Fuera menos penado si no fuera
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sábado, 30 de octubre de 2010
Fuera menos penado si no fuera
Fuera menos penado si no fuera
miércoles, 27 de octubre de 2010
Pueblos primitivos
domingo, 24 de octubre de 2010
WikiLeaks
miércoles, 20 de octubre de 2010
Operación miedo
domingo, 17 de octubre de 2010
Una iniciativa valiente
miércoles, 13 de octubre de 2010
Un poco de espiritualidad
lunes, 11 de octubre de 2010
Una experiencia mística
viernes, 8 de octubre de 2010
Latinoamérica en el corazón
miércoles, 6 de octubre de 2010
El Premio Nobel de Literatura
Se ha fallado el premio Nobel de Literatura 2010 que ha correspondido a Mario Vargas Llosa, el escritor peruano que refulgió en el panorama literario con La ciudad y los perros y Conversación en la catedral, a los que siguieron La casa verde, Pantaleón y la visitadoras, La tía Julia y el escribidor, La guerra del fin del mundo, La fiesta del chivo...
Mario Vargas Llosa y Alejo Carpentier fueron mi pasaporte de entrada a la literatura hispanoamericana.
Los escritores más votadas en la encuesta son Philip Roth, Claudio Magris, Murakami, McCarthy, Kundera...
Una buena noticia para el mundo hispano.
domingo, 3 de octubre de 2010
Pasado de moda
jueves, 30 de septiembre de 2010
El extrañamiento
Una alumna escribía: "A la pregunta de cómo es posible que dos seres que se aman anhelen el sufrimiento, opino que es tal la obsesión de los dos por ser uno que ven la forma de conseguirlo en la muerte. A consecuencia, deciden que Abe acabe con la vida de Kichi para así cortarle sus genitales ya que representaba que si ella tenía esa parte de él, serian solo uno. Por ello, después de cumplir la decisión de ambos, la protagonista escribió en el pecho de él con sangre: "Sada y Kichi, ahora uno."La reflexión que me ha llevado la película, es que se trata de un amor tan extremo que la obsesión que tienen el uno del otro le llevan al punto de cruzar las barreras del dolor hasta llegar a sentirse abrazados por la muerte."
lunes, 27 de septiembre de 2010
Y todo esto ¿para qué?
Soy profesor, además de la ESO, de segundo de bachillerato. Es una asignatura de modalidad: Literatura española. Tengo diez alumnos, no especialmente motivados por la literatura, pero sí por que el estudio tenga una recompensa social. Saben que si no estudian se quedarán sin nada, y en estos tiempos de crisis eso es un suicidio. No son en general estudiantes entusiastas, ni están acostumbrados a pensar. Se rigen más bien por estereotipos elementales. Mi desafío, como profesor, es intentar hacerles amar el pensamiento, ejercer la crítica, superar su tendencia a lo simple. Esto es con lo que sueño.
Sin embargo, he seguido en el diario El País, una serie de reportajes titulado (Pre)parados, a lo largo de la última semana en el que jóvenes sobradamente preparados, con carrera, con varios másteres, con idiomas, con estudios de especialización en Europa, están en paro y sus currículos ni siquiera reciben acuses de recibo. Están camino de la treintena y creyeron que una buena formación profesional les abriría muchas puertas y que su dedicación a su carrera tendría consecuencias definitivas. No ha sido así. La mayoría están en paro o subempleados cobrando salarios de seiscientos euros. No pueden irse de su casa ni vivir con su pareja. Sobreviven algunos con becas o subvenciones, y muchos han de pedir dinero a sus padres para pagar el transporte.
¿Quién les ha engañado? ¿Cómo les hemos prometido que si uno se esfuerza y estudia consigue sus fines? Algunos se plantean que para repartir pizzas o hacer de teleasistente, es mejor ocultar sus carreras o sus másteres. Es algo que cotiza en contra. Tienen una formación excesiva y eso levanta suspicacias. ¿Quién confiaría en un doctor en ingeniería para un trabajo eventual y de repartidor de pizzas?
