Cinco años en la blogosfera, 447 entradas, 9533 comentarios. Me hago preguntas sobre esta necesidad de permanencia, de seguir encendiendo mi voz buscando la comunicación y la chispa que surge cuando hay una idea que me ilumina –que nos ilumina-. Soy un hombre antiguo, conservador. Me gustaría poder parafrasear a Valle y calificarme de “feo, católico y sentimental” como su personaje el marqués de Bradomín. Mi padre y yo coincidimos en pocas cosas, casi en ninguna, pero hubo una en que me he reconocido en él: la admiración por el marqués que sedujo a la Niña Chole en La Sonata de Estío. Siete le echó en el convento camino de Veracruz tal vez. Me fascina esa conjunción entre lo religioso y lo profano. Pienso que nuestro mundo racionalista, debelador de mitos, devoto de los centros comerciales y los iPad (creo que me compraré uno esta navidad), ha perdido algo sustancial al alejarse de la religión. Uno antes podía pecar múltiples veces y arrepentirse, sentir en el alma la quemazón del pecado, pero ahora no siente la trascendencia: uno es un canalla y no siente nada especial. El marqués de Bradomín es español, como yo, pero establece una diferencia: a un lado él y al otro lado todos los demás españoles. Así sentimos los seguidores -¿hay alguno más?- de aquel personaje genial de Valle.
Me pregunto si sería posible un autor de la dimensión de Valle en estos tiempos. Creo que le tocó vivir un tiempo ajustado a su realidad. Hoy somos pálidos remedos de personajes o personas que sobreviven aherrojados por el pensamiento correcto. No hay lugar para la individualidad. Vivimos una época esencialmente gregaria y horizontal. Nadie alza su testa por encima de la multitud. La muchedumbre exige las cabezas de aquellos que quisieran –o podrían- destacar. Y la voz de estos es tan débil o tan inocua que no merece la pena prestarles demasiada atención. Ortega en 1930 publicó un libro profético que se titulaba La rebelión de las masas. En él mostraba con lucidez la actitud del hombre contemporáneo ante las élites. No las permitiría. Las aplastaría. Vivimos un tiempo de masas. Nos determinan los mass media. Nuestro pensamiento está codificado, estudiado e interpretado. Las agencias de publicidad conocen perfectamente nuestros deseos más ocultos, nuestras pulsiones sexuales más recónditas, nuestro afán por poseer y consumir para concedernos alguna identidad. Si Descartes hubiera vivido en nuestra época, no hubiera formulado su famoso Cogito, ergo sum, sino que lo hubiera cambiado en Consumo, ergo sum. Lo he sentido hoy en MediaMarkt ante un iPad. Me he sentido dominado por el ansia de posesión de ese objeto que contribuye a llenar un espacio infinito de vacío existencial, pero ya no atendemos al vacío existencial. Eso fue un periodo del siglo XX cuando los existencialistas lanzaron sus preguntas sin respuesta. Hoy tenemos respuesta. Poseer, consumir, tener… y aquellos que se esfuerzan por el ser se ven desbordados por la vorágine que nos agita a todos. Ya nos lo dicen los neurocientíficos: el ser no existe, no existe la mente. Todo es puro cerebro. Conexiones sinápticas, conexiones químicas y eléctricas. El ser es una ilusión, un mito del pasado.
Quiero celebrar mi post número 447. ¿Quién no ha deseado celebrar alguna vez este número mistérico? Cuatro, cuatro, siete, esperando continuar otros tantos posts entregado a esta euforia valleinclanesca que me lleva a salirme un poquito del guion y respirar en la calle –tal vez etílico- y gritar con mis compañeros de batalla que no nos rendiremos, que seguiremos imaginando, que continuaremos deambulando entre sombras para intentar alumbrar, tal vez, alguna vez alguna existencia. Aprecio infinitamente más esos nueve mil y pico comentarios que las 447 entrada que he realizado.
Por vosotros, los que me seguís, los que os hacéis públicos y los que estáis en la sombra. Quiero, me gustaría seguir siendo un espíritu abierto, contradictorio, curioso, conservador, inspirado en Bradomín. Mi perilla es un pequeño homenaje encubierto a ese autor y personaje que me iluminó cuando entré en una cueva, la cueva del Rei Cintolo en Mondoñedo, y me llegué hasta la gruta de las barbas de Valle Inclán.
¿Alguien ha entendido algo? Da igual. Lo único que este soliloquio quería ser era una manifestación soberana de libertad, porque la libertad me hace sentir feliz dentro de las desdichas de la vida cotidiana. Desdichas o azares.
Soy feliz respirando en la calle. Ya es hora.