece. Cuando lo
descubren, los que lo descubren, se sienten fascinados y orgullosos. Al
principio sienten pereza de leer textos de más de dos mil palabras en letra
minúscula pero pueden hacerlo, y lo hacen.
Mi libreta de notas es digital. Llevo el iPad a clase y utilizo la
extraordinaria aplicación Idoceo que
es un libro de notas que supera imaginativamente cualquier dispositivo que uno
pueda suponer. Es un descubrimiento fabuloso cómo se puede gestionar la
información de las notas de los alumnos, y cómo se les puede comunicar a ellos
y a sus padres inmediatamente el resultado de un examen celebrado por la
mañana.
Mi iPad me permite
conectarme al proyector de clase y utilizar todas las herramientas digitales de
Apple. Por ejemplo hacer mapas
conceptuales frente a ellos, ponerles música para trabajar, vídeos, textos,
fotos... además de conectarme a google y a cualquier página imaginable. Mi
última investigación es conseguir sincronizar el iPad con la pizarra digital para poder escribir en ella. El iPad es un universo educativo cuyos
límites son amplísimos y por descubrir, ya que hay muchísimas herramientas que
están pensadas para este dispositivo fascinante.
Esta inmersión en la tecnología no supone que deseche los
métodos tradicionales. Quiero que escriban, quiero que se sumerjan en textos,
enseñarles a razonar, a dar saltos conceptuales, a utilizar la imaginación como
recurso imprescindible. Y sobre todo no quiero tratarles como si fueran
incapaces. Un muchacho de doce años puede hacer muchas cosas y debe
entrenársele con una fuerte exigencia. No debemos suponer que no están
preparados para realizar un trabajo intelectual comprometido. O al menos
debemos aspirar a ello. Si se tira fuertemente de ellos, una buena parte
responden a los estímulos y les encantan los desafíos que suponen exigencia. El
profesor que esto suscribe tiene en cuenta todo en su libro digital de Idoceo. Puede controlar exhaustivamente
todo el trabajo realizado por los alumnos y tener un perfil individualizado que
permita hacer un diagnóstico y radiografía de cada muchacho. La realidad es que
cuando se les exige, suelen dar mejores resultados que cuando la vida es muelle
y placentera. El problema es que los institutos se convierten en lugares de
vida plácida en los que se pasa sin dar un palo al agua. El desafío del
profesor es implicarles en retos conceptuales que les lleven a ejercitar la
inteligencia creativamente. ¿Estímulos? Todos los necesarios. La cuestión es
que trabajen y crezcan intelectualmente sin darse cuenta. Cuando empecé este
curso desde el gabinete pedagógico se nos presentó a los alumnos de primero,
recién llegados de la primaria, como niños no acostumbrados a estudiar ni a
hacer exámenes, a los que no había que agobiar en el estadio de aprendizaje en
que están. Ni caso. Un muchacho de doce años es muy potente. Se hacen vagos y
haraganes después porque no les exigimos, porque no somos conscientes de que la
inteligencia es una facultad elástica. Que la imaginación tiene que
ejercitarse, que los retos son necesarios. La tecnología es prodigiosa porque
nos ofrece herramientas que bien utilizadas y reforzadas por métodos
tradicionales es sumamente fértil. La enseñanza debe promover el desarrollo
intelectual. No dejar que muchachos inteligentes y agudos se hundan en la
molicie del aburrimiento sin exigencia. Hay que aprender a ser imaginativos y
abiertos. Hacerles ver que aprender es un juego apasionante, que aprendan casi
sin percibirlo, que sientan placer por aprender, placer en ejercitar su
inteligencia, introducirles en un juego en que el estatismo sea imposible, no
tomarles por tontos. No lo son. Es la falta de dinamismo la que hace la escuela
aburrida. Hay que estar continuamente en acción casi sin repetirse, que sientan
el gozo de trabajar en serio y ser reconocidos. El profesor debe felicitarles y
estar atento a sus progresos, ser muy consciente de todos y cada uno de sus
alumnos a los que piensa desde los recursos y herramientas educativas que cada
vez son más eficaces e inteligentes.
El dar siempre clase en cursos del segundo ciclo de la ESO
me había llevado a la convicción de que los alumnos son vagos, holgazanes,
tramposos, descuidados, renuentes a los juegos de la inteligencia dominados por
las hormonas de la adolescencia y la tontería llegada en cantidades
abrumadoras. El dar clase en primero de la ESO me hace pensar que no son
tontos, que es el sistema el que los hace tontos y pasivos, aburridos, grises,
copiones, repetitivos. Los convertimos nosotros en un proceso que deja a
muchachos virtualmente potentes en desganados porque se aburren soberanamente.
La imaginación unida a esa herramienta prodigiosa que es el
iPad, el vídeo, los mapas conceptuales, las lecturas complejas, el clima en el
aula que luche contra la banalidad y la repetición hace que enseñar se
convierta en algo intelectualmente interesante, y lo menos que debemos exigir a
nosotros mismos es eso, ser interesantes, por los caminos que sean, aunque sean
retorcidos. Los muchachos siempre detectan a quienes se interesan por ellos. Y
dan mucho más, mucho más de lo que nos han enseñado a esperar.
Suscribirse a:
Entradas
(
Atom
)