No deja de ser significativo que muchos de los ejemplos traídos por El País señalen que profesionales superformados han encontrado trabajo en Europa, en el Reino Unido, en Holanda, en Alemania, en China, en Suecia… Son los nuevos emigrantes que ven que su capacitación les vale mucho más fuera de España que en su país. Y en contra de sus deseos, sintiéndose expatriados y desterrados, han de amoldarse a una vida diferente a la que habían esperado. Algunos guardan un sordo rencor hacia su patria y parecen renunciar a ella. Algunos son de los mejores de sus promociones, y su especialización ha sido apreciada en otros países europeos mientras que en España no reciben siquiera un acuse de recibo de su currículum.
¿Qué he de explicarles a mis alumnos de bachillerato? ¿Qué estudiando se consiguen oportunidades? ¿Qué estudiando uno se forja un futuro profesional? Para ello he de luchar contra la creencia de que lo que en realidad genera expectativas son los amigos que te pueden enchufar y colocar, que los estudios y la dedicación son accesorios. La excelencia no se prima en España. Sé de magníficos estudiantes que, tras acabar la carrera, con buenas notas, están en una crisis mayúscula. Los jóvenes son el segmento de población más castigado por la crisis, además de los mayores de cuarenta años que se quedan en el paro.
Quiero hacerles pensar, pero ¿sobre qué? ¿sobre la relativa utilidad de lo que están haciendo? ¿sobre el escaso aprecio que se tiene en este país hacia la calidad? ¿Pensar para qué? Cuando el futuro de uno está en el alero, las reflexiones son limitadas. Espero que ellos no lean este post. No me suelen leer. Pero quiero plantear esta reflexión a los lectores. Quizás haya otras alternativas como son el autoempleo o el convertirse en empresarios en un país en que es difícil y complejo constituir una empresa y que va en contra de toda la ideología que magnifica la opción de hacerse funcionario sobre todas las demás. Quizás nuestra formación debería empezar por esto, por hacerles ver que el futuro es sumamente incierto, que tal vez tengan que emigrar, que no podrán emanciparse hasta muy entrados los treinta si es que es posible entonces, que el estudio no garantiza un puesto de trabajo y a veces lo dificulta.
Pero mañana he de trabajar para hacerles sujetos críticos y reflexivos. Pero ¿les explicaré esto? ¿Habré de callarme como si no supiera nada? ¿He de dejar que se lo encuentren ellos mismos? ¿O lo sabrán ya? ¿Qué sentido tiene mi clase sobre el neoplatonismo en la poética del Renacimiento?
A veces pienso que tendría que darles dinamita. Pero he de prepararles para selectividad? Otra gran mentira. Este mundo es reflejo de otro, es un espejo, pero ¿de qué? Mañana les he propuesto que sean ellos los que me formulen preguntas que no pienso contestar. Pero formular preguntas supone un ejercicio de primer orden. Y todo esto ¿para qué? –sería una buena cuestión-.
jueves, 23 de septiembre de 2010
Diarismo
domingo, 19 de septiembre de 2010
José Antonio Labordeta
Canto a la libertad
martes, 14 de septiembre de 2010
La literatura como aburrimiento
He querido empezar el curso de Literatura Española de segundo de Bachillerato haciendo una prospección entre mis diez alumnos sobre las relaciones entre ellos y la literatura. El tema era, pues, La literatura y yo. Les sugerí un brainstorming inicial y la elaboración de un mapa conceptual para dar cuerpo al ensayo que les estaba solicitando.
Unos días después, aplicados, me han entregado sus composiciones escritas sobre las tortuosas relaciones entre ellos y la literatura.
Podemos decir que en estos jóvenes de diecisiete y dieciocho años existe unanimidad casi absoluta. Se relaciona, sin lugar a dudas, la literatura con el aburrimiento:
“Leer es aburrido”. “La literatura y yo no somos buenos amigos”. “Sólo he leído por obligación en el instituto”.” Son aburridos los libros obligatorios: son largos y complicados, hay en ellos demasiadas descripciones”. “¿Quién va a preferir leer un libro cuando puede ver la televisión, jugar a un videojuego o navegar por internet?” “Los libros no suscitan interés, no expresan nada, son pesados, una especie de suplicio”.
Estas son un resumen de las opiniones vertidas y que son reiteradas. Se deplora la falta de interés de los libros, su obligatoriedad, la desigual competencia con las nuevas tecnologías, su complejidad, su letra pequeña, el cansancio que produce la lectura…
A la vez se recuerda con enorme afecto el tiempo en que eran niños y alguien les contaba cuentos. Les dije que ahí comienza nuestra formación literaria: con la narrativa oral. Pero esa ligazón se va desvaneciendo a medida que se va creciendo hasta llegar a la adolescencia en que la lectura se ve como un padecimiento al que se resignan apáticamente, pues saben que es obligatoria en las asignaturas de lenguas.
Hay un alumno que, sin embargo, reconoce que lee novelas policiacas o de cariz psicológico, sobre budismo, criminología o grafología. Es el que más he visto predispuesto a abrirse a la literatura “obligatoria” de este año que incluye: una selección de poemas del siglo de Oro, una antología de El Quijote, El burlador de Sevilla de Tirso de Molina, una antología de la poesía de Rosalía de Castro, Eloísa está debajo de un almendro y Cinco horas con Mario.
Algo hacemos mal. Lo comentaba con Dunia, mi compañera de departamento, promotora de un proyecto de lectura en segundo de ESO que ha tenido un notable éxito. Prescindió de los libros obligatorios y fomentó que los alumnos en la biblioteca eligieran libremente los libros que iban a leer. Tenemos una buena base donde elegir de la llamada literatura juvenil. Los alumnos de tres segundos el año pasado leyeron –con el soporte orientador de Dunia- un promedio de seis o siete libros voluntariamente, y hubo alumnos –conflictivos en otros sentidos- que llegaron a leerse 17 libros durante el curso. No había obligatoriedad, no había examen pero debía presentarse una ficha cumplimentada sobre la lectura. La experiencia demostró que los adolescentes odian lo obligatorio (no sólo ellos) pero si son expuestos a la libertad y hay donde elegir, convenientemente motivados, pueden convertir la lectura en algo que no sea odioso. Hubo incluso quienes leyeron textos más complejos del prototipo medio como Caperucita en Manhattan o La historia interminable.
Para el que firma esto, son datos y elementos de juicio que me llevan a reflexionar. Movido por los más bellos ideales he planteado lecturas obligatorias con textos de densidad literaria y con frecuencia he conseguido rotundos fracasos. Hoy ha venido a verme una exalumna de hace varios años que recordaba cuando les hice leer en cuarto de ESO (16 años) Corazón kikuyu de Stephanie Zweig, La espuma de los días de Boris Vian y La metamorfosis de Kafka. A ella le fascinaron y todavía los relee, pero la gran mayoría de los estudiantes se mantuvieron totalmente alejados de lo que leían y muchos no se los leyeron. Esa fue la realidad.
Muchas veces ha surgido este debate en blogs pedagógicos. ¿Sirve de algo la obligatoriedad de las lecturas? ¿No estamos tirándonos piedras contra nuestro propio tejado? ¿Se puede forzar la lectura? ¿O es insoportable el verbo leer conjugado en imperativo como sostenía Daniel Pennac en Como una novela?
Considero a mis alumnos de segundo de bachillerato y me doy cuenta de que son herederos de una filosofía de la obligatoriedad, combinada ciertamente con otros factores, y que no ha dado resultado. Prácticamente todos detestan leer aunque reconocen que amplía el vocabulario y da cultura, pero ¿leer?, no gracias.